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Durante el mitin en el Zócalo del sábado 1 de julio para celebrar el quinto aniversario de la presidencia morenista, López Obrador, a diferencia de cualquier otro mandatario, mencionó a la oposición, esta vez completamente unificada, que desea, según ha visibilizado por sus reiteradas objeciones e iracundias, retornar a los mandamientos que imperaban en los sexenios priista y panista: “Como es natural, la transformación ha creado una oposición conservadora, obcecada en regresar por sus fueros. Sus líderes, sus jefes, no conciben ni aceptan que ahora se gobierna para todas y todos… y no sólo en beneficio de una minoría. Siguen hablando, en su demagogia y retórica, en nombre de la democracia; pero en realidad actúan como una oligarquía, defienden el antiguo régimen de corrupción y privilegios, de manera descarada y hasta ridícula”.
¡Qué magnífico, sí, que no haya corrupción, que el destierro de esta práctica vaya desarticulándose, que los privilegios particulares también se vayan difuminando, que todas estas arterias, o aristas, del encantamiento individual lentamente en efecto vayan siendo derrocadas por otra manera de gobernar!
Mas todos sabemos que, aunque nos enjareten sobre la desaparición de este mal que habitaba, con honda algazara, en diferentes rubros de la sociedad, aún es retenida, pese a la intención gubernamental, en distintas capas de los ámbitos laborales, académicos, mediáticos, empresariales, artísticos, políticos e incluso familiares, porque había estado la corrupción tan arraigada en el carácter social que si al mismísimo viene viene no le das un poco de dinero con casi infalible seguridad tu auto será abierto repentinamente sin que nadie, ¡oh!, pudiera haber observado nada.
Sin embargo, estoy cierto de que el discurso de la sanación corruptora podría empezar a surtir sus benignos efectos algunos años más adelante, porque lo importante es el comienzo: la ira que se trasluce en la oposición es precisamente porque el dinero ya no se distribuye con la misma animada afluencia localizadamente benefactora como en los regímenes del pasado reciente.
Y ciertamente habría que comenzar desde el principio.
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López Obrador en su discurso final del sábado 1 de julio: “Ahora se han constituido [los opositores] en una especie de supremo poder conservador. El gerente de ese peculiar grupo es Claudio X. González hijo. A él lo apoyan los traficantes de influencias y políticos corruptos del más alto nivel del antiguo régimen. A él lo obedecen los encargados de los partidos, muchos abogados marrulleros del poder judicial, intelectuales acomodaticios y periodistas alquilados o vendidos”.
Que es la mayoría, para desgracia de la propia información. ¿No el mismo López Obrador prefirió disolver la agencia Notimex del Estado mexicano en lugar de sacudir las canonjías adquiridas en su interior a lo largo de los años donde la corrupción era el emblema prioritario de este centro periodístico que, increíblemente, todavía es refrendado por informadores que uno creería cabales en sus organizadas cabezas ajenas a las indignidades mediáticas?, ¿no la secretaria del Trabajo, ahora en Gobernación, se vio impedida de resolver el conflicto con más de tres años de gestación?
Efectivamente, no es cosa sencilla eso de desterrar la corrupción en la vida social.
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El mandatario morenista, en sus últimas palabras durante su largo discurso de más de una hora en el Zócalo el sábado 1 de julio, acentuó: “Los reaccionarios de nuestro tiempo cada vez enseñan más el cobre, ofenden la inteligencia de nuestra gente, insultan y actúan con prepotencia. ¡Creen que con campañas de mentiras y calumnias reconquistarán el gobierno! Pueden los medios de manipulación, que no de información, estar mintiendo minuto a minuto; pero sus efectos no hacen mella en quienes han decidido ser dueños de su propio destino y están muy conscientes y politizados”.
Para el lamento de numerosos periodistas de digna superioridad ética, que los hay aunque no sean “líderes” de opinión al frente de pantallas electrónicas, el presidente López Obrador aún no dice para cuándo hará valer la Ley de Medios que llevaría consigo incluido un dictamen democrático de la distribución de la publicidad oficial (estableciendo con certezas cualitativas las razones por las cuales unos medios sí serían clasificados y otros no para que las dudas fueran enteramente disipadas), cuya inexistencia actual —de la Ley de Medios— sólo hace, o logra, levantar sospechas o engreimientos sobre su repartición, como la situación en la que han sido señalados de consentidos los moneros de El Chamuco al ser beneficiados con más de ocho millones de pesos en un lapso de casi un año según lo ha destapado la revista Etcétera, de Levario Turcott, denuncia a la que se ha visto obligado a responder, ni modo, el fino dibujante Hernández al decir que para sostener su publicación, porque no hay de otra (esto lo digo yo, no Hernández, pues los medios en México sobreviven no por sus lectores sino por la venta publicitaria capaces de conseguir o debido a las amistades o compadrazgos o influyentismo en las altas esferas de los poderes políticos o empresariales sobre todo aleccionados —los peticionarios de estos generosos patrocinios— por una lección bien aprendida —aprehendida— del pasado consistente en la dependencia institucional no obstante ser llamados independientes, con sumo orgullo, los hacedores de la prensa), tenían que desplazarse, los chamucos, en las antesalas de las oficinas de los gobiernos, tal como finalmente lo confiesa el caricaturista Hernández en su cuenta de Twitter.
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“Contratos con gobiernos federales y sus dependencias, gobiernos estatales y hasta municipales, de todos los signos políticos —confirma Hernández en un tuit aclarando que este hilo no estaba dirigido a odiadores irracionales sino a gente de buena fe y a sus seguidores—. Todos son lícitos, legales y públicos y nunca han interferido ni marcado nuestra línea editorial, como lo muestra cada número con Calderón y Peña”.
¡El Fisgón, ciertamente, recibió de manos de Ernesto Zedillo el Premio Nacional de Periodismo 1999 por ser justamente un crítico feroz de Ernesto Zedillo y un año después lo recibiría Antonio Helguera (1965-2021), también de manos de Ernesto Zedillo, por ser otro crítico feroz de Ernesto Zedillo en las consideradas lindas incongruencias independientes de los críticos del sistema debido a las congruentes aquiescencias priistas para atraer hacia sí a la intelectualidad nacional que sabía jugar el juego que todos jugaban!
Porque entonces, ja, era visualizado como un acto de resistencia cultural, ja ja, recibir cientos de miles de pesos de las manos de un mandatario en turno pues se creía, ¡vaya uno a saber de dónde salía tal entendimiento!, que el poder político, ja ja ja, se rendía a la fiereza intelectual, de manera que bastantes ilustres del rubro cultural se inscribían, porque tenían que inscribirse si querían ser tomados en cuenta, para agenciarse el monto económico a sabiendas de que el jurado los elegiría con amplitud pues los dictaminadores de aquellos galardones siempre pertenecían a sus mismas cofradías porque, otra vez, sabían jugar el juego que todos jugaban. Y eran premiados monetariamente los entonces críticos del sistema como Carlos Monsiváis o Elena Poniatowska o Aguilar Camín o Enrique Krauze o Salvador Elizondo o Fernando Benítez o hasta el más fiero de los fieros analistas del mundo político en un entrampado ardid o en una edulcorada indulgencia hoy demasiado extrañada culturalmente por los críticos del sistema que ya no son cómodamente recompensados como anteriormente.
“El dinero de esos contratos —prosigue Hernández en su apunte— sirve para administrar una empresa editorial que presta varios servicios. Simplemente cada número del Chamuco, en nómina, pago a colaboradores, papel, impresión y distribución gasta cerca de un millón de pesos [¡un millón de pesos es muchísimo dinero, vaya uno a saber con quiénes se asocian los chamucos para realizar una revista de tan alto costo económico!] Más otros proyectos editoriales. De ese dinero, a los socios no nos toca ni un centavo, salvo el pago por colaboración en cada número de la revista (en mi caso es de, en promedio, 7 mil pesos al mes) y, si nos va bien, utilidades anuales a socios y empleados”.
Sin ánimo de contrariar al buen Hernández, lo único que puedo decir de esta desangelada y catastrófica manera de administrar su empresa es que necesitan, con urgencia, un cambio gerencial ante números tan alicaídos (una revista no cuesta un millón de pesos, para comenzar, ¡sabiendo sobre todo que a veces reciben hasta utilidades!… no tiene por qué saberlo Hernández, ¡pero en mi vida periodística jamás me fue otorgado un provechoso bono proveniente de utilidad alguna, ni en el unomásuno, ni en La Jornada, ni en El Financiero!)…
Toda esta situación de dimes y diretes financieros podría resolverse, por supuesto, con una claridosa Ley de Medios, que mucha falta hace ante tanto embuste y cochupos silenciados o amistosos o simulados o cooptadores o románticos o protectores o proteccionistas retroalimentadores o convenencieros o parcializadores.
O…
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Last modified: 2 julio, 2023Tomado de https://lalupa.mx/
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