septiembre 18, 2025
Ampliaciones a Bradbury y el Zen

Ampliaciones a Bradbury y el Zen

“Ray Bradbury tendió una estera en el piso, colocó su zafu, un cojín redondo, y se puso a meditar. Bradbury hizo zazen. Siguió el último consejo operativo: meditación”....Tomado de https://morfemacero.com/

Ta Megala

Fernando Solana Olivares

Siempre quedan alternativas. El exilio interior es una de ellas. El pensamiento auténtico —no el recibido, no el que nos piensa, no el que uno cree que piensa por su propia cuenta— es otra. La creatividad es una tercera. 

       Ray Bradbury publicó en 1973 un ensayo de título poco común en su obra literaria: “Zen en el arte de escribir”. Después de encontrarse con un singular libro testimonial de Eugen Herrigel, catedrático alemán que residió en Japón, Zen en el arte del tiro con arco, Bradbury, quien no sabía nada del budismo Zen hasta entonces, pormenorizó sus propios procedimientos técnicos, muy similares a los descritos por Herrigel, en un texto dirigido a todos aquellos interesados en el arte de las palabras, en la pasión insomne de la literatura y aun en el viaje de la vida, “la mitad terror, la mitad júbilo”, como diría.

       El Zen es “la conciencia cotidiana”, según la legendaria definición del maestro Baso Matsu hecha hace más de mil doscientos años: “dormir cuando se tiene sueño; comer cuando se tiene hambre”. Y ciertas artes adyacentes como el tiro con arco, la esgrima, los arreglos florales, la ceremonia del té, la danza, la pintura o las artes marciales pueden conducir al encuentro de un estado mental de “no-conciencia” discursiva o satori —una especie de intuición o sabiduría trascendental que capta simultáneamente la totalidad e individualidad de todas las cosas— explorado por esa variante del budismo que desde China llegó a Japón dos milenios atrás. 

       El Zen, en suma, es la superación del dualismo cognitivo, y su precepto central pide al practicante “buscar en la propia naturaleza”, en la mente de todos los días aquella budeidad o iluminación que puede encontrarse en una flor, una roca, un grito, un junco que flota en el agua o una sandalia tirada en el camino. Daisetz T. Suzuki, el divulgador del Zen en Occidente, apunta que satori significa, en términos psicológicos, “hallarse más allá de los límites del yo”. Algo que en cuanto al tiro con arco supone que el arquero y el blanco dejan de ser dos objetos opuestos y se funden en una realidad única, como lo explica Herrigel en el testimonio que conmovió a Bradbury.

       Así, el autor de Farenheit 451 —parábola profética donde se anticipa no solo la persecución de los libros, la erradicación de la lectura y la hegemonía del ver antes del comprender: la agonía del homo sapiens y la victoria del homo videns— recuerda en el prefacio del ensayo sobre el Zen y la escritura aquella anécdota del pianista quien dijo que “si no practicaba un día, lo advertiría él; si no practicaba durante dos, lo advertirían los críticos, y que al cabo de tres días se percataría la audiencia”. De ahí que su palabra determinante, síntesis del método creativo seguido por él, sea “Trabajo”, en seguida “Relajación” y después “¡No pensar!”

       El trabajo es la llave maestra del proceso escritural. No solamente porque se aprende a escribir escribiendo, dado que la escritura misma enseña a hacerlo, sino porque para Bradbury el único fracaso consiste en rendirse, detenerse en medio del transcurso móvil de toda creatividad: “Se ha hecho el trabajo. Si está bien, uno aprende. Si está mal, aprende todavía más. […] No trabajar es apagarse, endurecerse, ponerse nervioso; no trabajar daña el proceso creativo”. 

       La tensión, actitud opuesta a la relajación, segunda clave esencial, “nace de ignorar o de haber rendido la voluntad de saber. El trabajo, porque da experiencia, se convierte en nueva confianza y finalmente en relajación”. Bradbury menciona una relajación dinámica, en movimiento, “cuando el artista no necesita decir a sus dedos lo que tienen que hacer”. Ese es el ritmo natural del arte cuando se alcanza una espontaneidad que el Zen llama “accidente controlado”: una disciplina espontánea o una espontaneidad disciplinada. 

       El no pensar, tercera viga maestra del edificio creativo, se entiende como la ausencia de artificio: “llegará el día —escribe Bradbury— en que sus personajes les escribirán los cuentos”. Citando a Schiller, el autor resume este alcance como el retiro estético de “los guardianes de las puertas de la inteligencia”, o la sabiduría alcanzada por el escritor que en el acto creativo incorpora su inconsciente.

       El método de Bradbury propone un sinónimo para el concepto de trabajo: amor. Alfonso Reyes aconsejaba lo mismo: amar la propia literatura, amar el arte como un don. El Zen concibe la obra como un ejercicio espiritual del artista, un espejo que refleja la imagen mental de su creador.

       Su milenaria tradición establece siete caracteres para obtenerlo. La asimetría, una creatividad contraria a lo convencional; la simplicidad, un gesto ajeno a la afectación; la austeridad, el uso de lo indispensable nada más; lo natural, entendido como el encanto suficiente de lo real; la sutilidad, una prevalencia de lo sugerido y no de lo mostrado; la libertad absoluta, como una renovación sensible y una frescura germinal; la serenidad, una condición que el Zen formula así: como es adentro es afuera.

       Entre los artes adyacentes al Zen se encuentra el haikú, deslumbrante poética de 17 sílabas que penetra intuitivamente en las estructuras profundas de la naturaleza, en el “ser tal”, la talidad de las cosas comunes de la naturaleza.

       R. H. Blyth, estudioso occidental del haikú, agrupa de esta manera las condiciones de esa poética “sin palabras”, como se le ha llamado por su sobriedad: olvido del yo (“llevar la Nada en el corazón equivale a llevar el Todo”, dice una máxima Zen); soledad dichosa, agradecida; aceptación de la realidad; rechazo del verbalismo, del intelectualismo y del moralismo; sentido de la contradicción; humor; libertad; simplicidad; sentido de lo concreto; amor, no sentimental ni posesivo sino bodhisátvico, universal. Una de las características señaladas, el humor, recorre todos los pasos del Zen, la doctrina alegre, que no en vano aconseja que uno debe reírse a carcajadas del Zen.

       Después de considerar todo esto, Ray Bradbury tendió una estera en el piso, colocó su zafu, un cojín redondo, y se puso a meditar. Bradbury hizo zazen. Siguió el último consejo operativo: meditación. 

Tomado de https://morfemacero.com/