Tres Genghis

Tres Genghis

“No lo destruye quemándolo, como Mizoguchi. Le sucede algo peor. El monasterio desaparece y al final, como Chuang-Tzu, no sabrá si el pabellón de oro y lo que en él vivió fue sólo un sueño”....Tomado de https://morfemacero.com/

El laberinto del mundo

Por José Antonio Lugo

I. Genghi Monogatari, de Murasaki Shikibu

Marguerite Yourcenar la llamó «el Marcel Proust del Japón Feudal». Novela extraordinaria, que cuenta los amores del príncipe Genghi, contiene, en palabras también de la escritora francesa, todos los sentimientos humanos. Ese mismo argumento lo empleó Harold Bloom al hablar de Shakespeare, en su libro Shakespeare: la invención de lo humano. La diferencia es que el gran autor inglés escribió sus principales obras en los primeros años del siglo XVII, mientras que Murasaki Shikibu escribió Genghi Monogatari en el año 1000.

            La novela no tiene final; no sabemos cuál pudo ser el fín del príncipe.

II. «El último amor del príncipe Genghi» de Marguerite Yourcenar

En 1936, la autora francesa, primera mujer en ser aceptada en la Academia Francesa fundada por el cardenal Richelieu, publicó Cuentos orientales, un ramillete de relatos excepcionales. Destaca «De cómo se salvó Wang-Fo», que describe cómo el anciano pintor y su discípulo Ling desaparecen en el cuadro que el viejo pintor acababa de terminar.

            Sobresale también «El último amor del príncipe Genghi», en el que Yourcenar imagina el final del príncipe; es decir, el final de la novela de Murasaki Shikibu. Una de sus amantes, «la-Dama-del-pueblo-de-las-flores-que caen», se disfraza de mil maneras para amar al viejo príncipe, con la esperanza de que él recuerde que fue su amante en el pasado. Para su desgracia, el príncipe Genghi recuerda a muchos de esos cuerpos y esas almas, pero no a ella:

            «Chuyo, a quien yo hubiera deseado encontrar antes en mi vida, aunque también sea justo reservar alguna fruta para finales del otoño…

            Embriagado de tristeza, dejó caer su cabeza en la dura almohada. La Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen se inclinó sobre él y murmuró temblorosa:

            –¿Y no había en tu palacio otra mujer, cuyo nombre no has pronunciado? ¿No era acaso dulce? ¿No se llamaba la Dama-del-pueblo-de-las-flores-que-caen? Ay, recuerda…

            Pero las facciones del príncipe habían adquirido ya esa serenidad reservada tan sólo a los muertos».

III. La novela de Lázló Krasznahorkai

Krasznahorkai es un escritor húngaro que parece será el heredero de Adam Bodor y de Sándor Márai. Nació en 1954 y todavía vive. Sus libros están publicados por la editorial Acantilado –una garantía– y estoy empezando a leerlos con avidez.

            En su novela Al Norte la Montaña, al Sur el Lago, al Oeste el Camino, al Este el Río nos relata cómo el nieto del príncipe Genghi –imposible nombrarlo de ese modo sin referirse a la novela de Murasaki Shikibu y, quizás, al cuento de Marguerite Yourcenar– visita el templo, el pabellón de oro. Aquí abro un paréntesis.

IV. El pabellón de oro, de Yukio Mishima

Es una de las novelas más interesantes del novelista japonés, porque no es una exploración personal —Confesiones de una máscara–; ni una historia erótica —Sed de amor— ni una exploración de la reencarnación –su tetralogía El mar de la fertilidad–, sino la tortura que un hombre, Mizoguchi –invadido por la fealdad en su cuerpo físico y en su alma– afronta ante la belleza del pabellón dorado, belleza que no puede soportar, por lo que procede a quemar el templo, de la misma manera que Eróstrato terminó enviando a las llamas a la biblioteca de Alejandría: «Mis manos mojadas tenían un leve temblor y las cerillas estaban húmedas. La primera no se encendió; la segunda se partió. Lo conseguí a la tercera, y la llama, que yo protegía con la mano, fue a través de los intersticios de mis dedos a lanzar destellos en la sala. (…) Como una inspiración repentina, me atravesó el deseo de morir envuelto en llamas». Sin embargo, Mizoguchi logró salir y atestiguar que del pabellón de oro sólo quedaron cenizas.

V El nieto del príncipe Genghi

La novela de Krasznahoraki es una larguísima decripción de cómo se construyó el templo y de cómo se organizan sus habitaciones. El nieto del príncipe Genghi se escapa de la gente que lo rodea, visita el templo, entra a la habitación del superior y encuentra unas botellas de whisky y un libro de matemáticas enloquecido, en el que el autor, un matematico inglés, intenta demostrar la imposibilidad del infinito. Son miles de páginas llenas de números. El nieto lee el libro, sale de la habitación, se queda dormido y abandona el templo, llevando siempre en la mano su pañuelo blanco de seda, pieza exquisita que lo vincula con la realidad.

            Curiosamente, se dirige a la estación de tren, lo que quiere decir que no puede ser, en términos estrictos, el nieto de Genghi, que vivió antes del año 1000 cuando escribió Shikibu su novela. Ahora bien… ¿qué es el tiempo?, ¿qué es la realidad?

            Decide regresar y ver el monasterio por última vez: «Llegó al punto donde deberían haber encontrado el muro del monasterio y el puente. Ni muro ni puente. Casas diminutas, vallas bajas, tejados planos. El nieto del príncipe Genghi dobó con cuatro pliegues el pañuelo blanco de seda que siempre llevaba en la mano y lo introdujo en el bolsillo secreto del kimono. Miró el lugar por el que había pasado. Buscaba el muro, el puente, la puerta, el monasterio. Miró arriba atentamente. Supuso que alguna pequeña señal le revelaría algo. Pero en vano: allí no había nada».

VI. Tres Genghis y varios pabellones

El príncipe Genghi fue un hombre que se perdía en las mujeres al amarlas. Era un hombre gentil, refinado, que apreciaba como piezas exquisitas a las distintas flores de su jardín. Yourcenar imagina su final en brazos de la mujer que más lo amó, a quien él no supo reconocer. Kraskanaskoi recupera la figura del príncipe a través de su nombre –aunque el nieto del príncipe Genghi es un personaje asexuado cuya única amante es la belleza representada en el templo–. No lo destruye quemándolo, como Mizoguchi. Le sucede algo peor. El monasterio desaparece y al final, como Chuang-Tzu, no sabrá si el pabellón de oro y lo que en él vivió fue sólo un sueño.

Tomado de https://morfemacero.com/