Ya es más sabido que llegar a la Presidencia no significa tener el poder del Estado porque en primer lugar el poder no es una cosa que se pueda agarrar (es una relación social que cambia, por eso, el poder no se toma, se ejerce) y porque el Estado es mucho más que la Presidencia e implica diversos aparatos institucionales desde donde se toman decisiones y se dirige al conjunto de la sociedad.
Ya lo decía Nicos Poulantzas en las últimas décadas del siglo XX: cuando las clases populares irrumpen en la política y logran hacerse de la dirección de un aparato de Estado, las clases dominantes sencillamente pueden mudarse a otro aparato más y desde ahí seguir dominando sin problemas. Cuando en 2018, las fracciones neoliberales de las clases dominantes perdieron el control total de la presidencia, rápidamente se mudaron a los gobiernos locales y al Poder Judicial. Con las elecciones del pasado domingo 1 de junio se les acabó su nicho de resguardo, lo que va a generar que los ratones salten del barco, se sienten a negociar o, en el peor de los casos, se vuelvan más agresivos y se muden a un nuevo aparato.
La idea de que el Poder Judicial no se debe tocar es sencillamente conservadora porque justamente busca mantener el orden de cosas tal y como está, o con cambios menores y sin trasladar al pueblo el poder de decidir, lo cual significa que las clases que ahora dominan ese aparato institucional, podrían seguirlo haciendo sin que nadie les moleste o cuestione. Hay que decirlo las veces que sea necesario: el fondo de la oposición a la elección popular del Poder Judicial no es “defender la democracia”, sino defender los nichos en los cuales las clases dominantes se resguardaron una vez que perdieron la Presidencia y las mayorías en el Poder Legislativo.
¿Es verdad que acudió poca gente a votar? Sí, claro, un ejercicio de este calibre es completamente novedoso, y, si de por sí las personas apenas participan en las elecciones presidenciales y generalmente no acuden a las elecciones intermedias, una elección de nuevo tipo como esta, obviamente iba a recibir poca asistencia, pero eso no significa que haya que desechar la opinión de quienes sí participamos, más bien, es necesario un proceso pedagógico para ir convenciendo a las personas de sumarse a las votaciones judiciales cada que estas tengan lugar.
¿Es cierto que el sistema de elección fue complicado? Sí, lo fue porque estamos acostumbrados a votar con relación a los partidos políticos con los que sentimos cierta afinidad ideológica (a veces mayor, a veces menor). En esta ocasión no había ningún partido que nos colocara su planilla, por lo tanto, nos vimos obligados a analizar los perfiles, propuestas y posicionamientos de cada candidato o candidata. Se volvió necesario sentarse a estudiar durante un buen rato y meditar con calma nuestro apoyo, lo cual resultó interesante porque, ahora podemos experimentar que la democracia implica mucha responsabilidad y la necesidad de un análisis profundo. Esta es una oportunidad de experimentar los pros y los contras de ejercer una democracia sin partidos políticos y debatir sobre ello.
Por otro lado, es verdad que no todos podemos tener el tiempo para realizar un estudio minucioso de cada perfil, sin embargo, habrá que acostumbrarnos a hacerlo. Otra opción a futuro es realizar propuestas para modificar los mecanismos de votación, sin embargo, eso no implica “tirar el agua sucia con todo y bebé”. Quienes argumentan que porque es un sistema muy complicado, entonces debemos renunciar a elegir a los integrantes del poder judicial y regresar a lo anterior, entonces utilizan tramposamente una falacia: es verdad que todo proceso es mejorable, pero no por eso, hay que eliminarlo, al contrario, hay que buscar las formas de hacerlo más viable. ¿Puede que nos tardemos en encontrar el modo? Sí, pero entonces, hay que empezar lo antes posible. Que un proceso pueda tardar para mejorar no significa que debamos renunciar a hacerlo. Esas falacias simplemente apuestan por la conservación y por desanimar a las personas a intentar cosas nuevas.
Antes, muchos no sabíamos que existían jueces familiares, mercantiles o laborales, pero ahora, gracias a esta elección vamos aprendiendo a conocer el poder judicial por dentro, y lo más importante es que ahora podemos incidir en él. Se ha caído un gran velo que ocultaba y oscurecía ese poder, ahora vamos conociéndolo, y con ello, nos lo vamos apropiando y colectivizando. El desconocimiento de antes era muy útil para que las clases dominantes lo controlaran, sin que nosotros pudiéramos intervenir. Ahora que vamos conociéndolo, podemos definir qué es lo que se requiere y es mejor decidirlo entre muchos que entre unas cuantas cúpulas que se sienten iluminadas y poseedoras de la verdad.
Como en los videojuegos, ahora hemos desbloqueado un nivel que antes era inaccesible. De ahora en adelante, habrá que seguir avanzando sin dar marcha atrás, pues como ya dimos un paso y aprendimos una cosa nueva, las clases dominantes se sienten aterradas: ahora, su poder se redujo un poco más.
Pablo Carlos Rojas Gómez*
* Doctor en ciencias políticas y estudios latinoamericanos. Investigador del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS-UNAM).
Tomado de https://contralinea.com.mx/feed/
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