Un apunte sobre casa medusa

“Por fin, dice el narrador, al abuelo Mateo le llegó la muerte como una noche fresca: ‘Sobrevino cuando estaba solo […] su conciencia se desprendió del cuerpo y ascendió por una espiral luminosa mediante el cuerpo inmaterial que ahora poseía’ ”.Tomado...

Colaboraciones

José Martínez Torres

La sentencia de Tolstoi en Ana Karenina acerca de que “Todas las familias felices se parecen entre sí, pero cada familia infeliz lo es a su manera” recorre este libro, también amplio y sentencioso. Se compone de varios desarrollos temáticos, referidos tanto a la vida social como a la vida privada. Aparece la historia de Oaxaca vista a través de varios personajes: el opiómano Belmar, el lesbiano Gonthier, Hamilton, Lawrence y su esposa Frieda, a cuyo patio acude una pequeña ave, roja como un corazón palpitante. Está el Oseas, a quien persigue viajando por el tiempo la Gabrielota. personaje que uno imagina como una tehuana enorme, enjoyada, asertiva y cruel.

En cuanto a las partes que se basan en la vida privada, puede recordarse la vez en que alguien le dijo a Raymond Carver: “Esa frase que dijiste ya la había leído en uno de tus libros”. Carver respondió: “Bueno, todo lo que escribo es autobiográfico: para escribir, necesitas saber de lo que hablas y nada hay que puedas saber mejor que tus secretos”.

Esto viene a cuento porque hacia la página 240 aparece el relato de Soledad Solana, quien, por necesidad, “para ganarse el pan por ella misma, señorita decente y educada desprovista de herencia, excepto la maltrecha e hipotecada casa familiar”, sacó una mesita con golosinas a la banqueta y comenzó también a cocinar por encargo. Después abrió las puertas de la cochera para hacer funcionar aquel patio, llenarlo de sillas y de mesas y ponerle su nombre: Merendero de la Soledad. Había tasajo, chiles de agua, chapulines, chocolate, marquesotes, pan de yema y otras delicias de la misma especie. Pagó la hipoteca. Aquel lugar tuvo un éxito tan sonado, que llegaban comensales de todos los rumbos, atraídos por la fama de su delicada sazón.

En Casa Medusa de Fernando Solana Olivares (Universidad de Guadalajara, 2018, México) las acciones se ubican en los tiempos en que se hablaba con un lenguaje florido y elegante, por lo que topa el lector con una buena cantidad de arcaísmos y expresiones de cuando la gente se detenía a calcular si lo que iba decir estaría bien dicho, y así como Juan Rulfo aprovecha el uso de palabras viejas característico de la gente del campo, en Casa Medusa se emplean arcaísmos para hacer creíbles las situaciones, los diálogos y las escenas situadas en tiempos remotos.

De estos desarrollos novelescos, o anillos narrativos como se les denomina en la contraportada, me gusta especialmente la historia de Mateo Solana, que evoca a El Abuelo, una novela dialogada de Benito Pérez Galdós, de enorme fuerza visual.

El abuelo Mateo Maza fue un viajero de los que salían de España a hacer la América, según se decía. Las familias elegían, de los hermanos, al más fuerte de cuerpo y al de más carácter para enfrentar adversidades, para soportar desdichas. Tripulaban aquellos buques donde iban nobles, mendigos, vagabundos, funcionarios despedidos, trabajadores retirados, todos revueltos con viejos que conservaban un hálito de ilusión o un ansia de aventura, pero todos iban ya marcados por el fracaso.

Muchos como Mateo cruzaban el océano llevando una maleta de cartón, un pasaje de 3ª clase y, a veces, unas monedas para pagarse una comida. Debían esconder como oro molido la carta con las señas de quien los iba a dejar dormir detrás de mostradores, trastiendas de cantinas, tiendas de abarrotes o piqueras.

Al tocar tierra americana, alguien le preguntó:

“––¿A dónde vas, niño?

––Voy a Oaxaca.

––¿Y vas en tren?

––No. Caminando por la vía.

––¿Pero sabes lo que dices?

Las vías del tren se tocaban a lo lejos ––sigue el narrador––, serpientes de hierro que comprometían su dualidad. [las] contadas monedas sólo cubrían el importe del pasaje. Se resignó a caminar. Con el atado al hombro […] enderezó sus pasos por la vía; confiaba en que los rieles acabarían cerca del lugar donde un pariente lo aguardaba”.

Con el espíritu de un biznieto del Cid y la terquedad de Aguirre, la ira de Dios, personaje de Herzog, de tanto caminar llegó a la tienda oaxaqueña del tío que le permitió dormir sobre el mostrador. Trabajó de claro en claro y de turbio en turbio; ahorró centavo sobre centavo hasta que pudo abrir un negocio de venta de ropa y menudencias. Con la mercancía a lomo de mula trepaba por la Sierra Madre. En uno de estos pueblos perdidos, por la tierra sagrada de María Sabina, hizo su mejor negocio. Aquella noche, dice el narrador: “Mi abuelo liberó las mulas, desensilló el caballo y fue a apilar la carga al abrigo de una pared de adobe. Prendió un fuego de ocotes y tendió su lecho. De madrugada, luego de sueños agitados, un ruido lo despertó. Una joven sostenía frente a él una pieza de manta azul tomada del envoltorio […] y lo miraba fijamente. La joven se acercó hasta rozarlo con su larga falda bordada de grecas. Se inclinó para dejar la tela en el suelo. Al incorporarse se alzó la falda. [Entonces surgieron] dos torres oscuras coronadas por una hierba negra”. Desde esa vez, el joven Mateo Maza apreció lo que valen unos “pezones morenos, orlados de violeta”.

Más tarde haría fortuna, impulsado por un carácter “que se imponía con una fuerza sosegada que dejaba sentir. Una distancia interior insondable, una inaccesibilidad”. Toda vez que había conocido mujer, decidió casarse, poseer un alma femenina, algo que nunca pertenece a ningún hombre por entero. Había entendido que una mujer es un lugar donde un hombre se queda a vivir, pero se equivocó en la elección: se quedó en Sidonia para su mal. Pasaron años y tuvieron hijos, pero dejaron de ser marido y mujer y se hicieron enemigos. 

Por fin, dice el narrador, al abuelo Mateo le llegó la muerte como una noche fresca: “Sobrevino cuando estaba solo. […] su conciencia se desprendió del cuerpo y ascendió por una espiral luminosa mediante el cuerpo inmaterial que ahora poseía”.

Tomado de https://morfemacero.com/