La problemática en torno al precio de los alquileres ha estado en boca de todas durante los últimos meses, y no es para menos. No sólo porque se trata de un problema que afecta a centenares de miles de personas, sino también porque el movimiento por el derecho a la vivienda ha sido capaz de sacar a la calle a decenas de miles de personas en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Xixón, Burgos, Zaragoza, Salamanca…
A muchas personas –incluidas las organizadoras– nos ha sorprendido esta abrupta irrupción de inquilinas, y también de otros sectores sociales, saliendo de forma masiva a las calles. Y es que estas movilizaciones, las más multitudinarias en la historia reciente, se han dado en un momento de reflujo político, de retroceso de las fuerzas de izquierdas en general y de ascenso de la derecha y la extrema derecha. En este contexto, los Sindicatos de Inquilinas han sabido abrirse un hueco en el terreno mediático y marcar la agenda política con un discurso radical, de confrontación con el rentismo y con unos partidos políticos, del llamado bloque del progresismo, incapaces de dar respuestas reales al problema de la vivienda.
Construcción de los Sindicatos de Inquilinas como herramientas de lucha
Pese a la sorpresa de las movilizaciones, estas no han salido de la nada. Son fruto de un movimiento de vivienda que lleva trabajando duro muchos años. Y, especialmente, son fruto de la construcción de los Sindicatos de Inquilinas, que han conseguido afiliar a miles de personas (más de 3.000 en Madrid y más de 5.000 en Catalunya) remando contra la corriente en años de retroceso político. Ambos Sindicatos se fundan en mayo 2017, cuando el ciclo del 15M ya estaba en claro agotamiento, Podemos iniciaba su proceso de subordinación y adaptación al PSOE y las grandes movilizaciones que habían caracterizado el ciclo anterior empezaban a decaer.
Los Sindicatos de Inquilinas fueron capaces de reconocer, e intentar superar, algunas de las limitaciones características de los movimientos sociales, mediante formas híbridas entre estos y el sindicalismo laboral. Se apostó por la afiliación, la creación de estructuras estables y la liberación de personas para trabajar para el Sindicato. Apuestas que han sido claves en su capacidad para aguantar, crecer y consolidarse todos estos años. Incluso resistiendo los estragos que causaron las restricciones impuestas a raíz de la pandemia. Unas restricciones que supusieron el golpe de gracia final para la mayoría de movimientos sociales que no aguantaron el parón de su actividad habitual.
Sin embargo, la apuesta organizativa no ha sido el único elemento clave del éxito de los Sindicatos. Otro elemento clave ha sido su capacidad de articular el conflicto de las inquilinas contra los rentistas de forma colectiva y crear herramientas sindicales que permitiesen obtener victorias. Ser capaces de dar respuestas, concretas y útiles, a las personas que se acercaban a las asambleas con problemas relacionados con el alquiler y conseguir solucionarlos ha sido clave para crecer. Nada mejor que demostrar la utilidad de los Sindicatos de Inquilinas para ganar afiliación. Nada mejor que desarrollar la lucha colectiva para entender la necesidad de militar más allá de nuestro propio caso. Nada mejor que conseguir victorias frente a los rentistas para ganar legitimidad social y mejorar la correlación de fuerzas a favor de las inquilinas y las clases populares.
Durante estos años se han desarrollado diferentes estrategias que permiten dar respuestas a la mayoría de problemas de las inquilinas: no devolución de la fianza, cobros de honorarios ilegales, ausencia de reparaciones y mantenimiento de pisos y edificios, mobbing inmobiliario…, pero sobre todo se desarrolló una estrategia de resistencia frente a la principal problemática: las subidas de precios y las no renovaciones de los contratos de alquiler, que son los principales mecanismos a través de los cuales se presenta la vivienda como un bien de mercado, permitiendo al rentismo aumentar sus beneficios a costa de un bien de primera necesidad y de empobrecer cada vez más a las inquilinas.
Frente a esta situación de abuso, los Sindicatos de Inquilinas desarrollaron la estrategia sindical de “Nos quedamos/Ens quedem” que consiste en desobedecer tanto las subidas de precios como las no renovaciones. La idea es sencilla: que las inquilinas permanezcan en sus casas una vez finalizado el contrato, pagando el mismo precio, e iniciar un proceso de negociación colectiva con la propiedad para lograr una renovación del contrato sin subida del precio.
Pese a que nos venden la idea de un parque de vivienda en mano de pequeños propietarios, que dependen de estos ingresos para sobrevivir, la realidad es mucho más compleja. Una de las dinámicas del mercado inmobiliario que se ha instalado a raíz de la crisis de 2008 y el giro del mercado inmobiliario de la compraventa hacia el mercado del alquiler, ha sido la entrada en tromba de empresas y fondos de inversión. Así, en los últimos años, vemos un aumento continuo del número de grandes propietarios y una tendencia hacia una concentración cada vez mayor de la propiedad en menos manos. Hay que tener en cuenta que, aunque estos grandes tenedores todavía no suponen la mayoría del mercado inmobiliario de alquiler, sí juegan un papel destacado y actúan como punta de lanza de la especulación inmobiliaria.
Es en este marco que cobra sentido la organización de bloques de propiedad vertical, en algunos casos con decenas de pisos en alquiler, en los cuales podemos encontrar un gran número de inquilinas afectadas por las mismas problemáticas que pueden luchar juntas contra un enemigo común. Los Sindicatos de Inquilinas decidieron romper con la dinámica pasiva de esperar a que las afectadas acudan a sus asambleas y adoptar un rol proactivo que busca el conflicto. En definitiva, pasar a la ofensiva. Buscar los diferentes bloques de una misma propiedad, hablar con las vecinas, detectar los principales problemas que se daban en cada comunidad y articular una lucha conjunta de decenas o centenares de inquilinas para garantizar los derechos que están siendo vulnerados. Y hacerlo antes de que la mayoría se encuentre en una situación crítica, ganando tiempo para la organización y la lucha.
Articular el conflicto contra el rentismo y la lucha en el terreno institucional
Otro de los pilares fundamentales ha sido combinar la lucha a través del conflicto con la lucha en el terreno institucional, entendiendo la necesidad de conseguir cambios legislativos que reconociesen derechos y mejorasen la situación general de las inquilinas. En este sentido hay que ver las mejoras legislativas conseguidas con la reforma de la LAU y la Ley de Vivienda (duración de los contratos de 5/7 años, honorarios a cargo de la propiedad, regulación de los alquileres vigente en algunos municipios catalanes, limitación de las fianzas…) como victorias arrancadas gracias a la lucha, pero sin caer en triunfalismos. Reconocer que se han conseguido avances no niega reconocer también que sus efectos han sido muy limitados y totalmente insuficientes. No podemos olvidar que la legislación actual sigue defendiendo los intereses del rentismo por encima del derecho a la vivienda.
La clave para poder articular la lucha sindical con la lucha institucional y las mejoras legislativas es entender estas últimas no como un fin en sí mismo, no como una posible solución real al problema de la vivienda, sino como una herramienta más de la acción sindical, como una mejora en la correlación de fuerzas a favor de las inquilinas que sirva de base para impulsar los siguientes conflictos contra los rentistas y el siguiente ciclo de luchas. Entendiendo que las mejoras legislativas, la lucha por un programa que eleve el nivel de conciencia, la acción sindical y la presión institucional forman parte de la lucha política que se ejerce desde todos los planos y contra todos los eslabones del Estado.
Gran parte del éxito de las movilizaciones por la vivienda de octubre y noviembre fue precisamente la capacidad de poner sobre la mesa reivindicaciones y un programa sentido por amplias capas de la clase trabajadora, como la necesidad de una bajada urgente y radical de los precios del alquiler (mínimo del 50%), siendo esta medida totalmente inasumible por el gobierno. Al mismo tiempo, se supo señalar cómo un gobierno supuestamente progresista considera la vivienda como un bien de mercado y legisla siempre garantizando la continuidad del rentismo y sus beneficios, y se puso sobre la mesa una nueva estrategia sindical para conseguir esta bajada de precios de forma autónoma: la huelga de alquileres.
Pero la bajada de los precios del alquiler no es la única medida necesaria que habría que adoptar de forma urgente. Se necesitan, entre otras, las siguientes medidas:
1. Contratos estables, de larga duración y renovación automática, que permitan tener garantías a largo plazo para poder planificar y desarrollar vidas en condiciones.
2. La expropiación de todas las viviendas vacías, turísticas y en manos de fondos buitres, que no están cumpliendo con su función social, para generar un parque público de vivienda, bajo control social.
3. Una regulación real del precio de los alquileres, que recoja la situación socioeconómica de las familias, y que ajuste el precio del alquiler a un máximo del 10% de los ingresos.
Todas estas medidas son imprescindibles para empezar a paliar la emergencia habitacional que sufrimos desde hace años. Pero no nos engañemos, la única manera de garantizar el derecho a la vivienda para todos, todas y todes, es sacando la vivienda del mercado y acabando con el rentismo como método de extracción de rentas de la clase trabajadora. Y esto no pasará en el marco del sistema capitalista.
Reconstruir la conciencia de clase y combatir a la extrema derecha
Más allá de la necesaria organización de las inquilinas para conseguir mejorar nuestras condiciones materiales, las organizaciones y estructuras como los Sindicatos de Inquilinas pueden jugar un papel clave en la reconstrucción de la conciencia de clase, articulando sectores importantes de las trabajadoras en su complejidad, con una perspectiva feminista y antirracista y sirviendo de bastión contra la extrema derecha.
Es importante poner en el centro, como ya se ha señalado en otras ocasiones, que no existe una clase inquilina. Las inquilinas son un sector de la clase trabajadora, que además de por la explotación laboral, ven condicionada su posición de clase por la falta de control sobre su vivienda, al igual que les pasa a las personas hipotecadas o a las que viven ocupando. Frente a quienes hablan de cuestión generacional, debemos entender que lo que se produce es un enfrentamiento entre la clase trabajadora y los intereses de los rentistas, una fracción central de la burguesía en el Estado español.
La potencialidad del movimiento de vivienda nos presenta la posibilidad de construir un sindicalismo social capaz de contrarrestar la dinámica impuesta por el mercado, haciendo encontrarse a aquellos sectores más empobrecidos y aquellos otros que sin estar sometidos a la máxima precariedad conviven cotidianamente con la explotación rentista. Los Sindicatos de Inquilinas tienen hoy la obligación de aspirar, a través de la articulación del conflicto y la organización de la experiencia de lucha, a la construcción de un movimiento de masas capaz de incorporar a la mayoría de las personas que viven de alquiler.
El encarecimiento de la vida, la expulsión de vecinas de nuestros barrios, la proliferación de pisos turísticos, la degradación y mercantilización sistemática de los servicios públicos, son también consecuencia del proceso de mercantilización de nuestros barrios y éste está directamente vinculado a la ofensiva rentista. Pero esta situación ofrece también posibilidades para el movimiento de vivienda y para todas las que, desde la izquierda revolucionaria, consideramos necesario armar un bloque político y social que rompa con la política de concertación social. En el caso de la vivienda, ampliando nuestro alcance al conjunto de la clase trabajadora, incluyendo aquella que tiene una vivienda en propiedad, en la que viven, y cuyos intereses son más cercanos al de las personas que no tienen el control sobre su vivienda, que al de ese 6% de la población que extrae rentas a través del alquiler.
Además, el conflicto de clase en torno a la vivienda es una de las puntas de lanza de la extrema derecha a través del escuadrismo de las empresas de desokupación, generando respuestas securitarias frente a pánicos inventados –bajar a comprar el pan y que te ocupen la casa– y como herramienta de reproducción de unas clases medias en proceso de pauperización, en la lucha del penúltimo contra el último. Mientras la extrema derecha busca fragmentar a la clase trabajadora a partir de cuestiones como la nacionalidad o la raza, el sindicalismo –en términos generales– lo que hace es unificar al conjunto de la clase trabajadora en la lucha.
La mejor manera de enfrentar las posiciones reaccionarias de ciertos sectores de las clases medias es la unificación de las clases populares con un programa político que plantee soluciones universales al problema de la vivienda, reconociendo la diversidad de la clase trabajadora y poniendo en valor la necesidad de plantear unos principios antirracistas y feministas.
En vivienda, esto se ve muy claro porque se organizan sectores migrantes, que suelen estar al margen de los circuitos políticos, junto con sectores no migrantes, a veces en situaciones de menos precarización. Al generar comunidades y procesos de lucha colectivos, la población nativa blanca deja de ver a las personas migrantes como un otro, viéndola como parte de un mismo sujeto. Y todo ello con un gran número de mujeres como protagonistas.
No es casual que sea así; las casas siguen siendo el espacio que el patriarcado y el capitalismo tienen reservado a las mujeres, que siguen desarrollando la mayoría de tareas necesarias para la reproducción. Para muchas, la casa sigue siendo un espacio de responsabilidad y de trabajo, pero también de realización personal. Además, cuando se las expulsa de sus casas, no solo se les expulsa del hogar, sino también de una comunidad. De ahí también que, a la hora de defender la casa y lo que hay dentro, sean las mujeres las primeras en ponerse al frente.
Pese a que sigue siendo común que los hombres ocupen más espacio en las asambleas de los Sindicatos de Inquilinas, cada semana más mujeres asumen la responsabilidad de su propio conflicto, liderando y gestionando sus propios casos, añadiendo esta sobrecarga a las tareas de los cuidados y la obtención de ingresos. En una cultura y economía neoliberal que nos quiere solas y desamparadas, donde cada una debe salvarse como pueda, son las vecinas las que se apoyan y sostienen entre sí para llegar donde el Estado no llega, mientras el sistema continúa su ataque.
La resistencia contra los desahucios y la lucha por una vivienda digna para todas coloca la vida en el centro y enfoca la atención en la reproducción social. Desafiando las normas del mercado y la especulación inmobiliaria, que antepone las ganancias económicas a las necesidades humanas y la conservación de la vida, creando vínculos con las luchas feministas contra la gentrificación y la destrucción de barrios populares, resistiendo la mercantilización del espacio público. La lucha por la vivienda debe representar ese sindicalismo feminista y combativo que responda al ataque neoliberal contra la reproducción de la vida, construyendo alianzas con trabajadoras domésticas, trabajadoras sexuales, disidentes sexuales y de género, mujeres migrantes y racializadas, y todas aquellas que soportan especialmente el peso de la crisis de reproducción social.
Nuevos retos del sindicalismo de vivienda
Para finalizar, pensamos que es importante desgranar cuáles serían los principales retos que deben enfrentar los Sindicatos de Inquilinas y el conjunto del movimiento, durante los próximos años, para ser capaces de dar una respuesta general al problema de la vivienda. En primer lugar, hay que desarrollar y afinar la herramienta de la huelga de alquileres para que sea realmente útil y permita conseguir nuevas victorias y bajadas de precios a gran escala, al mismo tiempo que somos capaces de aprovechar los momentos de irrupción política. Además, tenemos que conseguir ir más allá de los Sindicatos de Inquilinas que existen actualmente, apostando por el desarrollo de nuevas organizaciones de inquilinas a nivel territorial y estatal e ir un paso más allá para superar la fragmentación en inquilinas, hipotecadas y okupas, y crear un sindicalismo de vivienda que sea capaz de dar una respuesta integral.
En segundo lugar, hay que decir que la huelga de alquileres ya se está dando. Centenares de inquilinas de Nestar Homes organizadas con el Sindicato de Inquilinas de Madrid, ya han dejado de pagar parte de sus alquileres como forma de luchar contra los abusos del fondo buitre; de la misma forma, inquilinas de La Caixa están realizando una huelga total de alquileres como forma de recuperar el IBI cobrado fraudulentamente junto con el Sindicat de Llogateres de Catalunya. La organización de bloques en lucha ha posibilitado que actualmente haya huelgas activas tanto en Madrid como en Catalunya, aprovechando el componente colectivo de las mismas y ejerciendo un perjuicio directo a grandes fondos buitre. Supone un ataque directo al capital inmobiliario y además permite arrancar victorias, como la eliminación de cláusulas abusivas, que demuestren la efectividad de la lucha colectiva.
El Sindicato de Inquilinas de Madrid puso sobre la mesa la huelga de alquileres en el camino hacia la manifestación del 13 de octubre y la posibilidad tomó la agenda mediática ante el horror y la indignación de los rentistas y la curiosidad e ilusión de muchas inquilinas. La huelga es útil como elemento agitativo y como horizonte al que caminar; entendiendo que tiene que ser la consecuencia de un proceso de luchas ascendentes, que crearía las posibilidades para la misma (a partir de experiencias concretas de huelgas, ya sean parciales o totales, en bloques de propiedad vertical) de ir ganando conflictos y legitimidad mientras extendemos la organización y la consigna a cada barrio y mejoramos nuestra correlación de fuerzas. La huelga de alquileres no puede ser una proclamación simbólica; si se convoca, es para ganarla.
Pero aparte de desarrollar la huelga de alquileres, los Sindicatos de Inquilinas tienen que ser capaces de aprovechar el momento actual. Como ya hemos comentado, los Sindicatos han sabido construir organizaciones estables que permiten un desarrollo sostenido en el tiempo y esto es a través de planes estructurados, apuestas a largo plazo y una metodología clara. No obstante, en un momento de irrupción en la escena política y mediática de la cuestión de la vivienda, es clave tener la audacia para tomar la iniciativa, ya que la coyuntura política actual requiere de respuestas rápidas para aprovechar un momento de auge político y movilizar a las masas yendo más allá del trabajo que se realiza de forma diaria.
Por un lado, esto permite interpelar al Estado con consignas programáticas, como puede ser la expropiación de viviendas vacías, turísticas y temporales, a la vez que aumentar el nivel general de conciencia y apelar a la necesidad de estar organizado. La interpelación al Estado es esencial si entendemos el rentismo como uno de los elementos estructurales de la construcción del capitalismo en el Estado español, que aunque se pueda manifestar de diferentes formas –alquileres de temporada, turistificación, vivienda vacía…–, responde a una misma dinámica especulativa de subida generalizada de los precios.
El hecho de que el rentismo sea un problema generalizado conecta con la cuestión del poder político y la cuestión del Estado que, en última instancia, es quien detenta la capacidad política de intervenir y dirigir la sociedad en su conjunto. Por eso es importante que, más allá de la formación y desarrollo de Sindicatos de Inquilinas en todos los territorios, estos sean capaces de articularse y coordinarse entre ellos, formando una organización confederal, que mejore nuestra correlación de fuerzas a la hora de confrontar a todas y cada una de las instituciones estatales, y manteniendo una orientación totalizadora respecto a los gobiernos como máximos responsables de la situación respecto a la vivienda.
Pero el objetivo no tendría que ser solamente dar un salto organizativo a nivel territorial, debería ser dar el salto a un sindicalismo integral de la vivienda, que atienda todas las problemáticas –alquiler, okupación, infraviviendas, hipotecas– y que sea capaz de unir y dar respuestas efectivas al conjunto de la clase trabajadora que no tiene el control sobre su vivienda.
Actualmente, el alquiler es una de las formas que permite organizar el conflicto alrededor de la falta de control sobre la vivienda. Por un lado, afecta a un sector muy amplio numéricamente de la clase trabajadora y, por otro, es el que sufre más la problemática de la mercantilización de la vivienda. Además, la inestabilidad de los contratos, que permiten subidas abusivas o expulsiones de los hogares cada pocos años, hace que sea factible organizar una lucha contra el sistema rentista de forma dinámica y eficaz.
No obstante, debemos apelar al conjunto de la clase trabajadora que no tiene el control sobre su vivienda entendiendo que al final el problema central se halla en la mercantilización de ésta. Es fundamental desarrollar un programa que apele a todos estos sectores de forma universal para evitar, además, el enfrentamiento entre hipotecadas, inquilinas y okupas, cuyo interés común es garantizar que la vivienda sea un bien universal y no una mercancía. Se trata entonces, también, de un avance político, unificando, a través de un programa concreto, las demandas y necesidades de aquello que el mercado y el Estado busca dividir. Avanzar en la construcción de un bloque político de la clase trabajadora que, a través de la experiencia del conflicto por la vivienda, rompa con la estrategia de concertación social y conciba la política como una toma de conciencia de nuestras propias capacidades para construir una alternativa social, cultural y política al capitalismo.
En nuestra opinión, esta unidad sólo es posible a través de la lucha conjunta y de un camino compartido que ponga sobre la mesa la imperiosa necesidad, y la urgencia, de articular una alternativa política que, sobre la base compartida de la respuesta anticapitalista al conjunto del sistema de dominación y explotación capitalista, articule en el terreno de la vivienda una respuesta programática ecosocialista como trampolín para el enfrentamiento directo contra el conjunto de los partidos del régimen y del Estado, en sus propias instituciones. Muchas son ya las ocasiones en las que, ante la ausencia de una herramienta política propia desde la cual enfrentar sin concesiones a los partidos del rentismo y la especulación inmobiliaria, la delegación en quienes, como mucho, asumen una gestión crítica de la crisis capitalista, se nos presenta como la principal alternativa. Somos conscientes de que una de las consignas históricas del movimiento de vivienda, vivienda universal y de calidad, no tiene posibilidad de materializarse bajo la bota del capitalismo. Esto nos impone a todas la tarea de avanzar hacia ella combinando las conquistas cotidianas con la construcción de un bloque social y político que haga suya esta idea y esté dispuesto a pelear por ella en todos los ámbitos donde la lucha de clases se desarrolla.
Alex Francés y Blanca Martínez son activistas por el derecho a la vivienda en los sindicatos de inquilinas de Catalunya y Madrid y militantes de Anticapitalistas
Tomado de https://vientosur.info/
Más historias
Dólar, déficits y crisis
El ejército israelí hace frente a la mayor crisis de rechazo en décadas
Trump frente a Palestina: una visión colonial del mundo que perdura