Después de algunos intentos fallidos por conocer el performance Ensayo Quirúrgico de Miranda García estrenado en la Ciudad de Hermosillo el mes de mayo del año en curso y posteriormente en la CDMX, finalmente, el jueves 10 de octubre lo logré.
El Teatro Íntimo de la Casa de la Cultura estaba a su máxima capacidad, lo primero que me llamó la atención fue el aforo del espacio escénico enmarcado por una pared de hilos en tensión, que de manera inmediata me ubicó en una especie de puente inter dimensional, la realidad fragmentada en minúsculas líneas entre un hilo y otro.
La expectativa de ver en acción a un ser escénico transpersonal (siempre pienso y siento eso cuando veo a Miranda en escena) fue satisfecha desde el primer momento. La pieza es un documento vivo y autobiográfico de un complejo proceso de pérdida y recuperación de la salud, que Miranda vivió a raíz de un diagnóstico de Granuloma en un pie, el cual requirió de varias cirugías para extirparlo. Una experiencia de por sí fulminante para cualquier persona, pero particularmente difícil para una joven bailarina en el pináculo de su potencia física, cuyo sentido vital es su cuerpo en movimiento.
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Ensayo quirúrgico se desarrolla a través de una narrativa abundante en elementos simbólicos como los hilos en tensión, las piezas del vestuario que se van separando del cuerpo, la sonoridad que parece surgida directamente de la psique del ser presente en la escena y la sobresaliente capacidad de Miranda para involucrar a la audiencia más allá del rol de testigo, y llevarnos a conectar con las vivencias propias de dolor, frustración, de necia resistencia ante lo que no se quiere vivir, la subjetividad de la percepción del tiempo y la tremenda condición de nuestra especie: la búsqueda desesperada de sentido.
Justo cuando empezaba a saturarme de resonar con estados y experiencias de las que más bien quisiera alejarme, la pieza cambia radicalmente de dimensión y de un segundo a otro Miranda desaparece y surge de su mismo cuerpo Grace, el mismísimo Granuloma Personificado, adueñándose por completo, como lo hizo alguna vez del cuerpo de Miranda, de la sala entera, del aire que respirábamos y contrariamente al demonio que podríamos esperar, se despliega en escena como una mujer vital, carismática, extrovertida, llena de curiosidad y entusiasmo e involucrada íntimamente con el linaje femenino de Miranda. Grace se refiere a Miranda como la niña, hace referencia a la madre, a la hermana, comparte anécdotas de todos los intentos de la familia por aniquilarla, y finalmente reconoce que es tiempo de irse, que todo se acaba y se despide con amor de esta dimensión que le encanta.
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Para cerrar la pieza y aún con la audiencia recuperándose del huracán Grace, resurge Miranda desde las profundidades de su proceso, transformada, poderosa, mágica y fortalecida, honrando su cuerpo, su salud y sus relaciones.
Mi reconocimiento a la maravillosa performer, que pone su vida entera en su ser escénico, que además crea el piso sonoro y la escenografía de esta narrativa poderosa y mi reconocimiento también al excelente equipo creativo que la acompaña con detalle y cuidado: Christian Durazo en la iluminación, y Ariadne Núñez con el vestuario.
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