Parque México
Fernando Solana Olivares
La muerte de la verdad. Entre todo lo sólido que se ha evaporado en la modernidad capitalista se encuentra la verdad, aquel fundamento epistemológico y moral de la conciencia humana que ha permitido el conocimiento de lo real y ha sostenido la facultad de la razón. Ahora ocurre la sustitución del existente humano a través del lenguaje como lo concibieron los dioses de la antigüedad y la filosofía clásica por una nueva entidad posthumana compuesta de enunciados vacíos, construcciones gramaticales espurias, sujetos gramaticales inciertos y tantas mentiras. ¿Qué es la verdad? La verdad es una correspondencia o relación, es una revelación, es la conformidad con una regla, es la coherencia y también la utilidad. Su formulación explícita está en el Cratilo de Platón: “Verdadero es el discurso que dice las cosas como son, falso el que las dice como no son”. Aristóteles lo complementa: “Negar lo que es y afirmar lo que no es, es lo falso, en tanto que afirmar lo que es y negar lo que no es, es lo verdadero”.
La Reina de Corazones. La medida y la confirmación de la verdad no son el pensamiento o el discurso, la opinión o la mención: la cosa o el fenómeno no es de tal manera porque se diga que es de tal manera. La verdad es la correspondencia del conocimiento con la cosa. El enunciado es válido sólo cuando designa un estado de circunstancias existentes. Este criterio de demostración (que siempre se hace a posteriori y nunca a priori) hoy está abrogado. “Ya te lo dije tres veces, entonces es verdad”, promulgó la Reina de Corazones de Alicia, anticipándose siglo y medio a una tendencia actualmente generalizada: decir y que lo ha dicho se asuma como si fuera lo real. La palabra del año del Diccionario Oxford en 2016, ya con Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos, fue “Posverdad”, definida como una actitud de resistencia racional y emocional ante hechos confirmables y pruebas objetivas. Al año siguiente, en 2017, el término elegido por su recurrencia fue “Fake news”, noticias falsas, una consagración masiva de la mentira y la proliferación pública de la no verdad. En 2024, la derivación lingüística de la repulsa de la veracidad ha recaído en la palabra “Caquistocracia”, antónimo de aristocracia o gobierno de los mejores. La caquistocracia, el gobierno de los peores, consagra la supresión de la verdad, virtud que junto con la justicia y la belleza representó durante milenios los valores fundamentales de la humanidad.
El mentor de Trump. La periodista Michelle Dean y el sociólogo Richard Sennett han documentado el estrecho vínculo del abogado y manipulador Roy Cohn, consejero jefe del senador Joseph McCarthy durante la persecución anticomunista entre 1950 y 1956 y experto en técnicas de humillación pública, despido de gente y vigilancia de la vida privada, con Donald Trump. Cohn —explica Sennett— le sugirió a McCarthy “que agitara listas de cientos de infiltrados extranjeros y espías ante una prensa crédula, que resultaron ser hojas en blanco”. De esa influencia derivan las obvias similitudes entre Trump y McCarthy: los dos llegaron al poder como demagogos alimentándose del miedo de la sociedad a los “enemigos internos”. Los comunistas, según McCarthy, o los migrantes, según Trump. Pero a diferencia del senador McCarthy y su asesor Cohn, que consideraban la cacería de comunistas como una cuestión de pérdidas y ganancias en las que se buscaba un beneficio y se abandonaba si los perseguidos ofrecían resistencia, este no es el caso de Trump. “El presidente electo nunca olvida a un enemigo y anda obsesionado con buscar venganza”. A diferencia del Trump empresario que actúa de modo “transaccional” a partir de lo que le resulta útil o no, para el Trump político el pasado, y con él la venganza, siempre están presentes.
Del magisterio negativo. Racismo, sexismo, homofobia, nativismo, negacionismo climático. Este “guiso de miedos y agravios”, como los llama Sennett, son característicos de la ideología de Trump y sus seguidores, quien no teme sino que busca la publicidad negativa, una de las tempranas enseñanzas de Cohn junto con la búsqueda descarada y descarnada del poder, el empleo de las amenazas, la compulsión por convertirse en el centro de atención de los medios y el invento de “hechos” al impulso del momento. Cohn aconsejó a Trump cómo sobornar e intimidar a políticos y adversarios desde sus tempranos negocios inmobiliarios. Cohn, lo mismo que su aventajado alumno, “trataba de apaciguar sus demonios interiores agrediendo a los demás”. La desfachatez era su rasgo definitorio, como lo será de Donald Trump. En la era de la telerrealidad, observa Michelle Dean, las payasadas ya no resultan chocantes. Trump aprendió que las burlas de la publicidad negativa son la mejor publicidad. Y también la mentira. La mentira sistemática y escandalosa dicha sin ningún rubor.
Bienvenidos a la distopía. Entrevistada por la publicación de su nuevo libro Doppelgänger, un viaje al mundo del espejo — investigación que según la crítica permite comprender la dinámica política de Estados Unidos, sus cimientos, sus entresijos y su funcionamiento subterráneo—, la ensayista y activista Naomi Klein retrata dos mundos escindidos y especulares comunicados apenas entre sí, en lo que describe como el nacimiento de “una nueva y peligrosa formación política, con sus alianzas, su visión del mundo, sus eslóganes, sus enemigos, sus palabras en clave, sus zonas prohibidas y, sobre todo, su plan de campaña para hacerse con el poder”. Sorprendida e incrédula por la “terriblemente imprudente” apuesta política del Partido Demócrata, cuya candidata, obligada por sus donantes, propuso una política centrista prácticamente de derecha que abandonó a su base electoral, jóvenes y minorías étnicas entre otros votantes, la participación y el papel de Elon Musk en el gobierno de Trump es para Klein aún más difícil de comprender: una situación en la que “el hombre más rico del mundo va a diezmar las escasas redes de seguridad de los más pobres, destruir la vida de las personas y atacar la educación especial para discapacitados”. Cuánto tiempo, se pregunta, la sociedad norteamericana tendrá que vivir con las “aguas envenenadas” de las desregulaciones que Trump y sus cómplices van a emprender, cuáles serán las consecuencias a largo plazo de políticas sanitarias como las de Robert Kennedy Jr. Ante ello se declara triste y aterrorizada: “Ni siquiera la película más distópica del mundo podría haber imaginado un escenario así”.
Ignorando al adversario. Naomi Klein observa que la política se parece a un mundo de espejos, con una sociedad dividida en dos partes donde cada cual se define en relación con la otra: “cualesquiera que sean las palabras o las ideas de una, la otra dirá y pensará exactamente lo contrario”. También la alarma la manera en que la izquierda quedó completamente marginada de estas elecciones: “Representamos la opinión de la mayoría de la gente en muchas cuestiones y, sin embargo, no tenemos voz”. Y más allá de las desuniones crónicas de la izquierda, que cuando tiene diferencias entre sí las reitera obsesivamente y hace todo lo posible por dividirse, Klein acusa al Partido Demócrata de haber sucumbido a un espejismo: compensar la pérdida de votantes de izquierda por la búsqueda de “votantes fantasmas” de la derecha. De ahí que Kamala Harris no propusiera sanidad universal, salarios más altos, políticas redistributivas, guarderías accesibles, el alto al fuego en Oriente Próximo o la suspensión del envío de armas a Israel, entre otros asuntos de interés colectivo que los demócratas, controlados por sus donantes, republicanos centristas todos ellos, silenciaron.
La genealogía del mal. A partir de reducciones y etiquetas es que la realidad y las causas que originan los fenómenos dejan de entenderse. Naomi Klein escucha con atención lo que se dice en los centros estratégicos de esta “conquista del país” representada por la elección de Trump. El título del podcast de Steve Bannon, uno de los ideólogos principales del movimiento, es Sala de Guerra. Desde ahí se prevé la resistencia que enfrentarán las medidas de desmantelamiento estatal y cambio político y se diseñan las contraestrategias. Para la analista, las deportaciones de indocumentados son un programa económico que Trump ha convertido en el eje de su política de empleo. Bannon y sus partidarios promueven la deportación manu militari de todos los indocumentados, no solamente de aquellos que tengan antecedentes penales. Muchos votantes de Trump asumen la expulsión de los migrantes como una forma de redistribución. Klein cuestiona el desdén y la burla de los demócratas en la campaña al anuncio de esas medidas, y recuerda que durante el Tercer Reich la confiscación de las propiedades judías se anunció como una forma de redistribución de la riqueza a favor de la clase obrera alemana. “Esta dimensión económica de la obsesión de Trump por las deportaciones se ha pasado completamente por alto y pensamos que podíamos enfrentarnos a un oponente político simplemente burlándonos de sus propuestas”, escribe. Un error fundamental.
El gobierno del Sombrero Loco. La obsesión urbi et orbi por fijar aranceles a todos —socios, aliados o adversarios—; un expansionismo arbitrario y prepotente ignora cualquier regla diplomática, geopolítica y económica internacional: Groenlandia, el Canal de Panamá, Gaza (una espeluznante transacción de bienes raíces), Canadá, el Golfo “de América”, la intervención militar en México; una prédica de auto grandeza y excepcionalismo divinos a la par de un racismo supremacista que no teme decir su nombre; un narcisismo sociopático donde un yo encarna a un país y representa el advenimiento de una época histórica; el abandono de la OMS y los ataques a la ONU y al Banco Mundial; la desaparición tajante de la USAID o de la NOAA, que brinda servicios federales clave sobre el monitoreo del clima; el cierre de los portales de información federal o la interrupción sin aviso de diversos servicios sociales; los conflictos económicos unilateralmente anunciados con Arabia Saudita, Dinamarca, Colombia, México, Canadá, China, el Reino Unido y la UE; la incesante emisión de decretos y declaraciones que intencionalmente dificultan tanto a la oposición como a la comunidad internacional seguir el ritmo y reaccionar, todo ello y más que seguirá ocurriendo es parte de una estrategia intencional para alterar el orden global, en la cual también deben incluirse los impulsos y ocurrencias presidenciales. Su nombre técnico se conoce como Inundar la zona. Coloquialmente, Trump la aplica a sus críticos con el acrónimo FAFO, cuyo significado es la advertencia para quien se atreva a enfrentar a su administración: Fuck Around and Find Out (“Si juegas con fuego, acabarás quemado”). Esa política se inspira en lo que declaró la directora de la nueva Oficina de la Fe de la Casa Blanca: “Decirle no al presidente Trump, sería como decirle no a Dios”.
El final del imperio. Citado por el corresponsal David Brooks —“De repente, reportar sobre el mundo político de Estados Unidos es reportar desde un manicomio [donde los locos] están seguros que son los enviados divinos para salvar a este país”—, el periodista Chris Hedges escribe que “los multimillonarios, fascista-cristianos, estafadores, sicofantas, imbéciles, narcisistas y degenerados que han tomado el control del Congreso, la Casa Blanca y los tribunales, están canibalizando la maquinaria del Estado. Estas heridas autoinfligidas, características de todo imperio en su última etapa, mutilarán y destruirán los tentáculos del poder. Y entonces, como castillo de naipes el imperio colapsará”. Hay quienes como Paul Krugman hablan de “autogolpe”, cuando “un líder legítimamente electo usa el puesto para tomar control total, eliminando las restricciones legales y constitucionales sobre su poder”. No otra cosa han hecho los dictadores.
Retrato en blanco y negro. El retrato de Robert De Niro es descarnado: “He pasado mucho tiempo estudiando a los hombres malos. He examinado sus características, sus gestos, la absoluta banalidad de su crueldad. Sin embargo, hay algo diferente en Donald Trump. Cuando lo miro, no veo a un hombre malo. Veo a un malvado. […] Incluso los criminales suelen tener un sentido del bien y el mal […], un código moral. Donald Trump no lo tiene. Es un tipo duro en potencia sin moral ni ética. Sin sentido del bien y del mal. No tiene ningún respeto por nadie más que por sí mismo, ni por las personas a las que se supone debe dirigir y proteger, ni por las personas con las que hace negocios, ni por las personas que lo siguen, ciega y lealmente, ni siquiera por las personas que se consideran sus ‘amigos’. Siente desprecio por todos ellos”.
Calígula, el insomne emperador romano de ojos hundidos que hablaba con la luna, declaró la guerra al mar y amenazó al senado romano con nombrar cónsul a su caballo Incitatus. Hoy un hombre de piel anaranjada, tiránico, infantil e imprevisible, gobierna en la Casa Blanca. Acaso, igual que Calígula, también deba diagnosticarse como bipolar.
Tomado de https://morfemacero.com/
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