La aprobación de su Reforma Fiscal permitirá a Donald Trump reducir impuestos a los más ricos; aplicar recortes masivos a la salud y al programa social de cupones para alimentos a los estadunidenses más pobres.
Además, contempla destinar un billón de dólares en acciones contra los migrantes y la protección de su frontera, con lo que se agudizará la persecución a los trabajadores mexicanos, que en las últimas semanas ya cobró la vida de un connacional y la detención de 100 más en los operativos contra granjas agrícolas.
Agricultores estadunidenses y representantes de otras actividades, como la ganadera, exigen detener los operativos contra los indocumentados, ya que dependen de la mano de obra latina, sobre todo de mexicanos, para sacar adelante sus cosechas, que deben ser cosechadas a mano y no por sistemas mecanizados.
A pesar de ello, Trump parece empeñado en gobernar, cual emperador, como lo calificara el presidente Brasileño, Luiz Inácio Lula Da Silva, y no como el mandatario de la primera potencia mundial, obligado a cumplir la ley y no imponer sus decretos y aranceles a capricho.
Como si se tratara de una renacida imagen del extravagante, déspota y cruel emperador romano, Calígula, Trump parece tener serios problemas de personalidad. Se niega a escuchar las voces de algunos de los miembros de su gabinete. Éste es el caso de la Secretaría de Agricultura, Brooke Rollins, a quien en el arranque de su gobierno, encargó la responsabilidad de defender la autosuficiencia alimentaria de Estados Unidos.
El problema del magnate es que prefiere escuchar al artífice de su política migratoria, Stephen Miller, obsesionado con el tema de la seguridad nacional y responsable de activar las redadas en el campo, que las observaciones de Rollins. También, ignora las señales enviadas por la realidad de los hechos y las cifras.
Si hay un sector sumamente vulnerable en el tema de la expulsión de migrantes es el de la agricultura. Esto es así por su impacto directo en la producción de alimentos y en la disponibilidad de mano de obra barata y calificada.
Las voces de alerta van en aumento, porque la falta de trabajadores migrantes podría llevar a una disminución de la producción; aumento de los precios de los alimentos; y daños a la economía agrícola en general.
Una deportación masiva conllevaría a una escasez de mano de obra nunca vista, pues una gran mayoría de los trabajadores son migrantes, tanto documentados como indocumentados; sobre todo, de origen mexicano.
Los agricultores estadunidenses saben que esta escasez incidiría en un aumento de los costos de producción, ya que deberán contratar a nuevos trabajadores con salarios más altos. Tal escenario implicaría que la seguridad alimentaria de Estados Unidos estuviera en riesgo, al tener que depender de eventuales importaciones.
Esto afectará los precios a los consumidores. Por eso, la insistencia de la Secretaría de Agricultura de los Estados Unidos. Quiere frenar a la brevedad las redadas, antes de que el modelo se vaya al traste. Éste ha funcionado por décadas.
El actual contexto debe servir para replantear un impulso al mercado nacional y al fortalecimiento de los sectores primarios –la agricultura y la ganadería– en nuestro país; de esta forma, garantizar la alimentación de la población. También, propicia un análisis objetivo sobre las supuestas ventajas que han traído tres décadas de tratados comerciales con nuestros socios comerciales del nortes; sobre todo, con Estados Unidos.
Desde la entrada del TLCAN, en el gobierno de Carlos Salinas, por ejemplo, el campo mexicano se convirtió en el mayor expulsor de mano de obra barata a Estados Unidos. Como cruel paradoja, mientras nuestro agro se iba a pique, el de nuestro vecino del norte se fortaleció por su política de subsidios. Además, comenzaron los millonarios ahorros de los jornaleros estadunidenses con la sobreoferta de trabajadores agrícolas mexicanos, contratados con salarios muy por debajo.
La desastrosa política agraria de los gobiernos neoliberales condujo a México a depender del exterior para alimentar a su población. A la fecha el maíz, que consumimos, viene en mayor grado de la Unión Americana. Esto agudizó la precariedad en las comunidades rurales, a raíz del desplazamiento forzado, debido a la violencia ejercida por grupos de la delincuencia organizada.
La venta a precio de remate de más de mil empresas públicas en los sexenios de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo terminó por hacer de nuestro país dependiente para su consumo interno. A esta situación, se suma el cierre de entidades del sector energético, como Luz y Fuerza del Centro, y el inducido debilitamiento de la CFE y Pemex. México quedó sometido a la importación de gasolina, gas, diesel, y en los sexenios panistas de la generación de energía eléctrica de trasnacionales como Iberdrola.
Se ha dicho hasta el cansancio que México es un país de innumerables riquezas y un enorme potencial económico. Sin embargo, para aprovecharlos, es necesario un rediseño de nuestra economía dirigido al fortalecimiento de nuestro mercado interno y externo. Hay que dejar de focalizar nuestra estrategia económica hacia un socio comercial que, en los hechos, ha reportado cuestionados beneficios al país.
Si Trump está empecinado en fabricar una letal bomba de tiempo. Dejará sin asistencia médica ni un pan que llevarse a la boca a por lo menos 10 millones de habitantes de su país. Y llevará a la ruina a la producción agrícola, al enviar a los trabajadores –quienes han hecho posible que los estadunidenses tengan alimentos suficientes en sus mesas– a centros de detención, como el llamado Alcatraz de los Caimanes.
México no se debe enganchar en esta desastrosa inercia que, tarde que temprano, pondrá de cabeza la primera potencia mundial.
Está claro que Trump-Calígula no quiere ni socios comerciales a nivel global. Ni tampoco tiene respeto a los tratados internacionales, porque está obsesionado en que el mundo entero le pague tributo.
Sin embargo, olvida que, por ejemplo, necesita del cobre para fortalecer su desarrollo industrial. Comete la peor tontería de grabar sus importaciones con aranceles del 50 por ciento y, por supuesto, pasa por alto que, para evitar la quiebra de su agricultura, necesita de la mano de obra de los migrantes mexicanos.
Como todo despótico y enloquecido emperador, el magnate-presidente conduce a su país a reducir su PIB de entre un 2.6 por ciento y un 6 por ciento, y a dejar de percibir más de 90 mil millones de dólares que, vía impuestos, recauda cada año de los indocumentados mexicanos.
Martín Esparza*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
Tomado de https://contralinea.com.mx/feed/
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