La nueva era que el bloque reaccionario agrupado en torno a Trump aspira a imponer a escala global acaba de empezar, pero ya estamos viendo las contradicciones y resistencias de distinto ámbito que se están manifestando frente a ese proyecto. Trataré de apuntar en este artículo algunos de los rasgos que caracterizan este momento histórico para entrar luego en sus implicaciones en Europa.
La tendencia fundamental que caracteriza este periodo en el plano político-ideológico a escala internacional es el ascenso de un autoritarismo reaccionario, que tiene como referencia un “fascismo del fin de los tiempos” (Klein y Taylor, 2025), encabezado por Trump y sus tecnooligarcas intelectuales (Morozov, 2025), siendo su manifestación extrema al Estado genocida de Israel encabezado por Netanyahu. Un proceso que se está desarrollando en el marco de una policrisis global -un conjunto de crisis entrelazadas, entre las cuales sobresale la crisis climática y ecosocial- que, en lo que aquí interesa abordar más concretamente, está poniendo en cuestión la globalización capitalista neoliberal y el sistema jerárquico imperial que ha predominado desde la caída de la URSS.
En realidad, como ya analizaron, entre otros, Arrighi y Silver 1Recordemos lo que ya en 1999 escribían Arrighi y Silver: “Si el sistema [se refieren al “sistema-mundo”] se hunde por fin, se deberá ante todo a la resistencia estadounidense a ajustarse y a acomodarse al creciente poderío económico de Asia Oriental, condición necesaria para que se dé una transición no catastrófica a un nuevo orden mundial” (2000: 292)., Günder Frank o Wallerstein, la tendencia al declive de la hegemonía estadounidense, que se está expresándo ahora de manera definitiva en el marco de la actual policrisis, viene de lejos. Todos ellos la situaban en el tránsito que se fue produciendo del siglo XX al XXI y, más concretamente, en los cambios que se estaban dando en la economía-mundo -sobre todo, con el ascenso que estaban conociendo China y Asia Oriental-, así como en las consecuencias del fracaso de las guerras desplegadas por EE UU en Iraq y Afganistán y su crisis de sobreextensión estratégica.
Además, después de la Gran Recesión de 2008 y de la crisis pandémica de 2020, esos cambios geopolíticos se han ido desarrollando en el contexto de la crisis de un capitalismo digital ampliamente financiarizado que, pese a los avances tecnológicos y a los enormes grados de explotación, apropiación y dominación que practica sobre la mayoría de la humanidad y sobre el planeta Tierra, no consigue crear las condiciones para salir del largo periodo de estancamiento iniciado a finales de los años 70 del pasado siglo.
Del momento reaccionario a la nueva era global
En ese marco general de transformación cualitativa del tipo de capitalismo conocido hasta ahora (Velásquez, 2025) y de crisis de gobernanza global, el agotamiento de las democracias liberales, el declive de los neoliberalismos progresistas y el fracaso del ciclo de las distintas izquierdas en el gobierno (simbolizado principalmente en el marco europeo por la derrota sufrida en Grecia en 2015) han abierto paso a la consolidación de una extrema derecha internacional que está conquistando la hegemonía político-cultural mediante una alianza de distintas fuerzas sociales –desde fracciones oligárquicas hasta sectores populares nativos– en torno a distintas versiones de un etnonacionalismo xenófobo, antifeminista y negacionista de la crisis climática.
Esto último aparece hoy principalmente reflejado en la ya vieja gran potencia estadounidense con la constitución de un bloque en el que confluyen los tecnooligarcas intelectuales, el capital fósil y sectores de la clase media y trabajadora blanca. Así es como ha llegado al poder un supremacismo blanco, oligárquico y proteccionista, dispuesto a llevar a cabo su proyecto MAGA ante lo que, en expresión de su ala más milenarista, supone la entrada en una fase apocalíptica en la que lo más urgente es construir, como también denuncian Klein y Taylor (2025), una “nación atrincherada” dispuesta a asegurarse todos los recursos necesarios –y cada vez más escasos- para sobrevivir al cataclismo inminente.
En ese marco general cabe entender el giro de Trump en política exterior, tanto en el plano comercial -como estamos viendo con una guerra de aranceles, sobre todo con China, que se está convirtiendo en un boomerang para EE UU (Katz, 2025)- como en el geopolítico. En este frente, mediante el intento de una nueva expansión imperial (Groenlandia, Canal de Panamá…), por un lado, y, por otro, una neutralización del viejo enemigo ruso en torno a la guerra de Ucrania mediante un acuerdo con Putin, con el que no oculta sus afinidades ideológicas. En ambos planos, además, este giro supone un cambio en las relaciones con la UE, aunque está por ver qué alcance va a tener, especialmente en lo que afecta a la OTAN y a la presencia militar de EE UU en territorio europeo.
Rearme del pilar europeo de la OTAN
Si bien habría que recordar que el monopolio sistemático del concepto de Europa por parte de una UE dividida y con su locomotora alemana en declive sigue siendo un abuso interesado del viejo eurocentrismo occidental, parece evidente que ahora sus élites están aprovechando la coartada que les ofrece Trump para revitalizar su proyecto falsamente denominado de “autonomía estratégica. Aspiran así a frenar su creciente pérdida de centralidad a escala global mediante una redefinición de su papel en el ámbito económico y comercial asociándolo estrechamente al militar, como se puede comprobar en el Libro Blanco de la Defensa (Jaén, 2025).
Un plan que contiene un presupuesto de 800.000 millones de euros (de los cuales 150.000 se obtendrán en el mercado de capitales) hasta 2030 (con un máximo de 1,5% anual), que permite a los Estados saltarse las reglas del déficit fiscal, y que, además, irá principalmente en beneficio de la industria militar estadounidense. Un plan que, por otro lado, no se presenta incompatible con la presencia en la OTAN -a la que por cierto se cita 25 veces en ese documento-, sino todo lo contrario.
Por tanto, en realidad, lo que terminará ocurriendo es que se reforzará el pilar europeo de la OTAN. Una alianza militar que, no lo olvidemos, sigue atribuyendo una importancia estratégica a las amenazas que vienen de la franja Sur, o sea, de África, en donde, más allá de la persistencia del viejo papel del imperialismo francés, se está desarrollando ya una intensa competencia por el saqueo de minerales clave, especialmente por parte de China, considerada rival sistémica por EE UU y la OTAN.
Para justificar este salto adelante en su militarización, las élites europeas han optado definitivamente por considerar a Rusia como una amenaza existencial a unos valores democráticos que presuntamente defienden, cuando en realidad ellas mismas no cesan de vulnerarlos cada día que pasa. Claras muestras de ello son su complicidad ante el genocidio israelí contra el pueblo palestino (como estamos viendo también en el caso español, con los contratos del gobierno con empresas israelíes 2No olvidemos que pese a haber sido anulado uno de ellos, siguen pendientes de aclarar otros.) y la aplicación de una política migratoria racista que vulnera derechos fundamentales como el derecho de asilo. A todo esto se suma la creciente criminalización de las protestas de muchos movimientos sociales, como estamos viendo en el caso español con la persecución de la solidaridad con Palestina o con la represión y encarcelamiento de activistas antifascistas (como los 6 de Zaragoza) y trabajadores en huelga (como las 6 de la suiza).
Además, el uso del término rearme es un ejemplo claro de neolengua, ya que esas élites pretenden dar la impresión de que Europa no está armada cuando en realidad, como recuerda Gilbert Achcar, “la Unión Europea tiene más de tres veces la población, más de diez veces la economía y tres veces el gasto militar, incluido el Reino Unido, que Rusia; a pesar del hecho de que Rusia está directamente involucrada en una guerra a gran escala y por lo tanto en plena capacidad, a diferencia de Europa. En estas condiciones, sería absurdo plantearse seriamente una invasión rusa de Europa” (Desnos, 2025).
Si el argumento ideológico ni el meramente militar no se sostienen, cabe añadir otras razones de peso para rechazar la tesis de que Rusia constituya una amenaza existencial para la UE. Primero, porque la principal amenaza a esta Europa está en su interior, en el avance de una extrema derecha reaccionaria que puede llegar al gobierno en los próximos años en países clave como Francia y Alemania y que contaría también, por cierto, con el apoyo de Trump; segundo, porque el balance de más de tres años después de la injusta invasión de Ucrania demuestra que Rusia no ha sido capaz de ocupar más del 20% de su territorio, por lo que difícilmente es creíble que pueda emprender nuevas aventuras militares en otros países de su frente occidental. En relación con estos es evidente que está dispuesta a recurrir a distintos medios de presión con el fin de poder contar con regímenes amigos, como es ya el caso de Hungría, pero no es con mayor militarización de los países vecinos como se neutralizará esa guerra híbrida.
Parece sin embargo claro que Putin estaría dispuesto a aprovechar la ventana de oportunidad que Trump le está ofreciendo para llegar a un reconocimiento mutuo de sus esferas de influencia (tú con Ucrania, yo con Groenlandia, el Canal de Panamá y mis Estados vasallos…) que finalmente, no nos engañemos, acabaría aceptando una UE en donde siguen creciendo sus aliados ideológicos. En esa línea van algunas de las reflexiones de ideólogos afines a Putin, más interesados por dirigir su expansionismo hacia su “extranjero cercano” en el espacio euroasiático 3Léase el texto de Serguei Karaganov, director del Consejo de Política exterior y Defensa de Rusia, en “Un lebensraum para la Rusia de Putin: Karaganov y la geopolítica de la Gran Eurasia”, Le Grand Continent, 18/03/25..
Porque, como bien señala Hélène Richard:
Los riesgos corridos por Moscú para mantener a Kiev por la fuerza dentro de su órbita no son comparables a los que debería asumir para hacer que otros entraran en ella, incluso aquellos que albergan minorías rusófonas, como Lituania, Estonia y Letonia. Y es que, aunque admitiéramos que Moscú está aquejado de una insaciable hambre de territorios, mal podría satisfacerla. Atacar los Estados bálticos equivaldría a enfrentarse con una coalición de la OTAN en la que serían susceptibles de entrar una treintena de países europeos, sin contar Estados Unidos (Richard, 2025: 13).
Finalmente, no olvidemos que, a diferencia de la extinta URSS, Rusia es hoy una formación social capitalista con rasgos distintos de los del occidental, pero interdependiente respecto al mismo en recursos clave, como ha quedado demostrado con el fracaso de la política de sanciones que se quiso aplicar tras el inicio de la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022.
Lo que sí es innegable es que la Rusia de Putin tiene un proyecto nacionalista gran ruso que está suponiendo una amenaza existencial para Ucrania. Por eso es legítimo apoyar al pueblo ucranio en su justa resistencia –y, dentro de ella, a los sectores de izquierda que critican las políticas neoliberales y proatlantistas de Zelenski- frente a la ocupación rusa, así como en su exigencia de una paz justa y duradera que no conduzca al reparto de sus tierras y recursos entre Putin y Trump.
Pero eso no implica utilizar esa guerra como coartada para un rearme que se anuncia además abiertamente ofensivo, ya que esto supondría entrar en una nueva fase de la carrera armamentista (incluidas las armas nucleares, como ya reclama Polonia, frente a la potencia que dispone del mayor arsenal nuclear), con el riesgo de provocar una escalada en una guerra que, entonces sí, sería directamente interimperialista.
Así que el Plan ReArm Europe sólo tiene el sentido de contribuir a forzar un salto adelante en el refuerzo de la UE como bloque imperial con el fin de recuperar su protagonismo en la creciente competencia interimperialista a escala global por el control de recursos escasos y el saqueo de más bienes comunes tanto en el Norte como en el Sur. Se trata, en resumen, de poner en pie un eurokeynesianismo militar como nueva versión de la doctrina del shock, que no sólo no contribuiría a la salida de la crisis de rentabilidad capitalista (Roberts, 2025), sino que, sobre todo, iría en detrimento de la lucha más necesaria y urgente contra la crisis climática, así como de las conquistas sociales, culturales y democráticas que todavía no se nos han arrancado tras el largo ciclo neoliberal. Un escenario que sería sin duda más favorable todavía para el ascenso de la extrema derecha en nuestros propios países y para el cambio de régimen por el que ha postulado J. D. Vance en la Cumbre de Munich.
¿Qué seguridad, qué defensa?
Urge, por tanto, rebatir el discurso militarista, securitario y racista de la seguridad que están postulando las élites europeas y su cultura del miedo –con el disciplinamiento social que la acompaña- y oponer frente al mismo otro basado en la búsqueda de una seguridad ecosocial y desmilitarizada a escala europea y global.
Para ello, desde la izquierda alternativa y el pacifismo radical no podemos obviar tampoco el debate en torno a modelos de defensa frente a quienes nos acusan de no ofrecer alternativas. En realidad, como ha recordado Jorge Riechmann (2025) recientemente, ya en los años 80 del pasado siglo se desarrollaron interesantes aportaciones y animados debates en el marco del movimiento por la paz europeo y también en el Estado español sobre estas cuestiones.
Se trataba entonces de responder a la escalada armamentista y nuclear a escala europea, así como a la defensa de la permanencia en la OTAN por el gobierno de Felipe González que culminó en un referéndum del que salimos derrotados por razones que hemos podido recordar en otros trabajos 4 Se puede consultar, por ejemplo, el dosier “Diez años de la OTAN” en viento sur, 25, marzo 1996, pp. 111-126, con artículos de Enric Prat, Ramón Adell y Consuelo del Val. Por mi parte, apunté algunas reflexiones en el capítulo V de mi libro Guerra, paz y sistema de Estados (Madrid, Ediciones Libertarias, 1990): ”Movimiento por la paz y democracia participativa. Lecciones del caso español”.. Con ese fin, tuvimos ocasión de reflexionar en torno a propuestas de modelos alternativos de defensa defensiva, en ningún caso agresiva, que excluían las armas de destrucción masiva y que debían privilegiar prácticas de resistencia activa y no violenta desde la autoorganización popular. En esa línea iban el modelo que desarrolló Horst Afheld que menciona Riechmann en su artículo, así como otros que se discutieron en las sucesivas jornadas de la CEOP (Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas) contando además con referentes importantes para ello, entre los que habría que destacar a Johan Galtung, por desgracia fallecido en febrero de 2024.
En aquel entonces se nos decía que no teníamos alternativa frente a aquella carrera armamentista y a la OTAN, pero sí la estábamos construyendo apostando por la desnuclearización de Europa desde el Atlántico hasta los Urales y por el no alineamiento con ninguno de los dos bloques, la OTAN y el Pacto de Varsovia. No ganamos la batalla, pero perduró una cultura pacifista y antimilitarista que tuvo su continuidad en el movimiento de insumisión a la mili, en el No a la Guerra de Iraq y en distintos centros de investigación y colectivos por la paz y antimilitaristas que siguen activos en diferentes lugares de Europa y del Estado español y desarrollando propuestas en torno a estas y otras cuestiones.
Ahora, en otro escenario distinto pero más peligroso, nos toca recuperar y actualizar aquellos debates y propuestas para demostrar que sí tenemos alternativas frente a la tendencia a la catástrofe galopante climática, social y militarista a la que nos conduce este capitalismo del desastre, que es el que constituye la verdadera amenaza para la sostenibilidad de la vida en este planeta.
Obviamente, la apuesta por modelos alternativos de defensa es inseparable de la movilización unitaria lo más amplia posible hoy contra el Plan de Rearme, por la disolución de la OTAN y la retirada de todas las bases militares estadounidenses de este continente para caminar hacia una Europa descolonial, desnuclearizada y dispuesta a hacer las paces con todos los pueblos y con este planeta.
Jaime Pastor es politólogo y miembro de la redacción de viento sur
Referencias
Arrighi, G. y Silver, B. J., eds. (2000) Caos y orden en el sistema-mundo moderno. Madrid: Akal.
Desnos, Gaëlle (2025) “Gilbert Achcar: ‘Por un desarme global sincronizado”`, viento sur 9/04.
Jaén, Jesús (2025) «¿A dónde va Europa? Acerca del rearme y la defensa”, viento sur, 24/04.
Katz, Claudio (2025) “El desmadre programado que desborda a Trump”, viento sur, 16/04
Klein, Naomi y Taylor, Astra (2025) “El auge del fascismo del fin de los tiempos”, viento sur, 19/04
Morozov, Evgeny (2025) “Los nuevos legisladores de Silicon Valley”, sinpermiso, 12/04,
Richard, Hélène (2025) “¿Es real la amenaza rusa?”, Le Monde Diplomatique, 354, abril, pp. 13-14.
Riechmann, Jorge (2025) “Por una defensa (auténticamente) no ofensiva. Sobre el rearme y militarización que propone la UE”, viento sur, 31/04.
Roberts, Michael (2025) “Del bienestar a la guerra: el keynesianismo militar”, 22/03.
Velásquez, Diego (2025) “Entrevista a Cédric Durand: Desborde reaccionario del capitalismo: la hipótesis tecnofeudal”, viento sur, 11/02.
Tomado de https://vientosur.info/
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