Del sí al no

Del sí al no

“Por igual, observa Elémire Zolla, el santo y el animal no comentan, no juzgan. Negaciones que afirman, afirmaciones que niegan. Un sí que nos pierde, un no que nos encuentra”....Tomado de https://morfemacero.com/

Ta Megala

Fernando Solana Olivares

Hace tiempo, con motivo del grave estado de las cosas, se recordó el legendario final del Ulises de Joyce: el sí repetido de Molly Bloom: “… y sí dije sí que sí” (otra versión traduce: “… y sí yo dije quiero sí”).

       Ese doble sí reiterado fue el mantra de una época. Molly Bloom afirmaba de esa manera en 1906, cuando todo era un canto positivo y el imaginario humano confiaba en un futuro aún deseable, prometido. De escribirse hoy una obra parecida su final sería en términos contrarios: “… y no dije no quiero no”.

       En 1900, pocos años antes de aquel término agregante en la novela de Joyce, Freud no sólo abrió las coladeras del inconsciente y cerró los contactos con la supra-conciencia sino que también predicó el principio del placer. Teorizó sobre el impulso de la gente, según él determinante, un élan vital, para obtener satisfacción como fin de la vida. Estableció un decidido sí.

       Todavía antes, en el siglo diecinueve, Nietzsche escribió sobre el amor fati, el amor a la vida, y en esa voluntad de afirmación cifró su hermosa y perturbadora idea del eterno retorno: volveremos a esta vida exactamente así, una y otra vez. Después Camus fabuló sobre Sísifo, “el más hábil de los mortales”, castigado por los dioses durante toda la eternidad a subir con penosos trabajos un bloque de piedra hasta la cima de una colina, el cual apenas llegando volvía a caer.

       Camus se planteaba el problema de vencer ese destino fatal. Y lo resolvió proponiendo una aceptación radical: amar la piedra, el único recurso al alcance de Sísifo para soportar la condena. Pero esta reasignación del héroe castigado es secundaria ahora en la urgencia del decir no. Hay todo un glosario en la cultura contemporánea sobre ese monosílabo sin concesiones que significa dar la espalda a algo, ignorarlo, superar su fascinación. Acción contraria a la de la mujer de Lot.

       Por ejemplo, la tercera inteligencia de las cinco propuestas por Howard Gardner, a la cual llama Creativa, consiste en des-aprender, en desmontar hábitos, costumbres, opiniones, rutinas. Representa un decir no. A eso Italo Calvino lo consideró levedad: quitarle peso, lastre, inexactitud, quitarle impedimentos al lenguaje y entonces al pensamiento. No volverlo superfluo sino directo, un instrumento que llame a la cosa por su nombre antes de que se exprese sobre la cosa.

       Otras reflexiones proponen variantes de lo mismo. La pedagogía de la mutabilidad que Merlín utiliza en la educación del rey Arturo al convertirlo en pez, volverlo pájaro o hacerlo ardilla. Siglos antes de que un teórico afirmara que mirar es rodear a los objetos, el mago sabía que la sabiduría es experimentar cuántas facetas tienen los fenómenos, cuántos puntos de vista acuden a su consideración.

       Los sistemas de pensamiento que provocan una suma de circunstancias son incapaces de remediarla. De ahí que la filosofía de estos días terminales haya elaborado un principio opuesto al de Freud: el principio de la comprensión, donde el deseo por adquirir la felicidad a través del objeto se desmonta, se deconstruye y cambia el fundamento de su significado. Los estoicos fueron practicantes del no. Creyeron que el sabio es superior a los dioses porque vence el deseo, se coloca más allá de él. Los mixes fueron maestros del no: dijeron que la riqueza es la reducción drástica de la necesidad.

       (Tuve un querido amigo, Phil Kelly, pintor irlandés, al que le encantaba el sonido de esa palabra: “drástica”, repetía, para reírse con placer.)

       El no es una desagregación. Meditar también, porque es hacer lo contrario a la costumbre mental de tener siempre un objeto en la cabeza o inventarlo: se trata de ver el pensamiento y dejarlo pasar, igual que la percepción y las sensaciones. Toda desagregación es practicar el aligeramiento, un sobrio minimalismo del no.

       Aligeramientos psicofisiológicos de la mente que la tranquilizan y abren otros espacios de la conciencia. Julius Evola pensaba que ese era el único medio para cabalgar al tigre de la época antes de que nos devorara: no poner cosas en la mente sino quitarlas de ella. Hermann Hesse, el escritor que cultivaba plantas y flores, habló sobre lo mismo. Su jardinería era una forma de la meditación.

       También la tranquilidad es un no, negarse a la perturbación imaginaria: la serenidad en medio de la multitud. Byung-Chul Han, filósofo fragmentario de esta última hora, argumenta la necesidad de recuperar el tiempo interior y suspender la febrilidad patológica del 24/7. Parar el tiempo de afuera y el de adentro para sobrevivir —para vivir—, sugiere, mientras él trabaja todos los días en una hortaliza comunal de Berlín. El arte de la demora no es la compulsión al vacío. Lentitud, ralentización.

       Asimismo, el ensayista Murena propondrá hacerse anacrónico, salir del tiempo que incontrolable y apremiante corre a nuestro alrededor. El no hacer del taoísmo es hacer bien lo que se hace sin calcular el resultado, sólo atender la excelencia del empeño, la intención del acto, o sea, la acción. Los actos gratuitos reposan moralmente en el no. Adueñarse del tiempo es ejercer el no.

       Decir no es rechazar el error epistemológico de separación entre los seres humanos y la naturaleza provocado por la teología cristiana patriarcal y violenta, la de su dios colérico, aquel monarca oriental que entrega la creación a los seres humanos como propiedad antes que como un encargo moral, exigiendo a cambio ser adorado. Decir no es hacer una pausa y salir de la ensoñación, raíz del mal en las personas, de acuerdo a Simone Weil, otra filósofa del no.

       James Lovelock, el ecólogo, narra una variante de la negativa. Se trata del mesero que atiende en el restaurante Tierra y debe decir a los que van llegando: ya no hay nada para ustedes, la cocina se vació. Decir no es también una resistencia, una reconstrucción.

       El budismo habla de cinco impedimentos, cinco estados mentales enemigos de todo el mundo a los cuales hay que enfrentar con un no, atemperarlos. El deseo sensual, tan promovido en todas partes como suma de la felicidad. Las experiencias siempre conducen a la misma conclusión: todos los intentos de buscar la felicidad a través de los sentidos están condenados al fracaso. Los otros cuatro impedimentos son la malevolencia o cólera, la pereza o apatía, el desasosiego o ansiedad, la duda escéptica. Negaciones que afirman, afirmaciones que niegan. Un sí que nos pierde, un no que nos encuentra.

       Por igual, observa Elémire Zolla, el santo y el animal no comentan, no juzgan. Así, diciendo tres veces no, concluirá La nube del telar: “La atención pura no pertenece al yo; tranquila, silenciosa, impersonal, exenta de intereses, sentimientos, palabras, constituye la conciencia atónita que los precede y forma su premisa. No es una enmienda de nosotros mismos, es el resultado de un paso atrás respecto a nosotros. No se trata de un esfuerzo, porque surge de una simple separación”.        Bendito sea el Señor, exclamará Santa Teresa, que me libró de mí, que me condujo a decir no.

Tomado de https://morfemacero.com/