El laberinto del mundo
José Antonio Lugo
I. Elías
Elías Canetti, Premio Nobel de Literatura 1981, se convirtió con los años en el guardián, en la memoria de la literatura del imperio austrohúngaro. Conoció a Robert Musil, el autor de El hombre sin cualidades, novela que fascinó a Juan García Ponce y a José María Perez Gay; a Hermann Broch, el inmenso autor de La muerte de Virgilio, que relata el deseo del poeta de destruir la Eneida y la negativa del César, al decirle que su obra ya no le pertenecía a él en tanto persona, aunque fuera su autor, sino a la humanidad. Escribió una novela, Auto de Fe, que termina con el incendio de la biblioteca del sinólogo Peter Kien; la monumental obra Masa y Poder, que intentó comprender el fenómeno de cómo los individuos se pierden en la masa, la cual tiene vida propia; los volúmenes de su autobiografía La lengua absuelta, La antorcha al oído, El juego de ojos y Fiesta bajo las bombas, así como obras de teatro y libros de aforismos. El 17 de abril de 1924 conoció, en una lectura de Karl Kraus, a Venetiana Taubner Calderón, que sería conocida para la posteridad con la abreviatura de Veza y el apellido de él: Veza Canetti.
II. Sobre Veza y su libro La Calle amarilla.
En La antorcha al oído, Canetti escribió su primera impresión de ella: «Tenía un aire muy extraño: era una preciosidad, un ser que uno jamás hubiera esperado hallar en Viena, pero sí en una miniatura persa. Sus cejas, muy arqueadas, y sus largas pestañas negras con las que jugaba virtuosamente, moviéndolas con mayor o menor rapidez, me pusieron muy nervioso. Yo miraba todo el tiempo las pestañas, en vez de los ojos, y estaba maravillado por la pequeñez de su boca».
Veza murió en 1963, mucho antes que Elías. En el prólogo que Canetti escribió sobre uno de sus libros, La calle amarilla, el gran escritor en alemán, nacido en Bulgaria, de ascendencia judía sefardí, escribió: “Dos principios de fe mantenían con vida a Veza en su lucha contra la melancolía: uno era la fe en los poetas, como si fuesen éstos los destinados en realidad a recrear constantemente el mundo; como si, de no existir los poetas, este mundo fuera a agostarse. El otro era su admiración sin límites por todo lo que puede representar una mujer cuando merece serlo. Su toma de partido a favor de la mujer no mostraba ninguno de los rasgos depredadores de la pasión masculina. No se pasaba de un lado de la barricada a otro, y no recurría al agravio que reprochaba a los demás, ni en defensa propia ni para lograr sus fines, como suelen hacer los fanáticos. Muy por el contrario, todo cuando hacía era exigirles más a las mujeres, porque esperaba mucho de ellas y de su capacidad».
La calle amarilla (Muchnick, 1990) es un libro de cuentos sobre la vida en la Ferdinandstrasse de Viena, un barrio de judíos comerciantes que veían con horror en la década de los años treinta del siglo pasado el ascenso del nacional socialismo.
III. Las tortugas
En esta hermosa novela (Seix Barral, 2000), Veza Canetti escribe: «La tortuga vive en una coraza dura, pero se la arrebatan porque es tan bella, y cuando no la protege, se queda desnuda. Su secreto es la impasibilidad. Vive de casi nada, de aire, de hojas, se deja cortar, destrozar, romper, y continúa viviendo, muda y pesada. Pero necesita calor. Sin calor, tiene que morir. Si la divisa el buitre, tiene que morir…. Si la divisa el tigre tiene que morir… Tiene también una coraza interior y ésta no se muere. Si se le extrae el corazón, sigue latiendo mucho rato. Si se le desprende el cerebro, continúa arrastrándose. En cambio, sin calor no puede vivir».
Quizá todos somos tortugas.
Acaba de aparecer un libro excepcional que reúne la correspondencia de Elías y Veza con el médico Georges Canetti, uno de los hermanos del Premio Nobel. Compartiré lo mejor para los lectores de Morfemacero en el siguiente Laberinto.
Tomado de https://morfemacero.com/
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