Con él a mi lado

Con él a mi lado

“Terapéuticas así no funcionan de otra manera: el guía deberá viajar antes por el territorio de la transformación. Así entonces el singular filósofo budiatra muestra el camino que él mismo recorrió. Arrieros somos y en Schopenhauer andamos. Cómo no”....Tomado de https://morfemacero.com/

Ta Megala

Fernando Solana Olivares

Cruzo por la calle y me acompaña. Por fin nos conocemos. Llevo años de leerlo intermitentemente y hasta ahora creo estar entendiéndolo. Hace un rato lo encontré en una librería, a la cual entré como suelo ser atraído por dichos sitios: en automático. Estaba sobre una mesa de novedades y su rostro hirsuto y desmelenado dominaba la portada del volumen; desde ella sus ojos penetrantes e irónicos me miraron y su expresión me fascinó.

          Crucé por el día y siguió conmigo. Me pasaron cosas, asistí a una presentación, el auditorio fue nutrido, generoso, y sentí una extraña y poderosa energía colectiva cuando dije términos como Edad Oscura. Más adelante, mientras el día iba por la media noche y él permanecía a mi lado, o muy cerca, mi mujer, utilizando a Jung, me lo explicó: cuando ya la idea está en muchas mentes, basta que alguien la diga para que sea como si la hubieran dicho todos.

          Después hubo una fiesta crepuscular y muy alegre. Se cumplieron los ritos profanos del baile —una mediación tardomoderna de la mediación con lo sagrado— y la embriaguez fue ligera como mariposa en medio de los otros seres queridos que no son si uno no existe, de aquellos que le dan a uno existencia plena, como escribiría brillantemente don Paz.  

          Tratamientos contra la misantropía propia: a cada capillita le llega su fiestecita. Pero no a él, el gran misántropo que comía a diario en un restaurante donde pagaba dos cubiertos para que nadie se sentara a su lado. Y ahí estaba puesto en carne y hueso Schopenhauer, el filósofo occidental más importante —primero dicho por él y luego repetido por muchos—, a continuación de Platón y Kant. 

       Me pareció no tanto una coincidencia (el mismo pensador hosco y solitario dice que toda casualidad es una cita), sino una confirmación, pues semanas atrás había dado un libro sobre ese autor a mis alumnos, porque si uno quiere hablar de cultura moderna y Nietzsche, Freud, beatniks, Nabokov, Akutagawa y un largo etcétera, primero ha de conocer al pensador del cual tantos tomaron ideas originales.

          Y lo que me encuentro es una novela de Irvin D. Yalom, Un año con Schopenhauer, que leo con avidez y cuya aparición entiendo como me lo explicó mi mujer: las ideas flotan y se concretan, por eso esta narración —encontramos lo que buscamos— llegó a mí. La historia es engañosamente simple: un analista recientemente desahuciado por un melanoma, Julius, decide buscar a un antiguo paciente al cual años atrás no curó de su adicción al sexo, Philip, y lo invita a su grupo de terapia. Ahora vuelto filósofo, Philip se ha curado gracias a la lectura de Schopenhauer, e introduce su terapéutica inusual en las sesiones.

          Se habla de sexo, desde luego, pues el filósofo despreciativo y mordaz, quien ponía todos los días al comer una moneda de oro en el asiento de enfrente con la promesa de dársela a un comensal inteligente, y todos los días la guardaba en su bolsillo al retirarse del establecimiento al que por años asistió, fue el primer moderno en definir al sexo desde una perspectiva filosófica como la fuerza existencial determinante. O una de ellas, pues también propuso la restricción del deseo como único medio de liberación.

       Y se habla de vida y circunstancias y experiencias y dichas y desdichas y pérdidas y olvidos y aprendizajes en altos registros de vigencia emocional. Philip se cura a sí mismo mediante la amarga y restrictiva forma de vida de un filósofo, su predecesor, al cual se parece tanto como si fuera una versión contemporánea de él. 

       “Deseamos, siempre deseamos —escribe Yalom parafraseando a Schopenhauer—. Por cada deseo satisfecho que asoma a nuestra conciencia, hay cuando menos otros diez que no lo son y que quedan envueltos en velos inconscientes. La volición nos impulsa sin tregua pues cada deseo colmado cede al instante su puesto a otro, y otro, y otro, y así durante toda la vida”.   

          La solución a tal hastío, dice el filósofo irreductible, sólo puede provenir del interior del sujeto. Ribott afirmó que Schopenhauer resultaba un budista extraviado en Occidente, y ciertamente las cuatro nobles verdades budistas están vigentes en su reflexión sobre el mundo y la realidad humana: El sufrimiento (o angustia); su origen; su cesación; el camino que conduce a su cesación. O en otros términos: la causa de la enfermedad, el diagnóstico, la instrumentación curativa, el debido tratamiento.  

          A punto de terminar sus páginas dejé de leerla. No quiero llegar todavía al final de la novela de Yalom. A pesar de las taras traduccionales (¿por qué los españoles traducen tan espantoso?), la historia es magnética. Todo se cuenta, inclusive la saga biográfica del insobornable pensador, desde la hoguera primordial del círculo terapéutico, ese círculo hermenéutico hecho para narrar.

          Él sigue a mi lado. Observo su rostro de frente despejada y me parece hermoso. Tengo la impresión de que entre nosotros ya se rompió el hielo de la intermediación. Y es entonces lo que sigue, la cura Schopenhauer, comprobada como enérgico remedio por su inventor. Terapéuticas así no funcionan de otra manera: el guía deberá viajar antes por el territorio de la transformación. Así entonces el singular filósofo budiatra muestra el camino que él mismo recorrió. Arrieros somos y en Schopenhauer andamos. Cómo no.

          Entonces nada sucede por accidente y todo encuentro casual es una cita. Los escalones para eso están. 

Tomado de https://morfemacero.com/