Todo lo que debes saber acerca del salario mínimo

Lo que se puede comprar con un salario mínimo ha aumentado sustancialmente en los últimos años y eso ha reavivado la controversia sobre qué tan positivo es elevar su nivel. El salario mínimo puede tener tanto consecuencias positivas como negativas para los trabajadores que lo reciben y para la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, algunos están convencidos de que genera desempleo, aumenta significativamente la informalidad o causa inflación. Otros aseguran que el salario mínimo puede ayudar a reducir la pobreza y la desigualdad o simplemente elevar el poder adquisitivo de los trabajadores con menores ingresos. Al final del día, lo que tenemos que saber es cuántas consecuencias positivas o negativas tiene el salario mínimo. Para ello, en este ensayo discuto la evolución del salario mínimo y su relación con la definición de pobreza, y después discuto cómo los economistas medimos el impacto de éste en la economía, así como algunas de esas mediciones.

La gráfica 1 muestra el salario mínimo diario ajustado por la inflación (con datos del Banco de México) desde 1969. En la década de los setenta, el salario mínimo podía comprar más cosas de las que puede comprar hoy. Sin embargo, eso cambió en las décadas de los ochenta y noventa. Por ejemplo, el salario mínimo de 1997 podía comprar poco más del 27% de lo que se podía conseguir con el de 1976: la caída de su poder adquisitivo fue brutal.

Además, las recurrentes crisis de los ochenta en nuestro país hicieron que el salario mínimo se asociara con la inflación y, por consiguiente, se le utilizó como herramienta para contenerla. De eso estaban convencidos quienes hacían política económica en esos años y, por lo tanto, hicieron que el salario mínimo aumentara de manera similar a la inflación, por lo que el valor de lo que podía comprar no cambió de forma sustancial (gráfica 1, años 1997-2012).

A finales de 2012 empieza una recuperación lenta del salario mínimo con la unificación de las zonas geográficas, pero recientemente aumentó de forma importante, por encima de la inflación. En particular, la Zona Libre de la Frontera Norte (ZLFN) ha tenido una recuperación mucho más marcada. En 2022 el salario mínimo en esa zona podía comprar aproximadamente lo mismo que en 1983 –y cerca de su nivel en 1970.

Recordemos que, de acuerdo con el artículo 123 de la Constitución política de México, “los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia en el orden material, social y cultural, y para proveer la educación obligatoria de los hijos”. Sin embargo, la caída del poder adquisitivo del salario mínimo en la década de los ochenta llevó, en la práctica, al incumplimiento de ese mandato.

Esto se puede ver en la gráfica 2, donde calculo el valor del salario mínimo al mes como porcentaje de lo que requiere una familia de cuatro integrantes (alrededor del promedio en el periodo) para que no sea considerada en situación de pobreza extrema en el sector urbano. En otras palabras, en esta gráfica se ve el porcentaje que cubre el salario mínimo de lo que una familia requiere mínimamente para el gasto en alimentación.

El valor bajo del salario mínimo a fines de los noventa y durante la primera década del siglo XXI es evidente: aunque dos miembros de la familia hubieran trabajado de tiempo completo por un salario mínimo (o bien que un miembro trabajara por dos salarios mínimos), eso no era suficiente para que la familia no estuviera en situación de pobreza extrema. Recientemente, sólo en la ZLFN el salario mínimo ha alcanzado lo mínimo para cubrir los gastos de alimentación.

A pesar de estos resultados, insuficientes para las familias de menos recursos, los aumentos recientes del salario mínimo han ocasionado una discusión sobre su rol en la inflación y en el crecimiento del empleo formal, entre otros temas. Para avanzar en la discusión, debemos considerar la evidencia que tenemos. Los economistas contrastamos a un grupo que sí fue afectado por el salario mínimo contra otro grupo que no fue afectado por él o que no fue afectado en la misma proporción. Siempre necesitamos contrastar un grupo contra otro, de otra manera es imposible saber lo que habría pasado sin esta política. Al respecto, en los últimos años me he dedicado (en conjunto con otros distinguidos colegas) a estudiar el impacto del salario mínimo en diferentes variables, aunque por el espacio de esta columna sólo escribiré sobre su impacto en la inflación y el empleo.

Para analizar el efecto en la inflación, podemos contrastar la ZLFN con el resto del país, pues ésta aumentó considerablemente su salario mínimo en 2019. No sólo hubo ese cambio, sino que la ZLFN también se benefició de menores impuestos. Resulta prácticamente imposible separar ambos y encontrar el efecto neto de cada uno en la inflación. Sin embargo, sí podemos hacer ciertos cálculos para ver qué tan grande podría ser la contribución del salario mínimo a ella. A partir de estudios previos, se puede argumentar que la reducción del 50% en la tasa del IVA llevaría a un decremento de la inflación en la ZLFN de entre 1.4 y 1.7 puntos porcentuales. En un estudio que hice con Gerardo Esquivel mostramos que la inflación se reduce en 1.8 puntos porcentuales en la ZLFN en comparación con ciudades muy similares. Así, el salario mínimo no es un factor decisivo en la subida de la inflación.*

Otra crítica común contra el salario mínimo es que ocasiona que haya menos empleo o que haya más trabajos informales. Si así fuera, deberíamos observar esas consecuencias en la ZLFN, donde se duplicó el salario mínimo en 2019. En otro estudio con diversos colegas contrastamos el empleo formal reportado en el IMSS y la tasa de informalidad reportada por el Inegi para la ZLFN y ciudades o entidades parecidas a ella. A pesar de que en la ZLFN había en 2018 cerca de 30% de trabajadores formales con un salario menor al mínimo implementado en 2019, no observamos una disminución sustancial en el empleo formal. Con todo, se podría pensar que quizá los patrones hayan engañado al IMSS, pero cuando analizamos los datos provistos por el Inegi, que se obtienen de preguntarle directamente a las personas sobre su empleo, los resultados fueron similares.

En un estudio más reciente, en coautoría con Gerardo Esquivel, analizamos a todos los trabajadores que estaban empleados formalmente y registrados en el IMSS en el tercer trimestre de 2018, antes del cambio del salario mínimo de 2019. Si es verdad que el salario mínimo causa desempleo, o bien que el nivel del salario mínimo es tan alto que afecta la recuperación del empleo tras la pandemia de covid, entonces deberíamos observar que esos mismos trabajadores se habrían quedado sin trabajo en la ZLFN en la misma proporción que en otros lugares. Por el contrario, los trabajadores en la ZLFN estaban empleados en la misma proporción que en otros lugares que no tuvieron un cambio tan drástico en el salario mínimo –incluso hasta el primer trimestre de 2021–. Esto no implica que cambios futuros en el salario mínimo tengan resultados similares, pues eso pueden depender del ciclo económico, del nivel anterior del salario mínimo y del nivel de impuestos. Sin embargo, en resumen, los cambios recientes en el salario mínimo no muestran resultados negativos en términos de inflación o empleo.

A pesar de estas buenas noticias, aún hay camino por recorrer. Primero, sería bueno que más estudiantes e investigadores de diversas ciencias sociales profundicen el análisis sobre el salario mínimo, pues los resultados que describí en este artículo no garantizan los mismos efectos en el futuro. A la vez, necesitamos entender mejor las implicaciones de un mayor salario mínimo en nuestras vidas fuera del ámbito laboral, por ejemplo, en términos educativos, de salud o de esparcimiento, por mencionar algunos.

Por último, aún cuando el salario mínimo tuviera consecuencias negativas, lo verdaderamente importante es determinar si esos costos contrarrestan los beneficios. No sólo eso, los beneficios probablemente están más focalizados (los trabajadores de bajos ingresos obtienen un salario mayor) mientras que los costos pueden estar más generalizados (mediante la inflación o la informalidad del empleo). Ese cálculo nos lleva a un terreno mucho más incierto porque cada uno de nosotros tiene una valoración distinta de los beneficios y los costos para la población. Por ejemplo, consideremos que el salario mínimo se duplica el día de hoy y supongamos que la inflación aumenta un punto porcentual: una persona puede considerar que los beneficios de ese cambio son mayores que los costos, pero otra persona puede pensar que los costos son tan altos como para evitar dicha política. Entonces, no sólo requerimos estudios que cuantifiquen los costos y beneficios de que el salario mínimo llegue al nivel que establece la Constitución, debemos participar democráticamente para hacer notar nuestra postura ante ellos.


*Aunque un reporte de Banco de México señala que el salario mínimo podría tener un impacto mayor en los precios.

Raymundo M. Campos Vázquez es profesor e investigador del Centro de Estudios Económicos en El Colegio de México y doctor en Economía por la Universidad de California en Berkeley. Twitter: @rmcamposvazquez; sitio web: http://cee.colmex.mx/raymundo-campos.

Tomado de https://gatopardo.com/