Administración de los males públicos
Jorge Pech Casanova
¿A los asesinos les cuadran los bailes? Un famoso título de Norman Mailer asienta: Los hombres duros no bailan. Pero la experiencia indica que sicarios temibles pueden ser asiduos concurrentes a sitios donde acuden a bailar y, a veces, a matar. (El caso, por ejemplo, de Luis Adrián González Varona: en un baile en 2014 mató gratuitamente a balazos a tres personas; tras de anunciar por Facebook que se reuniría con sus amigos en otro baile en Iztapalapa, lo arrestaron el 12 de diciembre de 2015 en la calle Chilpancingo, colonia Ermita Zaragoza, de esa delegación.)
Philip Shenon, periodista estadounidense, al seguir la pista del posible asesino de John F. Kennedy llegó hasta un domicilio en la Ciudad de México donde en 1963 bailaban twist conocidos autores, autoras e intelectuales: la casa de Rubén Durán Navarro. Ahí llegaban asimismo extranjeros bailadores. Uno de ellos, al parecer, fue Lee Harvey Oswald, reputado como el solitario verdugo del presidente.
Shenon, en su libro Un acto cruel y perturbador: la historia secreta del asesinato de Kennedy, reseñó la triste historia de uno de tantos investigadores de aquel crimen, el diplomático Charles William Thomas, quien estuvo asignado a la embajada de Estados Unidos en la capital mexicana. Thomas llegó a instalarse en México en 1964 con su esposa Cynthia. Poco después del nacimiento de su hija, en 1965, el diplomático recibió una inesperada denuncia de la conocida escritora mexicana Elena Garro.
Garro informó a Thomas que en un baile en la casa de su primo Rubén Durán (donde intelectuales de izquierda acudían a bailar el ritmo extranjero) se aparecieron en el otoño de 1963 tres estadounidenses. El hombre señalado como asesino del presidente Kennedy era uno de ellos, enfatizó la novelista. El par de individuos que acompañaba a Oswald, abundó, parecían beatniks, los estrafalarios de la época.
Garro y su hija Helena, al presentar la denuncia en la embajada gringa, mentaron a algunos y algunas asistentes al baile. Para empezar, a la hermana de Elena, Devaki, quien dijo que el luego tristemente célebre visitante le pareció flaco, feo y aburrido. Más concurrentes mexicanos delatados por las Garro fueron el dramaturgo Emilio Carballido y otro primo de ellas, hermano de Rubén: Horacio Durán Navarro, quien acudió con su esposa Silvia Tirado Bazán.
Elena Garro inclusive acusó a Silvia Tirado, quien trabajaba en la embajada cubana, de ser amante de aquel joven de 24 años que Devaki Garro halló flaco, feo y aburrido. Tras años de búsqueda, el autor de Un acto cruel y perturbador… entrevistó en 2013 a Silvia Tirado. Le preguntó si había tenido relaciones con Oswald. La mexicana, entonces de 76 años de edad, le contestó con un despectivo “Please!” (aquí acude a la memoria la imagen de Guille, el hermanito de Mafalda, diciendo con concluyente movimiento argentino de la mano: “¡Pod favod!”). Silvia negó cualquier vínculo con el asesinato del presidente.
Ni la policía mexicana ni el FBI creyeron inocente a Silvia Tirado. La interrogaron en varias ocasiones y eso la hizo perder su trabajo en la embajada de Cuba, aunque nunca pudieron probar que se hubiese relacionado con Oswald.
Elena Garro era una mujer brillante y talentosa, acaso más que su ex marido el poeta Octavio Paz, de quien se divorció en 1959. Sin embargo, también era paranoica y calumnió a las personas con quienes se disgustaba, que acabaron siendo casi todas con las que se relacionó. Su acusación contra Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Fernando Benítez y numerosos intelectuales más —a quienes señaló como instigadores “comunistas” del movimiento estudiantil de 1968— le atrajo tal repudio que abandonó México poco después de la masacre de Tlatelolco y no volvió sino hasta 1991. Moriría en 1998.
A Elena Garro le encantaba narrar detalles insidiosos sobre las personas a las que conocía, incluyendo a su propia hija, Helena. Sus diarios que orinaban sus incontables gatos —rescatados por la investigadora Patricia Rosas Lopátegui—, abundan en infidencias bochornosas sobre otras personas de su círculo.
Esa afición de Garro por la maledicencia ha llevado al escritor Guillermo Sheridan —máximo vicario del culto a Octavio Paz— a una campaña para descalificar a la autora de Los recuerdos del porvenir, manifiesta en varios virulentos artículos. Por ejemplo, los que dedicó el autor de Frontera norte y otros extremos en la revista Letras Libres a las declaraciones de Garro sobre Oswald. Trata esas acusaciones como delirios de la escritora y su hija.
Sin embargo, en el texto que Sheridan escribe sobre el “agente involuntario” de la CIA Manuel Calvillo (abogado, poeta y editor mexicano), cita documentos de la Agencia (asequibles en el sitio de la Mary Ferrell Foundation https://www.maryferrell.org/showDoc.html?docId=2263#relPageId=11&search=Laurens) que informan cómo el flamante secretario de gobernación Luis Echeverría, a petición de la CIA, mandó detener a Tirado Bazán y su familia el día mismo del asesinato de Kennedy “por denuncia de ‘una prima que no le simpatiza’ y que obviamente era Elena Garro”, recalca el cazador de plagios académicos y literarios.
Pero el propio Sheridan y Philip Shenon concuerdan en que Elena Garro sólo acusó a su prima Silvia Tirado Bazán años después del magnicidio (Sheridan dice que en 1966; Shenon, que en 1965). ¿Por qué, entonces, el recién nombrado secretario de Gobierno Echeverría detuvo a Silvia Tirado y su familia el preciso día del asesinato, 22 de noviembre de 1963, si la acusación de Garro aún no se formulaba?
Este es uno de tantos misterios que envuelven las acusaciones de Elena Garro en el caso Oswald. Cuando la autora las presentó, el jefe de la oficina de la CIA en México, Winston Mackinley Scott, las desechó como invenciones. Pese a todo, el diplomático Charles William Thomas insistió en investigar los dichos de Garro. A Thomas le ordenaron no hacer caso a la mexicana. Después, lo acusaron de fallar en sus deberes y lo despidieron del servicio diplomático en 1969. Vetado para conseguir trabajo, Charles William Thomas se quitó la vida con un revólver en 1971.
Cynthia, la esposa del diplomático, luchó contra las decisiones del servicio estadounidense en el extranjero hasta lograr la rehabilitación póstuma de su marido en 1975, tras comprobar que el expediente impecable del difunto estaba “extraviado” en el de un homónimo. El presidente Gerald Ford —quien formó parte del Comité Warren que investigó el asesinato de Kennedy — hubo de entregarle a nombre del gobierno estadounidense una carta de disculpa y una indemnización a la señora Thomas; además, el Departamento de Estado le dio empleo (algunos investigadores del caso consideraron eso “una cobarde compra oficial”). Desde entonces, Cynthia Thomas sirvió a su país en misiones en el extranjero. Falleció en 1982.
Con todo, las declaraciones tomadas a Elena Garro por Charles W. Thomas siguen sin ser investigadas oficialmente. Se sabe, eso sí, que el pasaporte solicitado a la embajada cubana donde trabajaba Silvia Tirado fue recogido por un hombre que no era Oswald. Acaso ese personaje, quien permanece sin identificar, era uno de los beatniks que Elena Garro vio acompañando al presunto asesino. Acaso a la CIA no le agradó que en México Lee Harvey Oswald bailara twist. La información se la llevó a la tumba Luis Echeverría Álvarez, nombrado LITEMPO-2 por la CIA que le pagaba asiduos sobornos, los cuales Guillermo Sheridan —clasista, pro-derechista y vehemente anti-Garro— pone en duda en sus artículos de Letras Libres.
Tomado de https://morfemacero.com/
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