Las democracias liberales se encuentran en una paradoja desconcertante: mientras se multiplican los análisis sobre la creciente polarización política[1], la sociedad parece cada vez más paralizada ante los grandes desafíos colectivos. En los últimos años, el concepto de «polarización» se ha convertido en uno de los marcos dominantes para interpretar los problemas de la democracia. Según esta narrativa, el ascenso del populismo, la proliferación de discursos identitarios y la fragmentación del espacio político habrían llevado a una creciente polarización de las sociedades democráticas, impidiendo el consenso y dificultando la gobernabilidad.
Como explico en el libro ¿Polarizados o paralizados?[2], aunque esta narrativa pueda contener elementos aceptables, sirve más bien para distraer nuestra mirada de lo esencial y orientarnos hacia un ejercicio absurdo de moderación personal generalizada. En última instancia, nos impide analizar y reaccionar frente a las causas de la paralización democrática, que es el verdadero problema de fondo en las sociedades actuales. La polarización opera como una cortina de humo en las tribunas políticas y mediáticas que reclaman la vuelta a una esfera pública compuesta de individuos racionales y sosegados[3]. Es una cortina de humo por dos razones principales: primero, porque el individuo racional y sosegado, si existió alguna vez, fue a costa de la exclusión de muchas otras personas; y segundo, porque la esfera pública nunca ha sido un lugar neutral y simétrico sino un campo de batalla, en muchos casos copado por el capital. Por lo tanto, el paso de la polarización a la paralización nos permite pensar desde un lugar diferente nuestras dificultades para procesar los problemas sociales en términos democráticos y sitúa la polarización en un lugar secundario, como un subproducto de la paralización.
En un momento de profunda parálisis, es preciso entender las causas de la perplejidad generalizada ante el avance de un proyecto político claro de regresión democrática. Un avance que se plasma en una política pública y una agenda de reformas para el Estado inspiradas en las propuestas de la extrema derecha, en el gobierno en seis países de la Unión Europea y determinantes para la gobernabilidad en otros tantos.
Giorgia Meloni, tildada de moderada por la Comisión Europea, sigue avanzando en su proyecto de transformación de Italia, en el que van desapareciendo las bases constitucionales de posguerra marcadas por la resistencia antifascista. Por ejemplo, a través de la llamada reforma del premierato, que reforzará, si es finalmente aprobada, el poder de la primera ministra (y del partido mayoritario) y debilitará tanto al presidente de la República como al Parlamento. En Estados Unidos, Donald Trump desarrolla su programa de reordenamiento global, con una agenda de aniquilamiento o desplazamiento de poblaciones sobrantes (véase su proyecto de Resort en Gaza), y acumulación de recursos clave para su guerra económica y potencialmente militar con China. También plantea un reajuste radical del Estado a nivel nacional, aunque queda por ver, si logra el apoyo de amplios sectores del capital que se reorienten hacia una “economía nacional”[4]. Por último, Benjamín Netanyahu, el alumno aventajado de Trump, ofrece la versión más salvaje y abiertamente hostil frente al derecho internacional, para expropiar y eliminar a determinadas poblaciones. En el caso del pueblo palestino, se le desplaza y elimina de forma sistemática al ser considerado como un obstáculo para el desarrollo de nuevos ciclos de acumulación-dominación en la región.
Esta es la alternativa que cada día se convierte más en realidad y no consiste en la excentricidad pasajera de algún político, sino en un proyecto de reordenamiento global apoyado por fuerzas políticas, grandes poderes del Estado y parte del capital global. Este proyecto tiene varias dimensiones importantes en su acción, pero en lo que toca a este artículo me centraré en una de las esenciales: se ha llegado a la conclusión de que hay un exceso de democracia y que el estrechamiento y a la vez reforzamiento del Estado es preciso para dar respuesta a este exceso. Esta receta no es nueva. Cada crisis y estancamiento del capital, cada momento de indignación pública ante la agudización de las desigualdades y la explotación, se presenta desde arriba como un pecado de los y las de abajo, como una obstinación desmedida hacia la agitación y el desorden. Ya apostillaban nuestros queridos politólogos de postín en el Informe de la Comisión Trilateral de 1975 que la participación y las demandas habían ido demasiado lejos y dificultaban la gobernabilidad[5].
Lo cierto es que durante la crisis de los años setenta costó más reajustar el modelo, costó mucho más arrancar los derechos a los y las de abajo. Se enfrentó una dura resistencia para imponer el modelo neoliberal, pero poco a poco, y tras mucha represión, se fue vendiendo el cambio como una emancipación de ciertas capas de las clases medias exitosas respecto a su condición proletaria. Parece que se hizo un buen trabajo durante aquella época que, finalmente, se remató con la reciente derrota de la “nueva izquierda” tras la crisis financiera de 2008. Ciertamente, de aquellos polvos estos lodos, porque hoy en día, ante el persistente estancamiento del capital, abultadas capas de las clases medias esperan babeantes el momento oportuno para pisar con su bota al de abajo. Ese es el ánimo del que bebe el proyecto de la extrema derecha de regresión democrática.
En este contexto, además de unas masas desorientadas, tenemos que enfrentar un centro liberal que dificulta aún más la reorganización popular necesaria, vendiendo cortinas de humo paralizantes como la de la polarización.
Oímos de nuevo alabanzas hacia Friedrich Merz en Alemania y su recién amarrada Gran Coalición. Escuchamos por parte de tertulianos progresistas que ya querríamos tener esa capacidad de negociación en España, esa vocación de Estado, esa moral de sacrificio por el bien mayor. De forma altiva nos explican que quienes no apoyemos su eterna gran coalición ponemos el camino fácil a la extrema derecha. Pero debemos insistir señalando que esto es una gran mentira. El centro liberal de hoy como el de ayer en el fondo no teme a la extrema derecha, simplemente considera que no está lo suficientemente preparada, lo suficientemente madura para gobernar. El centro liberal quiere minimizar el ruido para que el negocio fluya y para que el dinero corra, pero cada vez se les hace más difícil contener el desastre. El centro liberal quiere que la transición entre elites y el reajuste necesario se haga con los menores daños posibles, pero cuando tiene que elegir, tanto ahora como en la reciente historia del siglo XX, siempre es preferible la injusticia al desorden. Frente a este callejón sin salida que propone el centro liberal, la única alternativa es la activación del movimiento democrático, independiente en su acción política de la amalgama que forma el partido del orden.
Más allá de la democracia abstracta: reconstruir el movimiento democrático desde abajo
El proyecto de regresión democrática se materializa en tres planos principales: en primer lugar, el más conocido, el pilar de la democracia social que ya venía estando bajo amenaza desde las reformas de la última reestructuración neoliberal, se ve más claramente señalado. Milei en Argentina pretende adelgazar el Estado, cargarse parte de la Administración pública, lo que llaman las fuerzas reaccionarias el “gasto político” y de paso acabar con el sistema ya de por sí precario de protección social.
Aunque varios partidos de extrema derecha, como Agrupación Nacional en Francia, se acompañen de una retórica de defensa del Estado de Bienestar para nacionales (conocido como chovinismo del bienestar), lo cierto es que su objetivo último es adelgazarlo lo máximo posible. Este es un planteamiento de máximos que no se proclama abiertamente porque va a depender de la fuerza que tengan en el gobierno, algo que se determinará en los próximos años. Pero la lógica es claramente visible: el chivo expiatorio del inmigrante es solo el comienzo para ir gradualmente excluyendo a aquellas personas o grupos sociales que no pertenece a la categoría de “buen francés”, “buen argentino”, “buen italiano”, o “buen español” y que nos merecedores de las ayudas.
Las medidas de vigilancia, control y exclusión ya se están endureciendo en Argentina y son un objetivo común del programa de regresión democrática. Aspira, en el fondo, a reordenar la reproducción de la vida social a partir de la fuerza bruta de la economía y el capital. Los gobiernos del centro liberal también avanzan en esta dirección con distintas declinaciones, como por ejemplo la Gran Coalición de Merz en Alemania, que ya ha planteado endurecer los controles y las restricciones para acceder a ayudas sociales por desempleo.
En segundo lugar, y en clara relación con el primer punto, el programa de regresión democrática supone una redefinición más estricta, en algunos casos con marcadores raciales, del concepto de ciudadanía, de quién pertenece al demos. Para esto es necesario, junto a la contracción del pilar social del Estado, expandirlo en sus aparatos de control y militarización de las poblaciones, como ahora se defiende en el seno de la Unión Europea.
La amenaza rusa ha facilitado el terreno para avanzar en esta dirección, pero a nadie le es ajeno que la proyección de desarrollo militar estaba fijada ya en los planes de la UE mucho antes. Esta orientación concuerda claramente con una de las demandas de los partidos de extrema derecha: expansión de los ejércitos nacionales y mayores controles fronterizos y poblacionales. Sirve para un reposicionamiento a nivel global de la región europea, pero a su vez, y no con menor importancia, para un posible disciplinamiento interno de las poblaciones europeas y sobre todo, de las poblaciones sobrantes y en tránsito como fuerza de trabajo. El problema nunca fue la inmigración para el proyecto de regresión democrática en ciernes, sino que existieran límites para disciplinarla debidamente. Eso ahora está en vías de corregirse con una mayor capacidad de identificar, categorizar y gestionar poblaciones sobrantes y explotables.
En tercer lugar, el hecho de que se habiliten mecanismos más estrictos de exclusión de los sistemas de protección social del Estado tiene su correlato en la capacidad de expresión y participación política. Al ser excluido de la distribución de recursos por inmigrante -o por mal ciudadano- se degradan también las posibilidades para participar en los debates de la esfera pública y en los mecanismos decisorios de la política pública.
Los partidos de la extrema derecha ya han planteado medidas más directas orientadas a restringir derechos políticos. Principalmente a través de dos medidas: por un lado, endureciendo los requisitos para adquirir la nacionalidad del país, lo que faculta para participar políticamente o impidiendo que aquellos y aquellas con doble nacionalidad puedan votar. Pero también, restringiendo lo máximo posible el derecho al voto en elecciones locales, un derecho extendido en algunos países a residentes no permanentes comunitarios y no comunitarios para incentivar la participación e integración de estas personas en sus municipios. En países como Dinamarca o Suecia, donde los no comunitarios podían votar en las elecciones locales tras ciertos años de residencia, los partidos de extrema derecha reclaman restringir este derecho.
En este escenario, lo primero que hay que constatar es que el proceso de regresión democrática que vivimos encuentra pocas resistencias, limitadas alternativas de organización y resistencia popular. Es un momento de reconstrucción del movimiento democrático en el que el conjunto de organizaciones más desarrolladas políticamente debe ir acoplándose como alas del mismo, de forma similar a lo sugerido por Marx en otro contexto político[6].
El movimiento democrático, tal como queda definido en el libro, es un movimiento histórico emancipatorio de los grupos excluidos del Estado liberal, por un lado, y de aquellos situados en los márgenes del sistema de producción, consumo y asignación de recursos del capitalismo. Por lo tanto, hablamos de grupos sociales no reconocidos, no representados y/o excluidos de los procesos de participación política, y clases subalternas definidas por la explotación o la extracción de renta por parte de las clases dominantes.
El movimiento democrático es una corriente histórica que se nutrió de la unificación consciente de estos grupos y la asignación de una estrategia política, muchas veces con vistas a la superación de ambas formas históricas (el Estado liberal y el capitalismo). Los bloqueos actuales del movimiento democrático se dan a dos niveles fundamentales: al nivel de la representación política y al nivel de la esfera pública comunicativa. Son las dos ficciones del Estado liberal que como un fetiche paralizan la capacidad de autoorganización de las masas.
Partido, esfera pública, y estrategia política
La experiencia es dilatada respecto a los experimentos fallidos de agrupaciones partidistas. Lo que no nos debe hacer flaquear sino ser conscientes de que la amplia experiencia ofrece claridad para los siguientes pasos y para identificar las piedras en el camino.
La organización de partido, es decir, la capacidad unificadora de un grupo al nivel de la comunidad política con un programa global de cambio y un planteamiento organizativo y estratégico definido, se enfrenta a varios retos fundamentales para activar de nuevo su potencial de expansión democrática.
En primer lugar, los partidos del movimiento democrático deben tener una agenda relativamente independiente de las formas institucionales de ordenación de la política en el Estado. No basta con frases vacías como “un pie en las instituciones y mil en la calle”, sino que la lógica organizativa y política del partido debe acompasarse a los tiempos de la movilización social y atender a la vez las exigencias de la vida institucional del parlamento. La única forma de que sobreviva el partido sobre el terreno, como lo llama Peter Mair[7], es reservando y potenciando cuadros, recursos y espacios que operen en los tiempos de la organización comunitaria y social. Esto, como consecuencia, da lugar a un sistema organizativo dual, lo cual, aunque puede parecer problemático en inicio, es la única vacuna contra la conformación de elites partidistas y su separación de las bases.
El segundo aspecto importante de la política partidista es el equilibrio interno de las organizaciones, es decir, la capacidad de articular liderazgos que se acoplen con la pluralidad y la democracia necesaria dentro de los partidos.
Y, en tercer lugar, las organizaciones partidistas deben cuidar siempre la relación con el afuera del partido, cultivar los territorios y las militantes de frontera, aquellos que están dentro y fuera y aquellos que pueden servir para mantener vivo el partido sobre el terreno. Soy consciente de que estos aspectos no son novedosos, pero no dejan de ser por ello imprescindibles y por lo tanto viene bien señalarlos de nuevo.
Por el contrario, la fusión del partido con el Estado, la verticalidad exacerbada, y el cierre hacia fuera, convierte a los partidos en muros para el avance del movimiento democrático. Sin romper estos tres candados de las organizaciones partidistas, estas acabarán convertidas en agencias de reclutamiento de elites renovadas en vez de instancias masivas y colectivas de autoorganización del movimiento democrático.
El segundo nivel en el que se da un bloqueo del movimiento democrático es la esfera pública, un lugar absolutamente cooptado por las lógicas del capital y con un público individualizado, fragmentado y enfrentado. Esto explica en parte por qué la llamada «polarización» no se traduce en una mayor participación ciudadana efectiva, sino en un escenario de crispación sin transformación política real.
El punto de partida para emprender el desbloqueo de la esfera pública es entender la fusión total de lo mediático con la reproducción socioeconómica de las sociedades actuales. Desde el momento que denomino en el libro como de “totalización mediática”, la necesidad de ordenar la sociedad y de valorizar activos o personas va configurando la esfera mediática pública. Eso no quiere decir que no participen otros actores en la conformación de Internet por ejemplo, sino que siempre que se mantenga el sistema general de valoración perpetua del capital va a haber una integración de procesos parciales en formas de valorización más globales. El mejor ejemplo de esto es el proceso de apropiación por parte de las plataformas de los espacios digitales, que ahora parece hacerse más visible como el caso de Elon Musk o Mark Zuckerberg. Las formas de intercomunicación, intercambio de recursos e información se generan en muchos casos de abajo hacia arriba o bien por instituciones ajenas al mercado como las universidades, pero en un momento dado son apropiadas, agregadas e integradas en las formas de valorización generales del capitalismo.
Con otras palabras, los sistemas de información y comunicación se acoplan a formas de organización social más amplias y a necesidades funcionales del momento. Por ejemplo, los rudimentarios sistemas de información de la incipiente esfera liberal que describe Habermas sirvieron para establecer sistemas de coordinación de mercado y de supervisión estatal, necesarios para ese momento de desarrollo socioeconómico[8]. De forma similar, la industria del cine pronto despegó como arma política clave, como bien ilustra la película de guerra Tearing down the Spanish Flag, producida ya en 1898, en el marco del conflicto entre Estados Unidos y España.
En el contexto actual, las redes sociales digitales han servido para inaugurar un sistema de valorización de la subjetividad, un despliegue asombroso de capacidad para monitorear y valorizar datos personales. La forma de desmitificar la esfera pública liberal digitalizada es señalar las inversiones millonarias en capital que hay detrás de estos proyectos y los intereses políticos, así como el impacto ecológico de la infraestructura digital en los entornos naturales y sociales. Se hurta al conjunto de los ciudadanos la posibilidad de discutir estas dos cuestiones: la cuestión de la propiedad y los intereses político-económicos de los propietarios y la cuestión del impacto eco-social de este despliegue. La lucha de liberación en las redes sociales se tiene que dar, por tanto, en paralelo a las luchas por liberar los ecosistemas y los trabajadores que producen este tipo de valorización y de infraestructura material.
En definitiva, lo que intento plantear tanto en el libro de forma más detallada como en este artículo es la necesidad de abordar seriamente los candados clave que conducen a la paralización de los públicos en estas dos dimensiones. Para ello, no sirve presentar esquemas rígidos sobre lo que debe ser la movilización popular democrática, pero sí se pueden proponer puntos de arranque, miradas específicas, y niveles apropiados de acción colectiva.
Este momento de reorganización exige no tanto prescribir políticamente quiénes son los sujetos y de qué manera van a protagonizar la resistencia y el avance de las clases trabajadoras, sino habilitar las formas de unir e incluir diversos sectores desplazados por el Estado capitalista.
En el libro planteo, por lo tanto, la necesidad de activar el movimiento democrático frente a las proclamas inútiles para salvar la democracia como un ideal abstracto y desconectado de las luchas. Pero también frente a los intentos idealistas de movilizar una conciencia u organización proletaria ya constituida, o prescribirla políticamente ante su estado de latencia. El objetivo sería más bien armar una resistencia amplia y necesaria para ir constituyendo en los procesos de lucha cuadros y liderazgos integrados democráticamente que puedan habilitar un futuro. Dar la espalda a la sociedad que tenemos, desintegrada e individualizada, para abrazar una epifanía de autoorganización proletaria que nunca llega, es la repetición de un idealismo que tenemos más que conocido.
Juan Roch es profesor de Ciencia Política en la UNED y autor del libro ¿Polarizados o paralizados? Surgimiento y transformaciones del movimiento democrático (Tecnos, 2025)
[1]Véase Klein, E. (2020) Why We’re Polarized. Avid Reader Press; Neil A. O’Brian The Roots of Polarization. From the Racial Realignment to the Culture Wars, The University of Chicago Press; Orriols, Ll. (2023) Democracia de trincheras. Por qué votamos a quienes votamos. Ediciones Península; Torcal, M. (2023) De votantes a hooligans. La polarización política en España. Catarata.
[2] Juan Roch (2025) ¿Polarizados o paralizados? Surgimiento y transformaciones del movimiento democrático. Tecnos.
[3]Véase Orriols, op. cit., p. 126
[4] Véase para un análisis más elaborado el artículo de Marisa Miale “La vía constitucional al fascismo”
21/03/25, viento sur: https://vientosur.info/la-via-constitucional-al-fascismo/
[5]Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki (1975) The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission. New York University Press.
[6]Véase Carlos Marx y Federico Engels (2000[1848]: 88) Manifiesto Comunista. Ediciones elaleph.com.
[7]Richard S. Katz y Peter Mair (2014 [1995]: 396-397), «Changing models of Party Organization and Party Democracy: The Emergence of the Cartel Party», en On parties, party systems and democracy: selected writings of Peter Mair, editadopor Ingrid van Biezen, ECPR Press, Essex, pp. 393-414.
[8]Jürgen Habermas (1993 [1962]: p. 20), The Structural Transformation of the Public Sphere. An Inquiry into a Category of Bourgeois Society, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts.
Tomado de https://vientosur.info/
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