Trump y los aranceles: esta vez no es la economía, estúpido

Trump y los aranceles: esta vez no es la economía, estúpido

Tomado de https://letraslibres.com/
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La economía del mundo se hunde. Mientras unos corren para evitar pérdidas, hay otra carrera para tratar de explicar hacia dónde apunta Trump con su guerra arancelaria. Los que apoyan la decisión de subir los aranceles se basan en un supuesto “abuso” contra E.U. Lo primero que tenemos que saber es si esa idea inicial se sustenta en la realidad.

Estados Unidos tiene un déficit externo en el intercambio de bienes de 910,400 millones de dólares (mdd). Su déficit con la Unión Europea es de 224,000 mdd en el intercambio de bienes, pero a su vez tiene un superávit en el intercambio de servicios de 109,000 mdd. Imponer 20% de aranceles a la UE es desprorcionado y la idea de abuso se diluye al observar que el saldo de E.U. en el rubro servicios es superavitario: vende por 1 billón de dólares a todo el mundo con un saldo a favor, en 2024, de 342,300 mdd. Cada vez que se paga la licencia de Windows, la tarifa de Netflix o la comisión de Amazon, se está pagando esa exportación. Sobre ese déficit hay muchos enfoques posibles y no parece ser el criterio más razonable para explicar a quiénes se les impuso aranceles.

El monto de aranceles aplicados a cada nación o territorio no obedece a la existencia de un déficit contra Estados Unidos, ni a aranceles a sus productos aplicados de manera desigual, ni a la protección de la industria ni a una fórmula loca: se trata de una medida política. Israel había bajado sus aranceles a los productos estadounidenses a cero antes de los anuncios, y aun así recibió un 17%. Se trata del aliado más privilegiado de E.U.

Tampoco tiene que ver con el déficit. Perú le vendió bienes a E.U. por 8,800 mdd y le compró por 11,000 mdd: recibió un 10% de castigo por superavitario. Chile tuvo un déficit de 1,500 mdd en 2024: 10%, de todos modos. Casos similares son los de Brasil y Argentina. En realidad, si se tratase de corregir desequilibrios y “abusos” contra la economía norteamericana, Latinoamérica, con la excepción de México, debería ser una zona libre de aranceles, porque en 2024 E.U. tuvo un superávit de 47,300 mdd con la región. Se le impuso un 10% general.

De modo que los aranceles deberían, por fuerza, obedecer a otro razonamiento. Eso se puede verificar tanto por el impuesto aplicado como por el listado de países que no fueron afectados. Rusia no tuvo aranceles aunque E.U. tiene un déficit con su economía: Putin le vendió por 3,000 mdd y le compró por 500 millones, lo que debería haber originado un arancel de al menos 40%. Pero no sucedió. La respuesta de los funcionarios fue que se estaba negociando con Rusia, lo cual no es cierto porque esto debería haber generado un arancel del 0% con Ucrania, que es la otra parte en negociación. También se dijo que era porque Rusia ya tenía sanciones, pero tampoco es cierto. Venezuela está tan sancionada como Rusia, pero recibió un arancel de 15% y un adicional al 25% sobre sus ventas de petróleo. Una tercera explicación es que el comercio con Rusia era muy bajo, pero seguramente es mas alto que el 10% aplicado a los pingüinos de la Isla McDonald. (Vale aclarar que la razón esgrimida para el arancel a los pingüinos es igual de tonta: no quieren que se triangulen importaciones desde esa isla. Estamos en la era de la informática y la IA, no es complicado saber que un cargamento de carne o iPhones desde allí sería fraudulento.)

En la falta de sentido es donde comienza a tener sentido todo. Vamos a probar con una hipótesis simplificadora: la cuestión arancelaria es parte de una nueva política exterior y de un proceso de acumulación de poder en la figura del presidente de Estados Unidos.

Mediante las órdenes ejecutivas, Trump está haciendo uso de la potestad de castigar o favorecer a cualquier país sin pedir permiso ni rendir cuentas a nadie, dado que la atribución de fijar aranceles fue cedida por el Congreso al Presidente en 1934. Si de entrada no hay un criterio económico y los aranceles se basan en procesos que desde el primer momento se muestran como tramposos, entonces se refuerza la idea de discrecionalidad. Y dado que tampoco depende del consejo de profesionales, es más discrecional aun.

Probemos ese punto. La cadena NBC ha mostrado que el consejero económico de Trump, Peter Navarro, fue seleccionado para el cargo por el yerno presidencial en base a una búsqueda de tapas de libros en Amazon, y que cometió varios fraudes a lo largo de su carrera. Navarro se daba la razón a sí mismo en su propuesta para imponer aranceles a medio mundo al citar a un “especialista” ficticio llamado Ron Vara. El nombre es el anagrama de Navarro y esa estafa es grave por tratarse del personaje que le susurra aranceles a Trump en el oído.

Si el razonamiento para fijar aranceles es caprichoso y el arquitecto de la guerra arancelaria es un fraude, sigue que todo es un inmenso gaslighting al que no tiene sentido alguno intentar encontrarle una vuelta desde la lógica económica. A menos, claro, que esa falta de racionalidad refuerce la idea de que la única salida es sentarse ante el nuevo rey de Arancelandia y tratar de obtener su favor apelando, otra vez, a su criterio personal. Es que no hay otro andarivel para encauzar la negociación: Ucrania es testigo de ello.

Justamente, Ucrania es otra pista: desde el principio se invocaron argumentos falaces. Trump dijo que los ucranianos le debían la ayuda prestada cuando no había acuerdo previo ni firmado que exigiera una devolución del monto total de asistencia militar, humanitaria y financiera. El reclamo de Trump rompe reglas, en este caso, el de la existencia de un acuerdo previo y consensuado. Si la premisa es la inutilidad del documento, se refuerza la idea de que todo se basa en el estado de ánimo y deseos de quien puede imponerse por la fuerza. Todo lo que se pueda acordar hoy con Trump respecto a ventajas arancelarias mañana podría ser roto solo porque existe una parte que puede hacerlo. En la ruptura de las reglas de convivencia, hay un refuerzo del personalismo.

También hay una idea de subordinación y pleitesía que se asocia con el “Make America Great Again”. No es tanto el valor de los aranceles, sino la aceptación de Estados Unidos como potencia rectora. De allí que los aranceles sean parte central de la política exterior de Trump. Se trata de acumular un poder de decisión discrecional que, por ejemplo, naturalice ir fuerte contra los países invadidos y lamer a los invasores.

Esa misma lógica se refleja en la política interna. Lo que está construyendo Trump es un poder con el dedo en el gatillo, un aviso de impredecibilidad que deja al resto en la incertidumbre constante y en la necesidad de dirigir su atención al supremo. Si el presidente tiene el poder discrecional para poner o quitar aranceles por el monto que se le antoje, puede beneficiar o destruir a un sector económico con la sola firma de una orden ejecutiva. Cada decisión puede canjearse por negocios a favor de un grupo empresario o por el apoyo en una campaña electoral. O servir para financiar el fervor hacia la figura del líder y el movimiento en los medios y redes. Todo contribuye a consolidar el poder.

De este modo, la Casa Blanca puede habilitar dos mostradores para atender los pedidos: uno para los embajadores y mandatarios extranjeros y el otro para los empresarios e inversionistas. Todos quedan a merced de un poder discrecional que quita y otorga. El error es tratar de comprender el problema desde la economía y sus consecuencias. La raíz de todo está en la política y, si se quiere profundizar, en la psicología que podría explicar hasta qué punto la cuestión de la personalidad es más relevante que la institucionalidad. Si todo depende de un criterio personal y no hay otra lógica que aplicar, y si lo institucional es subsidiario del poder del Ejecutivo, entonces no tiene sentido buscar una explicación en tasas de interés, montos de déficit y planes para afrontar la deuda.

Y allí también hay contradicciones y preguntas sin respuesta aparente: ¿Cómo bajar la tasa de interés con medidas que al producir inflación van en el sentido contrario? ¿Cómo solventar una baja de impuestos si se apunta a una recesión que reduce los ingresos públicos? ¿Cómo se aumenta la competitividad si se generan aranceles en represalia? ¿Cómo se estimulan ventas que demandan precios internos y de exportación más bajos si se aumentan los costos de insumos y componentes que no pueden dejar de importarse? ¿Cómo contener costos si la promesa de deportación de 15 millones de ilegales provocaría un faltante de mano de obra, habida cuenta que la población desempleada en Estados Unidos es de alrededor de 7 millones de habitantes? ¿Cómo evitar que la puja por la mano de obra dispare su costo?¿Cómo puede apuntarse a una mejora de las condiciones de pago de la deuda pública de 37 billones si las medidas apuntan a una recesión y una caída del PIB, que a la fuerza implica neutralizar los ingresos por aranceles con una caída consecuente de la recaudación? Si la idea es generar una recesión “curativa”, ¿vale la pena pagar el costo en menor producción, empleo y consumo si lo que genera una recesión es, precisamente, una caída de la producción, empleo y consumo?

Me no entender, pero hay más preguntas.

¿Hacia dónde va a dirigirse la inversión con tipos de interés más bajos? ¿A la bolsa, que atraviesa un derrumbe histórico y por lo tanto implica pérdida de valor y menor reparto de utilidades como consecuencia de una menor actividad económica y mercados externos obturados? ¿Cómo evitar que el capital extranjero y local huya a ambientes menos agresivos y a la vez refinanciar los bonos del tesoro a corto plazo? ¿Cómo puede impactar positivamente el recorte en el gasto estatal si una menor actividad económica implica menores ingresos al fisco? ¿Cómo se hace para permanecer en el poder el tiempo necesario para ejecutar una estrategia de sustitución de importaciones, si se necesitan al menos 6 años para instalar una fábrica de chips y al menos 2 o 3 para que una refinería nueva produzca combustible? ¿Cuál es la estrategia para evadir la inflación derivada del costo adicional del 25% del acero y el aluminio, si Estados Unidos importa la mitad y un cuarto respectivamente de cada uno de esos insumos? ¿Cómo van a evitar el alza de precios en el 20% de los alimentos importados? ¿Cómo se armoniza una inflación con el pedido para bajar la tasa de la Fed sin destruir con esa estrategia la independencia de la institución sobre la cual se fundamenta la confianza en la política monetaria de EEUU y sobre el dólar como divisa internacional?

Ante cada respuesta hay un problema nuevo, y la suma de todas estas preguntas conduce a que, en última instancia, lo que pueda suceder ya no está condicionado por la salud del sistema sino por cada decisión presidencial. Si no hay racionalidad en la decisión, hay incertidumbre. En última instancia, toda la arquitectura depende de la fe en la apuesta de Trump. Y si hay algo que detestan las inversiones, es depender de criterios cuasi religiosos. En la ecuación general de la economía, no importa a cuál escuela se adscriba, la confianza en la economía es el factor que determina al resto. Al haber concentrado poder, todo depende de la confianza que se tenga en Trump.

Esto nos lleva a una conclusión no tan sorprendente: que Trump está utilizando la guerra tarifaria para aumentar la dependencia de locales y extranjeros hacia sus decisiones basándose en la irracionalidad de base, es decir en sus antojos y percepciones. Si todo pende de una persona y a su vez sus decisiones se derivan de sus fortalezas y debilidades anímicas, de sus gustos, rechazos e intereses personales o empresarios, entonces todo se mueve en una cuerda tan sólida como la fortaleza psicológica de Trump. Ese es el problema de base, y a la vez una explicación mucho más razonable para fenómenos tan dispersos y disimiles como los aranceles, la caída bursátil, la actitud hacia Israel, Rusia o Ucrania y las decisiones más cruciales tomadas en la política exterior de Estados Unidos.

Trump está al mismo tiempo en el momento de auge y de ocaso de poder. Tiene el control sin auditoría del Ejecutivo, las dos cámaras del Congreso y una mayoría conservadora en la Corte Suprema. Pero le quedan menos de cuatro años y luego se tiene que ir. Por eso sus seguidores más fanáticos quieren forzar un tercer periodo y adecuar el sistema constitucional a sus apetencias, que son las mismas de un grupo que acuerda con este nuevo esquema de poder para el futuro estadounidense. En ese proyecto, no hay nada más allá del líder, ya sea que se hable de la coyuntura, tiempo, teorías o datos. La discrecionalidad apunta a un mundo construido en torno al elegido y sus disposiciones.

En ese consenso forzado vuelve a presentarse la hipótesis inicial; todo se trata de un proceso de centralización del poder en la figura de un hombre fuerte cuyas decisiones están por encima de las teorías, los contrapesos institucionales y las cifras de la realidad.

Esta estrategia va por el carril contrario que el que conduce a la democracia, y allí hay una consecuencia aun mas dañina que un lunes negro. Lo que suceda en la democracia más antigua y robusta del mundo va a influir en la salud política del hemisferio completo.

Trump dijo estar dispuesto a asumir los costos de la debacle, a la que describió como un “remedio”.¿Frente a qué enfermedad? Si es frente a una dolencia económica, la cura parece demasiado drástica. Si la enfermedad es la democracia y su división de poderes, las cosas cobran otro color. Así sería más sencillo explicar su suavidad fuera de escala con Putin o la diferencia que muestra al hablar de dictaduras como la norcoreana y cuando se refiere despectivamente a aliados como Canadá y la Unión Europea y sus procesos de consenso “ineficientes”. También entender el mensaje en sus seguidores más devotos, a favor del relajamiento de los procesos democráticos para darle lugar a la llegada de hombres fuertes, que casualmente son partidarios de figuras de igual signo y métodos en sus respectivos países.

El fanatismo inducido por un sentido de emergencia y de defensa de la Patria ante un desastre inminente y un enemigo con mil rostros diferentes es la parte que le faltaba a la explicación. Es justamente esa radicalización la que se refleja en la economía. Contra lo que decía James Carville, ¡no es la economía, estúpido! Ahora se trata del poder. ~

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