Culturas impopulares
Jorge Pech Casanova
—Preferiría una tranquila y nada ostentosa tumba en cualquier cementerio respetable que una vida en la granja penitenciaria de Arkansas —proclamó hacia 1904 o 1905 el bandolero Henry Starr. Lo perseguían por un asalto cometido once años atrás en ese estado, en la ciudad de Bentonville. Años después, en 1919, cuando era actor de cine, además de discreto salteador, lamentó públicamente—: Diecisiete de mis cuarenta y cinco años los he pasado preso. ¿No basta para decir a los muchachos que no hay nada en la vida que he llevado?
Eso no disuadió al ex cautivo, mientras un productor de cine lo esperaba en el rodaje de una película, de subirse en 1921 a un automóvil para ir a asaltar junto con dos cómplices el banco de Harrison, en Arkansas. En esa faena recibió en la columna vertebral un balazo que le causó la muerte al cabo de cuatro días.
Starr vino al mundo el 2 de diciembre de 1873. Sucesos notables precedieron a su nacimiento: la primera crisis económica estadounidense, a causa de la quiebra de los ferrocarriles coaligados con Jay Cooke; la invención en Illinois por el granjero Joseph Glidden del alambre de púas, cuyo amago en latifundios, cuarteles o prisiones despunta más que su fecha de aparición o el escaso lustro que le tomó al artilugio extenderse por Texas. Ese año, también, los hombres de armas recibieron con alborozo el fusil de repetición Winchester calibre .38, así como el perfeccionamiento del revólver que Samuel Colt había inventado en 1836. Starr favoreció toda su vida el Colt de seis tiros llamado “Pacificador”, si bien su destino estaba secretamente ligado al rifle de la competencia.
LAS ARMAS FAMILIARES
Al perder la guerra los estados de la confederación sureña, el explorador militar Thomas Starr cambió de oficio a bandolero. Se enlistó a las órdenes de los jóvenes Jesse y Frank James, coaligados con los hermanos Cole, Jim y Bob Younger en el asalto a bancos y trenes. El primer hijo de Tom, Samuel, elevó la tradición delictiva en la familia, pues logró notoriedad tras casarse con una mujer nueve años mayor que él, Myra Maybelle Shirley-Reed, después llamada Belle Starr y celebrada como “La reina de los bandidos”.
Otro hijo de Tom Starr, George, se casó con la flemática Mary Scott. George “Salto” Starr halló dificultades para sobrevivir en su rancho próximo a Fort Bishop, en el extremo noroeste del territorio indio a donde fueron forzadas a emigrar las tribus sobrevivientes de la Caravana del Llanto, a las que el gobierno obligó a recluirse en las llanuras agostadas. Además de la agricultura, George practicó la delincuencia, pero ni así pudo evitar morir en 1886. Su viuda Mary se casó de nuevo con un tal Walker, quien maltrataba a los hijos de George, incluido Henry.
Por eso, el adolescente Henry se largó de la casa familiar al cumplir 16 años. Quiso vivir sin problemas, pero trabajaba en un rancho del condado de Nowata cuando lo acusaron de robar un caballo y luego de contrabando con whisky. El joven protestó inocencia en el juicio, pero igual lo enviaron a la cárcel. Salió a los pocos meses de prisión, resentido.
APOSTADOR SIN FORTUNA
A fines del siglo xix, en el oeste de Estados Unidos las compañías de ferrocarriles competían en riqueza con los bancos. En 1892, jinetes enmascarados cometieron un atraco en la oficina ferroviaria de Nowata. Al huir los asaltantes, indicó su ruta la mezcla de polvaredas con tiros, maldiciones o gemidos.
Los perseguidores hallaron que una alambrada, al engancharse con la montura de un evadido, lo derribó. El prófugo continuó la fuga a pie. Hallado el caballo, pudieron señalar a su dueño por la calamitosa silla: Henry Starr. Días después, el fugitivo regresó al condado con nuevo penco. Merodeó por un rancho mientras esperaba a sus compinches. El dueño de la finca lo delató a los alguaciles Floyd Wilson y Henry Dickey. El segundo se demoró con las cinchas de su silla de montar; Wilson salió al galope. En la cañada de Wolf Creek el alguacil, mostrando su Winchester, exigió la rendición a Starr. El joven quiso alejarse. Wilson intentó dispararle pero su arma se atascó.
El proscrito blandió un rifle, advirtiendo a su oponente que desistiese. El perseguidor no se detuvo por la falla del fusil; apeló a su pistola en tanto Starr desmontaba. De pie, el forajido hizo frente a una descarga que no le acertó; enseguida, respondió con un disparo que atravesó el pecho de Wilson. El herido, en el suelo, falló dos tiros más. Starr lo remató con tres disparos. El último, al pecho del caído, le chamuscó la camisa. Fue el único asesinato notorio del salteador.
Otros pistoleros se exornaban de homicidios. Starr, en cambio, presumía de no haber matado a nadie en sus atracos. El forajido sólo toleraba derrotas en las mesas de juego. Respetaba a los tahúres, con quienes dejaba casi todo su dinero. Al quedar insolvente, Henry apelaba al reacio patrocinio de algún banco. Tras colectar dinero a punta de pistola, retornaba Starr a prodigarse en los desplumaderos. Apostó con la misma despreocupación que los dólares en la mesa, su vida en los atracos.
DOMA DE UN ASESINO
Starr, con otros cinco criminales, hurtó doce mil dólares del banco de Bentonville a principios de junio en 1893. Pese al escaso botín (les tocaba a dos mil dólares por cabeza), el bandido pensó en retirarse a California. En el camino se encontró a May Morrison. La sumó al viaje que hacía con su compinche Kid Wilson. Se alojaron en la Casa Spaulding de Colorado Springs el primero de julio. En los siguientes dos días pasearon por la ciudad, comprando vestidos para May. Se topó Starr en la calle con un vecino de Fort Smith, quien lo denunció. El asaltante fue aprehendido mientras cenaba en el café Royal; Kid Wilson también fue capturado y al fin le tocó el turno a la joven Morrison. En su habitación, la muchacha guardaba el botín de Henry: mil seiscientos dólares en billetes, más quinientos en oro. La dejaron ir, pero el Kid, culpable de varios asaltos, fue sentenciado a 24 años que debía purgar en la penitenciaría de Brooklyn, Nueva York. Starr, bajo cargos de asesinato agravados con robo, obtuvo una condena a la horca. Lo destinaron a morir en el penal de Columbus, Ohio.
Gracias a un abogado que postergó el ajusticiamiento, Starr esperaba en 1895 su traslado a Columbus en la cárcel de Fort Smith. Cerca de él estaba recluido Crawford Goldsby “Cherokee Bill”, mestizo texano adicto a exterminar negros, destinado al patíbulo por trece muertes. En la noche del 25 de julio alguien proveyó a este rufián de una pistola. Al día siguiente, tras de aniquilar a un guardia, el preso se atrincheró en su celda para intercambiar tiros con los oficiales restantes. Los custodios, al final del corredor, no atinaban a suprimir el ataque. Starr ofreció desarmar a su colega, bajo condición de respetar su vida. Aseguró a los vigilantes: —Soy cherokee, les apuesto que me hace caso.
Algún celador observó a Henry cruzar el pasillo, luego la puerta del calabozo. Silencio, murmullos. A los pocos minutos el mediador salió, callado. No rompió el silencio al entregar a los carceleros la pistola subrepticia.
El presidente Teddy Roosevelt concedió indulto a Henry por su conducta cinco años después. A su tiempo, el bandido agradeció el perdón nombrando Theodore a su único hijo. En cambio, “Cherokee Bill” sólo esperó meses para subir al cadalso, en 1896. Cuando le preguntaron si diría unas palabras, el copioso homicida apremió al verdugo: —Vine a morir, no a decir discursos.
AUTOR, COMERCIANTE, FUGITIVO
Henry leía en la celda, estudiaba en reclusión. Comenzó a escribir sus memorias. Las publicó en 1914, con la ayuda de algún novelero cuya pluma añadió frases de justificación o arrepentimiento. Las tituló Sucesos emocionantes, vida de Henry Starr. Además, durante los cinco años que siguió cautivo, el asaltante aprendió leyes e hizo planes. Cuando saliese, quería dedicarse a la abogacía en Tulsa. Allá fue, en efecto, pero sólo pudo dedicarse a la venta de terrenos.
Llevaba una existencia rutinaria en 1907 cuando la Unión decidió conceder al antiguo territorio cherokee la categoría de Estado de Oklahoma. Las autoridades, al revisar documentos legales, desecharon algunos, revalidaron otros. Las órdenes de captura contra Henry Starr fueron desestimadas en la nueva entidad, no así en Arkansas, desde donde le llegaron amagos de prisión. Starr pidió a un amigo averiguar si las autoridades de Arkansas le otorgarían indulto. La contestación fue negativa. Henry huyó a Kansas, donde asaltó el banco de Tyro sin que pudieran detenerlo. Luego se mudó a Arizona para mantenerse a salvo.
FIN DE UNA AMISTAD
En la vuelta a la malandanza, Starr se reencontró con Kid Wilson, también libre de su condena. Al circunspecto ladrón le costó lidiar con la violencia creciente del compinche. Pese a las advertencias, el Kid disparaba sin importarle quién podría morir. En 1908, durante una incursión nocturna por la llanura, Starr regresó sin Wilson. El asaltante dijo que rehuía a su antiguo colega por temor a sus accesos de cólera. Sin embargo, al prevenirlo un amigo contra el Kid, Henry comentó con displicencia: —Te apuesto que Wilson ya no dañará a nadie.
CANDIDATO ELECTORAL
En 1909, corto de fondos, Starr escribió a un conocido de Tulsa para recordarle el pago por la venta de algunas propiedades. El insolvente deudor le envió a las autoridades de Colorado con una orden de aprehensión. Alcanzó el bandolero una sentencia de 25 años en la penitenciaría de aquel estado, pero se ganó la confianza de sus carceleros, al igual que la de sus acusadores, para obtener la libertad. En 1913 el gobernador le concedió a Henry el perdón, con el compromiso de no poner pie en Oklahoma.
Sin hacer caso de su pacto, el indultado volvió a los pocos meses a instalarse en Tulsa. Se hospedó en una casa que estaba a dos puertas de donde residían el comisario y el alcalde. La mayor escuela local sólo distaba una puerta de su domicilio. A diario, los niños del colegio jugaban en el patio del avecindado que, para extrañeza de quienes lo trataron, llevaba el mismo nombre del gobernador.
Starr había adoptado el alias “R. L. Williams” en broma: cuando el político Robert L. Williams contendió por la gubernatura de Oklahoma contra el antiguo pistolero Al Jennings, Starr se divirtió suscribiéndose al partido del tirador. Para confundir a los votantes, inscribió su alias en las boletas de Jennings, pero no logró hacerlo ganar.
El falaz R. L. Williams vivió sin ser importunado en Tulsa. Sus amigos menos incautos no dudaban que durante ese tiempo dirigió desde su porche diversos golpes a bancos de Oklahoma. Mientras él aleccionaba a sus secuaces, en torno a su vivienda sólo rompían el sopor los colegiales con su algarabía.
DEL ASALTO AL CINE
En 1915 la fama de Starr ascendió gracias al doble asalto bancario en la ciudad de Stroud. La banda sustrajo más de cinco mil dólares. Los culpables pretendían huir escudándose tras de algunos rehenes cuando el quinceañero Paul Curry tomó de la carnicería local una escopeta de cañón recortado para combatir a la pandilla. Henry Starr, a quien alcanzó un balazo, cayó con la pierna destrozada. Al desplomarse el forajido, le gritó el jovencito: —¡Tira tu pistola o te mato! El caído, mirándolo con encono, respondió: —Te apuesto a que te falta valor. El adolescente dirigió un tiro cerca de la cintura de Starr. Cuando el polvo se disipó junto con el humo, el herido, sonriendo como si acabase de perder en el póquer, admitió: —Bien jugado. Ahora me toca pagar.
El resto de la banda huyó con el botín. Starr fue a prisión en Chandler. Recibió una sentencia de 25 años, abreviados a cuatro por una comisión que incluyó al fiscal, al juez e inclusive al jurado que lo condenó. Para confortar a sus captores, el forajido les dijo que se dedicaría a la industria del cine, cuyos pioneros iban a consultarle, en la penitenciaría, acerca de asaltos o de escaramuzas.
Starr comenzó su carrera en el cinematógrafo con una recreación de su doble asalto en Stroud. Se interpretó a sí mismo con gallardía. En la cinta Un deudor de la ley, el joven Curry, enrolado asimismo por los productores, volvía a desmontarlo del caballo, pero con tiros de salva. De 1919 a 1921 Starr ganó algún dinero en el cine. No es difícil imaginarlo desdeñando ante los actores y técnicos el famoso Robo del tren de Edwin S. Porter, en tanto coreografiaba un tiroteo o ensayaba una acrobacia. Sus amigos no dudaron de que, en esos días, Henry también tuteló asaltos reales cuya ejecución encomendaba a terceros.
USO PIONERO DEL AUTOMÓVIL
Un productor de Hollywood hizo una oferta al ex convicto para escenificar, en California, famosos robos. La oferta incluía caracterizar a un justiciero en los films. El facineroso sopesaba el trato pero prefirió arriesgarse con el banco de la ciudad de Harrison, Arkansas.
El 18 de febrero de 1921, Starr salió muy temprano de su casa en Tulsa. Tripulaba un automóvil Nash con otros dos hombres. A las diez de la mañana el auto con los tres individuos se estacionó a la puerta del banco en Harrison. (Antes del bandido cherokee, sólo un par de ladrones había utilizado un auto, en 1909, para un asalto en Santa Clara, California.)
El atraco paralizó a todos, menos a William J. Myers, socio del establecimiento. Se escabulló por una puerta disimulada hasta la bóveda donde guardaba desde la apertura del negocio un Winchester 73 que nadie había utilizado. Con el cañón del arma abrió lentamente el banquero la puerta blindada. Observó a Henry llenando de dólares un saco de lona ante la ventanilla con barrotes. Sus cómplices amagaban a los clientes.
Cuando el jefe criminal se volvió hacia la puerta cargando el botín, el sexagenario financiero oculto en la bóveda disparó sin saber si acertaría. La bala del .38 atravesó la espina de Starr. Los otros salteadores aullaron con pánico e ira. Uno de ellos dirigió su revólver al cajero, pero su cabecilla ordenó desde el suelo: —¡No maten a nadie, sólo salgan de aquí! En segundos, se oyó traquetear el motor del Nash. Después, su sonido lejano. En el banco, maldiciones, gemidos, gritos de auxilio.
—Apuesto a que te salvé la vida —exclamó al cajero el asaltante, antes de perder el conocimiento mientras lo cargaban hacia el hospital. Agonizó durante cuatro días. Al tercero, le dijo orgulloso al cirujano que extrajo de su espalda el plomo—: ¡He robado más bancos que nadie en Estados Unidos!
El 22 de febrero de 1921 expiró el herido. Su primera esposa, Ollie Griffin, lloró cuando un alguacil acudió a pedirle indicaciones sobre el funeral. Tras de secar sus lágrimas, envió al oficial al domicilio de Hulda Starr. Notificada de su repentina viudez en el aniversario de su matrimonio, la segunda esposa de Henry lo sepultó el día 25 en el cementerio de Dewey, Oklahoma, bajo una lápida nada ostentosa que aún marca la tumba del forajido en ese respetable cementerio.
Tomado de https://morfemacero.com/
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