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Fotografías de Rodrigo Cuellar

Después de un lecho de muerte extendido -pero no por eso menos solemne ni acompañado- se ha ido José Agustín, figura imprescindible para la liberación y la democratización del lenguaje dentro de la literatura mexicana.

Mi trabajo aquí ha terminado”. Esas fueron las últimas palabras divulgadas del enorme José Agustín, quién tras casi dos semanas de preparación, finalmente concretó su despedida de este mundo, acompañado de sus familiares en aquella casa de Cuautla, Morelos a la que se mudó desde hace casi cuarenta años.

Sin la necesidad de ser especificadas, se ha mencionado que su muerte es resultado de una serie de complicaciones que su salud arrastraba desde tiempo atrás. Hasta hoy, lo único que se había dado a conocer fue aquél comunicado en el que sus hijos compartían que, el pasado 2 de enero, José Agustín recibió la extremaunción de parte de un sacerdote amigo del escritor, que además de ser católico, ”es simpatizante del zapatismo y de la teología de la liberación”.

Encueramiento, mariguaniza, degenere, mugre, pelos, sangre

En ausencia de José Agustín, la literatura mexicana se queda sin uno de sus grandes transgresores del lenguaje. Nacido en Jalisco pero siempre autodenominado como acapulqueño dada la edad tan temprana a la que llegó al estado de Guerrero, su repertorio fue precoz: apenas tenía 16 y ya había escrito La Tumba (1964), una de sus obras más célebres y que publicó bajo la tutela del también brillantísimo Juan José Arreola.

Y a partir de ahí, nunca se detuvo ni se limitó: hizo periodismo, dramaturgia, guiones para cine, ensayos y hasta su propia biografía. Su llegada al panorama cultural de México generó toda una conmoción como consecuencia de la frescura que le inyectaba a la literatura nacional, que hasta ese momento se encontraba aprisionada por fondos y formas que solo respondían a las inquietudes de la minoría aristocrática.

Gracias a su figura y a la de otros como Parménides García Saldaña, Gustavo Sáinz y René Avilés Fabila es que nació la litera juvenil en México. De jóvenes para otros jóvenes: sobre la música que se escuchaba, las peripecias en el transporte público, los códigos entre cuates y las torpezas del amor adolescente.

Algunos nombres respetados como Margo Glantz quisieron condenarlos a las limitaciones de las etiquetas: Literatura de La Onda, le decían. A lo que ellos y principalmente José Agustín se opusieron:

Marcarnos como una mera corriente literaria era minimizar lo que hacíamos. Y así ha sido siempre: porque si lo que escribimos no responde a sus normas, entonces es menos importante y no tiene tanto impacto”, dijo José Agustín cuando le cuestionaron si se sentía parte de esa onda.

Y tenía razón: porque su manera de escribir fue una visión del mundo por sí misma. Obras como Inventando que sueño, (1968), Se está haciendo tarde (1973), El rey se acerca a su templo (1977), Ciudades desiertas (1982), Cerca del fuego (1987), Dos horas de sol (1994)  Vida con mi viuda (2004) son cínicas, despropiadas de todo prejuicio pero sobre todo, reales.

Su extenso patrimonio intelectual es el recordatorio de que el habla cotidiana también es literatura; o mejor dicho: la reafirmación de que el lenguaje es de los hablantes y se llena de vida en las calles.

Que miedo tan idiota es el que le tenemos los humanos a la muerte, porque es lo único digno de estudiarse en esta vida”.

-José Agustín.

En su honor, lo mejor que podemos hacer es escribir. Hoy y siempre. Lo que sea.

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Tomado de https://warp.la/