Hexagrama 38

Hexagrama 38

“Cierro filas alrededor de mis palabras, de una versión de la obra que, me parece, podría ajustarse de a poco hasta quedar lista, y de pronto intento que todo en mi vida se trate de un pequeño asunto, para que la...Tomado de https://morfemacero.com/

Colaboraciones 

Román Villalobos 

La misión era escribir la primera novela. En realidad iba a ser la tercera, pero vamos a hacer como que los primeros dos intentos no existen. Se quedaron en la congeladora. No los voy a sacar de ahí.  

II 

No es tiempo aún de hablar del fondo de la novela —¿todavía hablamos de forma y fondo?—. A ese respecto, sólo podría citar unos versos de Gerardo Deniz: «Diremos hoy del amor cosas verdades / como la orilla al mar hasta volverse arena».  

III 

Ni siquiera sé si puede hablarse de la forma.Con qué facilidad se puede decir: la forma es el fondo, y mantenerlo como un dogma cálido, doméstico. Pero sí hay observaciones que orbitan la existencia de esta novela y que quizá merezca la pena no dejar en el olvido.  

IV 

«El procedimiento en general, sea cual sea», dice César Aira, «consiste en remontarse a las raíces. De ahí que el arte que no usa un procedimiento, hoy día, no es arte de verdad». En este ensayo, «La nueva escritura», Aira habla sobre el método que John Cage utilizó para «construir» su pieza Music of Changes. Sesenta y cuatro combinaciones —como los hexagramas del I Ching— unidas por el azar. Así, según Cage, para que esté lejos del gusto personal, las obsesiones, la educación de la época, etcétera. 

No podemos escapar del I Ching porque abarca la totalidad de la experiencia humana. Cuando empecé a escribir la novela, el hexagrama que me acompañaba era el 24, Fu, «Regresar». El pronóstico decía, entonces, «es beneficioso tener una dirección en la que ir». ¿Qué es la escritura sino una dirección en la que ir? Me sentí amparado y di comienzo.  

Creí tener un procedimiento. Técnicas pensadas para buscar el azar, la libertad, y alejarme del yo sensiblero que podía contaminar la obra con algún melodrama. Quise buscar la forma nada más, afinarla, entenderla y llevarla a lugares nuevos para mi entendimiento de la escritura.  

El procedimiento, sin embargo, tenía algunas faltas. Comenzar a escribir la primera novelasupuso un constante desmontaje de las artimañas creativas que fui adquiriendo a lo largo de varios años en intentos poéticos por aquí y por allá. La poesía regala siempre una experiencia de creación muy inmediata. Sacude con fuerza. Das en el blanco —no siempre con la recurrencia que uno desearía— y quieres intentarlo de nuevo. El campo de tiro se desenrolla conforme avanzan los pasos de la voz poética. No hay que describirlo todo, sólo lo esencial. Diseñar, confeccionar un mundo con palabras certeras. La palabra, a fin de cuentas, es un artefacto para remediar el desconocimiento.  

VI 

Otra vez Aira: «San Agustín dijo que sólo Dios conoce el mundo, porque él lo hizo. Nosotros no, porque no lo hicimos. El arte entonces sería el intento de llegar al conocimiento a través de la construcción del objeto a conocer; ese objeto no es otro que el mundo. El mundo entendido como un lenguaje». Los mundos que surgen con la creación poética entrañan un dilema: en busca de la claridad, de la eficiencia del lenguaje, de la explotación de su capacidad expresiva, puedo terminar por esconder las raíces, por perder mi punto de inicio y referencia. Aunque toda escritura siempre muestra algo de quien la plasma, es cierto también que pueden jugarse trucos muy eficaces para ocultar y hacer perdedizos los rasgos de nuestra identidad.  

VII 

En pocas palabras, uno puede escribirse y esconderse a la vez.  

Eso que se esconde es algo humano. Lo mío que es también lo tuyo. Cómo nos vivimos en conjunto. Una palabra que yo puedo darte que es también la que esperabas leer. La que tenías en la punta de la lengua por tanto tiempo y que yo encontré por azar o por error.  

VIII 

Cuando terminé la primera versión de la obra, la primera versión de la primera novela, ya transformada de poesía azarosa, distópica e impersonal a un artefacto narrativo que simulaba contar una historia, me acompañaba el cuarto hexagrama, Meng, «Ignorancia». Aquí, en el pronóstico, el I Ching, como un ente, toma la palabra: «al primer oráculo doy razón. Si pregunta dos, tres veces, es molestia. Cuando molesta no doy información». Como curiosidad de estilo, la obra funcionaba bien, pero no era una novela. Entendí que no había que hacer más preguntas al oráculo de la escritura, no había que ir hacia arriba con los castillos del aire, sino sólo seguir el hilo y desarrollar. Desmontar, desmontar, desmontar, ir hacia abajo y hacia adentro. Dejar sólo una máscara, la de la ficción, para contar la verdad. Quienes hicieron el favor de leer el borrador coincidieron en esto. Hace falta algo humano que unifique los caminos y haga que los personajes crezcan, dijeron. Déjalos crecer, sin juzgarlos, y sigue sus pasos. Ahí hay algo que valdrá ser narrado.

IX 

En algún punto del proceso, se rompe un dique y todo comienza a fluir. En el caso de este proyecto, volver a la raíz supuso un retorno a lo esencial, a lo uno. Abandonar la estética de la fragmentación permanente a la que seguimos sometidos, y buscar lo propio en lo ajeno, lo tuyo en lo mío. Elegir una veta de esa experiencia y picar piedra.  

En una carta a su hermano Stanislaus, James Joyce declara: «no escribiré más que lo que me parezca bien —que el diablo me ayude— y lo haré lo mejor que pueda». A mi lado, tras cuatro años de haber comenzado a redactar la primera novela, está el hexagrama trigésimo octavo, K’uei, «Oposición», que augura buena fortuna «en los pequeños asuntos». Cierro filas alrededor de mis palabras, de una versión de la obra que, me parece, podría ajustarse de a poco hasta quedar lista, y de pronto intento que todo en mi vida se trate de un pequeño asunto, para que la fortuna, que es ciega, pueda venir a casa.   

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