Nazmi Mwafi, de 23 años, tiene una sola misión diaria: conseguir agua para su familia.
Mwafi explicó que decenas de miembros de su familia se refugiaron en un apartamento de dos habitaciones en Rafa, una ciudad del sur de Gaza que está cerca de la frontera del territorio con Egipto. Su abuela, que es la mayor, tiene 68 años; el más joven, un primo, tiene 6 meses.
Para mantenerlos vivos, Mwafi dice que se levanta a las cuatro de la mañana y espera horas para conseguir agua en una abarrotada estación de servicio. Algunas veces tiene que pelear para conservar su lugar en la fila; en otras ocasiones ya no queda nada cuando le toca su turno.
Cuando tiene suerte, empuja un pesado carrito hasta su casa por la arena y la familia raciona el botín para que cada uno tenga cerca de un vaso de agua al día.
Según las agencias de Naciones Unidas que operan en Gaza, ya casi no hay gasolina ni otros combustibles, por lo que algunas personas han construido hornos improvisados de barro o metal para poder cocinar. En general, tampoco hay leña ni carbón, así que las familias han comenzado a quemar puertas, persianas y marcos de ventanas, así como cartón y maleza. Algunas personas ni siquiera cocinan y solo comen berenjenas y cebolla crudas.
“Regresamos a la Edad de Piedra”, dijo Mwafi.
En respuesta al devastador ataque que Hamás, el grupo que controla la Franja de Gaza, perpetró contra Israel el 7 de octubre, las autoridades israelíes impusieron un “sitio total” durante el cual suspendió casi en su totalidad el suministro de agua, alimentos, electricidad y combustible para los más de dos millones de palestinos que viven en Gaza. También lanzó miles de ataques aéreos contra el enclave y envió fuerzas terrestres para intentar eliminar a Hamás.
Un breve cese al fuego, el primero desde que estalló la guerra hace siete semanas, comenzó el viernes y, gracias a un acuerdo sobre rehenes entre Israel y Hamás, decenas de camiones con agua y otra ayuda humanitaria vital cruzaron hacia Gaza.
De cualquier forma, fue mucho menos de lo que normalmente ingresaba al territorio antes de la guerra, y no hay ninguna señal de que el flujo más libre de ayuda vaya a durar más de los días acordados de tregua.
Antes del cese al fuego, había llegado poca ayuda humanitaria, muchísimo menos de lo que necesitan los palestinos. Así que, desde el norte hasta el sur, en tiendas de campaña, apartamentos, escuelas y hospitales, los residentes, amontonados en espacios cada vez más reducidos, han batallado a diario para cubrir incluso sus necesidades más básicas.
Sobrevivir se ha convertido en una peligrosa tarea de tiempo completo.
El día empieza mucho antes del amanecer. Las tareas parecen sencillas: conseguir agua, hornear pan, comprar pañales… y seguir vivos.
Sin embargo, las personas no las logran todo el tiempo.
El agua mineral que se transporta al territorio en convoyes de camiones de ayuda solo alcanza para el 4 por ciento de la población, según el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas. Todavía se está distribuyendo en el sur algo de agua desalinizada, pero el norte ya no tiene fuentes de agua potable, según Naciones Unidas. Quienes no tienen acceso al reducido suministro de agua mineral y desalinizada dependen de pozos de agua salobre que, de acuerdo con la organización, no es segura para el consumo humano.
También se está agotando la harina, y la mayoría de los molinos de trigo han sido bombardeados, según Naciones Unidas. Las agencias humanitarias han logrado entregar pan, atún enlatado y barras de dátil a aproximadamente una cuarta parte de la población desde el 7 de octubre, pero la distribución se complica por los combates y el sitio, indicó el Programa Mundial de Alimentos. Algunos agricultores han comenzado a matar a sus animales, poniendo en riesgo su medio de subsistencia a futuro para poder sobrellevar la emergencia actual.
El Programa Mundial de Alimentos ha advertido que solo el 10 por ciento de los alimentos que se necesitan han ingresado al territorio desde que estalló la guerra, lo que ha creado “una brecha alimentaria masiva y una hambruna generalizada”.
“La harina de trigo, los productos lácteos, el queso, los huevos y el agua mineral han desaparecido por completo” de los mercados, indicó este mes Alia Zaki, vocera del Programa Mundial de Alimentos.
El colapso virtual del sistema de alcantarillado y el desplazamiento de unos 1,7 millones de gazatíes, quienes han llegado en enormes cantidades a los campamentos o viven en condiciones de hacinamiento en casas de parientes, también ha provocado una crisis de higiene y enfermedades que, según advierte la Organización Mundial de la Salud, podría agravarse.
Diarrea, escabiosis y piojos se propagan por la población y afectan de manera especial a los niños pequeños.
Las tiendas están vacías, los bancos están cerrados y no hay electricidad
Mwafi contó que un mes antes de la guerra se había graduado de la universidad, donde cursó estudios de ingeniería en computación. Soñaba con vivir en Canadá y ser videógrafo, y acababa de incursionar en la creación de contenido. Antes del 7 de octubre, sus redes sociales mostraban a un joven con una reluciente sonrisa durante su ceremonia de graduación, rodeado de amigos y familiares.
Sus publicaciones eran indudablemente optimistas, llenas de citas del Corán y afirmaciones de la cultura pop que hablaban de vida positiva, amor, amistad y esperanza. Ahora solo se refieren a la supervivencia.
“En este momento, nuestra estrategia es cómo sobrevivir el mayor tiempo posible”, señaló.
“Si antes tenía ambiciones y esperanzas de un buen futuro y cumplir los sueños que tenía cuando era niño”, afirmó, “ahora mi máxima ambición es poder comer, beber agua y dormir”.
Antes de que comenzara la guerra, Gaza ya tenía 16 años de bloqueo por parte de Israel y Egipto, por lo que la situación humanitaria se deterioró rápidamente: el asedio comenzó a inicios de octubre y las reservas se agotaron apenas unos días después.
“Incluso antes del 7 de octubre, el 70 por ciento de la población de Gaza dependía de ayuda humanitaria de una forma u otra”, dijo Zaki, la vocera del Programa Mundial de Alimentos. “La franja ya tenía algunas de las tasas de pobreza y desempleo más altas del mundo”.
La gran mayoría de las tiendas están cerradas o vacías, y la gente por lo regular usa canales informales para comprar y vender mercancía, según las Naciones Unidas. Sin electricidad y con la mayoría de los bancos cerrados, los pocos que tienen dinero no pueden acceder a él. Aunque pudieran, no hay mucho que puedan comprar.
Una creciente crisis de higiene
En mayo, Lujayn al Borno, de 35 años, su marido y sus cuatro hijos —de entre un año y medio y 14 años— huyeron de Sudán, tras un mes de guerra civil, hacia su Gaza natal. Sabían que regresar a su tierra sería difícil después de 13 años de prosperidad y relativa estabilidad en Sudán. Pero tenían dinero y familiares en Gaza, por lo que asumieron que estarían en mejor situación que la mayoría.
Rápidamente se instalaron en un apartamento en el exclusivo vecindario de Rimal, en la ciudad de Gaza, en el norte.
Luego, el 7 de octubre, horas después del ataque liderado por Hamás contra Israel, Al Borno contó que la familia recibió una llamada del ejército israelí para que evacuaran su edificio porque iba a ser uno de los objetivos de uno de los primeros ataques aéreos de la guerra. Huyeron a la ciudad sureña de Jan Yunis y se refugiaron con su familia en un pequeño apartamento que todavía estaba en construcción.
Al Borno va a una tienda cercana todos los días, pero por lo general está vacía.
“Voy a pie a buscar comida para mis hijos y no encuentro nada”, dijo. “Lloro todo el camino de regreso a casa”.
Pero su perseverancia, así como el dinero que todavía tiene, a veces dan sus frutos. Recientemente, dijo que logró conseguir dos paquetes de pañales para Jameel, su hijo más pequeño, pero solo tras hacer un largo viaje a otra parte de Gaza.
Al Borno también le compró mantas a una familia desplazada que las había recibido gratis como ayuda humanitaria, dijo. Estaban tan desesperados por comer que estuvieron dispuestos a pasar frío.
Aya Ibrahim, de 43 años, está refugiada con sus hijos en una escuela operada por las Naciones Unidas en el campamento Nuseirat, en Gaza central.
“Los baños son muy malos. Todos están tapados porque no hay nada de agua”, comentó Ibrahim. Los hombres y los niños, incluidos sus dos hijos adolescentes, duermen cerca de los baños, mientras que las mujeres lo hacen en un salón del piso de arriba.
“El olor nos está matando”, dijo. Algunas mujeres prefieren defecar en bolsas de plástico puestas en cubetas detrás de una cortina improvisada en el salón en el que duermen.
Ibrahim contó que Naciones Unidas distribuyó un paquete de toallas sanitarias entre las 30 mujeres que comparten el salón con ella.
Amal, otra mujer que está en el mismo albergue, dijo que estaba tan desesperada por la escasez de toallas sanitarias que empezó a tomar píldoras anticonceptivas para detener de plano su periodo.
‘Todos los niños están enfermos aquí’
Cuando sus hermanos huyeron del norte de Gaza, Ahmed Khaled relató que se había quedado para mantener viva a su mamá, que no puede caminar. El ejército de Israel le había advertido a los gazatíes que se fueran al sur, pero comentó que su mamá estaba demasiado débil para moverse.
“No puedo dejarla sola”, indicó por teléfono a principios de este mes. “Además, no hay ningún lugar seguro”.
Así que, cuando cayeron cerca proyectiles y bombas israelíes, llevó a su mamá, su esposa y sus tres hijas a un complejo escolar operado por las Naciones Unidas en la ciudad de Beit Lahiya, donde hay miles de personas desplazadas.
Khaled, de 39 años, comentó que estaba tratando de hacer las paces con su decisión mientras se intensificaba la guerra a su alrededor y la vida se volvía cada vez más insostenible.
La familia sobrevivía comiendo arroz y bebiendo agua sucia, según relató, y la única tienda que todavía estaba abierta tenía casi todos los anaqueles vacíos. De cualquier manera, afirmó Khaled, tenía que salir para intentar encontrar comida.
“Camino o voy en bicicleta a la tienda, pero no sé si podré regresar”, comentó.
“Todos los niños están enfermos aquí”, añadió. “Diarrea y dolor de estómago. Está muy sucio”.
Khaled mencionó el hambre y las enfermedades casi como algo secundario, considerando la feroz guerra que se libra a su alrededor en el norte de Gaza.
“Los bombardeos nos rodean todo el tiempo”, dijo.
Al día siguiente de la entrevista, el 18 de noviembre, la escuela donde estaba Khaled fue bombardeada, al igual que otra escuela operada por Naciones Unidas en el norte de Gaza. El secretario general de Naciones Unidas indicó que estaba “muy sorprendido” por la noticia de que dos escuelas donde habían buscado refugio varias familias hubieran sufrido ataques en menos de 24 horas, y añadió que decenas de personas habían sido asesinadas o sufrieron lesiones.
El ejército israelí señaló que estaba revisando el incidente.
Los reporteros de The New York Times no han podido localizar a Khaled desde entonces.
Producción de video por Tina Kelso y Abeer Pamuk.
Matina Stevis-Gridneff es la directora del buró de Bruselas y lidera la cobertura de la Unión Europea. Se unió a el Times en 2019. Más de Matina Stevis-Gridneff
Hiba Yazbek reporta para el Times desde Jerusalén. Cubre Israel y la ocupada Cisjordania. Más de Hiba Yazbek
Samar Abu Elouf es una fotógrafa independiente radicada en la ciudad de Gaza. Ha estado trabajando para el Times desde el conflicto entre Israel y Gaza en 2021. Más de Samar Abu Elouf
Yousef Masoud es un fotógrafo independiente radicado en Jan Yunis, en la Franja de Gaza. Más de Yousef Masoud
#Sonora #Expresion-Sonora.com Tomado de http://nytimes.com/es/feed
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