Escritores escribiendo enero

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Mucho se ha escrito, en varios idiomas y desde distintas latitudes, sobre estos días de enero. Para ejemplificar un verso del poeta T.S Eliot que dice: “Las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado. Las palabras del próximo año esperan otra voz. La esperanza sonríe desde el umbral del año que llega y hasta parece que desde los calendarios se desprende una voz susurrando: este año será más feliz».

Muy diferente el caso de nuestros cronistas y escritores mexicanos. Sus textos y artículos de año nuevo tienen un sabor distinto. Ángel de Campo, por ejemplo, firmando con su seudónimo Tick-Tack publica un texto titulado Felicitaciones y cobros de pasada con motivo de Año Nuevo el último día de diciembre de 1901 donde se burla de las costumbres de algunos y de paso cuenta sabrosos chismes.

“No todos pueden gozar del fin de año, y para no fatigar la atención de la cámara, citaré a los impresores de prensa de pie; a los evangelistas; a los mensajeros postales y telegráficos; a las doncellas de dulcería y a los mancebos de botica. Porque estamos en el siglo de las atenciones sociales, la cocinera Luz Pial de Alas, el portero Arturo Padrón, el bombeador Calixto Piedra, el gendarme Nicasio Lope, el cochero Simeón O’Faril, la de la recaudería Pancha Gotas, la profesora con título Angustias Diosdado, y hasta el pobre de solemnidad Adalberto Recalde; todos, todos sin excepción imprimiéndole el sello personal de sus deseos a lo económico, contribuyen al progreso de la industria nacional, consumiendo las cartulinas del país, para que contengan su nombre en góticas, cursivas, redondas, atanasias, versalitas, miñonas, de adorno, o a cuerno limpio, digo, a mano. Algunos envían algo simbólico, por ejemplo, una tarjeta con alegoría de color, una paloma de cuyo esponjado cuello pende un cuerno de la abundancia… y esa mensajería va a desear feliz año a Don Bernardo Fulton, a quien cuentan se le desapareció del hogar su esposa Columba, llevándose el cambio del mandado.”

Muy distinto el talante de Ignacio Manuel Altamirano, cronista por antonomasia del siglo XIX mexicano, cuando escribe lo siguiente en sus “Crónicas de la semana” en ocasión de la llegada de un nuevo año:

“En la mañana del primer día de enero es uno creyente y torna a la juventud con la memoria y con el corazón, acaba de llorar y sonríe, acaba de deshacer los hermosos tejidos de su imaginación, vuelve a comenzarlos, como Penélope, en espera de la felicidad. En cada enero sentimos la amargura de un desengaño, pero saboreamos al mismo tiempo el néctar de un deseo.”

Diametralmente opuesto a lo que hubo de escribir, el 3 de enero de 1871, cuando la realidad le salió –como hace siempre- brutal al paso y hubo de reseñar los funerales de Margarita Maza de Juárez. Cuajado de tristeza su crónica inicia así:

“En México, el año de 1871 ha entrado coronado de ciprés. En efecto, los primeros días de enero, consagrados generalmente a fiestas íntimas y a esperanzas placenteras, fueron turbados por el funesto acontecimiento de la muerte de la señora Juárez. La esposa del presidente de la República era una mujer eminente, no por el puesto que ocupaba en la sociedad, sino por sus altísimas virtudes.. Y es que la virtud de esa matrona resplandecía demasiado para que pudiera negarse. ¿Quién podría negar la luz del sol? La noticia de tamaña desgracia heló la risa en los labios de todos. Parece que en el momento se extendió sobre México un velo de tristeza, que obligó a cada uno a lamentar en religioso recogimiento una pérdida irreparable. Los tiempos en que vivimos no permiten los lutos oficiales; Juárez no es partidario de la pompa, y menos para sus asuntos privados; la modesta señora que acababa de morir la desdeñó durante su vida con la sinceridad de las mujeres republicanas y de los corazones virtuosos. Así es: que no sólo no se dispuso nada oficialmente, sino que se omitieron hasta las invitaciones. Jamás se había llevado la modestia y la delicadeza democrática hasta ese extremo. Pero jamás tampoco se había hecho una demostración tan espontánea, tan general y tierna del sentimiento público. Cesaron los banquetes, cerráronse los teatros, las sociedades suspendieron sus sesiones y los talleres sus trabajos. Todo el mundo, nacionales, extranjeros, de todas edades y de todas las clases de la sociedad, se dirigieron en gran número a la casa mortuoria, sita en la colonia de los arquitectos, para acompañar el cadáver al cementerio de San Fernando, donde debía sepultarse”

Poco tiempo y ánimo le quedan para redactar su habitual mensaje de Año Nuevo -que yo me robo hoy- y decía así:

“Ahora lectores, deseadme un buen año, como yo se los deseo con todo mi corazón; y vosotras, bellísimas lectoras, sean felices, y que en este año, ni por un momento la melancolía anuble vuestro corazón generoso y bueno, como es el de todas las mexicanas. Y si llegáis a derramar algunas lágrimas, sea solamente por el placer que os cause el recuerdo de una buena acción o por la dicha de sentiros amadas.”

Tomado de https://www.eleconomista.com.mx/