Culturas impopulares
Jorge Pech Casanova
Al juez Joseph Force Crater lo apodaban “Buen Rato Joe” por sus aventuras con empleadas de prostíbulos. El 6 de agosto de 1930, poco después de las nueve de la noche, lo vieron tomar un taxi en Nueva York. Se supo que iba al teatro. No se le volvió a ver después de esa noche. Cuatro meses antes el gobernador Franklin D. Roosevelt había nombrado a Crater juez suplente de la suprema corte, con perspectivas de ocupar un estrado permanente.
Como a fines de julio los juzgados entraban de vacaciones, Crater se fue con su esposa Stella al cercano Belgrade Lakes, en Maine, donde tenía una cabaña. Allí, el jurista recibió el 1 de agosto una llamada telefónica que lo perturbó. Al día siguiente le anunció a su mujer que regresaba a Nueva York para “aclarar algunas cosas” y “enderezar a unos cuantos individuos”. Stella, casada con Joe desde 1917, estaba acostumbrada a súbitas ausencias de su marido, quien le prometió estar de vuelta para el 9 de agosto, cuando celebrarían el cumpleaños de ella.
Mark Kantrowitz, en su artículo “Juez Crater, llame a su oficina”, publicado en abril de 2023 por el Massachussets Lawyer Weekly, resume detalles de la desaparición: El 5 de agosto Crater pasó a su casa en Nueva York y le dio varios días libres a la sirvienta. Al día siguiente sorprendió a sus asistentes Joe Mara y Fred Johnson ingresando a su privado, aunque eran vacaciones. Encerrado, se le oyó revisar papeles, varios de los cuales acabaron en la basura.
En algún momento salió de su encierro para pedirle a Joe Mara cambiar dos cheques por cinco mil 150 dólares (alrededor de 90 mil dólares actuales). Cuando el ayudante le entregó el dinero, Crater metió los billetes en sus bolsillos, tomó dos portafolios y unas cuantas carpetas. Ordenó a Mara acompañarlo a su casa en un taxi. Crater permaneció callado en el trayecto. Al llegar al hogar de su jefe, Mara introdujo los portafolios y las carpetas. Enseguida, partió.
A las seis de la tarde Crater se presentó a la agencia de boletos de su amigo Joseph Gransky en Broadway y pidió un boleto para una obra teatral. A Gransky le extrañó el pedido, porque el 25 de julio ambos habían visto esa misma obra en Atlantic City, en compañía de dos mujeres y una pareja. Tras despedirse de Gransky, Crater fue a uno de sus restaurantes favoritos, la Casa de Chuletas de Billy Haas en la calle 45 Poniente, en Times Square.
En ese lujoso comedor, donde las estrictas leyes contra el consumo de alcohol no aplicaban, el juez se topó con el abogado William Klein, a quien acompañaba la joven corista Sally Lou Ritz. Crater aceptó sentarse en la mesa de Klein y Ritz. Esta última actuaba en una revista un tanto pornográfica a la que el juez había llevado días antes a su amasia Connie Marcus.
El abogado Klein declaró después que su amigo parecía nervioso y preocupado. La corista Ritz lo vio deprimido. La pareja declaró primero que, al dejar el restaurante, Crater se despidió de ambos y tomó un taxi. Después ambos cambiaron sus declaraciones para decir que ellos habían tomado un taxi y el juez se había ido a pie.
Stella no se preocupó por la ausencia de Joe hasta que los juzgados abrieron sin que él se presentara. Para no poner en riesgo el próximo nombramiento definitivo del juez, la mujer investigó con discreción su paradero. Hasta el 3 de septiembre no avisó a la policía, que dio a conocer el caso a los medios. El 4 de septiembre de 1930 el New York Times anunció en primera plana: “Amplia búsqueda del juez Crater, extraviado hace cuatro semanas”.
En nota complementaria, el periódico informaba del dinero que Crater había retirado antes de desaparecer, “dos días antes de que el Fiscal Federal Tuttle hiciera cargos contra Ewald”. La nota se refería al magistrado George Ewald, imputado por un presunto pago de diez mil dólares a Martin Healy, en 1927, a cambio del puesto en el juzgado.
En el juicio por la desaparición del juez se presentaron 95 testigos cuyos testimonios abultaron 975 páginas. No se hallaron los más de cinco mil dólares que Joe Mara declaró haber retirado. Además, se supo que durante la primavera de 1930 Crater vendió acciones por un total de 16 mil dólares y retiró de su banco otros siete mil. Tampoco apareció ese dinero.
Cuando el juicio concluyó y Stella Crater pudo reingresar a su casa, halló en un cajón oculto cuatro sobres de papel manila que contenían el testamento del juez, seis mil seiscientos dólares en efectivo, numerosos cheques, seguros de vida por treinta mil dólares y tres hojas que enlistaban a veinte compañías y personas que supuestamente le debían dinero al desaparecido.
Por si algo faltara, el 5 de agosto Lorraine Fay, rubia oxigenada, dijo al abogado neoyorquino Samuel Buchler que demandaría a Crater por romper su promesa de matrimonio. El litigante le pidió a la mujer que volviera con pruebas al día siguiente. Fay no regresó.
Interrogaron a coristas y otras mujeres relacionadas con Crater. Sally Ritz, tras declarar, se perdió de vista hasta que la hallaron en Ohio. Dijo que había ido a cuidar a su padre. Otra mujer que estuvo con Crater el 5 de agosto, un día antes de que el juez desapareciera, fue convocada: la corista June Bryce, de quien se dijo que era novia de un gángster que extorsionaba a Crater y al final lo asesinó. Bryce fue localizada hasta 1948, recluida en un manicomio en Long Island.
Otra posible testigo fue Vivian Gordon, en cuyo departamento hallaron el saco de Crater. Estafadora y prostituta, departía con personajes influyentes. Aceptó testificar sobre sobornos y extorsiones, pero antes de poder declarar, la asesinaron el 20 de febrero de 1931.
El caso manchó la nada limpia reputación de la policía. El alcalde de Nueva York renunció. Nada más se supo del juez, denominado “el hombre más desaparecido en Nueva York”.
Cuando Harry Stein fue sentenciado a la silla eléctrica por el asesinato de Vivian Gordon, el condenado contó que él y otros delincuentes sobornaron a Crater para reducir la sentencia de un cómplice, pero al negarse el juez, lo mataron. La declaración no pudo ser comprobada.
En 1954 el carnicero retirado Harry Krauss dijo antes de morir que poseía una casa en el condado de Westchester donde George Ewald, Martin Healy y Joseph Crater se reunían con empleadas de prostíbulos. En esa casa, vigilada por el cuñado de Krauss, los tres hombres supuestamente escondieron 90 mil dólares. Aseguró Krauss que cuando visitó la casa en la semana en que Crater desapareció, halló el sitio destrozado, con botellas rotas y manchas de sangre. No volvió a ver a su cuñado y halló que habían excavado en el patio.
A la semana siguiente, agregó Krauss, lo convocaron Ewald y Healy para decirle que podía haber problemas con la policía, así que debía negar que conocía a Crater. Krauss dijo eso al jurado que lo citó a testificar. Sin embargo, antes de morir, sostuvo que Crater estaba enterrado en Bronxville. La policía no pudo hallar indicios que confirmasen la historia.
Después de atender dieciséis mil reportes de todo el país y hasta de otras naciones, la policía no pudo dar con el juez. En su tiempo, la frase “Hacer un Crater” fue sinónimo de desvanecerse sin dejar rastro. En 1939 lo declararon oficialmente muerto, pero su caso —número 13,595 de Personas Perdidas— apenas fue oficialmente cerrado en 1979. Hasta la década de 1960, un chiste popular decía: “Juez Crater, llame a su oficina”.
Muchos años más tarde, el New York Post publicó que, al fallecer el 2 de abril de 2005, Stella Ferrucci, de Bellerose, dejó una carta manuscrita. La carta cuenta que el difunto marido de Ferruci, Robert Good, supo que el policía neoyorquino Charles Burns y su hermano, el chofer de taxi Frank Burns, eran responsables por la muerte de Crater, cuyo cuerpo enterraron en Coney Island, bajo la banqueta del Acuario de Nueva York, cerca de la calle Ocho Poniente. La versión de la difunta no se pudo comprobar.
La viuda del juez pasó por un periodo de apuros económicos tras la muerte de Joseph Crater, hasta que al ser declarado muerto el juez, logró cobrar seguros de vida por 20 mil 561 dólares (alrededor de 432 mil 500 dólares actuales). Stella se casó de nuevo con el contratista Carl Kunz, se separó de él en 1950 y falleció en 1969, a sus 70 años de edad. Durante el resto de su vida, la viuda acudió a un bar en Greenwich Village todos los días 6 de agosto. En esa fecha, sentada en un reservado, Stella pedía dos tragos y vaciaba el suyo tras decir: “Buena suerte, Joe, dondequiera que estés”.
Tomado de https://morfemacero.com/
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