Días después del huracán, el número de muertos había aumentado a 39. Los residentes de Acapulco andaban entre los escombros y buscaban provisiones. Otros trataban de encontrar a sus seres queridos. Muchos dijeron que el gobierno no hacía lo suficiente.
A los turistas los sacaban en autobuses de Acapulco para socorrerlos en puntos tan lejanos como la capital de México. Pero miles de habitantes se quedaron a lidiar con el caos y la destrucción del huracán Otis, que convirtió su paraíso en un terreno desolado.
El sábado, a tres días de que la tormenta categoría 5 tocara tierra en México, los vecinos recorrían calles cubiertas de vidrio roto, árboles desgajados y postes caídos. Por todo Acapulco la gente buscaba agua y alimento en tiendas saqueadas. Otros se valían de los radioaficionados para intentar ubicar a sus seres queridos. Y muchos imploraban a los líderes mexicanos que abastecieran la zona con recursos básicos.
“El gobierno no está ayudando”, dijo Roberto Alvarado, de 45 años, luego de discutir con un sargento del ejército que solo entregó una caja de alimentos y cuatro botellas de agua para cada hogar.
Alvarado afirmó que ni de lejos era suficiente en medio del nivel de desesperación que había llevado a la gente de la ciudad a saquear supermercados y tiendas de víveres.
“Saquean porque quieren comer”, dijo. “Ni una tienda está abierta para comprar, ni una tortillería”.
Otis, el huracán más poderoso del que haya registro en la costa mexicana del Pacífico, desató horas de horror, sorprendió a meteorólogos y funcionarios públicos con su intensidad, dejó a la ciudad prácticamente aislada del mundo exterior y mató al menos a 39 personas, entre ellos 29 hombres y 10 mujeres, según declaraciones de funcionarios mexicanos el sábado.
La cantidad de desaparecidos aumentó a 10, según Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana. Los habitantes de la zona anticipaban que el saldo de fallecidos sea mayor.
Quienes sobrevivieron a la tormenta —antes del huracán, unas 850.000 personas llamaban hogar a la ciudad de Acapulco, en el estado de Guerrero— se preguntaban cuánto tardaría su gobierno en brindar recursos básicos, por no hablar de reconstrucción. Otros se cuestionaban si se hubieran podido tomar precauciones para evitar la destrucción generalizada.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, quien estuvo fugazmente en el lugar, ha prometido a la nación una respuesta efectiva al huracán. Alrededor de 10.000 elementos de las fuerzas armadas fueron desplegados en la zona y el viernes se vio a algunos de ellos paleando escombros en las calles y marchando en la costanera principal, en una muestra abierta de la respuesta gubernamental.
El jueves, empezaron a aterrizar aeronaves del ejército con agua y comida en una base de la fuerza aérea, los cuales rodaban hacia un hangar dañado por la tormenta. Camiones con elementos del ejército y la Guardia Nacional recorrían barrios para distribuir ayuda casa por casa; los oficiales dijeron que estaban racionando los suministros.
Al viernes por la tarde, el ejército había recibido más de 7600 cajas de comida y más de 11.000 litros de agua en la base aérea de Acapulco, y más estaba en camino, según la subteniente Karina Sánchez del ejército mexicano.
Un funcionario de protección civil dijo que había trasladado en autobús a más de 140 turistas de Acapulco a la ciudad de Chilpancingo, a casi 100 kilómetros al norte, y a Ciudad de México, la capital del país, a la que se suele llegar en cinco horas. Pero las carreteras estaban atestadas de vehículos y la travesía posiblemente demoró mucho más.
“No esperábamos que fuera de tal magnitud el huracán”, dijo Sánchez en una entrevista desde el hangar militar el viernes.
Los modelos de predicción no advirtieron que la tormenta tropical se intensificaría a ese grado de huracán en menos de 24 horas, con vientos de más de 260 kilómetros por hora que cortaron la electricidad y las comunicaciones en gran parte de Acapulco. Los apagones persistían días después de que el ciclón tocó tierra.
“Las líneas están caídas” comentó Sánchez. “pero pues aun así la ayuda ya se está haciendo llegar a la población”.
La dimensión de la destrucción era abrumadora. Un análisis preliminar de Moody’s Analytics encontró que el costo del huracán Otis podría ser comparable al del huracán Wilma, otro huracán categoría 5 que hace 18 años impactó la costa caribeña de México. Las pérdidas aseguradas de dicha tormenta ascendieron a 2700 millones de dólares (de 2005), según cifras oficiales.
Evelyn Salgado Pineda, la gobernadora del estado de Guerrero, informó que el 80 por ciento de los hoteles de Acapulco habían sido afectados por el huracán, y algunos de ellos perdieron todas sus paredes.
En general, el sector económico de la ciudad tendrá dificultades para recuperarse, comentó Héctor Tejada Shaar, presidente de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo. “Lamentablemente pudiera haber el caso de que muchos comercios ya no puedan abrir las puertas por falta de recursos económicos”, dijo Tejada Shaar.
Sin embargo, los habitantes estaban enfocados en cubrir las necesidades más esenciales y hacían esfuerzos por conseguir víveres. López Obrador reconoció la mañana del viernes que muchos negocios de la zona habían sido saqueados.
Sheila Vanessa Andraca, de 24 años, y José Raúl Vargas, de 25, dijeron que habían viajado unos 18 kilómetros desde su comunidad, llamada Kilómetro 30, en Guerrero. Los deslaves bloqueaban el camino. Al menos una niña estaba desaparecida y otra, dijeron, había sido hallada muerta entre los escombros. Comentaron que la niña fallecida no podía ser contabilizada en la cifra oficial del gobierno debido a que las autoridades aún no visitaban su comunidad.
Una vez que las carreteras fueron parcialmente despejadas, se animaron a acercarse a Acapulco en busca de provisiones para sus familias. “Dije ‘bueno, vamos a ver si de casualidad están rematando las cosas’”, comentó Vargas, sosteniendo la única botella de agua que la pareja había estado racionando durante todo el día.
Pero cuando llegaron a un supermercado, ya no había nada.
“¿Y ahora adónde vamos a ir?”, dijo Andraca. “Es impactante ver a la gente en ese estado de saquear tantos víveres”.
Históricamente, México había recibido reconocimiento internacional por sus esfuerzos de recuperación de desastres y el fondo federal para atención a emergencias. Varios estudios encontraron que el fondo había ayudado a restaurar rápidamente los servicios de salud y a aliviar los obstáculos en la entrega de ayuda en casos de desastre.
Luego de que el huracán María azotó la costa noreste del Caribe en 2017, incluido Puerto Rico, México prestó ayuda a Estados Unidos, incluso cuando se recuperaba de sus propias catástrofes.
Pero López Obrador ha enfrentado críticas por modificar el fondo federal hace dos años en su impulso de concretar recortes presupuestarios en todo el gobierno federal. El presidente afirmó que funcionarios corruptos abusaban del fondo.
David Sislen, que trabaja con países de América Latina y el Caribe en estrategias de gestión de riesgos para el Banco Mundial, afirmó que una tarea para cualquier nación que se recupera de una tormenta de categoría 5 sería garantizar que los barrios empobrecidos con infraestructura obsoleta reciban la misma atención que “las zonas centrales más vistosas o elegantes de las ciudades”.
“Los pobres, los más vulnerables y excluidos son los que más sufren”, afirmó Sislen.
A largo plazo, las comunidades pueden tomar medidas para evitar daños como el corte de los sistemas de electricidad y comunicación ocurrido en Acapulco. Los municipios pueden garantizar que las principales infraestructuras eléctricas no se encuentren en zonas de inundación. Pueden invertir en postes telefónicos y de servicios públicos de concreto en lugar de postes de madera, y colocarlos bajo tierra. (Los postes en Acapulco son de concreto, pero al parecer no están bajo tierra).
Rubén Navarrete, un ingeniero que trabaja en una empresa de telecomunicaciones en Querétaro, ha estado trabajando con una red de emergencia de voluntarios radioaficionados para, entre otras cosas, ayudar a conectar a las personas con sus seres queridos afectados por el huracán Otis. El jueves, dijo, había llamado a una mujer en Estados Unidos para darle el mensaje de que su hija estaba a salvo en Acapulco.
“La señora se soltó en lágrimas de la emoción”, dijo Navarrete. “No había tenido ninguna comunicación, estaba aterrada de qué pasaba con su hija”.
Muchos de los que seguían en Acapulco después de la tormenta acudieron en masa a una parroquia convertida en refugio en el fraccionamiento Costa Azul. Al interior, unas 70 personas dormitaban el viernes, en sleeping bags sobre las bancas, oraban en silencio o discutían nerviosamente lo que harían después.
Martha García, de 63 años, dijo que su esposo, Abel Sánchez, de 70, fue dado de alta del hospital el martes luego de contraer neumonía hace tres meses. Luego, la mañana del miércoles, el huracán prácticamente arrasó con Acapulco.
“Como que nos viene siguiendo la desgracia”, dijo.
García había ido al albergue con la esperanza de que alguien le ayudara a encontrar un tanque de oxígeno. Pero incluso conseguir comida había sido un gran problema, contó. En una tienda de conveniencia saqueada había hallado tortillas de harina y frijoles en lata.
“Es lo que hemos estado comiendo y le he estado dando a mi esposo”, dijo.
García dijo que no tiene planeado evacuar pronto, y agregó: “yo lo que necesito es conseguir oxígeno”.
Emiliano Rodríguez Mega reportó desde Acapulco, México, y Zolan Kanno-Youngs y Elda Cantú desde Ciudad de México. Simon Romero colaboró con la reportería desde Ciudad de México.
Emiliano Rodríguez Mega es investigador-reportero del Times radicado en Ciudad de México. Cubre México, Centroamérica y el Caribe. Más de Emiliano Rodríguez Mega
Zolan Kanno-Youngs es corresponsal en la Casa Blanca y cubre una serie de temas nacionales e internacionales en la Casa Blanca de Biden, incluyendo la seguridad nacional y el extremismo. Se incorporó al Times en 2019 como corresponsal de seguridad nacional. Más de Zolan Kanno-Youngs
Elda Cantú, editora radicada en Ciudad de México, escribe El Times, el boletín en español. Antes de unirse al Times en 2018 como editora adjunta de The New York Times en Español, vivía en Perú, donde editaba revistas. Es originaria de la ciudad fronteriza de Reynosa, México. Más de Elda Cantú
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