septiembre 13, 2025

El Paso lidia con una complicada afluencia de migrantes

El alcalde de la ciudad de Texas declaró que habían llegado a “un punto de quiebre”. Esta situación refleja un panorama cada vez más insostenible en la frontera con México.#Sonora #Expresion-Sonora.com Tomado de http://nytimes.com/es/feed...

El alcalde de la ciudad de Texas declaró que habían llegado a “un punto de quiebre”. Esta situación refleja un panorama cada vez más insostenible en la frontera con México.

La ciudad de El Paso, una localidad de tránsito en el oeste de Texas acostumbrada desde hace tiempo a la llegada de migrantes procedentes de México, ha empezado a ceder bajo la presión de miles y miles de personas que cruzan la frontera, día tras día.

Los refugios habituales se han llenado. También se han llenado los cientos de habitaciones de hotel que la ciudad ha conseguido para alojar a los migrantes. El fin de semana se inauguró un nuevo albergue municipal en un centro recreativo, y se llenaron con rapidez sus casi 400 camas. Se tiene previsto abrir otro refugio en una escuela desocupada.

El alcalde, Oscar Leeser, declaró el fin de semana que la ciudad había llegado a un “punto de quiebre” y ya no podía ayudar a todos los migrantes por sí sola. Dio la bienvenida a los autobuses, fletados por la gestión del gobernador de Texas, Greg Abbott, que una vez más comenzaron a transportar a cientos de migrantes fuera de la ciudad hacia Denver, Chicago o Nueva York. El alcalde dijo que estaba buscando millones de dólares en ayuda adicional del gobierno de Biden.

La tensión vivida en El Paso, una ciudad fronteriza tradicionalmente hospitalaria, refleja una situación cada vez más insostenible para las comunidades a lo largo y ancho de la frontera de Estados Unidos con México. Tras meses de relativa calma, un nuevo influjo de llegadas de migrantes, en su mayoría procedentes de Venezuela, pero también de otros países de Sudamérica, África y otros lugares, está poniendo a prueba los servicios disponibles en ciudades y pueblos pequeños desde Texas hasta California.

La ciudad de El Paso, una localidad de tránsito en el oeste de Texas acostumbrada desde hace tiempo a la llegada de migrantes procedentes desde México, ha empezado a ceder bajo la presión de miles y miles de personas que cruzan la frontera.Ivan Pierre Aguirre para The New York Times

En San Diego, la junta de supervisores del condado declaró el martes una crisis humanitaria y algunos funcionarios municipales afirmaron que los recursos federales disponibles eran insuficientes para manejar la afluencia de migrantes. Entre otras cosas, la junta solicitó personal y dinero federales para ayudar a los migrantes a llegar a sus destinos finales y evitar tener que liberarlos en las calles.

Han llegado tantos migrantes al sur de California durante la más reciente afluencia que los agentes fronterizos han comenzado a liberar a algunos de ellos tan al norte como Oceanside, California, a más de 80 kilómetros de la frontera, para aliviar la presión sobre los refugios y servicios en San Diego.

La mayoría de los migrantes tienen audiencias de deportación pendientes. Pero sus primeras citas ante un tribunal podrían tardar hasta dos años.

En el pasado, muchos de los que llegaban tenían un destino específico en mente al cruzar la frontera, debido a conexiones familiares o de otro tipo en Estados Unidos. Pero eso ha empezado a cambiar.

“Llegan aquí sin tener ni idea de adónde ir y sin recursos para llegar a ningún otro sitio”, explicó Melissa M. Lopez, directora ejecutiva de los Servicios Diocesanos para Migrantes y Refugiados de El Paso, que ofrece apoyo jurídico a los migrantes.

Como resultado, los migrantes han estado durmiendo en las aceras de El Paso, cerca de refugios abarrotados que se encuentran a cierta distancia del centro de la ciudad. Los residentes de vecindarios poco acostumbrados a los migrantes afirmaron que de repente se han comenzado a encontrar con extraños, muchos de ellos cargados con bolsas de plástico repletas de ropa, cerca de los hoteles donde la ciudad logró encontrar habitaciones para ellos.

En la plaza San Jacinto, en el centro de la ciudad, decenas de hombres se esparcían por los bancos o se sentaban a conversar cerca de las marquesinas de los hoteles turísticos en un día entre semana reciente, un cambio importante respecto a las olas anteriores, en las que los migrantes permanecían en su mayoría cerca de los albergues. Los residentes de El Paso brillaban por su ausencia en la plaza.

Judith Camacho, una venezolana de 25 años que cruzó la frontera desde Ciudad Juárez, en México, varios días antes, dijo que sentía empatía con los comensales de un restaurante de lujo frente a la plaza mientras caminaba con su marido y sus dos hijos pequeños.

Los migrantes han estado durmiendo en las aceras de El Paso, por lo general cerca de refugios abarrotados.Ivan Pierre Aguirre para The New York Times

“Me siento mal”, dijo Camacho. “Con mi familia, así con esta facha, todo prácticamente sucio”. Y añadió que había estado intentando conseguir una habitación de hotel en la ciudad para no tener que quedarse en la calle. Los clientes del restaurante miraban de vez en cuando a través de los grandes ventanales de cristal que dan a la acera, haciendo una pausa en su conversación para observar a los migrantes que permanecían desocupados en las inmediaciones.

Como la mayoría de las personas que hacen el largo viaje hasta la frontera y cruzan de manera ilegal a Estados Unidos, Camacho espera llegar finalmente a una gran ciudad como Chicago o Washington, donde ha escuchado que hay oportunidades.

“Sabemos que vienen a Estados Unidos, no a El Paso”, dijo Leeser en una conferencia de prensa el sábado.

Durante el fin de semana, los agentes federales de fronteras retuvieron a casi 6500 migrantes en el centro de procesamiento local de El Paso, afirmó Leeser, un drástico aumento respecto de varias semanas antes, el cual tomó a la ciudad por sorpresa.

El miércoles, los datos de la ciudad mostraban que esa cifra había aumentado a 7600 migrantes bajo custodia de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, y más de 1000 eran liberados en la ciudad cada día.

Un portavoz de Abbott dijo que el estado había fletado 15 autobuses en El Paso en la última semana y que habían transportado a 640 inmigrantes fuera de la ciudad.

Las autoridades de El Paso han insistido en que a todos los migrantes que se liberen en la comunidad se les ofrezcan lugares donde alojarse, evitando así el tipo de liberaciones callejeras que se han visto en otras zonas a lo largo de la frontera, y las estadísticas de la ciudad muestran que han cumplido en gran medida ese objetivo.

Migrantes hacen fila en la plaza San Jacinto, la plaza principal de El Paso, para abordar un autobús que los llevará a un refugio de la ciudad.Ivan Pierre Aguirre para The New York Times

Pero incluso con alojamiento organizado por los operadores de los albergues y el gobierno municipal, algunos migrantes han optado por permanecer en las calles. Algunos expresaron desconfianza hacia el gobierno y se enfadaron por no poder entrar y salir de los refugios cuando quisieran.

Renzo Campos, un joven venezolano de 22 años, aseguró que hay refugios en los que a veces no lo dejaban salir. Un compañero venezolano que lo acompañaba, Carlos Matos, de 26 años, dijo que había pasado un tiempo en un refugio y que no quería regresar.

Ambos dijeron que estaban esperando en El Paso porque no estaban seguros de adónde ir. Tanto ellos como otros afirmaron que habían venido a Estados Unidos a trabajar.

A una cuadra de allí, Diana Barrientos estaba sentada en la acera con la espalda apoyada en la pared de un hotel del centro y con su hijo de un año en su regazo. Ella y su esposo se habían entregado a los agentes de la Patrulla Fronteriza en el muro fronterizo y habían pasado seis días detenidos antes de ser liberados el martes. Se habían quedado sin dinero, pero esperaban conseguir un viaje en autobús gratuito para salir de El Paso. Barrientos dijo que esperaban llegar a Chicago, donde tiene amigos que aceptaron ayudarla.

Camacho, la madre con dos hijos que estaba al frente del restaurante, dijo que ella, como muchos otros migrantes recién llegados, había intentado registrarse en México para concertar una cita con un agente fronterizo estadounidense y obtener permiso para cruzar legalmente, pero se encontró con retrasos en la aplicación del gobierno de Estados Unidos. Sin dinero y temiendo por su seguridad en Juárez, ella y su marido decidieron cruzar ilegalmente el río Bravo.

Mientras se dirigían al río, a ella y su familia los iba “persiguiendo una camioneta de unas personas, unos hombres mexicanos”, dijo. “Nos querían cobrar para pasar”. Y añadió: “Nos pusimos a correr”. “Mi esposo se cayó en el río, yo casi me caigo con ella”, dijo, refiriéndose a su hija.

Una vez que llegaron al lado estadounidense, colocaron mantas sobre el alambre de púas desplegado a lo largo de la orilla del río, atravesaron el alambre y se entregaron a los agentes de la Patrulla Fronteriza, quienes los procesaron y liberaron.

Como muchos venezolanos que llegan al país, ella y su marido no tienen parientes ni contactos en Estados Unidos.

Mientras hablaba, la puerta de un restaurante del centro de la ciudad se abrió brevemente, mientras los clientes entraban y los tentadores aromas salían a la calle.

“Mamá, tengo hambre”, dijo su hijo.

“Lo sé”, respondió Camacho. “Comeremos pronto”.

Miriam Jordan colaboró con este reportaje.

J. David Goodman es el jefe del buró de Houston y cubre Texas. Ha escrito sobre el gobierno, la justicia penal y el papel del dinero en la política para el Times desde 2012. Más de J. David Goodman


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