El experimento Broadbalk, activo en Reino Unido desde 1843, es el ensayo agrícola más antiguo del mundo. Se ha cultivado trigo de invierno continuamente durante 180 años.
- Suelo agrícola con potencial oculto.
- Fertilizantes bien gestionados = más carbono retenido.
- Nitrógeno + fósforo, combinación clave.
- Beneficios visibles tras décadas, no al instante.
- Microorganismos del suelo, protagonistas invisibles.
- Implicaciones reales para la agricultura climáticamente inteligente.
Un hallazgo inesperado en un experimento de 180 años
El experimento Broadbalk, en Rothamsted, Reino Unido, lleva casi dos siglos cultivando trigo ininterrumpidamente. Pero más allá del récord de longevidad agrícola, este campo se ha convertido en una fuente invaluable de datos sobre dinámicas del carbono en el suelo.
Investigadores de Zhejiang University, junto a científicos británicos, han descubierto que el uso prolongado de fertilizantes minerales puede mejorar de forma significativa la capacidad del suelo para almacenar carbono de forma duradera.
El análisis detallado de muestras tomadas a lo largo de generaciones ha revelado que las parcelas fertilizadas con nitrógeno y fósforo retienen hasta un 28 % más de carbono orgánico que aquellas que no reciben ningún tipo de fertilización. Un resultado que puede parecer contraintuitivo frente a la narrativa dominante sobre el uso de fertilizantes, pero que abre nuevas vías de reflexión.
¿Cómo influye cada nutriente en el carbono del suelo?
Los efectos de los fertilizantes no son homogéneos. El fósforo, por sí solo, acelera la actividad microbiana y la descomposición de materia orgánica. Esto genera un aumento de la biomasa microbiana, sí, pero también provoca que gran parte del carbono se libere como dióxido de carbono en lugar de estabilizarse en el suelo.
El nitrógeno, en cambio, actúa de otra manera. Aumenta la eficiencia con la que los microorganismos transforman restos vegetales en formas de carbono más persistentes, conocidas como carbono mineral asociado. Este tipo de carbono se adhiere a partículas del suelo y puede permanecer almacenado durante décadas o siglos.
Cuando ambos nutrientes se aplican juntos, se genera un efecto sinérgico: mejora del crecimiento vegetal, aumento del carbono lábil que los microbios pueden procesar y mayor conversión a formas estables. El resultado es una mayor retención de carbono a largo plazo.
Sin embargo, es importante matizar este hallazgo con una visión más completa. En el mismo experimento Broadbalk, las parcelas tratadas con fertilizantes orgánicos como estiércol han mostrado incrementos de carbono del suelo muy superiores a los logrados mediante fertilización sintética. En algunos casos, las diferencias son de varias veces más carbono acumulado. Además, el aporte de materia orgánica promueve una mayor biodiversidad microbiana y mejora otras propiedades del suelo, como la retención de agua o la estabilidad estructural.
Por otro lado, el uso de fertilizantes minerales también tiene costes ambientales relevantes. La producción de nitrógeno sintético conlleva una elevada huella de carbono, al depender de combustibles fósiles, y su aplicación intensiva se asocia a emisiones de óxido nitroso (N₂O), un gas con un potencial de calentamiento global 300 veces mayor que el CO₂.
Estudios realizados en Rothamsted y en otras regiones han documentado también la pérdida de biodiversidad del suelo en sistemas altamente fertilizados. Por ello, si bien estos insumos pueden contribuir a la acumulación de carbono bajo ciertas condiciones, su uso debe analizarse siempre dentro de un enfoque integrado y sostenible, que contemple tanto los beneficios como los impactos a largo plazo.
Más allá del experimento: ¿es un patrón global?
Los investigadores ampliaron su análisis a través de una meta-revisión de estudios internacionales. Revisaron datos de decenas de ensayos a largo plazo en distintas regiones del mundo. El patrón se repite: suelos fertilizados con nitrógeno y fósforo muestran aumentos medios de carbono del 21 % y 13 %, respectivamente. Es decir, los beneficios no son exclusivos del suelo británico.
Lo interesante es que este efecto no es inmediato. En muchos casos, los primeros años muestran ganancias modestas, incluso estancamiento. Pero con el tiempo —a partir de los 30 años de aplicación continua— los suelos comienzan a acumular carbono de forma más estable y sostenida. Un claro argumento a favor de la investigación de largo plazo, poco común en ciencia.
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Un cambio de paradigma en la gestión de nutrientes
Durante años, los fertilizantes han sido señalados como causantes de múltiples impactos ambientales: emisiones de óxidos de nitrógeno, contaminación de aguas, pérdida de biodiversidad microbiana. Todo eso sigue siendo cierto si se abusa de ellos o se aplican sin criterios ecológicos.
Sin embargo, este estudio propone una mirada más matizada. No se trata de defender el uso indiscriminado de fertilizantes minerales, sino de reconocer que, bien gestionados y en dosis adecuadas, pueden formar parte de una estrategia de agricultura regenerativa. Es decir, una agricultura que no solo produce alimentos, sino que también ayuda a frenar el cambio climático.
Hay proyectos que ya lo están aplicando. Por ejemplo, el programa europeo AgriCaptureCO2 trabaja con agricultores para optimizar el manejo de nutrientes y aumentar la captura de carbono en cultivos convencionales. En China, donde comenzó esta investigación, varias provincias están ensayando con modelos de fertilización de precisión que reducen el desperdicio y potencian los beneficios para el suelo.
Vía Rothamsted Research: Advancing Sustainable Agriculture
#Sonora #Expresion-Sonora.com Tomado de http://ecoinventos.com/
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