Culturas impopulares
Jorge Pech Casanova
La reciente adjudicación del Premio Nobel de Literatura a Han Kang y la amplia difusión de sus obras en el mundo ha hecho posible que un viejo crimen de estado cometido en Corea del Sur cobre actualidad y permita la revisión de varias obras creativas en ese país asiático. Esto, gracias a la novela Actos humanos, de la escritora premiada.
En ese libro, Han Kang describe los efectos de la masacre de civiles inermes ordenada por el régimen de Doo-hwan Chun el 18 de mayo de 1980 en la ciudad de Gwangju. Esa agresión dejó un número indeterminado de personas muertas (entre 165 víctimas que reconoció el gobierno, y de mil a dos mil que denunciaron observadores extranjeros).
La narración comienza en plena morgue, con el reconocimiento de cadáveres: manifestantes tiroteados o reventados a golpes por el ejército sudcoreano durante la protesta del 18 de mayo. A partir de esa macabra escena, la narradora va recreando las vidas y las muertes de sus personajes lacerados por el crimen, aun si lograron sobrevivir a él.
La matanza fue difundida al mundo por periodistas extranjeros que lograron fotografiar la agresión y desmintieron la versión oficial de que las ejecuciones ilegales cometidas por soldados ocurrieron durante una insurrección armada (que achacaron al entonces disidente Dae-jung Kim). Con el tiempo quedó claro que el dictador Chun y su compañero del ejército Tae-woo Roh fueron los responsables de la matanza.
Juzgados por ese crimen en 1995, Chun fue condenado a muerte y Roh a cadena perpetua. Sin embargo, al año siguiente los demócratas Young-sam Kim y Dae-Jung Kim, quienes sucesivamente ocuparon la presidencia, les concedieron a ambos criminales la amnistía. Chun fue sentenciado a una multa de 220 mil millones de wones (la moneda sudcoreana), pero se declaró insolvente y murió en 2021 sin pagar ni pedir, siquiera, perdón. Su cómplice Roh pagó su multa de 260 mil millones de wones y murió asimismo en 2021. En su testamento pidió perdón por la matanza de Gwangju.
Con el premio adjudicado a Kang, y la consiguiente revisión de la matanza de Gwangju en Actos humanos, las plataformas digitales han puesto a disposición pública algunas obras del cine sudcoreano que recrean ese terrible suceso. Destacan entre esos filmes Un taxista (los héroes de Gwangju), realizada por Hoon Jang en 2017, y 26 años, de Geun-hyun Cho, que adapta el manhwa del novelista gráfico Full Kang. Esta última producción se demoró cuatro años porque los productores de la película se retiraron en 2008 debido al tema polémico, y la filmación se concluyó hasta 2012 gracias a donativos de artistas y del público.
Tanto 26 años como Un taxista son obras cinematográficas elaboradas con gran talento y solvencia. La adaptación del manhawa de Kang es poderosa, sensible y convincente, pese a los problemas de producción. Cuenta el ficticio atentado que varios hijos de víctimas de la matanza de Gwangju organizan en 2006 contra el dictador, al cumplirse 26 años de la masacre. Aunque la cinta puede verse como una historia de acción con balaceras, es notable su construcción de personajes y su dolorosa evocación de la dictadura (cuya presencia se mantiene en muchos aspectos en la sociedad sudcoreana).
Un taxista comienza como una comedia de enredos y, en cuanto se instala en la Gwangju de 1980, justo en el día de la matanza, se transforma en un conmovedor testimonio de lo que cuesta a nivel personal atestiguar un crimen de lesa humanidad, reunir desesperadamente las pruebas para denunciarlo y lograr que la infamia llegue al conocimiento no sólo del extranjero, sino del propio pueblo asediado por la dictadura.
Ante la vehemencia testimonial de las películas de Geun-hyun Cho y Hoon Jang, que en su momento apenas recibieron atención de los medios occidentales, resulta decepcionante que la muestra de cine coreano más aplaudida —no sólo por distribuidores en todo el mundo sino por el jurado del Festival de Cannes en 2019— sea la simplista “crítica social” Parásitos de Joon-ho Bong.
La complacencia del jurado de Cannes hace cinco años parece repetirse este año con su premio al mejor guion para el absurdo y chocante relato que sostiene La sustancia, de Coralie Fargeat, vehículo para el demencial “lucimiento” de la ex taquillera Demi Moore y de la muy atractiva Margaret Qualley. La crítica de Santiago García sobre la filmación de Fargeat, en el portal leǝr cine, puntualiza los principales defectos de La sustancia, que inexplicablemente recibe aplausos de varios críticos:
“Pocas películas han sido tan crueles con sus protagonistas como lo es La sustancia. Quiere expresar la crueldad de la sociedad pero la directora es mucho más cruel que aquello que acusa. Expone los cuerpos reales de las dos actrices centrales y los convierte en un objeto, justamente lo que dice criticar. El sadismo de Coralie Fargeat puede que no sea machista, sino tan sólo cinematográfico, pero es sadismo al fin”.
El defecto que comparten ambas películas premiadas en Cannes es la superficialidad de sus historias y personajes, que un guion cuidadoso hubiese evitado. En Parásitos, una familia de marginados va apoderándose de la casa de una familia rica mediante “ingeniosos” fraudes, hasta desencadenar una masacre durante una fiesta infantil. Se manipula la conciencia de clase (¿quiénes son los parásitos, los marginados o los ricos?) y se pone una cinematografía deslumbrante al servicio de ese pobre argumento, poblado con estereotipos.
La sustancia opera en forma similar: la cinematografía enfatiza efectos visuales y sonoros; abruma a quien contempla la historia de una menguada presentadora de televisión que, con un tratamiento clandestino, rejuvenece en un cuerpo suplementario cuya usuaria va convirtiendo a la mujer de origen en una criatura monstruosa. Se supone que así denuncia a un sistema machista generador de íconos que victimizan a las mujeres, pero el método para mostrar esos manejos es aún más violento y complaciente con el machismo. El final de la historia es grotesco, ilógico, desmedido.
El año en que el Permio Nobel de Literatura lo recibe una mujer sudcoreana por rescatar la moraleja de historias tan crueles como la masacre de Gwangju, o la de una mujer que muere lastimosamente por querer convertirse en planta, el jurado del festival de cine más prestigioso del mundo se comporta como un adolescente atiborrado de películas gore, galardonando el argumento en que una mujer se desdobla en un facsímil que la consume hasta convertirla no sólo en un monstruo, sino en un ridículo surtidor de fluidos repugnantes.
Dado que productos como La sustancia son declarados obras de arte subversivo, parece que Oscar Wilde tenía razón al escribir en El retrato de Dorian Gray: “El arte no tiene influencia sobre la acción. Aniquila el deseo de actuar. Es soberbiamente estéril. Los libros que el mundo llama inmorales son libros que muestran al mundo su propia vergüenza”. La historia de La sustancia es risible en su obscenidad. Y parece que eso dejó al jurado de Cannes con la única opción de aplaudir una explosión de ignominia.
Tomado de https://morfemacero.com/
Más historias
Pueblos Mágicos de Yucatán, un viaje al mundo maya
Bergasse 19
Bergasse 19