La crisis política de Turquía se produce en un contexto de fracaso estructural de las políticas económicas del régimen de Recep Tayyip Erdoğan. Su deseo de satisfacer a los mercados al tiempo que preserva su base electoral es cada vez más insostenible.
En el espacio de media hora, el miércoles 19 de marzo de 2025 quedaron al descubierto los callejones sin salida de las políticas económicas de Recep Tayyip Erdoğan durante casi un cuarto de siglo. Ese día, según informa Bloomberg, la crème de la crème de los inversores institucionales estadounidenses se reunió en Estambul para escuchar la presentación de un economista cercano al régimen, decidido a convencerles de que invirtieran en Turquía.
Su discurso estaba bien preparado: la nueva política lanzada a finales de 2023 por el presidente, reelegido en mayo de este año, está diseñada para restablecer el equilibrio macroeconómico y tranquilizar a los mercados. Y según el Gobierno va por buen camino: la inflación, que había llegado a alcanzar el 75,5 % anual en mayo de 2024, se redujo al 39,05 % en febrero. La desinflación ofrece una perspectiva de estabilidad que tranquilizará a los inversores de Wall Street. Además, Turquía, antaño repelente absoluto de los mercados, vuelve a interesarles. Así pues, la reunión prometía ser fructífera.
Pero incluso en pleno apogeo de la presentación estaba los participantes comenzaron a asustarse. Esa misma mañana, el alcalde de Estambul y principal opositor de Recep Tayyip Erdoğan, Ekrem İmamoğlu, fue detenido y encarcelado. Inmediatamente, se desató un descalabro en los mercados. La lira turca perdió hasta un 10 %, el rendimiento del gobierno turco a diez años saltó al 33 %, el nivel más alto en veinte años, y la bolsa de Estambul se desplomó un 15 %. La poca confianza que se había generado en el último año y medio mediante una política de austeridad severa y unos tipos de interés de los más altos del mundo se desvaneció en cuestión de minutos.
El Banco Central de Turquía, el TCMB, acabó interviniendo para detener la hemorragia. El banco, que había logrado reconstruir sus reservas de divisas durante el año anterior, tuvo que liberar 11 500 millones de dólares para apoyar a la lira, que finalmente se estabilizó un 3 % por debajo del nivel previo a la detención de İmamoğlu: 38 liras por dólar. Se trata de un nivel récord desde la introducción de la nueva moneda en 2005. El TCMB también subió bruscamente su tipo de interés oficial del 42 % al 46 %, poniendo fin a una política de recortes graduales de los tipos iniciada en diciembre.
Autócrata imprevisible
El martes 25 de marzo, el ministro de Finanzas, Mehmet Şimşek, y el presidente del TCMB, Fatih Karahan, organizaron otra tele-reunión para intentar arreglar las cosas con los mercados. El lunes por la noche, Recep Tayyip Erdoğan proclamó: “Nunca permitiremos que se pongan en peligro los logros que hemos alcanzado con nuestro programa económico en los últimos dos años”. Pero puede que estas bravatas y estas reuniones no sean suficientes para restablecer la confianza de los inversores escaldados por su experiencia con el presidente turco.
Seamos claros antes de empezar: a los mercados financieros y a los inversores de Wall Street no les importa mucho la democracia y el Estado de derecho como tales en Turquía, y tampoco les importa el destino de Ekrem İmamoğlu. Su verdadero problema es que no confían en Recep Tayyip Erdoğan. El presidente turco sólo tiene una brújula: su permanencia en el poder, y para ello está dispuesto a sacrificar todos sus compromisos pasados en materia de política económica. Cuanto más poder tiene mmás intranquilos están los inversores. En este caso concreto, la estabilidad de una autocracia no es ninguna estabilidad, porque el autócrata es imprevisible.
También existe otro temor. Parte de la comunidad empresarial turca sigue oponiéndose a Recep Tayyip Erdoğan (en gran medida por las razones expuestas anteriormente) y, por tanto, apoya a la oposición liberal. Al apretar las tuercas a la oposición, el presidente turco también está ampliando su ya inmenso control sobre la economía del país. Todo el mundo recuerda aún que, tras el fallido golpe militar de 2016, el régimen confiscó miles de empresas y las entregó a familiares. Este tipo de juego con la propiedad privada de las empresas pone muy nerviosos a los inversores y su temor se reaviva con cada estallido de autoritarismo procedente de Turquía.
Pero puede que esa no sea toda la historia. Detrás de estos acontecimientos, lo que está en cuestión es todo el edificio económico de los casi veintitrés años de Recep Tayyip Erdoğan en el poder. El gobierno turco ha llegado a un callejón sin salida. Tras aplicar una política de crecimiento a toda costa para reforzar su poder, el presidente turco ha tenido que dar marcha atrás para evitar el hundimiento del país. Pero al hacerlo, ha debilitado su base electoral adicta al crecimiento y ha puesto en peligro su posición política. La actual ofensiva contra la oposición es un intento de resolver esta contradicción acallando el descontento. Pero es una apuesta muy arriesgada: la oposición puede no desarmarse, mientras que los mercados se mantendrán al margen.
Para comprender en su justa medida la debilidad actual de la posición de Recep Tayyip Erdoğan, tenemos que retroceder en el tiempo. Cuando llegó al poder en 2003, su partido, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), defendía las reformas neoliberales propugnadas por la Unión Europea (UE). Era una postura que permitía rechazar las décadas de dominio de una derecha turca corrupta que había sumido al país en la crisis bancaria en 2001. En aquel momento, el AKP se veía a sí mismo como el partido de la estabilidad económica y el desarrollo.
Doble déficit
Pero el régimen no ha cambiado el modelo económico del país. Turquía carece de grandes recursos naturales y debe basar su crecimiento en su base industrial. Ésta se posiciona como una industria manufacturera tradicional, entre la gama media y baja del mercado, cuya principal baza son los bajos salarios. Incluso actualmente, esta posición no ha variado. En 2022, los aparatos eléctricos representaban el 16,5 % de las exportaciones del país, los textiles y los automóviles el 13,5 % y el acero el 10,5 %.
Esta situación es una amenaza constante para las exportaciones turcas, muy expuestas a la competencia internacional, a los riesgos proteccionistas y a la madurez de sus mercados. Estos sectores son relativamente improductivos y tienen poca capacidad de crecimiento. Turquía es el 28º exportador mundial, y el nivel de sus exportaciones apenas cubre las necesidades de la demanda interna. Una de las características permanentes de la economía turca es el doble déficit comercial y por cuenta corriente. En otras palabras, su financiación depende permanentemente del exterior.
Tasa de inflación en Turquía
Una vez en el poder, el AKP se dio cuenta rápidamente de un hecho que ahora se está haciendo evidente para la mayoría de los países del Sur Global: la industria manufacturera ya no es un vector suficiente para el desarrollo. El Banco Mundial tuvo que reconocerlo el año pasado al constatar que el desarrollo de los países emergentes se había estancado. Turquía fue un precursor en este sentido. La crisis de 2001 ya fue una prueba de ello.
Para Recep Tayyip Erdoğan, por tanto, era necesario encontrar otras fuentes de crecimiento. En lugar de modificar radicalmente la base productiva de Turquía, el régimen decidió apostar por el desarrollo de la demanda interna, en particular mediante grandes proyectos de construcción e infraestructuras. Para el AKP, esto también era una forma de reforzar su control sobre el país haciendo que el crecimiento dependiera del gasto público, que obviamente estaba dirigido a los cercanos al gobierno.
Desde 2003, el marco de la contratación pública se ha modificado 192 veces y el régimen ha apoyado los préstamos subvencionados a empresas amigas. Así pues, la corrupción no ha disminuido, sino que ha cambiado de manos. Ha surgido una nueva oligarquía, fuertemente dependiente de Recep Tayyip Erdoğan. Una evolución no muy alejada, pues, de la de la Rusia de Vladimir Putin.
Los diez primeros años de gobierno del AKP fueron, por tanto, los de un crecimiento muy fuerte, que se acercaba regularmente al 10 %, llegando incluso al 11 % en 2011. En aquella época, la economía nacional estaba dominada por la construcción. Los suburbios de las grandes ciudades y la costa mediterránea del país estaban cubiertos de hormigón. La construcción pasó del 4 % del PIB en 2002 al 10 % en 2016. Para financiar esta fiebre de la construcción, los bancos turcos captaron fondos en los mercados de divisas, donde pedían prestado a tipos bajos para prestar a tipos más altos en Turquía. Por tanto, el déficit por cuenta corriente no es un problema.
Aunque los salarios reales siguen estancados, el país se moderniza y los préstamos permiten a la población acceder a nuevos productos, entre ellos, por supuesto, la vivienda. Según el Banco Mundial, el flujo de crédito al sector privado pasó del 33,4 % del PIB en 2008 al 70,5 % en 2017. Esto hizo que el régimen dependiera en gran medida del crecimiento. Regularmente introdujo programas de apoyo a los hogares financiados por el aumento del PIB y su creciente control sobre la economía turca.
Crisis de crecimiento
Todo se complicó a mediados de la década de 2010. La reorganización del crecimiento chino frenó el crecimiento de los países emergentes y los inversores internacionales se volvieron más cautelosos a la hora de prestar su dinero. El flujo de financiación se redujo, y con él el crecimiento. En 2014, Turquía sufrió un primer ataque de los mercados. Al mismo tiempo, el régimen estaba amenazado y fue víctima de un intento de golpe militar en 2016.
Aunque Recep Tayyip Erdoğan empezó a endurecer su régimen con el referéndum de 2017, que confirmó el giro hacia el presidencialismo, decidió mantener un régimen de alto crecimiento a toda costa. Y para garantizarlo, estrechó el cerco sobre las empresas, como ya hemos dicho, pero también sobre el Banco Central de Turquía y las autoridades reguladoras. Su obsesión era mantener bajos los tipos de interés para que el crédito pueda alimentar la demanda interna, mientras el Estado seguía inyectando liquidez en la economía. En la Turquía de Erdoğan, crecimiento y autoritarismo parecen ir de la mano.
En un principio, la apuesta parece haber dado sus frutos. El crecimiento repuntó en 2017, con una tasa media anual del 7,5 %, lo que permitió al régimen reforzarse políticamente. Pero la economía turca estaba al borde del sobrecalentamiento, y los inversores institucionales empezaban a desconfiar de la política de bajos tipos de interés del régimen. En 2018, la lira turca se desplomó un 58 %, cayendo de 3,8 liras por dólar a 6 liras. Esta caída del valor de la moneda turca alimentó la inflación en un país que dependía en gran medida de las importaciones. La inflación pasó del 12 % al 25 % anual en 2018.
Tipo de interés oficial del Banco Central de Turquía
El presidente turco, reelegido en junio de 2018, acordó entonces una fuerte subida de los tipos de interés del 8 % al 24 %, lo que provocó una ralentización del crecimiento. Este episodio es sumamente importante para la actualidad. Por aquel entonces, Recep Tayyip Erdoğan ya había aceptado una vuelta a la ortodoxia monetaria para estabilizar la situación. Pero esta conversión fue temporal. En 2021, la situación era delicada para el Gobierno, ya que las elecciones de 2023 se presentaban reñidas, con una oposición unida apoyada por las y los decepcionados por la ralentización del crecimiento.
En ese momento, Recep Tayyip Erdoğan se embarcó en una carrera general desenfrenada para ganar las elecciones de 2023. En agosto de 2021, los tipos directores del TCMB seguían al nivel de la inflación, es decir, cerca del 19 %. Pero en ese momento, el banco central empezó a bajar los tipos de forma constante. El Presidente turco proclamó que los tipos de interés elevados eran “la madre y el padre de todos los males”. Los tipos se redujeron al 8,5 % en febrero de 2023. Esta bajada de tipos provocó inmediatamente una caída de la lira turca. De 8,5 liras en agosto de 2021, el dólar pasó a 26,5 liras en junio de 2023. Esta caída del 68 % disparó la inflación: en octubre de 2022, alcanzaba el 85 % anual.
Al régimen no le importó, pues su objetivo fue la reelección en mayo de 2023. El salario mínimo subió antes de las elecciones, al mismo tiempo que los sueldos de los funcionarios. Las medidas de control de precios y la intervención masiva en los mercados de divisas ayudaron a reducir la inflación en los primeros meses de 2023, que volvió a caer hasta el 38 % en junio de 2023. La apuesta del Presidente turco dio resultado: fue reelegido con el 52 % de los votos, aunque tuvo que aceptar una segunda vuelta. Pero el precio que tuvo que pagar fue considerable.
El TCMB carece de reservas de divisas. Peor aún, tiene reservas negativas de 67 000 millones de dólares, lo que significa que depende de los préstamos en divisas a corto plazo de otros bancos centrales. En 2018, la Fed ya había ayudado al TCMB, pero ahora este solo puede depender de naciones amigas, en particular los Emiratos Árabes Unidos, que no le prestan dólares, sino dírhams de los Emiratos.
La situación ya no se tiene en pie. Turquía se dirige directamente a una crisis de liquidez, es decir, a una grave recesión combinada con hiperinflación, que el régimen no podrá soportar. Entonces, el AKP habrá devuelto al país a sus peores pesadillas de los años 90, la misma situación que le llevó al poder. Así pues, es necesario que las las divisas vuelvan al país a toda costa.
El impasse del cambio radical
Recep Tayyip Erdoğan decidió entonces, una vez más, un cambio de política, que se escenificó con el nombramiento de Mehmet Şimşek para el Ministerio de Finanzas, cargo que ya había ocupado de 2009 a 2015. Cercano al presidente, cuenta con una ventaja considerable: es un antiguo ejecutivo de Merril Lynch y UBS. Habla el lenguaje de los mercados. Su tarea es sencilla: tranquilizar a los inversores y hacer que vuelvan a Turquía. Son tiempos de austeridad y subida de impuestos.
Al mismo tiempo, el TCMB cambió radicalmente su política. Sus tipos de interés clave subieron bruscamente y en marzo de 2024 alcanzaron el 50 %, uno de los tipos más altos del mundo. Fue este tipo de política el que permitió al país reconstruir rápidamente sus reservas de divisas que, antes de la crisis actual, ascendían a casi 100.000 millones de dólares. Como resultado, Turquía se ha convertido en un paraíso para los fondos especulativos aficionados al carry trade, que consiste en pedir prestado en un país con tipos bajos para prestar en otro con tipos altos.
Pero la economía se detuvo repentinamente y entró en recesión en el segundo y tercer trimestres de 2024. La inflación retrocedió mecánicamente después de repuntar tras el levantamiento de los controles de precios. Mehmet Şimşek construyó entonces un relato cuidadosamente elaborado para los mercados y, sobre todo, para los inversores a largo plazo, que aún se resistían a considerar Turquía como un destino aceptable: las políticas aplicadas estaban dando sus frutos y permitirían volver a la estabilidad. Las buenas cifras de crecimiento del último trimestre de 2024 (+1,7 % trimestral) respaldaban su afirmación, mientras que el TCMB inicia una lenta reducción de los tipos de interés. A principios de marzo, la apuesta de Mehmet Şimşek parecía abocada al éxito. Hasta el 19 de marzo, cuando sus esfuerzos se fueron al traste.
PIB real de Turquía
Este largo flashback era necesario para entender por qué los mercados reaccionaron con tanta fuerza. Las conversiones de Erdoğan a la ortodoxia son instrumentales, destinadas únicamente a evitar el colapso del país. Pero una vez repuestas las reservas de divisas, nadie está nunca seguro de lo que decidirá el presidente para mantenerse en el poder.
En realidad, el callejón sin salida de Recep Tayyip Erdoğan es total. Está atrapado en un doble aprieto: mantener su promesa de desarrollo basado en un fuerte crecimiento, y conservar la confianza de los inversores institucionales para financiar los déficits crónicos del país. Durante mucho tiempo, el gobierno turco intentó alternar entre estas dos limitaciones, dando prioridad a una u otra. Pero esta posición se ha vuelto insostenible porque la confianza se ha evaporado y los medios para dar garantías a la población o a los mercados se han vuelto más costosos.
Así pues, detrás de la bonita narrativa de Mehmet Şimşek, persiste una inflación elevada, recientemente revisada al alza para 2025, de hasta el 24 %. El repunte del consumo, favorecido por la ligera mejora de los salarios reales, ha vuelto a elevar inmediatamente las previsiones de inflación. En otras palabras, el coste de restablecer la confianza de los mercados es sin duda más elevado de lo que el Gobierno turco quiere creer.
En cuanto a la población, ha soportado todo el peso del cambio de política. Y con razón: el mundo del trabajo siempre ha sido la última rueda de la política económica de Erdoğan, cuya función ha sido concentrar la riqueza en torno a la nueva élite creada por el régimen. El índice de Gini, que mide la desigualdad, es de 44 según el último dato del Banco Mundial, lo que convierte a Turquía en uno de los países más desiguales en su nivel de desarrollo. Según la base de datos de desigualdad del WID, el 1 % más rico de la población turca recibe el 23,9 % de los ingresos distribuidos, mientras que el 50 % más pobre recibe el 14,1 %. Al mismo tiempo, los salarios reales en 2021 se mantuvieron por debajo de su máximo a finales de los años 90 y por debajo de su nivel en los años 70.
La lógica de la política del régimen es la de una redistribución mínima, centrada en los más pobres y que le permita mantenerse en el poder, mientras que el grueso del crecimiento creado es acaparado por una minoría. Esta es también la razón por la que el gobierno necesita un fuerte crecimiento. Pero las políticas de Mehmet Şimşek han dificultado lograrlo. Algunos de los partidarios tradicionales del AKP amenazan con unirse a la oposición. De ahí el apretón de tuercas de marzo.
Por tanto, la única salida en una situación así es una huida hacia delante autoritaria en beneficio del capital internacional. Pero existe un riesgo importante de que el capital nacional y una parte de la población unan sus fuerzas contra tal opción. Este es el escenario que podría surgir en las próximas semanas.
El estancamiento de las políticas de Recep Tayyip Erdoğan es instructivo en más de un sentido. En primer lugar, la intervención del Estado no es una solución milagrosa si no cambia las estructuras en profundidad, sino que, por el contrario, forma parte de una simple captura por parte de un clan. En segundo lugar, apoyar la demanda interna confiando en la financiación exterior de los mercados conduce a opciones imposibles.
Por último, el autoritarismo y la guerra son, más que nunca, salidas para los capitalismos nacionales en crisis. La Turquía de Erdoğan cuenta con el apoyo de Elon Musk, que no duda en suspender las cuentas X de la oposición. Desde que comenzó la crisis en 2018, también ha desarrollado su industria de defensa, ha llevado a cabo políticas agresivas en Siria y ha apoyado la ofensiva azerí en Nagorno-Karabaj.
26/03/2025
Romaric Godin
ESSF
Traducción: viento sur
Tomado de https://vientosur.info/
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