El laberinto del mundo
José Antonio Lugo
¿Debemos esconder la sombra de nosotros, la sombra de nuestro núcleo familiar, aquello que nos avergüenza? ¿O debemos sacarlo a la luz, como una suerte de expiación por la culpa? Veamos dos casos emblemáticos.
I. Alice Munro
Me gustan los cuentos de la Premio Nobel de Literatura 2013, la canadiense Alice Munro. Mi preferido es “Relaciones” incluído en el libro Las lunas de Júpiter. Este relato nos narra como la prima Iris, enfermera retirada, de una alegría contagiosa y desparpajada, va a visitar a su sobrina, que vive en Vancouver con un tipo, Richard, de los que consideran que ser perfecto en la vida es saber dónde poner y cómo los tenedores en una comida. Obvio, la tía y el esposo no iban a congeniar, así que Iris abrevia la visita lo más posible. Pero su presencia le ha hecho sentir a su sobrina cuánto ha perdido al ingresar a ese mundo solemne, acartonado, sin vida.
Cuando se va, Richard dice: “-¡Qué vieja fulana tan patética”. Me siguió a la sala recordando cosas que ella había dicho, cosas pretenciosas, fanfarronerías. Señaló faltas gramaticales que había cometido.
Todavía estaba hablando cuando le tiré la bandeja de pírex a la cabeza. Quedaba en ella un trozo de pastel relleno de merengue. La bandeja no le dio y chocó contra el frigorífico, pero el pastel salió volando y le dio en un lado de la cara como en las viejas películas”.
Alice Munro murió el 13 de mayo de 2024.
Por el periódico Toronto Star, nos enteramos de que supo que su esposo había abusado de su hijastra, una de las hijas de Munro, de nombre Alice, como la escritora. Se enteró cuando su hija, de 26 años, le escribió una carta. La Premio Nobel respondió: “Me he enterado demasiado tarde y lo sigo queriendo”. Los Munro harán como tantas familias: fingir que nada ocurre.
Según menciona el periódico El País: “Andrea nunca se curará de la rabia hacia su madre, mientras que el abusador le dijo a la hija mediana: ‘Tu madre será una loca, pero es una gran escritora’. En esos términos groseros hablaba de Munro el hombre que ella se empeñó en proteger”.
II. Caroline Darian, hija de Gisèle Pelicot
Usa el apellido de su esposo. Es la hija de Gisèle y de Dominique Pelicot. Su padre sedó químicamente a su madre para ofrecerla durante años a distintos hombres para que la violaran. También había fotografiado a su hija, Caroline, en ropa interior. Gisèle, de 72 años, decidió no ejercer la posibilidad de que el juicio fuera oculto -derecho que tienen las víctimas de delitos sexuales- con el fin de que la vergüenza no estuviera del lado de la víctima, sino del victimario. El juicio terminó con condena a Dominique y a todos los hombres que participaron -algunos varias veces- en esta violación.
Ahora su hija, la hija de los dos, escribe un libro: Y dejé de llamarte papá (Seix Barrral, 2025). La entrevista el periódico El País:
—“La primera pregunta sin responder es si a usted también la violó.
—No fue clarificado porque no estaba siendo juzgado por eso, sino por tomar mis fotos y difundirlas. Yo no tenía tantas pruebas como mi madre. Las fotos donde yo aparezco las había borrado y fueron recuperadas por los informáticos de la policía. ¿Por qué borró las fotos de su propia hija inerte y sin bragas? No lo sé. Pero cuando las veo sé bien que no estoy en un estado normal.
—¿Como explicó todo a su hijo, el nieto de Dominique, sin provocarle un dolor insoportable?
—Era mi responsabilidad ser honesta con él. Entonces tenía 6 años, hoy 10. Los secretos familiares pueden desviar una trayectoria vital. Creo que lo está manejando bien. Pero sigue siendo una herida, una traición enorme.
—¿Y su marido y hermanos?
—Mi marido lo considera muerto. Para mis hermanos es distinto, aunque han aprendido a distinguir entre él y el hombre que son por sí mismos. Eso es esencial: no somos nuestros padres. Pero es cierto que nosotros, a diferencia de Gisèle, llevamos el ADN de Dominique. Ella se divorció. Nosotros no podemos”.
III. La decisión
Gracias al cielo, no tengo que tomar la decisión de revelar o esconder grandes secretos familiares. Los que hay no tienen esa magnitud y los he contado a amigos, terapeutas y a través de una novela. Creo que esta terrible decisión, si se da el caso, será siempre una respuesta individual. Sea cual fuere, será la correcta. Tocará a cada lector decidir. Deseo que nunca tengan que estar en las mismas circunstancias que Alice Munro, la Premio Nobel de Literatura, o de Gisèle Pelicot y su hija Darian.
Tomado de https://morfemacero.com/
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