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Jorge Pech Casanova
Exiliado de Hungría (de la cual era ciudadano porque nació en 1898 en la polaca Cracovia, parte entonces del imperio austrohúngaro), Rudolph Maté fue el camarógrafo de dos célebres películas de Carl Dreyer: en primer lugar, La Passion de Jeanne d’Arc, que en 1928 tornó inolvidable a la actriz Renée Jeanne Falconetti e incluyó algunas tomas de Antonin Artaud en el papel de un feroz clérigo inglés.
Después, en 1932, Maté rodó con Dreyer Vampyr, historia de vampiros que eludió plagiar a Bram Stoker apelando a un predecesor de este género de historias, el también irlandés Sheridan Le Fanu. En su momento, el Drácula de Todd Browning eclipsó a los demás vampiros del cine de aquellos años, pero en la actualidad Vampyrsupera en su arte a la película estadounidense. Factor sustancial para esa ventaja es la cinematografía de Maté.
Después de trabajar con Dreyer, Maté fotografió en Francia Liliom, de Fritz Lang, y El último millonario, de René Clair. Con esos antecedentes, los productores de Hollywood decidieron llevarse al camarógrafo polaco a sus estudios. Maté comenzó su trabajo americano en 1935 y a lo largo de nueve años intervino en 34 producciones para directores como William Wyler, Alfred Hitchcock, Alexander Korda, Zoltan Korda y Charles Vidor, sin contar su colaboración no acreditada para La Dama de Shangai, de Orson Welles.
Cuando Maté se vio forzado en 1947 a asumir la dirección de la comedia Tenías que ser tú(abandonada por su director a la mitad del rodaje), Harry Cohn, tiránico productor de Columbia Pictures, decidió convertir al húngaro en realizador, pese a que solía abrumarlo hasta quitarle el habla. Así, Cohn comisionó algunos filmes a Maté. En 1949 le ordenó rodar el guion escrito por Russell Rouse y Clarence Greene para una película de misterio: D. O. A. Dead On Arrival (Con las horas contadas).
En su día, el argumento de Rouse y Greene fue deturpado por un anónimo reseñista del New York Times como “obvio y enfático recital que enmaraña crimen, pasión, iridio robado, golpizas pandilleras y la indignación de un hombre inocente atrapado en una red de circunstancias que lo marcan para morir”. Este tipo de comentario agravió a más de un diestro ejemplo de cine porque sus directores —artistas excepcionales—, al manejar escaso presupuesto, se asumían operarios de un género de pacotilla.
Sin embargo, Maté realzó con su talento la música compuesta y dirigida por Dimitri Tiomkin, la cinematografía de Ernest Laszlo, así como la edición de Arthur H. Nadel, elaborando un thrilleral que Edmond O’Brien aportó una flexible caracterización para convertirlo en un fascinante ejemplo del cine negro que Hollywood prodigó entre 1941 y 1958.
Con el guion de Rouse y Greene, Maté puso en práctica giros inesperados al contar la intriga criminal. Acaso recordó las enseñanzas de Dreyer, Lang y Clair al comenzar su película con la memorable caminata agónica de su protagonista por los corredores de una comisaría, dando paso a escenas de melodrama romántico, transitando enseguida a la comedia (con todo y chocantes efectos de sonido), para luego estallar en un número jazzístico de club nocturno, en cuya enérgica vivacidad el fotógrafo y director insertó la presencia del escurridizo villano de la historia.
De esa escena luminosa la historia pasa a una atmósfera de pesadilla, típica del género noir:calles solitarias, nebulosas; solitarias caminatas nocturnas del detective, que en este caso es al mismo tiempo la víctima; sinuosos encuentros con mujeres atractivas, persecuciones entre multitudes en pleno día, tiroteos y un enfrentamiento final con el culpable, más el desenlace fatal, anunciado desde el principio.
En el año 2000, cuando la película cumplió medio siglo de haberse presentado, A. K. Rode escribió: “La iluminación, las locaciones y la atmósfera de envolvente oscuridad fueron capturadas de manera experta por Maté y su director de fotografía Ernest Laszlo”. Esas y otras virtudes le merecieron al film ser seleccionado en 2004 para preservarlo en el Registro Fílmico Nacional y la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos por su significación “cultural, histórica o estética”.
Al año siguiente de su estreno, el argumento de Russell Rouse y Clarence Greene inspiró el episodio “La siniestra jugarreta de la sirena” de la serie radiofónica Las aventuras de Sam Spade. Ese mismo año, 1951, Edmond O’Brien dio voz al protagonista de D. O. A. en una adaptación radiofónica.
El productor de la película de Maté olvidó renovar a tiempo sus derechos sobre la obra. Eso permitió que años después otros cineastas se aprovechasen del argumento de Rouse y Greene. En 1959 el australiano Eddie Davis copió la película de Maté para ponerle por título Color me Dead. Sin embargo, le dio crédito a los dos guionistas por la historia.
En 1988 Annabel Jankel y Rocky Morton retomaron el argumento de Rouse y Greene para su remake D. O. A., si bien no lograron alcanzar el nivel de Maté y su equipo en la nueva producción.
Mark Neveldine, en cambio, se apropió del mismo argumento en 2006 sin darles crédito a sus autores para su película de explosiones de autos Crank. Otro director que sacó provecho de la historia de Rouse y Greene sin darles crédito fue Stephen C. Sepher, quien se atribuyó la autoría del argumento, además de la dirección, de otra D. O. A. en 2017, inferior inclusive a la de 1988. Y al año siguiente, Kurt Saint Thomas se apropió del argumento de D. O. A. para su remake, en el cual reconoció a Maté, Rouse y Greene por la versión original.
Así, una película policiaca que los críticos consideran adelantada a su época, ha dado para cinco versiones más en diferentes décadas, ninguna de las cuales consigue emular al original (y aún hay que añadir a la cuenta un musical que se presenta en teatros). Logro notable para tres autores que hubieron de recibir menosprecio inicial por su magnífica colaboración, aunque no tardaron en remontar las críticas adversas.
Maté continuó dirigiendo y logró otras películas memorables como Cuando los mundos chocan,de 1951, y Los trescientos espartanos, de 1962. Todavía logró dirigir una producción italiana y otra griega antes de fallecer de un paro cardiaco en 1964.
Russell Rouse se convirtió en director en 1951 con El pozo, coescrita con Clarence Greene. Ambos continuaron colaborando en diferentes películas hasta recibir el Oscar en 1959 por la comedia Pillow Talk. Curiosamente, la colaboración de Rouse y Greene concluyó por el fracaso de su producción titulada precisamente El Oscar, en 1966. Sin embargo, ambos continuaron escribiendo y produciendo para el cine y la televisión.
Rouse falleció en 1988 (cuando Jankel y Morton lanzaron el segundo remake de D. O. A.) y Greene en 1995. Su desconcertante trama para la película de 1949 acaso volverá a ser filmada una sexta vez. Puede que otro realizador por fin se acerque a la destreza con que Maté dirigió la primera versión del argumento de Rouse y Greene.
Tomado de https://morfemacero.com/
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