septiembre 11, 2025
«Solo se puede acceder a la realidad actual a través del fragmento»

«Solo se puede acceder a la realidad actual a través del fragmento»

Tomado de Ethic.es

Fotografía

Europa Press via Getty Images

¿Sueñan los androides con literatura? Enrique Vila-Matas parece responder a esta pregunta —parafraseando a Philip K. Dick y la historia en la que se basó Blade Runner— en Canon de cámara oscura, su nueva novela, donde la frontera entre lo humano y lo artificial se difumina en el siempre movedizo territorio de la creación literaria. Si en Historia abreviada de la literatura portátil Vila-Matas reinventaba el canon desde la ironía y la erudición, y en Bartleby y compañía exploraba la fascinación por el silencio y la negativa a escribir, en esta obra da un paso más allá: ahora es un androide, Vidal Escabia, quien asume la tarea de narrar y seleccionar los libros esenciales de su propio canon, tras el «Gran Apagón» que ha dejado a Barcelona sumida en la penumbra y ha dado vida a una legión de androides que se humanizan cada vez más. 


En el mundo de la literatura la idea del canon es una obsesión. Cada tanto salen listas en los medios de comunicación con los mejores libros: la academia produce más cánones que graduados. ¿Por qué cree que existe esta obsesión?

La primera pregunta que me hicieron cuando apareció el libro fue si estaba muy interesado en los cánones y dije: «No, para nada. No me interesan los cánones». Lo dije en el mismo sentido en el que respondió Juan Marsé cuando le preguntaron en la tertulia que teníamos los domingos si le parecía bien cómo se trataba la política en la ciudad. Él tomó la palabra para decir: «Aquí, en esta tertulia, estamos en contra de todo». Me pareció una respuesta ideal porque no hay que separar una cosa y otra. «De todo» y se acabó la cuestión. Yo pensé que siempre, en lo que había hecho, había optado por algo más tirando a los márgenes. Algo lejos del canon famosísimo del norteamericano Harold Bloom, que para mí era una especie de tontería grotesca y aburridísima, donde separaba a Shakespeare de los demás y obviaba a grandes escritores, en fin… Pensé que el libro estaba a favor de lo que no eran los cánones. Formaba parte, con coherencia, del mundo que he tratado de poner en pie en mis libros.

Este diario de 71 libros no sigue una cronología ni una jerarquía: ¿cómo equilibró usted la tensión entre el azar y la necesidad en la selección y el orden de los textos? ¿Qué papel juega el desorden en este libro?

Una palabra importante para mí fue el azar. Seleccioné o dije que había 71 libros en el cuarto oscuro del canon. Pero fui descubriendo los títulos de los libros a medida que iba escribiendo, y algunos eran sorprendentes. Tampoco me veía obligado a poner los libros que me gustaban a mí, porque estoy cargado de dudas siempre. Sé cuáles libros me interesan más que otros, pero no lo sentía como una declaración de principios mía, por lo tanto puse en el canon libros que realmente me gustaban y que formaban parte de lo que me tomaba en serio, pero sin la necesidad de incluir algunos cuya ausencia me dolería mucho. Al final solo hay 30 o 35 libros en el aire, porque si hubiera hecho el canon completo, el libro se hacía largo, y en él está todo muy concentrado, todo muy breve, muy intenso. Tenía el problema de que podía convertirse en algo infinito.

Un canon infinito sería casi la aniquilación del canon, ¿no?

El problema de las listas. Por eso acoté la narración a dos días donde resumo los 35 libros anteriores. A mí es que me hace gracia la manía de las listas. En realidad, en Navidad hay una lista, en Colombia hay una lista de los mejores libros del año, en España también. Las listas siempre son injustísimas. Son hechas por gente que no ha leído nada, ni el 1 % de los libros del año. Esto antes era un problema solo cuando llegaba el fin de año, ahora hay la lista del verano, la lista del verano pasado, la lista del primero de este mes. Aquí en España se justifica mucho esto de las listas. Yo lo veo justificado porque detrás está el fenómeno editorial de publicar continuamente libros. Así que cuando llegan las listas de un mes y del otro no hay que darles el menor crédito, tanto si aparece mi libro como si no. Así desdramatizaría toda esta congestión de listas que encantarían a Georges Perec, pero seguro que él se reiría de ellas.

«Las listas siempre son injustísimas»

En el libro hay una defensa del fragmento. Lo llama una grieta en el edificio totalizador del lenguaje. ¿Cuál es la fuerza del fragmento en la literatura?

Me parece que es importantísima, vamos, es la reivindicación del libro. El fragmento es lo que hace posible que se pueda seguir hablando de lo que sucede dentro de un mundo tan complejo, tan voluble y tan inaprensible. Creo que el fracaso de Robert Musil, que escribía día a día su gran libro, El hombre sin atributos, reside en que el libro se vuelve cada vez más complejo y debe dejar de escribirlo cuando ya tuvo demasiadas páginas. Ese fracaso anuncia lo que va a venir, que es la confusión absoluta del siglo en el que nos encontramos. Es evidentísimo que solo se puede acceder a la realidad actual, a lo que ocurre, a través del fragmento. Lo otro es intentar contar una historia que aborde todo entero, y ahí sí que no lo comprendo. Ya en esto se parecen todos los libros que son best sellers y que explican una historia como en los siglos XIX o XVIII, donde, con grandes artes, a veces se intentaba abordar todo el mundo en un solo libro. Eso hoy en día parece absolutamente idiota.

¿Y en su escritura qué representa el fragmento?

Es muy claro que el fragmento tiene mucha fuerza en lo que escribo. Hay un dato personal y es que disfruto muchísimo un libro como este –con 21 fragmentos– por la libertad que da comenzar cada fragmento, donde puedo decir en la primera frase lo que yo quiera. La literatura también es una lucha por poder decir lo que uno quiere decir, aunque no vaya a decirlo nunca.

En un momento el narrador androide dice que su maestro, que fue su antiguo dueño, es «uno de los pocos narradores valientes que ha tenido Barcelona», ¿qué es un narrador valiente para usted?

Esto procede, en parte, de lo que había leído acerca de que el escritor tiene que jugarse la vida como un torero ante el toro. Es decir, jugarse realmente la vida en lo que escribía. Esta era la tesis de Michel Leiris, que hace años que tengo en cuenta. Y también esa idea de valiente venía de la abundancia con que este adjetivo, en los primeros años del siglo, se aplicaba al amigo Roberto Bolaño. Me preguntaba yo: «Valiente, pero ¿en qué valiente?». Su valentía la conocía en lo personal, pero no tanto sobre el texto. Y bueno, esa valentía también la relacionaba con él, con aquellas frases de Bolaño que se han hecho tan famosas…

¿Cómo cuáles?

Como que el escritor es un gladiador que salta a la arena sabiendo que perderá, pero aun así salta a la arena. A mí me encanta y me sigue gustando mucho esa frase. También citaría unos versos del propio Bolaño en los que habla del desastre de su vida en Blanes y los rechazos de las editoriales a todos sus libros donde él dice: «Aquí escribiendo poesía en el país de los imbéciles, rechazos de todas las editoriales, pero con Lautaro, mi hijo, sentado sobre mis rodillas y en nada, pero escribiendo. Todo muy mal, pero escribiendo. Escribir sería, pues, la última posibilidad de supervivencia heroica de la tierra». Y sí, es verdad. Siempre he pensado en escribir un texto que se titularía ‘Pero escribiendo’. Todo lo que hay antes todos lo sabemos ya, pero igual escribiendo.

En ese «pero escribiendo» aparece la imagen o la figura del fracasista, que es un tema recurrente en sus libros. ¿Qué le atrae del fracaso en la literatura? 

Porque es inherente a la pasión por la literatura y al intento de transformar la literatura de nuestro tiempo, que prácticamente no está al alcance de casi nadie. El fracaso acompaña la práctica de la escritura. Es un poco cómico porque la primera vez que pensé en todo esto fue cuando una amiga, la catedrática Ivette Sánchez, venezolana, de origen alemán, me convocó a un congreso del fracaso en su universidad, en Suiza. Bueno, ahí quedé pensativo, parecía que me daba por fracasado tan pronto, ¿no? Pero por un motivo muy serio por el cual yo tenía que ir a otra ciudad europea por un premio, en el que daban dinero, pues antepuse esto al fracaso. Ella se molestó mucho por no acudir, pero la dificultad mayor fue encontrar a alguien de los amigos que quisieran ir a este congreso, todos se sentían aludidos.

«El fracaso acompaña la práctica de la escritura»

¿En algún momento se ha sentido un «fracasista»?

La palabra «fracasista» yo no la había oído hasta leer a Julio Ramón Ribeyro. Sus diarios, que son una maravilla, giran en torno al fracaso. Luego también me he dado cuenta de que se utiliza mucho la palabra fracaso en términos de periodistas deportivos: «¿usted cree que su equipo fracasará el domingo?». Y más cosas así por el estilo. A mí ni me altera ni me preocupa. Entiendo que intentara lo que intentara, fracasaría, aunque intentara algo mínimo. Por lo tanto, tengo la sensación de que si empecé queriendo transformar, a través de lo que iba escribiendo, la literatura de mi tiempo, pues ahora he de reconocer que me tengo que calmar porque veo que no lo alcanzaré. Y si lo alcanzara, me crearía un problema grandioso. Así que ha quedado todo en el aire.

«Se te ve muy mayordomizado por la literatura», le dicen al narrador, como si llevar encima demasiados libros fuera una forma de sumisión. ¿Siente que hay una pérdida de libertad —o quizás su exacto reverso— en esa vida ‘poseída’ por la lectura?

Sí, se oye decir eso: «Es que tú solo piensas en literatura». Pues no, ni mucho menos. Cuando pienso en literatura vivo por otro lado. Hay como tópicos, para atacar, que dicen: «Estás muy literaturizado y poco humanizado». Yo juego con la ironía porque mi narrador, si se humaniza, lo van a matar. A él le gustaría humanizarse más, pero no lo puede hacer porque sería capturado, abatido como un terrorista. Y son salidas que me invento a las posibles acusaciones que se dan en la vida real como: «No estás muy humanizado, estás todo el rato leyendo», como si se pudiera separar una cosa de la otra.

De hecho, Canon de cámara oscura es un libro con androides, aunque no trate del todo sobre androides. ¿Qué sintió al escribir en «la piel» de un robot?

Lo que más he destacado cuando ataco este punto del libro es que tuve la sensación, al ser un narrador androide con una doble mente, de experimentar una sensación no vivida hasta entonces: la de que podía en realidad decir lo que quisiera y pensar lo que quisiera.

Pero ¿no ha sido siempre libre como narrador?

Sí, pero en este caso, haber afirmado que era libre me permitió una experiencia propia: la de dar cuerda a las posibilidades que tenía la mente original del androide, que había sido fabricado en Estados Unidos. Al tener dos mentes, pensé que podría llegar a algo dentro de una investigación personal sobre el origen de la lengua de los androides. Por ejemplo, las frases que no parecían del todo mías, que quizás significaban otra cosa, que procedían de otro lugar me permitían averiguar de qué lenguaje procedía aquel androide que llegó a la Tierra y que comienza a humanizarse tras el apagón general de los androides en la ciudad de Barcelona.


Este contenido es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo’ y ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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