“Ya todo está pero no todo aparece cuando las plutocracias oligárquicas llegan al poder del imperio sin ningún atemperamiento o disfraz. Entre tanto, Trump no pierde el tiempo”....Tomado de https://morfemacero.com/

PARQUE MÉXICO 

Fernando Solana Olivares 

En la feroz urgencia de la hora. O un paso más hacia las calamidades. El tiempo futuro es “puntillista”, como afirmó Zygmunt Bauman al hablar del lienzo del tiempo hecho de pequeños puntos, cualquiera de los cuales puede convertirse de un momento a otro en un Big Bang. En nuestra época líquida es imposible predecir qué momento representa esa posibilidad. El espacio cognitivo ha sido desmantelado y el axioma de la racionalidad no parece aplicable. De ahí que Bauman haya concluido su Ética Posmoderna recurriendo a aquella historia de Edgar Allan Poe donde tres pescadores son atrapados por un remolino. Dos de ellos mueren paralizados por el terror. El tercero observa que los objetos redondos son tragados con menos rapidez por la vorágine y salta a un barril. Puede hacerlo porque razona con calma, se distancia de la situación, deja de temerla para sí y considera mentalmente el flujo de los acontecimientos. No piensa en él mismo sino en la circunstancia. Así descubre una forma de escapar. 

Para comprender lo incomprensible. La prensa occidental, espejo de sí misma y de los intereses oligárquicos que representa, clamó ante la inesperada victoria de Trump. El diario alemán Die Zeit describió su triunfo electoral como “el fin del sueño estadounidense”. En un artículo de fondo que tituló Fuck!, dijo que el único análisis honesto del asunto era entender que “si fueras un votante de Trump, habrías votado por Trump”. Bloomberg afirmó que “Estados Unidos se merece a Trump”. The New York Times coincidió con ello sosteniendo que Trump no “es una aberración histórica, como muchos pensaban”, incluido ese mismo medio, sino “una fuerza transformadora que remodela un Estados Unidos moderno a su imagen”. Trump “puede que sea lo que exactamente somos nosotros, al menos la mayoría de nosotros”. No una anomalía que terminaría en el basurero de la historia, sino el repentino surgimiento de otro país distinto al conocido, el cual “se estaba desvaneciendo económica, cultural y demográficamente”. Diversos analistas hablaron de que “el verdadero Estados Unidos se convierte en el Estados Unidos de Trump”. La aberración que representaba se constituyó en norma, escribió Peter H. Wehner en una columna, calificando la elección como una tomografía computarizada del pueblo estadounidense: “y por difícil que sea decirlo, por difícil que sea nombrarlo, lo que reveló, al menos en parte, es una afinidad aterradora con un hombre de corrupción sin fronteras”. Los estrategas demócratas definieron el resultado como un “desastre histórico de proporciones bíblicas”. La imprevisibilidad de Trump es una característica, argumentaron sus partidarios, no un defecto. 

La derrota de Occidente. Un clarividente libro de Emmanuel Todd con ese título documenta el fin de esta época histórica. Tal derrota, en su opinión, se funda en tres factores. 1) La deficiencia industrial de Estados Unidos y el carácter ficticio del PIB estadounidense, sostenido por un déficit crónico basado en el dólar. 2) La desaparición (o el “grado cero”, como lo define) del protestantismo estadounidense, el cual condujo en el pasado a un alto nivel de educación, una ética del trabajo y una arraigada moral individual y colectiva que produjeron un considerable avance económico e industrial.  “El reciente hundimiento del protestantismo —ha dicho Todd, enfatizando que su análisis del elemento religioso no es ni nostálgico ni moralista sino una observación histórica— ha desencadenado un declive intelectual, una desaparición de la ética del trabajo y una codicia masiva (nombre oficial: neoliberalismo)”.  3) El tercer factor de la derrota de Occidente es la preferencia del resto del mundo por Rusia, que más allá del estridente e histérico mainstream de los medios occidentales y su manipulada agenda de la información y el pensamiento únicos, ha encontrado discretos aliados económicos y culturales por todas partes.  

Lo que no se dice. Huyendo deliberadamente de “la emoción y del juicio moral permanente que nos envuelven” debido a la desinformación y el engaño orwellianos sistémicos, Todd observa  que antropológicamente la modernidad cultural occidental y su perspectiva LGBT son en gran medida ajenas e inaceptables para el mundo no occidental (así como para los votantes de Trump), y dado su parasitismo económico que vive del trabajo mal pagado de los hombres, mujeres y niños del Sur global extrayendo plusvalía y expoliando recursos naturales, además de la aplicación política de un doble rasero basado en la fuerza y en las sanciones económicas unilaterales, la moral occidental no es merecedora de respeto geopolítico alguno. Uno de los indicadores que demuestran el declive de Occidente es la tasa de mortalidad infantil, un parámetro probado por la historia, en la cual Estados Unidos va detrás de todos los países occidentales, Rusia incluida. Por lo demás, “el individualismo que muta plenamente en narcisismo”, propio del mundo angloamericano y globalizado e impuesto por éste, es otro elemento extraño a las culturas no occidentales, donde predominan las sociedades familiares comunitarias de individualismo controlado como Rusia, Japón o Alemania. Al analizar el proceso de decadencia occidental, Todd muestra la estabilidad sociológica rusa, la descomposición de la sociedad ucraniana —un amargo tema en sí mismo—, y se adentra en el corazón de la inestabilidad mundial, haciendo una zambullida, según sus palabras, en un agujero negro.

“El protestantismo angloamericano ha alcanzado el estadio cero de la religión, más allá del estadio zombi, y ha producido este agujero negro. En Estados Unidos, al comienzo del tercer milenio, el miedo al vacío está mutando hacia la deificación de la nada, hacia el nihilismo”. 

De lo real a su negación. Todd busca indicadores estadísticos para evaluar fenómenos morales que también son sociales. En el estado zombi de la religión la creencia ha desaparecido pero las costumbres, la deontología y la capacidad de acción colectiva heredados de la religión permanecen traducidas a un lenguaje ideológico. Con el matrimonio entre personas del mismo sexo, “que no tiene sentido en términos religiosos”, y la cada vez más extendida práctica de la cremación, este científico social afirma que el Occidente ha alcanzado el estado cero de la religión. Una de las banderas del nihilismo actual, afirma, es un afán por destruir no sólo las cosas y las personas sino la realidad. Sin indignación ni emoción algunas, Todd considera que la fijación en la cuestión Trans (“LGB, bienvenido”) plantea una cuestión sociológica e histórica que influye considerablemente en el voto a favor de Trump y el ascenso actual de las ultraderechas. “Establecer como horizonte social la idea de que un hombre puede realmente convertirse en mujer y una mujer en hombre es afirmar algo biológicamente imposible, es negar la realidad del mundo, es afirmar lo falso”. 

Una certeza. “Si queremos anticipar las decisiones estratégicas de Estados Unidos debemos abandonar urgentemente el axioma de la racionalidad. Estados Unidos no busca ganancias evaluando costos. En el pueblo de Washington, en el país de los tiroteos masivos, en la hora de la religión cero, la pulsión primera es una necesidad de violencia”. Pocos meses después de estas líneas finales de La derrota de Occidente, Donald Trump era elegido presidente y los republicanos aplastaban electoralmente a los demócratas. 

Lo que es y lo que no es. Branko Milanovic descifra en Social Europe la ideología de Trump. Afirma que no es ni fascista ni populista, un término que carece de sentido pues se utiliza para denostar a quienes ganan elecciones con un programa político que no gusta a los que pierden la disputa electoral. Tampoco fascista del todo (aunque si ese término se utiliza como insulto, para Milanovic está bien), definición que ideológicamente se compone por un nacionalismo exclusivista y una glorificación del líder, características que podrían tener alguna relación con el personaje, pero también por otras contrarias a él: un énfasis del poder del Estado frente a los individuos y el sector privado, un rechazo del sistema multipartidista, un gobierno corporativista, una substitución de la estructura de clases de la sociedad por un nacionalismo unitario y una adulación devocional del partido, el Estado y el líder. 

Las características. A partir de sus cuatro años anteriores de gobierno, los componentes de la ideología de Trump son los siguientes. 1) El mercantilismo. Una doctrina que considera la actividad económica y el comercio de bienes y servicios entre los Estados Unidos como un juego de suma cero donde uno de los participantes gana y el otro pierde. 2) La obtención de beneficios. El capitalismo de Trump proviene del sector privado, el cual en su perspectiva se ve obstaculizado por reglamentos, normatividades e impuestos. Trump ha sido un capitalista que siempre ha evadido impuestos, “lo que, en su opinión, demuestra sencillamente que es un buen empresario”. Las normas deberían simplificarse o eliminarse y los impuestos reducirse, de ahí su convicción —una doctrina que se ha mantenido desde Reagan hasta hoy— de que los impuestos sobre el capital deben ser más bajos que los impuestos sobre el trabajo. Los capitalistas y empresarios son creadores de empleo, todos los demás viven de ellos. 3) Un nacionalismo antiinmigrante. Esta aversión, si bien discursivamente demagógica en su caso y muy agresiva, no es diferente a las políticas de la derecha europea, cuyos países están “llenos” según argumentan y no deben aceptar más inmigrantes. Sin embargo, Estados Unidos no es un país lleno, pues a diferencia de los Países Bajos, por ejemplo, donde el número de personas por kilómetro cuadrado es de 520, en Estados Unidos es de 38. 4) Una nación para sí. Milanovic combina el mercantilismo con la aversión a los migrantes para prefigurar lo que será la política exterior de Trump. Una mezcla de aislacionismo y fuerza que no responde mecánicamente a la compulsión de un dominio militar hegemónico sobre el mundo. 

La dimisión imposible. Lo anterior no significa que Trump renunciará a la hegemonía estadounidense, sino que cobrará a sus aliados el auxilio militar que les otorgue. Como en la Atenas de Pericles, ejemplifica Milanovic, la protección ya no será gratuita: “No hay que olvidar que la hermosa Acrópolis se construyó con oro robado a sus aliados”. De ahí la Trampa de Tucídides que este economista especialista en desarrollo y desigualdades invoca: es imposible para Trump renunciar al papel geopolítico de Estados Unidos, el que no dejará voluntariamente de ser un hegemón. “Tu imperio es hoy —advirtió el historiador griego hace 2,500 años— como una tiranía: puede haber sido un error adoptarlo, pero es ciertamente peligroso abandonarlo”.

Concluyendo en un tiempo inconcluso. Muchos peligros se ciernen sobre el planeta. Cuando un imperio decae y otro va emergiendo esos peligros se multiplican. Las cifras oficiales de fin de año que sobre Estados Unidos consignan los corresponsales de La Jornada, David Brooks y Jim Cason, muestran un panorama escalofriante: “770 mil —un número récord de personas sin techo en el país más rico del mundo y de la historia y un incremento de 18 por ciento desde el año pasado—. Más de 47 millones enfrentan hambre, incluyendo uno de cada cinco niños. Más de 100 mil mueren por sobredosis de drogas cada 12 meses. Se registraron más de 16 mil 500 fallecimientos por bala en este año incluyendo 498 tiroteos masivos. Estados Unidos ha enviado bombas, misiles y otros artículos de guerra a Israel por más de 22 mil millones, y a Ucrania por 61.4 mil millones, entre otros países, y desde el inicio de la guerra en Afganistán en 2001, el Pentágono ha gastado más de 14 billones de dólares”. La población civil está armada con más de 400 millones de rifles y pistolas, más armas que personas en el país. El miedo, anotan Brooks y Cason, sigue siendo el factor esencial de la nación más poderosa del mundo. “Todo parece ser ‘amenaza’ en este país, lo mismo enemigos dentro de Estados Unidos como alrededor del orbe”. En tanto más todo se reduce a menos. 

El abismo contemplante. ¿Qué seguirá en este intervalo gramsciano de un mundo que ha terminado, donde el nuevo no acaba de nacer y en medio suceden fenómenos inesperados y grotescos? Ya todo está pero no todo aparece cuando las plutocracias oligárquicas llegan al poder del imperio sin ningún atemperamiento o disfraz. Entre tanto, Trump no pierde el tiempo. Además de amagar con apoderarse del Canal de Panamá, forzar la compra de Groenlandia, convertir a Canadá en un estado más de Estados Unidos e invadir militarmente a México para destruir a los carteles de la droga, lanzó una línea de relojes de lujo de hasta 100 mil dólares sugiriendo en sus redes sociales que “serían un gran regalo de Navidad”. La línea Trump Watches ofrece dos modelos: Trump Victory Tourbillon Fight Fight Fight. Es posible que en esta temporada decembrina se hayan agotado.  

Tomado de https://morfemacero.com/