COLABORACIONES
Eduardo Subirats
La destrucción industrial de los equilibrios biológicos y climáticos de la Tierra; la competencia progresivamente agresiva entre las superpotencias militares; la descomposición lingüística, ética y política del espectáculo democrático postmoderno; la extinción del arte; la evaporación del pensamiento; una angustia progresiva. Tiempo final.
Tiempo final es la continuación y la culminación histórica de la temporalidad secular y lineal del progreso. Al mismo tiempo, significa un progreso puesto del revés. Progreso de una regresión política y existencial indefinida. El Tiempo final señala la transición del ideal de un progreso revolucionario en el sentido de la igualdad, la libertad y la harmonía sociales, estrechamente vinculado a las grandes revoluciones anticoloniales y antimperialistas del siglo dieciocho o del siglo veinte, en su contrario: un tiempo detenido, un eterno presente en el que el tiempo político, el tiempo histórico y el tiempo vivido se han congelado. Al mismo tiempo, es un tiempo colonizado por una variedad de propagandas y poderes institucionales. Un tiempo sin memoria y sin pasado. Negativamente determinado a partir de las crisis globales, ecológicas, financieras y militares, y a partir de una sucesión de catástrofes naturales industrialmente inducidas. Un presente vaciado y vacío. Tiempo muerto.
Tiempo final es también un tiempo de silencio. Un silencio reflexivo. El silencio en el medio del ruidoso espectáculo del mundo. El que acompaña la angustia frente a la extinción y el vacío. Silencio frente a un terror y temblor que no puede expresarse con palabras. Akiya Utaka, poeta superviviente del holocausto de Hiroshima, escribió: “Sólo creo en las palabras dentro del silencio, palabras cargadas de riesgo…” Requiem auf Hiroshima, del compositor Siegfried Behrend, relata musicalmente una agonía y un éxtasis con ritmos y fonemas desarticulados hasta el extremo de la estridencia, y envueltos en silencios. “Enunciar el horror extremo a través del silencio” fue la fórmula con la que Adorno resumió la poesía de Celan frente a la Shoah judía…
Tiempo final es un tiempo de silencios epistemológica y lingüísticamente administrados bajo la tutela del Homo Academicus. El silencio de las censuras y mordazas; silencio del dolor y la resignación.
Tiempo muerto y palabras vacías. El inerte pensamiento automatizado y significantes que han perdido todo vínculo con la realidad humana y el cosmos. Una autoconciencia esquizofrénica que deambula, completamente cegada por el brillo sin alma de las últimas y siempre renovadas tecnologías, a lo ancho de los wastelands de las guerras postcoloniales y postindustriales. Coronan este torbellino histórico del postprogreso unas instituciones científicas y educativas carentes de una visión y una voluntad previsoras de la historia humana.
No, no solamente es la ausencia de voluntad lo que explica la pasividad mortal de la inteligencia en el mundo de hoy –-un mundo acosado por un permanente e irreversible deterioro biológico y climático, y tanto político como intelectual. Nuestra pasividad es necesariamente cómplice de la propia magnitud de la catástrofe, que la ceguera epistemológicamente fabricada de este postsujeto postmoderno no permite comprender, ni su quebrada voluntad es capaz de detener. Es la absoluta irracionalidad de la auto aniquilación de las fuentes de vida y del espíritu humano, puesta en escena por todas las pantallas y medios masivos como espectáculo que despierta el entusiasmo del Global Villlage.
Por eso se guarda silencio frente al calentamiento climático y la contaminación industrial del cielo, la tierra y el agua, o frente la acumulación de poderes totalitarios y oligárquicos bajo los logos del progreso científico-tecnológico y la racionalidad del mercado capitalista; por eso contenemos el mayor silencio frente a la amenaza de la guerra nuclear como la máxima expresión nihilista de este progreso. Por eso enmudecemos frente a flagrantes injusticias en nombre de los valores más sagrados.
El intelectual contemporáneo ha enmudecido frente a una catástrofe que ha podido prever, pero ha sido incapaz de impedir –-como el profeta Jeremías, que contemplaba, con conciencia de su propia impotencia y culpa, a una Jerusalén en las llamas de aquella misma guerra que él había previsto y predicho, pero su larga persecución, tortura y presidio impidió prevenir.
Postdata
En los años de las protestas europeas y norteamericanas contra las corporaciones de la energía nuclear y sus peligros, y en prevención de sus consecuencias ecológicas de corto y largo alcance, y de sus implicaciones militares, allá por los ochenta, tuve ocasión de conversar con una de sus cabezas intelectuales, Robert Jungk, el biógrafo de las primeras bombas nucleares de Los Álamos, Hiroshima y Nagasaki, y autor del Der Atom-Staat: Vom Fortschritt in die Unmenschlichkeit (“El estado atómico: el progreso hacia la inhumanidad”) –-una reconstrucción de las funciones administrativas de la energía nuclear y de su racionalidad tecnocéntrica y totalitaria. Jungk acababa de darnos una conferencia cuyas previsiones y predicciones políticas y ecológicas no eran precisamente optimistas. Aunque tampoco fueran completamente catastróficas. Horas más tarde, durante una cena que se celebró en su homenaje, Jungk hizo un comentario que me llamó la atención.
“Si la historia de la humanidad sigue este camino progresivamente destructivo y autodestructivo – decía aproximadamente – no podemos contar ya con mucho espacio ni tiempo para el proyecto de un futuro humanizado. Sin embargo, por reducido y vigilado que sea este espacio de reflexión y libertad, tenemos que utilizarlo hasta sus límites, siempre con el propósito de exponer y desarrollar tanto la crítica de nuestro tiempo histórico, cuanto nuestros programas, objetivos y proyectos afirmativos asociados a esta crítica. No en último lugar es nuestra responsabilidad de cara al futuro conservar y acrecentar las tradiciones intelectuales y religiosas que han favorecido el libre desarrollo humano…”
NOTA del EDITOR: Este ensayo y discurso es el capítulo final de un libro de Eduardo Subirats titulado A plena luz caminamos a ciegas: un collage cubista sobre el pasado, presente y futuro de la crisis civilizacional que la historia recorre estos días. Pero el libro no tiene padrinos, ni tampoco editores. Si alguien conoce a algún interesado por favor deje un mensaje.
Tomado de https://morfemacero.com/
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