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Uno de los mitos más conocidos de los antiguos mexicas, es el nacimiento de Huitzilopochtli, su dios tutelar. Y no solo era importante por ser su deidad principal, sino sobre todo, por lo que representaba: los ciclos de los astros en el cielo y la lucha entre los poderes diurnos y nocturnos. Siendo tan relevante tal historia en las creencias tenochcas, no debe sorprendernos que fuera celebrada y conmemorada en sus más importantes recintos de culto.
El mito del nacimiento de Huitzilopochtli
De acuerdo a lo registrado en el libro tercero del Códice Florentino, la diosa terrestre Coatlicue, «La de la falda de serpientes», barría la cima del monte Coatépetl, próximo a Tula. Fue entonces que cayó del cielo una bolita de plumas. La deidad la recogió, colocándola debajo de su huipil. Después de esto, sucedió un portento: quedó encinta del que sería el señor del Sol: Huitzilopochtli.
Coyolxauhqui, deidad de la Luna (hija de Coatlicue y hermana de Huitzilopochtli), junto a sus hermanos los centzonhuitznahua («Los 400 surianos», es decir, las estrellas), al saber de esta inesperada noticia, decidieron dar muerte a su madre y a su nonato hermano menor. Ellos consideraban que había tenido un romance ilícito, y el producto de ello sería motivo de vergüenza.
Coatlicue se afligió con la noticia, pero aun estando en su vientre, Huitzilopochtli la consoló. Con la ayuda de Cuahuitlícac, un «suriano» que estaba de su parte, se anticipó a la llegada de sus enemigos. Cuando estos al fin arribaron al pico del cerro, el dios nació siendo ya adulto. Iba armado con la xiuhcóatl, la poderosa serpiente de fuego. El joven Sol de la Guerra venció y decapitó a Coyolxauhqui; posteriormente persiguió sin descanso a los centzonhuitznahua, de los que sólo cinco pudieron huir de la furia del dios.
Un culto astral y el Templo Mayor
El trasfondo astral del relato mítico no debe sorprendernos. Como parte de la amplia cosmogonía de Mesoamérica, los mexicas veían en esta historia una alegoría del ciclo cotidiano del amanecer. La luz del Sol representaba el orden, lo celeste, y la vida dada a los humanos. Y todo los días, se enfrentaba a la Luna, a las estrellas y la noche, que representaban el caos, el inframundo y por ende, la destrucción.
Aunque fue una deidad exclusiva de los tenochcas, estos identificaron a Huitzilpochtli como el antiguo «Tezcatlipoca Azul», señor de la región del sur. De esta manera, junto a antiquísimos dioses como Quetzalcóatl, Tezcatlipoca o Tláloc, el «Colibrí zurdo» fue integrado a un panteón con siglos de historia. Si Tonatiuh es el Sol en su cenit y símbolo de la quinta era, la del Nahui-Ollin («Cuatro movimiento»), Huitzilopochtli fue el Sol del alba, el que nacía venciendo a las tinieblas.
También a través de esta mítica leyenda, los mexicas legitimaron su constante guerrear con otros pueblos. Para mantener el Universo, a semejanza del mismo Huitzilopochtli, no solo emprendían campañas militares con fines expansivos, sino también existían las famosas «Guerras floridas». Éstas eran combates pactados con ciudades rivales, a fin de capturar prisioneros destinados al sacrificio.
Por si fuera poco, el mismo Huey Teocalli de Mexico-Tenochtitlan (es decir, el Templo Mayor), era una alegoría del famoso mito. La pirámide no solo representaba al altépetl («la montaña de los mantenimientos»), sino también al cerro Coatépetl. A los pies de las escalinatas que conducían al adoratorio de la deidad guerrera, estaba el famoso monolito de Coyolxauhqui. Ahí la diosa de la Luna yacía desmembrada, tras haber sido vencida por su hermano menor.
Panquetzaliztli: la celebración del nacimiento de Huitzilopochtli
Para conmemorar el nacimiento de Huitzilopochtli, los mexicas dedicaban el decimoquinto mes de veinte días, el Panquetzaliztli (que traducido del náhuatl al español significa «levantamiento de banderas»), al festejo de dicho suceso. En nuestro calendario, el evento caía desde el 30 de noviembre hasta el 19 de diciembre en años normales; en los bisiestos corría del 29 de noviembre al 18 de diciembre.
En los festejos, se realizaban ayunos rituales y sacrificios de cautivos. También se erigía una efigie del dios solar con masa de huautli y maíz tostado. Se le amasaba con miel de maguey. Después se comía la figura, tras la inmolación de los prisioneros. Una de las curiosas costumbres de estas celebraciones, consistía en romper una olla que contenía plumas y piedras preciosas. Previamente, al inicio del festejo, ésta había sido colocada en un sitio alto. Tras la conquista y la evangelización, esto originaría el nacimiento de las piñatas navideñas.
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Tomado de https://www.mexicodesconocido.com.mx/
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