Ta Megala
Fernando Solana Olivares
1. Existe una fecha ineludible para todos y para todo. Muy pocos logran conocerla, pues el conocimiento del futuro les está vedado a los seres humanos.
2. La cláusula anterior comienza con una obviedad y concluye con una inexactitud. Sí, todos pereceremos y hasta el mismo universo lo hará, pero es impreciso y hasta indemostrable asegurar que el atisbo del porvenir resulta algo imposible.
3. No solamente hay profetas y profecías, que se dividen en tres clases: las de conminación o amenaza, cuando el suceso futuro ya está en la misma causa que lo provocará; las de predestinación, cuando se conoce lo que la voluntad divina ha determinado hacer; las de presciencia, cuando se sabe lo que los hombres libremente harán. También hay profetizaciones poéticas como las de César Vallejo: “Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo…”.
4. La profecía de predestinación invariablemente es positiva, la de presciencia puede ser buena o mala, y la de conminación o amenaza no siempre llegará a cumplirse porque no predice un suceso en sí mismo sino una causa que lograría o no alcanzar un cierto efecto.
5. Voluntad divina, se consignó antes. Desaparezcamos el término para seguir hablando de lo que sabemos antes de lo que no sabemos, salgamos del orden de los principios y vayamos al de las adaptaciones, aunque aquello sobre lo que nada sabemos sea determinante para lo que ahora nos preguntamos: la más reciente de las profecías del fin del mundo en circulación.
6. Acaso porque Mateo el evangelista advierte: “Velad, pues no conocéis en qué día va a llegar vuestro Señor”, las ocasiones proclamadas por los profetas cristianos como la última fecha del mundo son las más abundantes de cualquier religión. Esa compulsión escatológica contiene una herencia cultural.
7. Noventa y ocho profetas y/o profecías registra la Enciclopedia de los videntes recopilada por John Hogue. Una de las más inquietantes, por general y lacónica, es la última sentencia de la visión que a principios del siglo pasado tuvo la condesa Francesca de Saboya, quien en las fiestas divertía a la aristocracia europea con sus intuiciones proféticas: “Que el Señor conceda a mis nietos la gracia de la perseverancia en los durísimos tiempos que se avecinan”.
8. Ya diría Gurdjieff, el extraño maestro venido del Cáucaso, citado por su adepto Ouspensky, que “a fin de conocer el futuro primero es necesario conocer el presente en todos sus detalles, así como el pasado. Hoy es lo que es porque ayer fue lo que fue. Y si hoy es igual que ayer, mañana será igual que hoy. Si quieres que mañana sea diferente, debes hacer que hoy sea diferente”.
9. El problema de la literalidad agobia la comprensión cabal del campo profético, cuyos contenidos parecen estar en el orden de lo metafórico antes que en las imágenes específicas que se emplean para transmitirlos. Según diversos autores que comparten tal perspectiva de interpretación simbólica, los cuatro jinetes del Apocalipsis ya están activos en el mundo: la superpoblación es el primero, el desastre ecológico y sus ominosas consecuencias representan al segundo, el mal-estar contemporáneo con todas sus variantes corresponde al tercero, y el armamentismo y la Tercera Guerra Mundial (un Armagedón que para muchos ya ha iniciado aunque sea todavía en un curso de baja intensidad) al cuarto y último.
10. “El engaño de las profecías” le llama René Guénon al tema, quien reitera que el término sólo puede aplicarse a los anuncios de acontecimientos futuros contenidos en los libros sagrados de las diversas tradiciones, que provienen de una inspiración de orden “puramente espiritual”. Así, desmonta patrañas tales como las profecías de la Gran Pirámide, construidas y divulgadas, afirma, para aumentar el desorden de nuestro momento histórico sembrando por doquier la turbación y la ansiedad, con la intención oculta de “crear un ‘estado de ánimo’ favorable a la realización de ‘algo’.” Guénon advirtió que todo “fin de un mundo” no es nada más que el fin de una ilusión.
11. Tal como la época actual es ciegamente racionalista, también resulta ser enfermizamente sentimental. Pero más allá de la flaccidez intelectual característica de la New Age (partidas equivocadas en dirección correcta o chapoteos en los bajos fondos de la verdad posible), y las vibrantes convocatorias al amor evolutivo que sus adherentes creen atisbar en sucesivas fechas cósmicas, autores como Roberto Vacca no tienen que invocar ningún alineamiento galáctico a suceder próximamente para advertir que la supervivencia de nuestra civilización depende de frágiles supersistemas que están sostenidos por una única fuente energética, el combustible fósil, y cuya interdependencia puede hacer que el colapso de uno de ellos —clima, información, telecomunicaciones, medicina, transporte, producción y distribución agrícola, etcétera— tenga efectos globales irreparables sobre todos los demás.
12. Osho, un controvertido místico y maestro espiritual hindú contemporáneo, afirmó en una de sus obras publicada en 1984 lo siguiente: “Aunque en teoría no hay nada que sea inevitable, en realidad hay cosas que casi lo son. La gente cree que las guerras suceden en el futuro, mientras que de hecho suceden en el pasado: la lucha no es sino una consecuencia de muchos acontecimientos que ya han tenido lugar. Desde esta perspectiva, las causas de la Tercera Guerra Mundial ya han ocurrido. Hay, por tanto, una posibilidad muy remota de que la contienda no llegue a producirse”.
13. Lo que será entonces es porque antes ya ha sido.
14. De ahí la cura posible para toda desilusión: no ilusionarse. Si el mundo ya fue y ha sido, entonces el mundo será. Un ciclo largo se está cumpliendo y llega a su fin. La exoteria y la esoteria concuerdan al respecto, así sus lógicas y sus métodos parezcan contradecirse. No es habitual un tiempo histórico donde las partes se junten y los extremos se toquen.
15. Se antoja increíble, porque para decir la verdad, conforme establece una cuarteta nostradámica, tendrán la boca cerrada; una sentencia casi idéntica al principio hermético: el que sabe no habla, el que habla no sabe. Hay otra manera similar de decirlo: quien sabe diez, enseña nueve. Como fuere, las profecías, lo mismo que cualquier análisis objetivo y desapasionado, coinciden en que el tiempo civilizacional vigente se está agotando. ¿Proyección fantástica, deseo pulsional, realidad verificable? Acaso sólo hay un beneficio: el que pronto lo sabremos.
16. Un legendario sermón de Jonathan Edwards, predicador apocalíptico puritano, llevaba por título “Pecadores en manos de un Dios enojado”. Desde esa perspectiva elemental, y mecánica, el fin del mundo es el castigo escatológico de una deidad irritada por las desviaciones morales de la humanidad. La verdad tal vez es más simple y a la vez más compleja que todo ello. Más simple porque la divinidad no es aquel iracundo y vengativo macho cabrío del Antiguo Testamento judeocristiano. Más compleja porque Dios sólo puede aludirse como un inagotable Campo Semántico.
17. Los onirománticos de la antigüedad creían que el sueño surge de una parte del alma que no conocemos y que se ocupa de la preparación del día siguiente y sus acontecimientos. Por eso José interpretó los sueños del faraón, Daniel explicó el de Nabucodonosor y Artemiodoro escribió el Libro de los Sueños con profecías, anuncios de calamidades o bonanzas. Hoy, en cambio, debiera escribirse el Libro de las Pesadillas y consignar que éstas no representan experiencias oníricas sino meramente vivenciales: no serán en el mañana porque ocurren en el presente. El futuro ya llegó.
18. La legendaria frase de Franklin D. Roosevelt al tomar posesión en 1933 es un compendio de acción, conducta y sentimiento para los tiempos que ahora corren: “No tenemos nada que temer excepto al propio miedo”. Acaso para derrotar ese viscoso miedo cultural que caracteriza a la tardomodernidad tendríamos que hacer un reemplazo: sustituir el Principio del Placer por el Principio de la Comprensión. El drama colectivo radica en que una operación así queda reservada para unos cuantos, aquellos que acepten que la vida misma va más allá de lo inmediato y lo perceptivo, aquellos que acepten que su propia importancia personal no es más que una compulsión infundada. O bien que el yo, para efectos de un fin inminente, no es otra cosa que una hipótesis inútil.
19. James Lovelock, el creador del concepto de Gaia —el cual postula que la Tierra funciona como un sistema único y autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos cuyas interacciones y flujos de información son complejos y de gran variabilidad en sus múltiples escalas temporales y espaciales—, advierte en uno de sus últimos libros, La venganza de la Tierra, que el futuro inmediato es particularmente ominoso: “incluso si tomamos medidas inmediatas, nos espera, como en cualquier guerra, una época muy difícil que nos llevará al límite de nuestras fuerzas”. Lovelock no cree que lo que esté en juego sea la supervivencia de la especie humana sino la supervivencia de la civilización. Otro eco de Guénon: todo fin de un mundo es el fin de una ilusión.
20. Los mayas elaboraron un calendario conocido como Cuenta Larga que cubre periodos de 5125 años. En él se señala que la actual era comenzó el 11 de agosto de 3114 a. C. y acabaría el 21 de diciembre de 2012 d.C., cuando suceda el solsticio de invierno. Tal término calendárico ha generado dos tipos de especulación escatológica: el advenimiento de una catástrofe apocalíptica para entonces, o bien el ingreso de la humanidad a un ciclo de paz, armonía y crecimiento espiritual. Ninguna de las dos posibilidades ocurrió hasta hoy.
21. La encrucijada es el encuentro con el destino, y el número dos que arrojaba la suma de la supuesta fecha terminal es un atributo de oposición y conflicto, indicador del equilibrio realizado o de las amenazas latentes, el germen de una evolución creadora tanto como el de una involución desastrosa, de acuerdo con el sentido simbólico que se le asigna. Los solsticios representan puertas: el de verano corresponde a la de los hombres y el del invierno a la de los dioses. En la tradición china éste último corresponde a los pies, al abismo y al agua, justo el medio por el cual se aseguraba que terminaría el mundo desde la fecha maya ilustrada en el Códice Dresde.
22. El orden, establece una fórmula oriental citada por Guénon, está hecho de la suma de todos los desórdenes, y el tránsito de un ciclo a otro no puede cumplirse más que en la oscuridad. “Nos aproximamos realmente —escribe— al fin de un mundo, es decir, al fin de una época o de un ciclo histórico, que puede por otra parte estar en correspondencia con un ciclo cósmico, según lo que a este respecto enseñan las doctrinas tradicionales”. La última fase de la edad sombría se denomina la “Edad de la creciente corrupción”.
23. Si el siglo XX fue la época triunfal del cartesianismo —un periodo de soberbia excesiva que se describió a sí mismo como el siglo de las certezas—, hoy sabemos que el universo es un lugar bastante más complejo de lo que imaginamos, tanto que aquella fecha tajante mucho o poco pudo significar.
Tomado de https://morfemacero.com/
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