Vivencia, experiencia, narratividad

“Hoy la vigilancia no es un ataque externo a la libertad pues cada uno se entrega voluntariamente a la mirada panóptica del control. El control está adentro de las personas, no afuera, y aún creen vivir en libertad. Pero la existencia...

Ta Megala

Fernando Solana Olivares

Byung-Chul Han traslada una teoría de la obscenidad tomada de Sartre hasta los cuerpos sociales, sus procesos y movimientos. Afirma que estos se hacen obscenos “cuando se despojan de toda narratividad, de toda dirección, de todo sentido”. La pornografía representa la aparición del mensaje sin ninguna transición. Así, el erotismo es un preludio o una antesala, no solamente sexual, que gradúa lo que la conciencia percibe. Esa gradualidad permite un contexto, una ralentización ante aquello que es inesperado, no invocado.  

        La narratividad está compuesta por el pensamiento, el cual, a diferencia del cálculo, no es inmediatamente obvio para sí mismo y no sigue rutas conocidas, está entregado a lo abierto, lo imprevisible, dentro de él hay una negatividad (elegir, diferenciar, establecer valores son actos de negatividad) que permite tener experiencias capaces de llevar a la transformación personal.

       Existe una disparidad que Byung-Chul señala: el cálculo permanece siempre igual a sí mismo, el pensamiento no. La negatividad determina a la experiencia, lo mismo que al conocimiento, que “puede cuestionar en conjunto y transformar loexistente”. La experiencia provoca transformaciones. Y en esto radica la distancia entre la experiencia, que otorga la fuerza existencial para cambiar, y la vivencia que, aun siendo espectacular o memorable, “deja intacto lo ya existente”.

       La hegemonía de la vivencia en el mundo global (vinculada al predominio del homo videns tardomoderno, aquel que ve sin comprender) puede probarse al acudir a autores tan celebrados como Stieg Larsson y su adictiva trilogía Millennium, para confirmar que la antigua relación clásica entre la peripecia (la experiencia vivida) y el reconocimiento (la transformación alcanzada), donde se situaba aquello que la teoría literaria llama “psicología del personaje”, no existe más como antes porque ahora los personajes de ficción actúan sin cesar y poca o ninguna vivencia los lleva al reconocimiento interior, a la esfera mental donde el ser debe narrar sus actos para sí mismo y comprenderlos. Los personajes tienen vivencias que se resuelven como anécdotas enfáticamente externas a ellos. Todo el culto mediático y cultural posmoderno a la acción reproduce y fomenta dicha perspectiva.

       Hermeneutas como Gadamer postulan que la existencia del ser sólo puede realizarse en la comprensión. Comprender tiene carácter de experiencia, la cual consiste en el paso de una negatividad (las subjetividades y fantasías personales sobre el mundo), a una positividad (el reconocimiento del mundo como es y no como se quiere que sea). La experiencia enseña a reconocer lo que es real. La vivencia trivializa lo real. 

       La narración se distingue porque en su transcurso necesita imágenes, “una escenografía” interior. La “terminación” del individuo (la buena muerte, diríamos) sólo es posible dentro de una narración, pues nada más en ella, en la peregrinación de la vida que se va viviendo como un suceso narrativo puede entenderse el final de la existencia “como consumación”. La vida es un camino rico en semántica, en significados potenciales, en sentidos a descifrar al narrarla para uno mismo. “La narración ejerce una selección”, considerando que la memoria está sometida a una constante reordenación e inscripción, a una reelaboración creativa del recuerdo. En cambio, los datos del anecdotario “permanecen iguales a sí mismos”, no están estratificados como sí lo está la memoria, quedan unos sobre otros y no pueden ni recordarse ni olvidarse. El “dataísmo”: disminuyente patología actual.

       Una ideología de la intimidad, a la cual el autor define como “la fórmula psicológica de la transparencia”, ha construido nuestra sociedad de la confesión habitada por narcisistas (“el narcisismo es expresión de la intimidad consigo sin distancias”), que en lugar de estar abiertos a las experiencias quieren sobre todo vivenciarse a ellos mismos, ser usuarios terminales de sí. Les falta la capacidad de distancia escénica frente a la vida, la sabiduría del juego, la auto ironía característica de la auténtica narratividad. “En las experiencias encontramos al otro. Por el contrario, en las vivencias nos hallamos a nosotros mismos en todas partes”, escribe el autor. Y también: “El narcisista que cae en la depresión se ahoga consigo en su intimidad sin límites”.

       Terminan estas notas con una observación sobre el lenguaje operativo, meramente funcional (“pobreza semántica”) de la comunicación; la dictadura del corazón introducida por Rousseau y tan característica de la conciencia moderna, aquel sentimentalismo que sirve de superestructura a la brutalidad, según Hannah Arendt; la sociedad del control vigente donde el sujeto se desnuda no por coacción externa sino por una necesidad introyectada; la exigencia obsesiva de transparencia en medio de un mundo de confianza desvanecida. 

       Hoy la vigilancia no es un ataque a la libertad pues cada uno se entrega a la mirada panóptica del control. El control está adentro de las personas, no afuera, y aún creen vivir en libertad. Pero la existencia requiere la negatividad, lo oscuro, el contraste, lo otro. La distancia con una falsa y superficial positividad.

       Toda sonrisa permanente es una mueca. Toda alegría permanente es una histeria. Toda felicidad permanente es una insensibilidad.

Tomado de https://morfemacero.com/