Verosimilitudes y realidades

Verosimilitudes y realidades

El laberinto del mundo

José Antonio Lugo

I. El loro de Flaubert

El novelista inglés Julian Barnes le dedicó un libro del mismo título a un texto que relata una minuciosa investigación sobre los lugares en que vivió el autor de Madame Bovary y los objetos que permanecen, a pesar del paso del tiempo.  Destaca la búsqueda del verdadero loro disecado, que Flaubert tuvo en su estudio en Croiset mientras escribió el cuento «Un alma simple». Después de su largo periplo, el novelista encuentra que hay una infinidad de loros disecados cuyos dueños/museos/albergues consideran que es el «bueno». 

Menciona también errores de la novela, ya que Emma tiene los ojos azules en alguna parte de la novela y en otros los tiene marrones o negros. Los lectores nos quedamos con la sensación de que está bien que se documenten esas pifias, pero que no le agregan o quitan algo a la magia que este personaje ha provocado en todos sus lectores.

Hay cosas graciosas y pertinentes. Flaubert guardó un recorte de periódico del periódico L’opinion nationale, del 20 de junio de 1863, donde se describe a un loco propietario de un loro, quien se desquicia a la muerte del animal e intenta imitarlo:

«Se enroscaba cada vez más en sí mismo, y hasta se pasaba varios días seguidos sin salir de su habitación. Comía cualquier cosa que le llevaran, pero no parecía enterarse de la presencia de sus vecinos. Poco a poco empezó a creer que se había convertido en un loro. Imitando al pájaro muerto, gritaba el nombre que tanto le gustaba oír; intentaba andar como un loro, se colgaba en lo alto de los muebles y extendía los brazos como si tuviese alas y pudiese volar.

En ocasiones se ponía furioso y comenzaba a romper todo; su familia decidió enviarle a una casa de salud mental que había en Gheel. En el transcurso del viaje hacia allí, sin embargo, logró huir aprovechando la oscuridad de la noche.  A la mañana siguiente lo encontraron encaramado a un árbol. Como era muy difícil convencerle de que bajase, alguien tuvo la idea de poner al pie de su árbol una enorme jaula de loro. En cuanto la vio, el infortunado monomaníaco bajó y pudo ser atrapado. Actualmente se encuentra en el manicomio de Gheel».

Podemos entender la fascinación que debió ejercer sobre el escritor normando esta enloquecida historia, aunque es imposible saber qué tanto inspiró este recorte de periódico que guardó Flaubert para la elaboración de su famoso relato. 

El loro de Flaubert, de Julian Barnes, trae también un bestiario donde se analizan los animales que salen en la obra completa –los osos eran, además de los loros, sus preferidos–, tres cronologías, una que incluye la vida real, otra que sólo describe los honores y publicaciones y una tercera que pretende atisbar en la psique de Flaubert y sus éxitos y fracasos desde esas profundidades. 

Tiene además un texto, escrito por supuesto por Barnes, donde le da voz a Louise Colet: «¿Entendía a las mujeres? A menudo lo dudé. Nos peleamos, me acuerdo bien, por lo de esa prostituta nilótica que le gustaba, Kuchuk Hanem. Gustave tomaba notas durante sus viajes. Yo le pedí que me las dejara leer. Él se negó; volví a pedírselo; y así sucesivamente. Finalmente me lo permitió. No son unas páginas muy agradables. Lo que a Gustave le parecía encantador de Oriente, a mí me parecía denigrante. Una cortesana, una cortesana cara que se embadurna de aceite de sándalo para ocultar el nauseabundo olor de las chinches que infestan su cuerpo. ¿Tan edificante es, pregunto yo, tan bello? ¿Tan raro, tan espléndido? ¿No será más bien sórdido y asquerosamente vulgar?». Sería interesante si tuviéramos la certeza de que lo escribió Colet, pero es Barnes colocándose en sus zapatos (de tacón).

II. Diccionario de tópicos

Las dos últimas obras de Flaubert quedaron inconclusas: la novela Bouvard y Pécuchet y el Diccionario de Tópicos. Barnes retoma esta idea y escribe la siguiente entrada: «JEAN PAUL SARTRE: Se pasó diez años escribiendo El idiota de la familia (el libro dedicado a Flaubert) en lugar de escribir panfletos maoístas. Es como una Louise Colet de altos vueltos, que malgastó el tiempo importunando a Gustave, que lo único que quería era que lo dejasen en paz. Concuir de todo ello: más vale malograr la ancianidad que no saber qué hacer con ella».

       El libro de Julian Barnes es divertido. Se reconoce el esfuerzo arqueológico, sus visitas a Croiset y su búsqueda del loro, así como sus textos metaliterarios. No pasa de ser un juego, interesante para los que admiramos al maestro normando. Me importa más el comentario sobre Sartre, porque el filósofo de la rive gauche efectivamente le dedicó El idiota de la familia, un libro voluminoso que no terminó. Analizaremos este libro en el próximo Laberinto.

Tomado de https://morfemacero.com/

El laberinto del mundo

José Antonio Lugo

I. El loro de Flaubert

El novelista inglés Julian Barnes le dedicó un libro del mismo título a un texto que relata una minuciosa investigación sobre los lugares en que vivió el autor de Madame Bovary y los objetos que permanecen, a pesar del paso del tiempo.  Destaca la búsqueda del verdadero loro disecado, que Flaubert tuvo en su estudio en Croiset mientras escribió el cuento «Un alma simple». Después de su largo periplo, el novelista encuentra que hay una infinidad de loros disecados cuyos dueños/museos/albergues consideran que es el «bueno». 

Menciona también errores de la novela, ya que Emma tiene los ojos azules en alguna parte de la novela y en otros los tiene marrones o negros. Los lectores nos quedamos con la sensación de que está bien que se documenten esas pifias, pero que no le agregan o quitan algo a la magia que este personaje ha provocado en todos sus lectores.

Hay cosas graciosas y pertinentes. Flaubert guardó un recorte de periódico del periódico L’opinion nationale, del 20 de junio de 1863, donde se describe a un loco propietario de un loro, quien se desquicia a la muerte del animal e intenta imitarlo:

«Se enroscaba cada vez más en sí mismo, y hasta se pasaba varios días seguidos sin salir de su habitación. Comía cualquier cosa que le llevaran, pero no parecía enterarse de la presencia de sus vecinos. Poco a poco empezó a creer que se había convertido en un loro. Imitando al pájaro muerto, gritaba el nombre que tanto le gustaba oír; intentaba andar como un loro, se colgaba en lo alto de los muebles y extendía los brazos como si tuviese alas y pudiese volar.

En ocasiones se ponía furioso y comenzaba a romper todo; su familia decidió enviarle a una casa de salud mental que había en Gheel. En el transcurso del viaje hacia allí, sin embargo, logró huir aprovechando la oscuridad de la noche.  A la mañana siguiente lo encontraron encaramado a un árbol. Como era muy difícil convencerle de que bajase, alguien tuvo la idea de poner al pie de su árbol una enorme jaula de loro. En cuanto la vio, el infortunado monomaníaco bajó y pudo ser atrapado. Actualmente se encuentra en el manicomio de Gheel».

Podemos entender la fascinación que debió ejercer sobre el escritor normando esta enloquecida historia, aunque es imposible saber qué tanto inspiró este recorte de periódico que guardó Flaubert para la elaboración de su famoso relato. 

El loro de Flaubert, de Julian Barnes, trae también un bestiario donde se analizan los animales que salen en la obra completa –los osos eran, además de los loros, sus preferidos–, tres cronologías, una que incluye la vida real, otra que sólo describe los honores y publicaciones y una tercera que pretende atisbar en la psique de Flaubert y sus éxitos y fracasos desde esas profundidades. 

Tiene además un texto, escrito por supuesto por Barnes, donde le da voz a Louise Colet: «¿Entendía a las mujeres? A menudo lo dudé. Nos peleamos, me acuerdo bien, por lo de esa prostituta nilótica que le gustaba, Kuchuk Hanem. Gustave tomaba notas durante sus viajes. Yo le pedí que me las dejara leer. Él se negó; volví a pedírselo; y así sucesivamente. Finalmente me lo permitió. No son unas páginas muy agradables. Lo que a Gustave le parecía encantador de Oriente, a mí me parecía denigrante. Una cortesana, una cortesana cara que se embadurna de aceite de sándalo para ocultar el nauseabundo olor de las chinches que infestan su cuerpo. ¿Tan edificante es, pregunto yo, tan bello? ¿Tan raro, tan espléndido? ¿No será más bien sórdido y asquerosamente vulgar?». Sería interesante si tuviéramos la certeza de que lo escribió Colet, pero es Barnes colocándose en sus zapatos (de tacón).

II. Diccionario de tópicos

Las dos últimas obras de Flaubert quedaron inconclusas: la novela Bouvard y Pécuchet y el Diccionario de Tópicos. Barnes retoma esta idea y escribe la siguiente entrada: «JEAN PAUL SARTRE: Se pasó diez años escribiendo El idiota de la familia (el libro dedicado a Flaubert) en lugar de escribir panfletos maoístas. Es como una Louise Colet de altos vueltos, que malgastó el tiempo importunando a Gustave, que lo único que quería era que lo dejasen en paz. Concuir de todo ello: más vale malograr la ancianidad que no saber qué hacer con ella».

       El libro de Julian Barnes es divertido. Se reconoce el esfuerzo arqueológico, sus visitas a Croiset y su búsqueda del loro, así como sus textos metaliterarios. No pasa de ser un juego, interesante para los que admiramos al maestro normando. Me importa más el comentario sobre Sartre, porque el filósofo de la rive gauche efectivamente le dedicó El idiota de la familia, un libro voluminoso que no terminó. Analizaremos este libro en el próximo Laberinto.

Tomado de https://morfemacero.com/