La comparación de China con Estados Unidos como si se tratara de otro país imperialista normaliza un error, producto de una herida ideológica que tiene su origen en el discurso del poder neocolonial: creer que toda economía que alcance determinada escala es inmediatamente una fuerza invasora. Esta comparación, además de ser equivocada, oculta el hecho de que el proceso chino ya no califica dentro de la fase neocolonial, por el simple hecho de que esto implicaría la pretensión del país asiático por constituirse como una fuerza unipolar. La unipolaridad ya es inviable; por ello, China encabeza procesos esenciales en sentido contrario, como la desdolarización, el uso de las monedas nacionales en red, superando el patrón monetario monopólico y la descarbonización
Hace unos días –al participar en una mesa sobre economía en la Feria Internacional del Libro del Zócalo–, un asistente sugirió que Estados Unidos de América es equiparable con China, al identificarlos como países igual de imperialistas. No es la primera vez que escucho esa idea, pero sí la primera que sentía que no era solo una pregunta, sino una herida ideológica que encarna la imposibilidad de imaginar una economía grande sin pretensiones hegemónicas. Esta columna nace de esa herida. No como una defensa de China sino para preguntarnos: ¿y si el problema no fuera quién domina, sino que ya no cabe un solo rey en el tablero?
En la entrega anterior discutimos sobre la forma en la cual Immanuel Wallerstein recupera la dimensión de “discurso de poder” para recordarnos que la economía mundial no solamente se refiere al intercambio de productos, sino a la construcción colectiva de un horizonte de sentido, un modelo de sociedad a alcanzar, el establecimiento de una visión desde donde todos los actos cobran un sentido en particular. Se trata de un paradigma desde donde se normalizan determinadas acciones y otras se vuelven inaceptables.
Ha quedado ya de manifiesto también la identificación de dos fases históricas dentro del propio sistema capitalista: una primera, de corte colonial, desplegada desde 1492 hasta la mitad del siglo XX; y la segunda, de corte neocolonial, en evolución desde 1945 hasta la crisis que actualmente atravesamos. Desde el punto de vista económico-político, la fecha de defunción de esta fase financierista fue 2008, ya que fue en esta crisis en Wall Street donde la apuesta financiera de la deslocalización estadunidense mostró su incapacidad de mantener el control sobre los procesos productivos del globo. Desde entonces, el ascenso de la economía china no ha parado de mostrar impactantes niveles en su capacidad productiva, no sólo cuantitativamente hablando, sino especialmente en su núcleo cualitativo.
Ante la pregunta sobre si China es otro país imperialista como lo es Estados Unidos de América, se ha normalizado que toda economía que alcance determinada escala es inmediatamente una fuerza invasora, pero esto en realidad deviene del propio “discurso de poder” neocolonial que ha normalizado que un país solamente transita el mismo camino, es decir, aquél que lo lleve a adjudicarse el papel de rey absoluto. Es el discurso de normalización de las hegemonías.
Esto permite ocultar un hecho que tenemos que enfatizar con contundencia: el proceso chino ya no califica dentro de la fase neocolonial por el simple hecho que esto implicaría la pretensión del país asiático por constituirse como una fuerza unipolar. Pero no es el caso, de hecho, el proyecto asiático, ya en la práctica, ha sido la comprensión de que la unipolaridad es inviable por lo que de lo que se trata es de transitar a formas policéntricas o multipolares. Una red así inhibe precisamente, aun queriendo, la pretensión de constituirse como una fuerza unipolar. Los procesos esenciales son, por ello, la desdolarización, el uso de las monedas nacionales en red, superando el patrón monetario monopólico y la descarbonización, es decir evitar la transferencia masiva de costos humanos al sistema natural. Solamente con estos dos elementos ya estamos hablando de un proceso civilizatorio con un horizonte de sentido radicalmente diferente.
Pero este proyecto multipolar todavía se encuentra en desarrollo, podríamos decir que estamos justo en el inicio del metabolismo de recambio. Es por ello que también debe tomar conciencia de un proceso de desoccidentalización, es decir, realizar la crítica profunda del horizonte de sentido normalizado bajo el neocolonialismo. Es natural que actualmente en este periodo de transición aún tengamos en nuestra visión reflejos del mundo colonial en las que hemos aceptado una serie de principios impuestos, pero que operan contra el proceso de liberación de los pueblos. Muchas veces el enemigo se encuentra en lo más profundo de nuestra mente, por lo que la desoccidentalización significa la búsqueda de los elementos supuestamente universales que no lo son, es decir, se trata de la apertura a otras formas posibles, no hay tal cosa como una versión correcta y otra falsa.
Es decir, el nuevo periodo post-neocolonial necesita conocer las otras universalidades, así como el orientalismo, aun con sus fuertes limitantes, significó el reconocimiento de los “otros” como civilizaciones (aunque “incompletas” por no derivar en la forma occidental) en esta ocasión es necesario reafirmar el reconocimiento de las otras civilizaciones, pero en tanto completas, en su propia medida. Así como se trata de que cada moneda nacional pueda ser intercambiada en el mercado mundial, se trata del reconocimiento de que cada cultura es, por sí misma, singular y universal a la vez. Ese reconocimiento del “otro” es lo que funda la nueva era. Es el horizonte de sentido del sur global. En este sentido es que China va a la cabeza abriendo camino, ahora pensemos análogamente lo que pasa en México.
Caso México
El humanismo mexicano es precisamente una recuperación de nuestra identidad histórica, a través de la redención de todas las luchas populares de liberación durante el colonialismo, desde 1492 hasta el momento actual. Se trata de la afirmación de la universalidad de lo singular, no como pretensión de dominio, insistamos, sino como afirmación de un polo más en la economía global. Una manera primordial para comenzar la revisión de nuestra conciencia histórica es recordar las diferentes luchas sociales que se han generado y que han modelado nuestra propia historia.
No es un detalle menor que el proyecto de la 4T se haya ocupado de planes de justicia histórica frente a los pueblos originarios, se impulsaron disculpas por parte del Estado mexicano e incluso se les pidió a los descendientes de la corona española contribuir con este proceso de sanación. No se trata de un asunto del pasado, sino del reconocimiento de siglos de una economía esclavista y violenta.
Este es un punto de partida para resolver las heridas coloniales que tenemos que superar. Pero simultáneamente es necesario recuperar, en sentido afirmativo, el tipo de organización colectiva que alcanzaron nuestros ancestros mesoamericanos. El falso universalismo occidental nos llevó a borrar todos estos antecedentes, no es un detalle menor que la derecha española todavía hoy impulse la propaganda de la “leyenda negra” para tratar de limpiar la historia y enfatizar su aceptación unilateral por representar una “fuerza civilizatoria contra la barbarie”. Por ello, el próximo libro del presidente Andrés Manuel López Obrador será de un gran interés para este proceso de descolonización, puesto que recuperará toda esta raíz singular-universal de las civilizaciones originarias del Abya Yala.
Así como el socialismo con características chinas es una recuperación híbrida entre la filosofía oriental, el marxismo y su experiencia en el mercado capitalista, México necesita recuperar su filosofía originaria, recuperar su propia economía política y, por supuesto, la experiencia histórica dentro del mercado capitalista. Me permito insistir en esta triada debido a la complejidad de romper con el influjo ideológico del neocolonialismo.
Pero aquí llegamos a un punto crítico para el debate: el problema de la fase actual es que se construyó a través de la ideología de la democracia y los derechos humanos. El truco ideológico fue operar una liberación ficticia, una supuesta soberanía política, pero sin soberanía económica. De hecho, aquellos países que intentan alcanzar esta última son los que inmediatamente son atacados bajo el estigma de dictadores, infractores de la democracia, violentadores de los derechos humanos o narcotraficantes. Es decir, el neocolonialismo propaga el derecho a la injerencia basado en este discurso. Pero, además, permite normalizar el permanente intervencionismo de EUA en cualquier territorio de su interés.
La materialización de estos principios se proyectó a través de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que hoy se encuentra en su crisis terminal, debido a que mostró plenamente que el sistema de derechos humanos es controlado unilateralmente por EUA. Es decir, se le exige en lo particular a todos los países cumplir estrictamente con estos principios abstractos, pero al mismo tiempo se acepta, se normaliza, que un país en particular pueda ser la excepción. De esta manera, por ejemplo, cuando nos ponemos especialmente exigentes con la pulcritud de determinado proceso electoral, digamos el de Venezuela, pero relativizamos (normalizamos) el bloqueo económico de EUA entonces nuestra discusión supuestamente democrática es en realidad una reacción neocolonial.
Derivado de todo lo anterior, me parece que es momento para plantear una integración latinoamericana concreta, especialmente afincada en el principio de una red que inhiba el efecto de sanciones económicas, es decir, la diversificación de canales integrados para poder conectar las economías de la región bajo principios de multipolaridad. Es necesario impulsar un plan maestro continental para lograr un primer nivel de integración. Quizá podríamos pensar en una Zona de Cooperación Productiva (ZCP) (En lugar de la visión estándar de Zona de Libre Comercio) que habrá de iniciar con el diagnóstico de las posibilidades efectivas de integración. Aprender de los BRICS que no se tiene necesariamente que tener una determinada forma política en específico para la coordinación económica. Actualmente la presencia de China ya es fuerte en la región, por lo que las condiciones del dominio estadounidense no son las mismas que durante la fase neocolonial.
Lo que hace falta ahora, en suma, es consolidar las autonomías de los diferentes países bajo un modelo que permita superar el vaivén democrático paralizador. Es decir, la planificación de base no puede estar sometida a un supuesto equilibrio de poderes, por lo que el concepto mismo de democracia necesita abandonar su forma neocolonial y ahora explorar la dimensión de la justicia económica sustantiva y popular. Y para ello hay que reformar el Estado y, junto con ello, las estrategias políticas para la construcción del nuevo horizonte de sentido post neo colonial, es decir, desde la raíz propia susceptible de universalizarse.
Oscar David Rojas Silva*
*Economista (UdeG) con estudios de maestría y doctorado (UNAM) sobre la crítica de la economía política. Académico de la FES Acatlán y la UAM X
Tomado de https://contralinea.com.mx/feed/





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