Cinco intenciones

Cinco intenciones

“Un viernes para lograr la felicidad. Viernes, día de Venus. Puede ser. Aunque quizá resulte igualmente práctico esforzarse por otra cosa como la ataraxia, la ausencia de complicación”....Tomado de https://morfemacero.com/

TA MEGALA 

Fernando Solana Olivares 

La pasión de la envidia, su nauseabunda adicción. Todos los textos y enseñanzas que llevan a algo coinciden en ello: el sujeto que quiera vivir de una mejor manera no debe envidiar a nadie, no debe envidiar nada. Claro que hay cosas envidiables, pero no hay por qué envidiarlas. Lo anterior queda afirmado para introducir a un sujeto conocido que anda trabajando su tranquilidad. 

      Hace días encontró un papelito que decía: “Para lograr la felicidad: 1. Libera tu corazón del odio. 2. Libera tu mente de las preocupaciones. 3. Vive de forma simple. 4. Da más. 5. Espera menos”. Se aprendió de memoria estas cinco intenciones y decidió practicarlas desde ya. 

      Primero se planteó un problema: ¿las cinco eran sucesivas o simultáneas? Una por una, se dijo. No, todas juntas, se respondió. Aunque de ser una por una tendría que organizarse del lunes hasta el viernes y le quedaría el fin de semana, cuando podría poner las cinco en práctica a la vez. Le pareció bien el arreglo y al siguiente lunes comenzó. No le costó tanto trabajo liberar su corazón del odio durante ese día, pues no era muy afecto a tales pasiones, por temperamento o karma, váyase a saber.  

      Pero el martes naufragó y cuando volvió a casa, imposibilitado de liberar su mente de agobios imaginarios, de cálculos indebidos sobre el futuro, de puras antesalas de la razón, recordó a su madre, quien mucho se lo decía: cómo eres preocupón.    

      El miércoles, en cambio, recuperó el ritmo del lunes y simplificó un poco más su forma de vivir. Este hombre estaba ejerciendo la reducción drástica de la necesidad. Requería poco, aunque no se privaba ni de lo esencial ni de lo placentero. Fulano, de vida simple, podrían decir de él los demás. Los demás fueron el tema del jueves: darles más. ¿Más qué? Compasión, por ejemplo, y decidió aplicársela a una compañera de trabajo en el laboratorio, una envidiosa profesional. 

         No era por misoginia ni por ganas de creer en su fantástica existencia, pero este hombre pensaba que de que hay brujas las hay, y esa colega era una. Intrigaba contra él donde podía y con quien encontraba. Habían sido amigos pero muy pronto lo dejaron. Su vínculo se evidenció como un error. La amistad entra por los sentidos y él forzó los suyos para simpatizar un poco con ella: ¿cómo estás, cómo te va? Rápidamente supo que todo eso era un equívoco. 

         Por la noche regresó otra vez derrotado: era muy difícil dar más a los otros, aquellos quienes representan el infierno, según afirma algún autor. El viernes, en cambio, mejoró su circunstancia un poquito, como suele decirse. No esperar nada, o esperar menos, según su receta, no era una actitud tan inalcanzable para él.  

         Eso pensaba, pero después de un rato de autocontrol se sorprendió a sí mismo con la nerviosa expectativa del surgimiento de pequeñas situaciones durante todo el día: que lo saludaran de cierta manera, que llegara un paquete pendiente, que los laboratoristas a su cargo prestaran interés a la lección, que el tráfico de regreso a casa no estuviera a reventar, que el cielo no cayera sobre su cabeza. Siempre esperando minucias, concluyó. 

         El sábado y el domingo resolvió no preocuparse y no odiar, lo mismo que adoptar la simplificación, el desprendimiento y la indiferencia como firmes actitudes invariables. No lo perturbarían ni el calentamiento global, ni la escasez inminente de recursos, ni la crisis económica cuyos efectos apenas comenzaban, ni las desviaciones de la época, ni las medidas delirantes de los políticos encumbrados, ni la violencia narca y su control del territorio mexicano, ni el fallecimiento de un admirado personaje. No preocupación. 

         Eran buenos deseos porque su mente se atareó en otro tipo de consideraciones sobre la preocupación. Su investigación publicada, ¿llegaría a sus manos o no? No es que esa nerviosidad fuera acerca de morir ahora y entonces no verla nunca, sino que correspondía más bien al arrepentimiento por haber elegido un medio equivocado: era una preocupación por el acto ya cometido y por el anterior. Y por sus consecuencias azas irreparables ¿pues ya qué? 

         Y luego cogitaba: si no me preocupo, ¿entonces con qué lleno mi cabeza? Y si no pienso vengativo en la bruja del trabajo, ¿cómo desfogo mis bajos instintos mentales? El asombro lo paralizó cuando se dio cuenta de que estaba a punto de tirar por la borda su intención de alcanzar la felicidad a través de un método razonable, como el que ahora seguía pocas veces sí y muchas veces no. 

         ¿De dónde había salido el papelito? No lo sabía, estaba en la bolsa de su saco puesto ahí por una mano desconocida. Ese misterio le daba al método feliz un pequeño aire metafísico, colocado ahí desde un misterioso por qué. Si lo dejaba pasar quizá perdiera una oportunidad única, así no sepa aún para qué diablos sirve el bienestar mental. 

         Entonces el final de esta historia debió haber sido la línea anterior. Pero hoy de nuevo es lunes y este hombre sale a la calle con el precepto número uno porque ese es el que le toca. Sin odiar nada ni nadie, a ver. La prueba se vuelve más dura cuando la bruja hace de las suyas y a sus oídos llega otra maledicente difamación contra él. El hombre se consuela pensando en la tarea del próximo viernes, la número cinco, sin duda más fácil que ésta de no aborrecer a los imbéciles: no esperes nada salvo lo que habrá.  

         Un viernes para lograr la felicidad. Viernes, día de Venus. Puede ser. Aunque quizá resulte igualmente práctico esforzarse por otra cosa como la ataraxia, la ausencia de complicación, una búsqueda más considerada para el estado imperturbable que este hombre se empeña en alcanzar.  

      Así vuelve al comienzo: la bruja, la envidia, la felicidad.

Tomado de https://morfemacero.com/