Culturas impopulares
Jorge Pech Casanova
Se diría que la época del muralismo significativo ha terminado en México, después del largo periodo en que Rivera, Siqueiros y Orozco, junto con O’Gorman y otros artistas, llenaron los espacios públicos con sus trabajos monumentales.
Habrá quien cuestione: ¿Murales en el siglo XXI? ¿Para qué? Si en la modernidad líquida que nos contiene todo lo que era sólido se desvanece, si no en el agua, en el aire o en el fuego. Vivimos en un momento histórico en que inclusive las obras de arte antes atesoradas como reliquias, se pueden destruir para convertirlas en una imagen virtual que, al adquirirla un coleccionista, paradójicamente pasa a ser la nada propiedad de nadie.
¿A quién se le ocurre, pues, restaurar el viejo arte del muralismo en un espacio público, donde la obra pasa a ser propiedad de todas las personas? Un decano pintor y maestro, en la ciudad de Oaxaca y en otras capitales del sureste mexicano, está retomando, a contracorriente de tendencias privilegiadas por el mercado, el arte para fijar obras públicas de contenido histórico con un fondo mítico.
Shinzaburo Takeda, nacido en Japón en 1935, dejó su país para instaurar un magisterio artístico en Oaxaca desde 1974. Profundo conocedor de la obra de Siqueiros, el estilo de Takeda como pintor es más próximo a Diego Rivera, sin embargo. Sus recreaciones del istmo de Tehuantepec y de la antigua civilización maya recuerdan en mucho al creador de Paseo dominical en la Alameda.
Comisionado por Cristian Eder Carreño López, rector de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, Takeda emprendió la creación de tres grandes murales con la historia de la educación superior en Oaxaca a partir del siglo XIX, en que se fundó el Instituto Estatal de Ciencias y Artes del Estado.
Después de meses de intensa labor con los artistas Fulgencio Lazo Amaya, Rolando Rojas, Israel Nazario, Saúl Castro, Pablo Gómez, Fidel Blas Bustamante, Daniel Mendoza Zúñiga, Alondra Elena Martínez Jiménez, Montserrat Steck Ortiz y Siboney García Santos, Shinzaburo Takeda ha concluido la primera sección de su gran tríptico mural, la parte dedicada al siglo XIX en que la educación liberal del Instituto oaxaqueño formó a los impulsores de la Reforma y sirvió de inspiración a la lucha contra la invasión francesa.
Las autoridades de Oaxaca han desdeñado la oportunidad de contar con obras muralísticas de sus pintores importantes del siglo XX: Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Rodolfo Nieto, Alejandro Santiago, Sergio Hernández. Los han dejado vivir sin comisionarles ninguna obra mayor para los imponentes espacios públicos de la capital y del estado. Por eso es importante que el rector Cristian Carreño, un académico joven de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, haya valorado la importancia de llamar a Shinzaburto Takeda y sus discípulos oaxaqueños para dotar a la máxima casa de estudios estatal de tres murales con la historia de la institución. Algo que no se suele ver en Oaxaca.
A sus 88 años de edad, Shinzaburo Takeda presenta la primera parte de su tríptico mural Imagen de la UABJO en la historia, en tanto ejecuta otro gran mural —Adán y Eva— en la capital de Campeche y prepara otra obra mayor con base en el Popol Vuh, el libro maya del inframundo. Con estas obras monumentales, Takeda reivindica una noción que ha expresado el autor Héctor Jaimes en su libro Filosofía del muralismo mexicano: Orozco, Rivera y Siqueiros:
“Un arte público lleva implícita la idea de que el espectador es de por sí libre, y que no depende de ninguna institución para poder experimentar el goce estético; también implica la idea de que esa libertad es espacial, pues se trata de una libertad de movimiento, donde el espectador puede desplegarse y así contribuir —como es el caso con algunos murales de Siqueiros con respecto a la poliangularidad— a la construcción y entendimiento del mural”.
No olvidemos el horizonte mítico de la obra mural, que tan sabiamente esclarece Eduardo Subirats en su libro El muralismo mexicano. Mito y esclarecimiento. Por ello la obra mural de Takeda y sus discípulos es crucial en estos momentos de disolución cultural. El pequeño formato es la esperanza de sobrevivencia en una sociedad que se extermina a sí misma, pero la monumentalidad de ciertas obras de arte es un recuerdo esencial de que los cuerpos, en su finitud, son también contenedores del espíritu que no se destruye, sino se transforma y pervive.
Tomado de https://morfemacero.com/
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