El que avisa no es traidor

El que avisa no es traidor

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Lo advirtió desde su campaña política, pero muchos preferimos pensar que se trataba de otra de sus bravuconerías habituales para obtener votos. Justo el lunes pasado,
Donald Trump anunció la imposición de 25% de aranceles a México y a Canadá desde el primer día de su gobierno si no se detiene la “invasión ilegal” de migrantes y el tráfico de fentanilo y otras drogas.

De cumplir con esta amenaza, los efectos serían devastadores para la economía mexicana (que es la que nos interesa en este apartado). Sectores estratégicos como el automotriz, el agrícola y la manufactura en México dependen de las exportaciones hacia Estados Unidos. La imposición de este arancel encarecería de inmediato nuestros productos, disminuiría nuestra competitividad, generaría un retroceso en la inversión extranjera y, por supuesto, afectaría seriamente el nearshoring.

Dejando por un momento las respuestas patrioteras de que México puede responder a Estados Unidos, es importante tener clara nuestra dependencia con el vecino del norte y comprender las asimetrías de ambas economías. Las exportaciones mexicanas representan 40% de nuestro PIB, de ahí el 80% va a Estados Unidos. Del otro lado, el comercio total de Estados Unidos (sociedad de autoconsumo por excelencia) equivale sólo al 18% de su PIB y, de eso, sólo 15% corresponde al comercio con México. Dicho lo anterior, no hay de necesidad de aclarar quién depende de quién en esta relación. Sí, habría consecuencias dañinas en Estados Unidos, pero el resultado sería devastador para México. Por más que queramos imaginar que negociamos en igualdad de circunstancias, no es ni será así.

Es correcto que la presidenta Claudia Sheinbaum de inmediato haya buscado un diálogo abierto con el equipo del presidente Trump y que su gabinete esté listo para negociaciones de alto nivel con sus homólogos. Pero también es indispensable tomar cartas en el asunto de la migración. Es responsabilidad de México la expulsión de miles de connacionales que no encuentran condiciones favorables para permanecer en este país. Más allá de los (acertados) discursos sobre el origen de la migración y sus consecuencias, tenemos que asumir que el problema es nuestro. No hay más.

  • POST SCRIPTUM

Otra vez, y como año tras año, estamos en los 16 días de activismo en contra de la violencia contra la mujer y, como siempre, las cifras son desoladoras. Las buenas intenciones institucionales de cambiar la realidad de la violencia de género sirven para nada y las cifras permanecen inamovibles.

Para sorpresa de nadie, en México el panorama es desolador: nueve mujeres son asesinadas todos los días, la mayoría en el seno de su propio hogar o por conocidos cercanos. También en este país siete de cada diez mujeres han sufrido algún tipo de violencia. Esta violencia es el claro reflejo de un tejido social desgarrado, donde la violencia se convirtió en la norma de la convivencia.

El problema no es exclusivo de México. A nivel mundial, cinco mujeres o niñas son asesinadas cada hora por un familiar, de acuerdo con ONU Mujeres. América Latina lidera este ranking: 14 de los 25 países con más feminicidios están en nuestra región.

¿Qué perpetúa esta barbarie en pleno siglo XXI? La tolerancia al discurso machista que justifica la violencia, la falta de intervención oportuna de las autoridades, la carencia de apoyos y protección a las sobrevivientes y el silencio cómplice de todos nosotros. Cada vez que decidimos mirar hacia otro lado, perpetuamos la desigualdad y la violencia.

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