noviembre 11, 2025

Re-visionar: I’m thinking of ending things

Por Ro Jim Como parte de nuestro Menú del día, te recomendamos películas, series y documentales que puedes encontrar en plataformas de streaming curadas con los estándares de WARP. En esta ocasión: la tercera y más críptica película de Charlie Kauffman....

Por Ro Jim

Como parte de nuestro Menú del día, te recomendamos películas, series y documentales que puedes encontrar en plataformas de streaming curadas con los estándares de WARP. En esta ocasión: la tercera y más críptica película de Charlie Kauffman.

La memoria inmediata, aquella que guarda similitud con el fotograma  que acaba de pasar frente al ojo proyectado en la pantalla, que apenas es asimilado para dar paso a otro, imposible de aprehender. Aquella que permanece como un fragmento que se zurcirá en un recuerdo, como el fotograma en una secuencia.

Quizá, de eso nos habla el confuso-intrigante aparente viaje melancólico de Lucy (Jessie Buckley), una joven que en compañía de su novio Jake (Jesse Plemons), acude una fría tarde a comer con sus suegros bajo la incomodidad moral de estar pensando  en terminar la relación y la urgente necesidad de regresar esa misma noche a su casa, convirtiendo la travesía en una introspección sobre aquel vinculo, que ante una latente tormenta de nieve  deriva en una cripta autorreferencial a un poema que recita durante el camino. 

Esto es I’m Thinkin Of Ending Things, la tercera película del escritor y guionista  Charlie Kaufman, cuya adaptación de la novela homónima de Iain Reid llegó a nosotros en 2020.

El viaje arranca con una casa vacía, insertos de la ausencia, escuchado la música introductoria de un piano que acompaña el soliloquio de Lucy, un pensamiento de un arrebato suicida tristísimo (“Estoy pensando en acabar con las cosas. Cuando esta idea aparece no se va. Se fija. Persiste. Prevalece. No puedo impedirlo. Créanme. No se va. Esta ahí me guste o no…”). Arranca con un hombre viejo y joven al mismo tiempo, viendo por la ventana a Lucy, diciéndose que solo hay “una pregunta por responder”.

Un hombre que resulta casi imposible saber que es Jake, quien a corte directo llega en el auto a recoger a su novia que veía por la ventana. Desde este punto, la película ya nos indica que todo se trata de pensamientos;  afrontaremos el viaje en auto en el mundo de la mente.

La pregunta por responder se revela cuando ya se encuentran por la carretera. Lucy absorta en el pensamiento de acabar con las cosas se cuestiona “¿Qué caso tiene seguir así?”. Pensamiento que escucha el propio Jake, le pregunta por lo que dijo, cuando ella no ha emitido sonido alguno, voltea a verla con intriga cuando sigue con su soliloquio absorta en sí misma.

A pesar de que la cámara se mantiene objetiva, mirándolos en close-up frontales y traseros, la narración no deja de ser subjetiva, no dejamos de escuchar a la joven física justificar sus acciones en las leyes de Newton; entonces regresamos a una imagen del viejo Jake que veía por la ventana, lava sus trastes y ve por otra ventana los columpios iniciales de la casa vacía, vemos una toma subjetiva, vemos que en realidad vemos lo que Jake ve (fuera o dentro de su mente), vemos que estamos en una metadiegésis masculina.

Todo el pensamiento en el final avanza en brincos mediante secuencias discontinuas, oscilando entre el joven conductor y el viejo conserje mientras la pareja se encuentra sobre la carretera, entrelazando los cortes con piezas de una obra musical, haciendo que la transición sea suave, pero poco clara para comprender que se trata del mismo individuo en espacio-tiempo distinto.

Entonces, el relato nos lanza una llave para abrir la cripta, nos lanza un conmovedor poema presentado en campo contra campo, que finaliza con Lucy mirando a cuadro, dirigiéndose al espectador para advertir: “tus ojos convertidos están hambrientos. Y así, regresas con tus dones mutantes a una casa de hueso. Todo lo que ves ahora…todo….es hueso”.

Bajo esta advertencia el viaje se vuelve aún más sombrío, la llegada a la casa de los suegros se torna alarmante, se vuelve una cascada de elementos extrañísimos y peleas incomodas entre la madre (Toni Collette) y el padre (David Thewlis), con entrecortes que siguen presentando al viejo conserje en su tedioso día a día (“como un traje lleno de costuras, un trapo andrajoso de cocina, usado”).

Se va a transformando en un nefasta pesadilla masculina conforme la mujer avanza en  completa demencia Aronofskiana (Mother,USA, 2017 ), se va formando la naturaleza pasiva-agresiva de un trastornado Jake (“No puedes fingir un pensamiento”), producto de una condición que parece ser hereditaria (Hereditary, Ari Aster, USA, 2018), producto de unos padres que desean mantener cautiva a su nuera, quien ansia salir de inmediato para volver a su casa en medio de la atormentada noche (“devuelta, repudiada, mal recibida por la luz de luna”).

Aquí es donde la película se vuelve hipotónica o narcótica, donde toda la técnica efectista fílmica  se despliega en compañía de grandes actuaciones y efectos visuales, donde el terror de la soledad que parece venir de una historia de fantasmas (David Lowery, USA, 2017) comienza a cobrar factura poética o verborreíca (“…como un miembro roto mientras envejeces. Todo permanece inmóvil, menos las mareas cambiantes…”). Incógnita sobre incógnita que comenzará a hacerse (in)comprensible ante una madre que muere, un padre que olvida, y todo lo que está por suceder. 

La metadiegésis masculina se deforma cuando la pareja sube de nuevo al auto, desconcertados por lo que acaban de vivir,  con un Jake sin ganas de volver; comienzan su odisea. Él en su manipulación, la culpa del caos señalándole que bebió demasiado. Una discusión larguísima se narra de nuevo en campo contra campo, la tensión de regreso a casa se hace manifiesta en la tormenta  (“Piensas, con nostalgia… [en] las largas horas de camino…), en medio viaje un golpe de recuerdos hace que Jake insista en pasar por unos helados que comía de niño  ( “…la asistencia en carretera, los helados y las formas peculiares de ciertas nubes y silencios, porque no querías volver”), proponga regresar con sus padres,  y al recibir la obvia negativa de Lucy se  emberrinche por tirar el empalagoso postre, para bajo ese absurdo pretexto la conduzca a la escuela donde estudió, donde terminará trabajando.

Comienza una fantasía que rompe con cualquier expectativa, deforma el relato, sus convenciones, y la posibilidad de establecer en ese punto algo mínimamente comprensible de inmediato. Da paso a un fragmento dancístico que impresiona por el virtuosismo de los ejecutantes, pasa por una secuencia de animación hibrida, y finaliza con una discontinua entrega a Jake del premio nobel de física, referencias intertextuales a las caras del hogar  del protagonista (“llegas a casa como a otro planeta, ajeno. El tirón gravitacional de la Tierra, un esfuerzo ahora redoblado…”).

Una metadiegésis masculina de un viejo en sus cotidianos y funestos días de trabajo (“suspiras frente a la avalancha de días idénticos”), que piensa en el final como clímax, que le recuerdan la cripta de su juventud (“una oscuridad hecha esqueleto”), que le recuerdan lo que pudo ser (“añoras con ternura aquella opresiva presión barométrica de donde acabas de volver, porque todo es peor una vez que estás en casa.”).

Una metadiegésis masculina que recuerda las previas exploraciones del propio Kaufman director (Anomalisa, Charlie Kaufman-Duke Johnso, USA, 2015) o escritor (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Michel Gondry, USA,2004), que siempre mantiene el foco en la relación con una figura femenina, claramente contrapuesta a su entorno, que en este caso se manifiesta en los tonos rojizos de Lucy contra el espacio mental azul de Jake. 

La memoria inmediata es el átomo de la molécula del recuerdo. Aquí, la base del viaje a los confines de la podredumbre masculina masturbatiba del hombre solitario-rutinario, “como un pozo sin agua ligado al mañana por una frágil hebra de ‘qué más da’ ”, del hombre  heteronormado con películas románticas (¿otra autoreferencia?), que teme ver su propio sótano y confesarse fuera de sí, que al volver a casa solo le queda la fantasía, los recuerdos construidos (“Volver a casa es horrible…Ya sea que tengas una esposa o una soledad en forma de esposa esperando por ti”). Viaje que, “a través de la cámara, se esfuerza continuamente por penetrar lo más profundamente posible” ¹. 

Viaje a los espacios de la memoria, al estuario de lo imaginado y no imaginado, de una realidad imposible de aprehender, que finaliza pensando, con la intrigante noche, con el amanecer nevado (“el sol sube y baja como una puta cansada”).

“Todo lo que ves ahora…todo….es hueso”¹ Pudovkin  V., “Film Technique and Film Acting”, Vison Press Limited, Inglaterra (1954),Pag. 63

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