La caída del régimen sirio de Bashar al Assad ha sido un golpe serio para los intereses de posicionamiento de Moscú en el escenario de Oriente Medio. Aun cuando continúa la colaboración estrecha entre Irán y Rusia para reforzarse militarmente mediante el intercambio de armamento e información estratégica, Putin ha tenido que retirar personal y equipo militar de partes importantes de Siria. Las tropas rusas enviadas en septiembre de 2015 a afianzar al régimen de Assad en momentos críticos de la guerra civil que estalló en 2011 al calor de la Primavera Árabe, estuvieron durante los nueve años pasados desplegadas a lo largo y ancho del país. Incluso tuvieron presencia en Damasco y Alepo, pero ahora se han retirado, concentrándose en tres bases militares permanentes: el puerto de Tartús, la base de Khmeimim y Qamishli.
Sin embargo, Rusia ha intentado acomodarse a la nueva situación, aceptando que no hay marcha atrás, y ha conseguido coordinarse con el nuevo régimen rebelde para esa retirada parcial que deja a Moscú en una posición francamente disminuida. A fin de limitar las pérdidas, ha optado por cortejar al nuevo liderazgo sirio encabezado por el presidente de transición, Ahmed al Sharaa, dejando de calificar a los rebeldes como terroristas para denominarlos ahora como “las nuevas autoridades” y proponiendo que se invite a Siria a integrarse al foro BRICS+ en calidad de nación amigable. Y no es para menos, el colapso del régimen de Assad le ha generado a Rusia la pérdida de su mayor aliado en la zona y hoy busca la manera de aminorarla, en buena medida para mantener su imagen de potencia a nivel global y conservar su capacidad de maniobra en ese escenario en el que Estados Unidos expande su influencia cada vez más.
Además, quedan aún ciertas cartas a las que el gobierno de Putin puede recurrir a fin de no perder totalmente las grandes ventajas militares y geoestratégicas que le brindaba su relación con Assad. Rusia ha sido tradicionalmente el gran abastecedor de trigo de Siria y, desde las turbulencias que tumbaron a Assad, suspendió las entregas del cereal. Reanudar ese abasto es indispensable para el nuevo régimen, dada la crisis alimentaria que ha golpeado al país a causa de 14 años de cruenta guerra civil. También puede Moscú ofrecer apoyo en cuestiones energéticas relacionadas con el petróleo y sus derivados a cambio de no perder totalmente sus bases militares en territorio sirio que le han brindado tantas ventajas.
Es incierto cómo reaccionará en esta coyuntura el nuevo gobierno de transición sirio porque se enfrenta a una situación ambivalente. Por un lado, están elementos como los mencionados arriba, pero, por el otro, están frescas aún en la memoria las imágenes de los bombardeos rusos contra las fuerzas antiAssad. ¿Cómo justificar ante el pueblo sirio que a quienes ejercieron hace apenas unos meses esa violencia tan letal a fin de proteger a la dictadura de Assad ahora se les permita quedarse en suelo sirio maniobrando a placer? También opera, sin duda, en esta ecuación la pretensión del nuevo gobierno de ser apreciado como un régimen moderado capaz de conseguir legitimidad a ojos de Occidente. En ese contexto, sostener la relación con Rusia le sería contraproducente.
Si bien es posible que, mediante una negociación, el nexo Moscú-Siria consiga mantenerse aún vigente y Rusia logre conservar ciertas prerrogativas, todo indica que ha perdido una posición fundamental que le brindaba acceso al Mediterráneo oriental y le proporcionaba una base desde donde ampliar sus maniobras hacia regiones africanas. Putin está atrapado así en una situación cada vez más crítica, porque no sólo está en aprietos por su aventura en Ucrania, sino que, en un lapso relativamente corto, sus aliados en Oriente Medio han sufrido descalabros y alteraciones sustanciales que han intensificado su desgaste político y militar.
Tomado de https://www.excelsior.com.mx/rss.xml
Más historias
Jardine explica por qué América perdió el Clásico del Apertura 2025
EU refrenda su oro mundial en los 4x400m mixto
Dark Silueta se lesionó; perdió el Campeonato