En esta épica del no hacer nada, uno siempre triunfa.
¡Cómo me gusta ver las noticias para odiar la tierra! ¡Cómo me gusta ver la tierra para odiar las noticias! Y eso que algunas son buenas. Este verano hemos aprendido que camadas de jabalíes comparten playa con veraneantes y disfrutan de sus tarteras repletas de filetes rusos y ensaladas de aguacate.
Y hemos sabido que para 2030 tendremos de nuevo mamuts hollando los fríos suelos de Siberia, si es que para entonces se conserva algo de tierra helada.
Hemos visto pasar las Perseidas asombrando el cielo con su raudo centelleo. Y hemos aprendido también que los biólogos han sido capaces de reconstruir bóvidos, que creíamos definitivamente extintos, en las proximidades de Atapuerca, en la remota y vaciada provincia de Burgos, junto a los huesos molidos de nuestros ancestros.
Todo son buenas noticias aunque la tierra arda o naufrague.
Hemos tenido la buena noticia de que hoy en día la segunda mayor causa de mortandad entre los jóvenes españoles es el suicidio. No he entrado a fondo en la noticia y no sé si hay una diferencia importante de sexos, pero me inclino a pensar que son los tíos los que peor lo llevan. Ha sido así históricamente.
Digo que es una buena noticia porque no es la primera causa de muerte. Tampoco he llegado a descubrir cuál es la primera. Me da mucha pereza leer los artículos de actualidad a fondo.
La parte negativa de la noticia es que los jóvenes están eligiendo un tipo de muerte que suena a antiguo. Werther no inauguró una tradición, porque los jóvenes enamorados no correspondidos ya se suicidaban mucho antes, pero esos jóvenes de “antes” se suicidaban por amor. O, por mejor decir, por falta de amor.
La segunda parte mala de la noticia es que los jóvenes de hoy ya no se suicidan por amor. Por un amor fracasado. Se suicidan por otra cosa, y esa otra cosa que nadie sabe definir bien qué es. Bajo mi punto de vista, se llama fracaso social o de la sociedad. ¿En qué estamos fallando para no ser capaces de transmitir a nuestros jóvenes que, con amor o sin amor, la vida merece la pena vivirla? ¿Es solo el miedo a un futuro convulso? ¿Cuándo no ha sido convulso el futuro?
Hemos llegado a la apoteosis de la narrativa periodística con el campeonato. El fútbol femenino se ha convertido en un poder por derecho propio. Todos deberíamos estar razonablemente felices por semejante hazaña, sobre todo cuando inquieta pensar que hace ocho años no existíamos, futbolísticamente hablando en femenino.
Yo me inclino a pensar que ninguna de esas veintitrés chicas que han conseguido semejante triunfo, ni las compañeras ausentes, tienen la más mínima intención de suicidarse. Esfuerzo, disciplina, calidad personal, espíritu de grupo y fe las han llevado al cielo mediático, del que todos vivimos. Y empezarán a ganar unos complementos publicitarios con los que jamás habrían soñado, mucho antes de que sus sueldos profesionales se equiparen a los de los machos alfa que reinan y gobiernan en el mundo del fútbol.
En estas estábamos cuando se nos coló una Perseida nueva: Luisito Rubi. Dimitir es un verbo irregular, por la infrecuencia de su uso, y para el pueblo llano no será difícil de comprender que con un sueldito de 600.000€ de la RFEF es absolutamente imposible practicar el citado verbo.
Pero lo malo no es lo que hizo, las no disculpas que dio, ni el agónico discurso de despedida con el que nos arrebató la molicie propia de estos últimos días de agosto. Lo malo, lo verdaderamente malo, fueron los aplausos de la camada orgánica de su asamblea. ¿Cómo quieren ustedes que con gente así dirigiendo el mundo nuestros adolescentes no deseen suicidarse, o alistarse con los Wagner?
Por cierto, la otro noticia de agosto ha sido la desaparición anunciada del bueno de Prigo. De Prigo a Rubi, ¡vaya veranito de Perseidas!
Pero, en fin, pienso vengarme tomándome estos tres últimos días de agosto con la molicie arrebatada, que para eso Perseido soy y en Perseida creo.
Arturo Lorenzo.
Madrid, agosto de 2023
Tomado de https://losamigosdecervantes.com/
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