La edición Conard, publicada en 1923, en vida de la sobrina de Flaubert, fue complementada en 1951 por un suplemento coordinado por René Dumesnil, Jean Pommier y Claude Digeon, que incluye cartas que no estaban en la edición de la segunda década del siglo pasado. Entre ellas, destacan:
A su padre, noviembre de 1842: «Adiós, mi viejo padre. Te abrazo y te amo. Tu ardiente».
A su madre, durante su viaje a Egipto, Esneh, 8 de marzo de 1850, una descripción: «Ayer pasamos frente a Tebas. Las montañas en el crepúsculo eran índigo, las palmeras negras como la tinta, el cielo rojo y el Nilo parecía un lago de acero».
A Louise Colet, su amante (quien escribió un poema en contra de Musset, que había sido también su amante y que haría lo mismo con Flaubert, una vez que se terminó la relación), 10 de enero de 1854: «¿Por qué insultar a Musset? ¿Qué te ha hecho? Seamos indulgentes, guardemos nuestras faltas para nosotros. ¿Por qué quieres devolverle un mal más grande del que te hizo?».
A Turguéniev, después de haber leído su libro Escenas de la vida rusa, 16 de marzo de 1863: «De la misma manera que cuando leí Don Quijote quería galopar sobre una ruta blanca de polvo y comer aceitunas y cebollas crudas a la sombra de un peñasco, sus Escenas de la vida rusa me dieron ganas de ir en «télègue» –carreta campesina– en medio de campos cubiertos de nieve, escuchando aullar a los lobos».
Ahora regresemos al orden cronológico de la edición Conard para ver las últimas cartas de Gustave Flaubert.
A Madame Huisson, 16 de agosto de 1877: «Mi vida es una llanura continua. En cuanto a las mujeres… ¡nada! Me contento con soñar».
A Edmond Laporte, 18 de abril de 1878: «El sábado el buen Turguéniev venderá sus cuadros» (por un desastre financiero).
A Turguéniev, 10 de julio de 1878: «Zola compró una casa de campo» (en Médan, donde a partir de ese momento se reunió con jóvenes discípulos como Maupassant y Huysmans, dando lugar a «las tardes de Médan», de las que surgió un libro con el mismo título).
A Madame Brainne, 15 de agosto de 1878: «Hay días como hoy donde me hundo en una melancolía negra. Además, la pobreza me molesta. Los «affaires» no remontan».
A Guy de Maupassant, 14 de noviembre de 1878: «Tengamos filosofía, a falta de dinero».
A Turguéniev, 30 de enero de 1879: «¿Supo que me torcí la pata cinco minutos después de haber leído su carta donde me recomendaba caminar? ¿No es gracioso? Tengo para dos meses».
A Madame Brainne, 11 de agosto de 1879: «Lo que me ha sostenido en todas las tempestades ha sido el orgullo, mi autoestima».
A Madame Roger des Genettes, 14 de agosto de 1879: «Estoy embrutecido. No sé si tendré la fuerza para continuar… ¡Felices quienes nacieron sin el deseo de la perfección. Esta cualidad lúgubre envenena la vida».
A Maxime du Camp (su gran amigo, con el que inició la vida literaria), 13 de noviembre de 1879: «Los golpes de amargura me han sido distribuidos con largueza y he envejecido considerablemente. No obstante, continúo mi vergüenza, furiosamente. En un año espero publicar este pesado libraco». (Bouvard y Pécuchet).
A Turguéniev: «Los tres volúmenes de Guerra y Paz me dan miedo. Tres volúmenes son muchos porque me alejan de mi trabajo. No importa, los leeré».
A Maxime du Camp, 27 de febrero de 1880: «Te agradezco me hayas anunciado tu nominación (a la Academia Francesa). ¿Te acuerdas que nos hicimos ese propósito, en Croisset, tú, yo y Bouilhet? Fue nuestra recepción mutua a la Academia Francesa».
A su sobrina Carolina, 18 de abril de 1880: «Zola, Céard, Huysmans, Hennique, Alexis y mi discípulo (Maupassant) me han enviado Las tardes de Médan, con una dedicatoria colectiva muy amable».
A Guy de Maupassant, 25 de abril de 1880: «Tienes razón en amarme, porque tu viejo te quiere. Me gustó tu libro. Lo que me gusta más es que no hay poses, ni parnasiano ni realista (o impresionista o naturalista). Tu dedicación ha removido en mí un mundo de recuerdos: tu tío Alfredo (Alfred le Poittevin), tu abuela, tu madre. El buen hombre, durante un rato, tuvo el corazón grande y la lágrima en los párpados».
8 de mayo de 1880: «¡Ocho ediciones de Las tardes de Médan! Tres cuentos apenas lleva tres. Me voy a poner celoso».
Ésta fue la última carta escrita por Gustave Flaubert. El 9 de mayo de 1880 murió de una apoplejía. Guy de Maupassant, junto con otros amigos, preparó el cuerpo. Ese día Zola escribió a Henri Céard: «¡Ay, amigo mío! más valdría que nos fuéramos todos. Decididamente, sólo hay tristeza y no merece la pena vivir». Turguéniev le escribió a Caroline: «La muerte de su tío ha sido uno de los mayores disgustos que he tenido en la vida. No puedo acostumbrarme a la idea de que no le volveré a ver más».
Al cortejo fúnebre asistieron 300 personas. Cuando bajaron el ataúd a la fosa, el ataúd del gigante –por la gran estatura de Flaubert– no cabía en el hoyo. Tuvieron que esforzarse los sepultureros, nos dice Lottman, el biógrafo. Yo creo que le hubiera encantado ese detalle a Flaubert, que pensaba que todos eran unos idiotas.
El elogio fúnebre le tocó a Edmond de Gouncourt, quien dijo: «Después de nuestro gran Balzac, padre y madre de todos nosotros, Flaubert ha sido el inventor de una realidad, quizá tan intensa como la de su precursor e, incontestablemente, de una realidad más artística«.
Así terminamos este repaso por los once tomos de la correspondencia de Flaubert en la edición Conard, de 1926, de la que hemos traducido los fragmentos a mi juicio más significativos. Agradezco la hospitalidad de Morfemacero y la complicidad de los lectores. Seguiremos con el análisis de algunas de sus obras y con el libro El idiota de la familia, que Jean Paul Sartre escribió sobre Flaubert.
La edición Conard, publicada en 1923, en vida de la sobrina de Flaubert, fue complementada en 1951 por un suplemento coordinado por René Dumesnil, Jean Pommier y Claude Digeon, que incluye cartas que no estaban en la edición de la segunda década del siglo pasado. Entre ellas, destacan:
A su padre, noviembre de 1842: «Adiós, mi viejo padre. Te abrazo y te amo. Tu ardiente».
A su madre, durante su viaje a Egipto, Esneh, 8 de marzo de 1850, una descripción: «Ayer pasamos frente a Tebas. Las montañas en el crepúsculo eran índigo, las palmeras negras como la tinta, el cielo rojo y el Nilo parecía un lago de acero».
A Louise Colet, su amante (quien escribió un poema en contra de Musset, que había sido también su amante y que haría lo mismo con Flaubert, una vez que se terminó la relación), 10 de enero de 1854: «¿Por qué insultar a Musset? ¿Qué te ha hecho? Seamos indulgentes, guardemos nuestras faltas para nosotros. ¿Por qué quieres devolverle un mal más grande del que te hizo?».
A Turguéniev, después de haber leído su libro Escenas de la vida rusa, 16 de marzo de 1863: «De la misma manera que cuando leí Don Quijote quería galopar sobre una ruta blanca de polvo y comer aceitunas y cebollas crudas a la sombra de un peñasco, sus Escenas de la vida rusa me dieron ganas de ir en «télègue» –carreta campesina– en medio de campos cubiertos de nieve, escuchando aullar a los lobos».
Ahora regresemos al orden cronológico de la edición Conard para ver las últimas cartas de Gustave Flaubert.
A Madame Huisson, 16 de agosto de 1877: «Mi vida es una llanura continua. En cuanto a las mujeres… ¡nada! Me contento con soñar».
A Edmond Laporte, 18 de abril de 1878: «El sábado el buen Turguéniev venderá sus cuadros» (por un desastre financiero).
A Turguéniev, 10 de julio de 1878: «Zola compró una casa de campo» (en Médan, donde a partir de ese momento se reunió con jóvenes discípulos como Maupassant y Huysmans, dando lugar a «las tardes de Médan», de las que surgió un libro con el mismo título).
A Madame Brainne, 15 de agosto de 1878: «Hay días como hoy donde me hundo en una melancolía negra. Además, la pobreza me molesta. Los «affaires» no remontan».
A Guy de Maupassant, 14 de noviembre de 1878: «Tengamos filosofía, a falta de dinero».
A Turguéniev, 30 de enero de 1879: «¿Supo que me torcí la pata cinco minutos después de haber leído su carta donde me recomendaba caminar? ¿No es gracioso? Tengo para dos meses».
A Madame Brainne, 11 de agosto de 1879: «Lo que me ha sostenido en todas las tempestades ha sido el orgullo, mi autoestima».
A Madame Roger des Genettes, 14 de agosto de 1879: «Estoy embrutecido. No sé si tendré la fuerza para continuar… ¡Felices quienes nacieron sin el deseo de la perfección. Esta cualidad lúgubre envenena la vida».
A Maxime du Camp (su gran amigo, con el que inició la vida literaria), 13 de noviembre de 1879: «Los golpes de amargura me han sido distribuidos con largueza y he envejecido considerablemente. No obstante, continúo mi vergüenza, furiosamente. En un año espero publicar este pesado libraco». (Bouvard y Pécuchet).
A Turguéniev: «Los tres volúmenes de Guerra y Paz me dan miedo. Tres volúmenes son muchos porque me alejan de mi trabajo. No importa, los leeré».
A Maxime du Camp, 27 de febrero de 1880: «Te agradezco me hayas anunciado tu nominación (a la Academia Francesa). ¿Te acuerdas que nos hicimos ese propósito, en Croisset, tú, yo y Bouilhet? Fue nuestra recepción mutua a la Academia Francesa».
A su sobrina Carolina, 18 de abril de 1880: «Zola, Céard, Huysmans, Hennique, Alexis y mi discípulo (Maupassant) me han enviado Las tardes de Médan, con una dedicatoria colectiva muy amable».
A Guy de Maupassant, 25 de abril de 1880: «Tienes razón en amarme, porque tu viejo te quiere. Me gustó tu libro. Lo que me gusta más es que no hay poses, ni parnasiano ni realista (o impresionista o naturalista). Tu dedicación ha removido en mí un mundo de recuerdos: tu tío Alfredo (Alfred le Poittevin), tu abuela, tu madre. El buen hombre, durante un rato, tuvo el corazón grande y la lágrima en los párpados».
8 de mayo de 1880: «¡Ocho ediciones de Las tardes de Médan! Tres cuentos apenas lleva tres. Me voy a poner celoso».
Ésta fue la última carta escrita por Gustave Flaubert. El 9 de mayo de 1880 murió de una apoplejía. Guy de Maupassant, junto con otros amigos, preparó el cuerpo. Ese día Zola escribió a Henri Céard: «¡Ay, amigo mío! más valdría que nos fuéramos todos. Decididamente, sólo hay tristeza y no merece la pena vivir». Turguéniev le escribió a Caroline: «La muerte de su tío ha sido uno de los mayores disgustos que he tenido en la vida. No puedo acostumbrarme a la idea de que no le volveré a ver más».
Al cortejo fúnebre asistieron 300 personas. Cuando bajaron el ataúd a la fosa, el ataúd del gigante –por la gran estatura de Flaubert– no cabía en el hoyo. Tuvieron que esforzarse los sepultureros, nos dice Lottman, el biógrafo. Yo creo que le hubiera encantado ese detalle a Flaubert, que pensaba que todos eran unos idiotas.
El elogio fúnebre le tocó a Edmond de Gouncourt, quien dijo: «Después de nuestro gran Balzac, padre y madre de todos nosotros, Flaubert ha sido el inventor de una realidad, quizá tan intensa como la de su precursor e, incontestablemente, de una realidad más artística«.
Así terminamos este repaso por los once tomos de la correspondencia de Flaubert en la edición Conard, de 1926, de la que hemos traducido los fragmentos a mi juicio más significativos. Agradezco la hospitalidad de Morfemacero y la complicidad de los lectores. Seguiremos con el análisis de algunas de sus obras y con el libro El idiota de la familia, que Jean Paul Sartre escribió sobre Flaubert.
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