Ta Megala
Fernando Solana Olivares
Caminaba descalzo en su paseo mientras las vidrieras de las construcciones brillaban discretamente bajo el sol. Bernard Flynn leyó los periódicos y salió a distraerse por los jardines vecinos y las aceras cercanas del apacible barrio londinense de los suburbios donde vivía. Deseaba pensar.
Era un hombre bajo, sesentón y robusto, cuyo nombre suponía una leyenda de la estafa y el engaño que empleaba contra periódicos y revistas para venderles información falsa pero verosímil, ofrecida con una persuasión lógica que en el gremio se consideraba con inconfesa admiración. Flynn nunca pedía grandes cantidades de dinero a cambio de sus engaños, por eso predominaba su sagaz maestría, sólo después la denuncia de sus delitos.
Revisaba los periódicos tan meticulosamente como quien dirigiera un frente de batalla, y cuando encontraba un tema de su interés ponía en juego múltiples recursos para simular conocerlo mejor que los involucrados o no, según estableciera el guion mutable que seguía.
Una telaraña explicativa descendía entonces sobre las presas de Flynn, convencidas del timo con versiones tan sólidas que pasaban por reales. Ahora cavilaba en otro asunto. Desde meses atrás seguía un culto de profecías y revelaciones que poco a poco iba ganando espacios en la prensa.
Regresó a su casa después del paseo y ya en su despacho abrió un folio donde guardaba la bitácora de las noticias sobre la secta. Volvió a leer la última de ellas, publicada por The Times con su limpia tipografía habitual: “Gran concentración a la orilla del Támesis. Miles de seguidores consagran un templo virtual. Londres, 9 de mayo. Una muchedumbre calculada en miles de personas (siete mil según observadores, tres mil quinientos según la policía) se reunió para consagrar un templo al Dios/Diosa Inminente, culto que ha crecido en los barrios periféricos de la ciudad. La ceremonia tuvo una duración de casi tres horas entre danzas, música y oraciones. Para los inminentes, como se les conoce a sus adeptos, la iglesia de los fieles se integra al reunirse al menos tres de ellos, cualquiera de los cuales puede presidir sus ritos. Un niño, una mujer, un hombre joven y un anciano, entre otros, dirigieron discursos y cantos en los que toda la asamblea participó. La celebración de los dioses de los nombres ocultos, motivo de la fiesta religiosa según el especialista en el tema Bob Graves, es una reminiscencia de la práctica romana del elicio, que consistía en conocer mediante engaño los nombres secretos de los dioses de las tribus que el imperio iba conquistando para establecer sus santuarios en Roma y así atraer a los pueblos sometidos. Ninguno de los asistentes quiso declarar nada al respecto, y cuando los reporteros intentaron entrevistar a una pareja que parecía estar a cargo de la ceremonia, ésta subió a un auto y se marchó del lugar”.
El cuidado por la horizontalidad y el anonimato de su jerarquía llamaban la atención de Flynn desde que había comenzado a notar la presencia de la secta en la prensa citadina que la describía como un fenómeno suburbano y marginal sin acabar de precisar ni su origen ni sus devociones.
En esos meses había notado que parecía poseer un panteón tan abierto y variado como el olímpico, festejado en ocasiones dedicadas a la divinidad que pronto debía venir. Antes fueron Diana, Hygeia, Peitho, Aslepios. Ahora Erato y Dionisos, dios de la inspiración.
Flynn fue al teléfono y marcó el número de la redacción del diario. Pidió ser comunicado con el reportero John Velvet, autor de la nota. Concertó una entrevista después de decirle al periodista que poseía información sobre la secta. Sugirió ser un miembro arrepentido, pero no explicó más. Sacó el auto del garaje por la tarde y manejó hasta un antiguo café en la ribera del Támesis, que le recordaba su veneración por Charles Dickens. Por eso lo había sugerido.
Velvet ya lo esperaba en una mesa junto a un ventanal desde el que se dominaba el río teñido de sombras crepusculares. Era un hombre joven y nervioso. Flynn sonrió para sus adentros cuando lo vio. Correspondía en todo a la ansiosa prisa de su gremio. Y bebía, sobre la mesa estaba un vaso de escocés.
—Me adelanté. Quería estudiar antes el terreno —le dijo al saludarlo. Su franqueza agradó a Flynn.
—Es bueno hacerlo —concedió éste, y tomó asiento. Pidió un té de menta. Nunca bebía al trabajar. Velvet hizo una mueca.
—¿Y bien, señor…? —preguntó el reportero.
—Llámeme Eliot, a secas —contestó Flynn.
—Bien, Eliot. Usted me dijo que poseía información de primera mano sobre los inminentes. Quisiera escucharla —dijo el otro.
—¿A cambio de qué? —repuso Flynn. La regla del oficio exigía nunca dejar de establecer que el intercambio era por dinero: relaciones exactas entre objetos dispares.
—¿Cuánto quiere usted?
—Por ahora, cincuenta libras. Pero tengo información que vale mucho más.
—No acostumbro tratar con informantes pagados, Eliot.
—Entonces olvídelo. Habrá quien sí lo haga.
—¿Y cómo sabré que sólo me venderá a mí lo que sabe? ¿Y qué sabe? ¿Usted formaba parte de ellos? ¿Lo expulsaron?
—Siempre hago compromisos de caballero, Velvet. Sé mucho más de lo que cree y digamos que no he sido tratado apropiadamente por quienes están a cargo de la operación.
—Operación. ¿Qué quiere decir con eso?
—Que corresponde a una intención y que tiene un propósito.
—¿Usted los conoce, Eliot? Bien. Aquí está el dinero, puede comenzar contándome si Bob Graves tiene razón.
Velvet puso los billetes sobre la mesa y luego pidió otro trago. Flynn recogió el dinero y declinó otra taza de té. Hizo una breve pausa histriónica antes de terminar.
—Lo que le diré ahora podría confirmarlo. Conocen el elicio y lo ponen en práctica también. Se trata de una concentración de fuerza religiosa, de un anuncio y su reproducción. Se anuncia de nueva cuenta una síntesis metafísica, otro Logos encarnado en el mundo, y se repiten las condiciones en que surgió el anterior para que así pueda surgir el de ahora. Ingeniería, Velvet, alta tecnología espiritual. Un sincretismo hecho en cadena, donde la parte, el dios/diosa concurrente, va fluyendo hacia el todo, el dios/diosa que vendrá. Anunciarlo es provocar que ocurra. ¿Lo entiende usted?
Notó el interés del reportero en lo que le contaba. La astucia de la razón lanzaba sus anzuelos. Siguió.
—La operación de reemplazo se hace para fundar una nueva fe. Siempre debe haber una crisis de soberanía existencial, de sentido. Se introduce entonces en un lugar periférico y marginal un culto somático que prometa revelar un nuevo y gran enigma, sin decir cuál. Seguramente ya lo sabe: velados son más deseables los senos. Y hay asuntos adicionales: qué culto, por qué, pero eso excede la suma que me ha dado esta noche. No se inquiete, por ahora no quiero más.
Era otra pauta, mantener el dinero como fin último. La verosimilitud de la ambición. Velvet ordenó un nuevo trago. Flynn aceptó un escocés con hielo. Lo permitía uno más de sus preceptos: cambiar las reglas, provocar certidumbre en el engañado, suavizar sus defensas, beber trabajando si se ofrecía, normalizar. Se negó a revelar los nombres de los creadores de la intriga sagrada alegando que no hablarían con el reportero.
A cambio aceptó mencionar sus motivos para contar lo que contaba. Despecho, afirmó. Y escrúpulos por el engaño que se había salido de control. ¿Sus intereses en la materia? La ingeniería espiritual. No dijo más que generalidades, pero dirigió a Velvet hacia otro dato que mencionaba Graves: el obosom Nosotros podía estar detrás de todo ello. Se despidió del periodista sin conceder alargar la plática. Prometió volver a llamarlo. Un Támesis vaporoso y sombrío lo vio marchar a través de una pesada puerta de roble y cristales esmerilados que astillaban el reflejo de los candiles en el salón.
Velvet se quedó reflexionando un largo rato. No comprendía quién era el hombre y cómo lo sabía. Lo que había dicho era sustancialmente cierto pero él no formaba parte de Nosotros, nadie podía contarle nada a otro que no fuera parte de la logia. Desde tiempos desconocidos se conservaba el secreto de su existencia y de sus acciones, aludido deliberadamente por Graves, uno de sus miembros, para distraer con la verdad. ¿Se esfumaba la reserva del linaje al haberlo hecho? ¿De dónde salía ese tipo circunspecto, tan convincente impostor? “Sólo se destruye lo que se reemplaza”. La frase podría provenir de alguien que estuviera adentro, pero este hombre no lo estaba.
Encaminó sus pasos a la reunión de Nosotros, ese clan sin historia ni origen cuyas fuerzas surgen para realizar los designios que el aparente encuentro casual de sus miembros les impone. Era una parte de lo que se había pedido a Graves que divulgara. Lo demás estaba en la logia misma, que pretendía abreviar el periodo de desorden humano actuando sobre el tiempo cultural. Pensó que con quien se había encontrado era sólo un agudo y fantasioso lector de aquel. La idea lo tranquilizó a medias antes que uno de los miembros mayores del obosom abriera la sesión golpeando el suelo tres veces con un nudoso caduceo.
—Nuestra tarea puede volverse fáustica —dijo un hombre alto.
—Un error podría dar lugar al Anticristo —dijo una anciana.
—Tal vez sea necesario para precipitar la catástrofe y concluir la vieja edad —dijo Velvet.
—Si nos corresponde hacerlo lo sabremos. Pero al hacerlo nos habrá correspondido —dijo una mujer gorda.
—Hablemos del nuevo Logos encarnado. ¿Cómo es que deberá ser? —dijo el hombre del caduceo.
Flynn llamó días después y citó a Velvet en el mismo sitio. Un cartabón más: la desarmante costumbre. Esta vez fue él quien se adelantó. Quería leer otra vez la nota sin firma aparecida esa mañana en el Times, que sospechaba ser responsabilidad de Velvet, y observar su reacción cuando la viera. Un pequeño antojo:
“Intentos para desacreditar una religión que surge. Insidiosos rumores sugieren que obedece a una operación en curso. Londres, 14 de mayo. Lo que parece una campaña orquestada se ha multiplicado en algunos medios de prensa londinenses cuyas redacciones han recibido opiniones adversas a la autenticidad del culto al Dios/Diosa Inminente, una devoción que historiadores y teólogos acreditados reconocen como una religión que comienza a surgir. El colapso del Logos encarnado del cristianismo, la similitud de nuestra época con aquella del inicio de esa fe, la creciente necesidad de un nuevo paradigma sagrado que contenga menos yerros que los anteriores, la entrega vivencial, la transformación de sus creyentes y la espontaneidad celebratoria confirman sin lugar a duda la naturaleza auténtica del fenómeno y lo hacen digno de respeto y consideración”.
Velvet llegó con el rostro adusto y no movió un músculo cuando vio el Times sobre la mesa. Flynn abrió con blancas.
—¿Qué opina de la nota, Velvet? ¿Le filtró a alguno de sus colegas nuestra conversación?
—O quizá hay otros como usted que hacen lo mismo. Los llamamos Ellos, y son todos los demás. Dígame, ¿quién le habló de Nosotros? ¿Quién le mandó decirme que usted ha sido parte de los Inminentes, de su núcleo fundador?
El tono del periodista era áspero. Flynn dudó ante él como ante una puerta abierta por equivocación. Sintió temor.
—El miembro es usted, ¿no es así?
—Tal vez más adelante lo lleve a conocernos. Pero desde ahora le exijo una absoluta discreción.
Después se demoró en una elocuente explicación sobre introducir estructurales horizontales y masivas que llevaran al desarrollo y propagación de una nueva espiritualidad. Sólo sonrió cuando el timador repuso que los asuntos del espíritu eran muy delicados y que ningún experimento social lograría reemplazar el auténtico sentimiento, la verdadera necesidad de la fe.
Flynn salió hacia el estacionamiento después de que el reportero se hubo marchado. La noche lluviosa parecía cubrir de aceite todos los objetos. Última regla: nunca descuidarse. El balazo pulverizó el vidrio del auto y penetró como un relámpago entre sus ojos. Velvet guardó el revólver y caminó hasta la estación más próxima para tomar el tren.
Tomado de https://morfemacero.com/
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