Ta Megala
Fernando Solana Olivares
7:00 am. La técnica se llama “correlato objetivo”. Consiste en tomar circunstancias, anécdotas, cosas propias y ponerlas sobre la mesa de la imaginación para verlas con distancia, como cuestiones ajenas o sucesos acontecidos a un tercero. Ese cambio verbal de la primera persona, el yo, hipótesis sentimental e inutilizante, a la tercera, un pronombre impersonal y objetivado, concede la libertad del atrevimiento y así permite contar, decir, relaborar. Rimbaud la condensó en tres palabras: “Yo es otro”. Uno sale de sí, se libra de su propia estrechez.
10:15 am. La cita es a las once y el hombre piensa en ella mientras maneja por la carretera, cuando mira por el espejo retrovisor que una motocicleta se desprende desde atrás y acelera para rebasarlo. No la había visto antes y la imagen del piloto va creciendo en el espejo conforme se acerca. Lleva una mascada en la cabeza, lentes oscuros y sobre el rostro un pañuelo que reproduce la imagen de una calavera. Dos grandes astas metálicas forman el manubrio de la máquina, toda negra como el traje de cuero y las botas de quien la tripula. Pasa a su lado como una exhalación. Un casco del cual sobresalen dos pequeñas alas va colgado sobre la alforja trasera. El hombre piensa: “Allí va Odín, dios tuerto de la sabiduría, la guerra, la inspiración poética y la muerte”. Sabe que su nombre significa Señor del frenesí. Es el inspirado, el furioso, el frenético.
11:00 am. A donde llega no hay dioses, salvo quienes dicen ser sus intermediarios. Se trata de lograr que el protuberante domo que cubre el patio de esta escuela de monjas observe la altura indicada por la ley de monumentos históricos que rige en la comarca. Se trata de un torneo de trampas provincianas, falsos permisos, contradictorias afirmaciones y compromisos incumplidos en medio del corrupto tiradero dejado por las autoridades municipales anteriores. Además de la mustia mansedumbre hipócrita que utilizan los curas y las monjas para hablar con los otros y acabar haciendo su voluntad. La escurridiza madre superiora actúa como si supiera algo que no saben ni el hombre ni el perito que lo acompaña ni los dos padres que ella ha convocado en su defensa. Acaso una patente metafísica que la lleva a hacer rezar a los alumnos del colegio para impedir el triunfo del mal y la modificación del domo, pero no a obedecer leyes humanas que nada tienen que ver con los derechos sagrados de su fe. Los malos arreglos son mejores que los buenos pleitos. Dos semanas entonces para presentar un proyecto de solución. Muchísimas gracias y sí cómo no. El hombre deja la reunión con sentimientos encontrados: es México, se dice a sí mismo, sus arraigadas prácticas ilegales, su doble discurso, su farisea religión.
12:30 pm. El hombre recapacita en lo que está leyendo, la divina Odisea, donde sí hay dioses, y luego en lo que debe terminar por la tarde, las dos o tres cuartillas finales de un ensayo sobre los libros, el lenguaje y las marcas de la conciencia, líneas de fuerza de lo humano, cuando circulando por las calles del pueblo subibaja ve al motociclista cruzar por delante de él, ahora con el casco de Odín en la cabeza, ceñido sobre la máscara de la muerte que lleva y dos cuervos —la imaginación es el origen de cualquier milagro— revoloteándole alrededor. Son Hug, quien representa la reflexión, y Munin, el símbolo de la memoria, sus aves alegóricas. Odín, al que al mismo tiempo se le conoce como el inspirado, sigue el camino hacia su trono. Desde ahí verá todo lo que pasa.
13:15 pm. Es cuando visita un supermercado para abastecer su casa. Cavila que Ulises Mañero, el héroe odiseico, a veces sí y a veces no pudo ser un hombre abastecido, voz homérica que recuerda haber escuchado aquí mismo en los Altos. Se la dijo Manuel, el taxista cuya mente es una esponja, hablándole de su padre siempre abasteciente del hogar familiar y ahora fallecido.
14:47 pm. El hombre regresa a su casa repitiéndose ese versículo que Alfonso Reyes escribió agradecido por su esposa incansable y alentadora: “Ciñóse de fortaleza y fortificó su brazo, tomó gusto en el granjear, su candela no se apagó de noche, puso sus manos en la tortera y sus dedos tomaron el huso”. La suya lo espera con una sabrosa comida. Y la ve entonces como su Nausícaa, la bella mujer que ama, la bella mujer que lo cuida. O su Circe, hechicera del sexo, o su ninfa Calipso, su paciente Penélope. Escucha las noticias de la casa y él cuenta las suyas. Había venido don Samuel, el encargado, a decir que los Afis andaban en los ranchitos vecinos buscando droga y extorsionando a las atemorizadas ancianas por tener alguna planta de mariguana medicinal en sus macetas. Alzan sus vasitos de vino para brindar por el enfermo país bizarro. Es México, dice ella. Es México, confirma él.
19:00 pm. Por fin termina lo que lleva febriles días de estar escribiendo: una elegía por el libro, las palabras escritas, la moribunda Galaxia Gutenberg. Se lo anuncia a su mujer alborozado y ella lo festeja. Pero el hombre ha traspasado un umbral.
20:45 pm. La noche llega y es mejor obedecerla, según Homero, cantor de Ulises, luego llamado Ninguno y Nadie. Mientras el hombre y su mujer están viendo Atlantic City y una sensual Susan Sarandon vuelta Circe escurre por su pecho y sus brazos jugo de limón en tanto escucha Norma de Bellini, en él se desata la crisis. Un temblor incontenible comienza a dominar su cuerpo que se estremece como si recibiera latigazos. La fiebre aparece de golpe y un intenso frío lo domina. Cae en una especie de trance, manteniendo una postura meditativa que apenas le permite soportar las sacudidas en las que se balancea e inclina sin control. Su mujer se sienta a horcajadas detrás de él y lo abraza con fuerza para contenerlo. Es inmensa la energía que lo sobresalta, recorriéndolo como si fuera una violenta posesión.
23:50 pm. La calma vuelve a su cuerpo aunque no a su mente. El hombre siente que ha transitado por dinteles donde una puerta quedó cerrada y otra se abrió. Pero como quien sabe diez sólo puede enseñar nueve, acepta que la posesión sufrida ha sido oracular, eleusina, y no admite racionalización. Cuando un dios pasa cerca de uno suele, como lo hacía Apolo, herirnos a la distancia. Odín es llamado Glapsvidir, el ducho en ardides. Así el hombre piensa en Ulises, piensa en el amo del Valhalla, también piensa en él.
3:00 am. El hombre sueña que un dios lo llama.
Tomado de https://morfemacero.com/
Más historias
Las cuevas de la Sierra Tarahumara: el ancestral hogar de los rarámuri
Anuncia Claudia: 1 de diciembre arranca nueva edición de ‘Jóvenes Construyendo el Futuro’ con 90 mil beneficiarios
Contra el ardid de las identidades