Me apasiona todo lo que tenga que ver con la Academia. También me enorgullece ser parte de la selecta cofradía de amantes de la historia quienes, fieles a la vocación, dedicamos años y esfuerzos al sueño de ocupar un cubículo de investigador.
Para los de mi condición no hay mayor deleite que llegar a las aulas y maravillarse con la novedad contenida en ellas: desde el pupitre, almacenar con gozo el conocimiento, cuanto más, mejor; en el lugar de docentes, comprobar nuestra capacidad de transmitir, el respeto por lo que se imparte y la enorme responsabilidad que implica la siembra de verdad en los alumnos.
Recuerdo de manera especial una de las aulas la de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la dedicada a la poetisa Alaíde Foppa. Nacida en Barcelona, de nacionalidad guatemalteca y corazón mexicano, la además escritora y feminista, ha marcado mi formación como pocos. Supe de su trayectoria a partir de nuestro primer encuentro. Yo entraba a una clase de filosofía, ella me brindaba la bienvenida, haciéndose presente en el escrito de metal que custodiaba la puerta. Ignorante e intrigada por el origen de su apellido, me di a la tarea de investigarla y leerla. Fue así como me convertí en su admiradora.
La traigo a la memoria por varias cuestiones. Primero, por su integridad como profesora. Consistente con su feminismo, lo predicó al ocupar la primera cátedra de sociología de la mujer en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM, el precedente de toda especialización sobre la mujer en Latinoamérica e inspiración y cuna de tantas militantes. Segundo, por su urgencia por difundir y responsabilizar a más, con la creación y producción del Foro de la Mujer en Radio Universidad (1972) y la Revista Fem (1976), decisivos para la apertura de espacios para visibilizar las desigualdades de la sociedad mexicana y el tema feminista, discutiendo la violencia de género en el marco de lo público y no de lo privado. Tercero y necesario, para honrarla en su lugar de víctima. Exiliada y carcomida por los dolores de su patria, Guatemala, en 1980 Foppa sufrió la desgracia de un duelo doble: su hijo asesinado en plena militancia y la fatal muerte de su esposo que, al enterarse de la noticia, salió a la calle perturbado y fue atropellado. En ese mismo año, como muchos de sus compatriotas, Alaíde desapareció en Guatemala. Había vuelto a su país para luchar por los derechos de las mujeres y apoyar a la guerrilla.
Pocos tributos son tan acertados como el reconocimiento de Alaíde Foppa en la Facultad de Filosofía y Letras. Aunque a veces es ingrata y frustrante, la cátedra y las autoridades son justas al distinguir a quienes hacen buen uso de ella. Quizá es por lo mismo que a muchos nos resulta tan ofensiva la defensa y el trato preferencial que se le ha brindado a Pedro Salmerón. El acoso es injustificable, venga en la presentación que venga, pero más indignante aún, es que su accionar se aproveche del magisterio para operar con impunidad.
El estudio de la historia -en cualquiera de sus vertientes y especialmente en los niveles de licenciatura y posgrado- no es un camino fácil. Por ser una disciplina abierta a la interpretación, la historia es una profesión demandante que se potencia y despliega con la discusión. Exige horas y horas de lecturas y búsquedas, de análisis profundo, también de investigaciones en las que los alumnos sienten perder el rumbo, a no ser por la liberadora guía sus asesores de tesis, tutores, y profesores.
Siendo alumna, entregué mi confianza y esperanza a esas almas salvadoras de textos y caminos. Por ellos no siento más que gratitud y un cariño filial y respetuoso. A fin de cuentas, me formé a partir de sus saberes. Fue tanto lo que recibí de mis maestros y tan feliz mi experiencia como estudiante, que me cuesta imaginar, e incluso comprender la indefensión y desengaño de tantas compañeras qué, para recibirse, o ser aceptadas en una maestría o doctorado, tienen que enfrentarse a un catedrático acosador. Puedo sentir el infierno, también la normalización, el silencio, el dilema interno. Los dobles besos incómodos y las llamadas a cubículo a deshoras. Ya no más.
No basta sumarnos a la denuncia de #UnAcosadorNoDebeSerEmbajador, exijamos más conciencia y atención a las instituciones. Además de hacerlo por las víctimas, lo haremos por la construcción de nuestro país. El magisterio forma conciencias y futuros. Es nuestro deber protegerlo.
Historiadora de arte
Linda Atach Zaga es historiadora de arte, artista y curadora mexicana. Desde 2010 es directora del Departamento de Exposiciones Temporales del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México.
Tomado de https://www.eleconomista.com.mx/
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