Tantos santos adorados

Tantos santos adorados

“El mismo Guénon enseña que el tránsito de un ciclo a otro no puede cumplirse más que en la oscuridad. “Es preciso que haya escándalo ---advierte el Evangelio---, pero ¡ay de aquel por quien llega el escándalo!”...Tomado de https://morfemacero.com/

TA MEGALA 

Fernando Solana Olivares

                                                  In memoriam Juan Manuel Santín

A: Julius Évola dice que más allá del filósofo y el científico no está el santo, el artista o el contemplativo, sino el mago, es decir, el señor.

B: Eso dice él. ¿Qué dices tú?

A: No me vengas con falsos afanes de originalidad. Te recordaré la frase de Borges: “Me enorgullezco de los libros que he leído, no de los que he escrito”. Sólo somos la suma de aquello que conocemos. Preguntar cuánto es nuestro y cuánto no, resulta un falso problema: leemos para aprender, aprendemos para ser. Leemos y somos. Entonces, si aquel lo dijo y yo lo creo, lo digo citando a quien lo dijo y se vuelve mío. ¿Qué digo yo? Lo que dice él.

B: Un salmo bíblico afirma que Dios reúne bajo su tienda a quienes quiere proteger. Parecería que estamos condenados a recibir la iluminación mediante la lectura, una forma menor de la contemplación, la cual está por debajo del dominio, del enseñoramiento que tu autor considera como vía superior de realización. Según tú, la reunión de la tienda divina hoy nada más podría ocurrir en una biblioteca.

A: Sólo a condición de que consideres el libro como el primer peldaño del proceso y a la lectura como la primera tarea propia de esa contemplación que llamas menor. Pero si ahora buscamos dónde están los instrumentos iniciales de esa transformación hemos de concluir que se encuentran mayoritariamente en los libros. No en todos, pero sí en algunos esenciales, aquellos que reconstruyen mundos o los derriban, esos que transforman a quien los lee porque lo hacen ser otro, multiplicarse.

B: Entonces, ¿el mago es un lector?

A: Para serlo en el mundo actual debe agitar su conciencia mediante la lectura y así iniciar su transformación. A menos que logre lo que hoy se mira imposible: vincularse a una tradición viva —si en Occidente todavía existen— que lo instruya en un conocimiento verdadero.

B: Lo que dices suena a racionalismo, la patología occidental que evita ese conocimiento verdadero. El Katha Upanishad advierte claramente: “Cuando los cinco sentidos y la mente están quietos y hasta la razón descansa en silencio, entonces comienza el conocimiento supremo”. Ojo: cuando hasta la razón descansa en silencio. ¿No leemos cualquier libro mediante la razón, que al hacerlo no está en silencio?

A: Sí, la definición clásica del tratado sobre yoga de Patañjali es idéntica: “El yoga consiste en parar intencionadamente las actividades espontáneas de la substancia mental”. Pero esto yo lo leí en un libro y gracias a él lo supe, como tú. Por el ajetreo de la razón conocemos el silencio posible de esa misma razón. El veneno racionalista, en dosis adecuadas, puede curar si se toma con precaución.

B: Extraño empeño para alcanzar la liberación. ¿Cómo saber cuál es la dosis adecuada, quién nos indica su debida cantidad?

A: Leer lo que debe leerse para comprender las cosas como son es apropiarse de las herramientas que permiten acercarse a la verdad. Tu pregunta se responde en ella misma: haciéndolo lo sabrás. El espíritu sopla donde quiera, inclusive en algunos libros.

B: Pero los tesoros no se le muestran a cualquiera, no son vistos si no se les espera o se les busca. ¿Escuchas el sonido de esa campana? Para alguien puede ser un aviso fúnebre, para otro un sonido de vida. Nadie da lo que no tiene ni recibe lo que no merece.

A: Entonces todo libro verdadero encontrará a su lector, porque éste se ha preparado para ello buscándolo. Un día llegará a su mente y le mostrará cómo trascenderla. Frithoj Schuon escribe que “para atender a la verdad, es necesario despertar en uno mismo la facultad intelectiva, y no esforzarse en explicar por la razón las realidades que no se ven”. El comienzo de ese despertar puede ocurrir mediante un libro.

B: Si aceptamos que ningún rito conduce al conocimiento, aceptemos entonces que ningún libro, un objeto que proviene del razonamiento, lleva directamente a la intuición donde comienza el conocimiento supremo, sino solamente al enunciado de su posibilidad.

A: Me parece suficiente para aceptar con alegría la condena de buscar la iluminación a través de una lectura que indique esa posibilidad, así se aluda a ella como una especulación racional.

B: Libros para alguna vez dejar los libros, ¿eh? Recuerdo lo que afirma Jean Thamar de ciertos lectores de René Guénon que, abrumados por el mundo actual, “en el que ya no creían posible amar a Dios con la inteligencia”, le deben la comprensión profunda y universal de una denominación que para ellos había perdido todo sentido.

A: Los verdaderos lectores, como los alquimistas, se caracterizan por la paciencia: Lege, lege, relege, ora, labora, et invenies (“Lee, lee, relee, ora, trabaja, y hallarás), es un lema para los aprendices del arte, que requerían leer una y otra vez. Sólo así podían estar en condiciones de desconfiar del conocimiento meramente libresco y pasar al verdadero pensamiento que consiste en experimentar. Esa es nuestra alquimia: leer, releer pacientemente hasta que llegue a nuestras manos ese libro y a nuestro corazón esa lectura que nos permitirá ir más allá de los libros, callar la mente y hacer del conocimiento una realización.

B: Parece ser la geografía de un territorio culturalmente desconocido: no un conocimiento vicario, teórico y abstracto, sino uno directo donde el lector alcance una mutación. Los libros que ofrecen eso deben ser escasos, sus modos de lectura también. Arquíloco, poeta griego, escribió un verso que dice: “Muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo sabe una sola y grande”. Entonces hay que leer como la zorra, cuyo conocimiento sobre todo consiste en información, para alcanzar la certidumbre del erizo, que significa sabiduría.

A: Federico II, citado por el conde de Maistre para efectos bélicos, decía que vencer es avanzar. Leer también lo es, aceptando que uno lucha contra el reino de la ignorante ilusión en el que vive. Leer lo que debe ser leído es vencer, porque significa avanzar en esa batalla. Eso es todo lo que puede hacerse antes de sacrificar el vehículo libresco que nos lleva a aquel punto donde ya se vislumbra la orilla que no requiere libros.

B: Una batalla perdida no es otra cosa que una batalla que se cree haber perdido, escribió también el monárquico saboyano. La incertidumbre disolvente de nuestra época, este fin de ciclo de la Edad de Hierro, ignora que el optimismo y el pesimismo son dos expresiones de una misma actitud sentimental, de la destrucción moderna que Guénon llama contratradición. Son tantos sus libros, ¿cómo evitarlos?

A: Toda ella es un libro. La modernidad occidental, esta anomalía histórica que se desarrolló en un sentido meramente material, restringió la inteligencia a la razón, la redujo a un medio de acción sobre lo físico para fines meramente prácticos. Y ahora, en estas sucias mezclas de todo con todo que caracterizan al optimismo sentimentaloide de la “nueva era”, lo mismo que a su reverso, el pesimismo escatológico, proliferan los libros que prometen profundas revelaciones. Pero en ellos las palabras no sirven para expresar el pensamiento sino para suplir su ausencia.

B: Ni en ellos ni en la inmensa sugestión pública que llamamos modernidad. Tampoco en sus “dirigentes”, si es que a alguien puede designarse así en momentos tan faltos de dirección consciente, o positiva cuando menos. Guénon llama la atención sobre la analogía que el orador demagógico tiene con el hipnotizador y el domador en nuestros días. “Sin duda —escribe—, el poder de las palabras se ha ejercido en mayor o menor medida en otros tiempos diferentes del nuestro, pero no existen ejemplos comparables con esa gigantesca alucinación colectiva a través de la cual toda una parte de la humanidad llegó a tomar las más vanas quimeras como realidades incontestables”.

A: Sólo cabe una dramática corrección a la frase de “una parte de la humanidad llegó a tomar…”, porque hoy se está a punto de conseguir que toda la humanidad lo haga. El pensamiento racionalista predominante difundido por las élites llama a ello globalización y lo celebra como justificado e inevitable. Así lo concibe la civilización actual: una evolución, un progreso. Tal es su saber ignorante, valido y eficaz en cierto dominio relativo pero inútil ante lo esencial, ante aquellos principios de orden universal de los cuales todas las cosas dependen directa o indirectamente.

B: Ésa es la definición que Guénon da a la metafísica: conocimiento intelectual puro y trascendente.

A: Sí, definición leída en un libro, el único lugar donde por ahora puede estar para nosotros.

B: Volvamos al principio: es mago es un lector, aunque no cualquier lectura produce un mago.

A: Pero la restauración del conocimiento intelectual puro, que permite conocer lo definitivo en lugar de lo provisorio, comienza en un libro. Y la aguja en el pajar se encuentra solamente al buscarla, como si entre tantos santos adorados nada más uno de ellos mereciera atención. Así se construirá el arca que nos preserve en nuestro diluvio posmoderno.

B: Tal vez de esa manera se abrevie la edad de desolación y surja el orden futuro que debe estar hecho de la suma de todos los desórdenes actuales.

A: Ojalá. El mismo Guénon enseña que el tránsito de un ciclo a otro no puede cumplirse más que en la oscuridad. “Es preciso que haya escándalo —advierte el Evangelio—, pero ¡ay de aquel por quien llega el escándalo!”

B: Ésta es la época de Kali Yuga, la Edad de la Sombra, la Cuarta Edad, y estamos en ella desde hace seis mil años.

A: Celebremos entonces el culto a Toth-Hermes: sentémonos a leer.

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