diciembre 2, 2023

No todo lo que brilla es oro

“Las estimaciones de la Comisión, publicadas en 1985, calculan que con el metal radioactivo se produjeron treinta mil bases para mesa y seis mil seiscientas toneladas de varilla. El informe oficial estima que cuatro mil personas fueron expuestas a la radiación....

Culturas impopulares

Jorge Pech Casanova

Familiares y amistades de los trabajadores de un tiradero en Goiânia, Brasil, recibieron con agrado las partículas que los pepenadores les obsequiaron en septiembre de 1987. Tenían un peculiar brillo azul y comenzaron a ser halladas luego de que en el depósito de desechos fue recibido un extraño aparato que parecía algún tipo de cámara.

Las partículas azules fueron adoptadas como ornamento del hogar por la gente cercana al dueño del basurero y sus trabajadores. Pocos días después, la esposa del propietario comenzó a notar que sus amistades y parientes enfermaban. Al acudir a recibir atención médica, esas personas fueron diagnosticadas con un mal desconocido.

Al investigar los casos, médicos y autoridades hallaron que estas personas se habían contaminado por el cloruro de cesio que contenían las piedras brillantes que les obsequiaron los trabajadores de limpieza. Encontraron que el aparato desguazado en el tiradero era una unidad de teleterapia de Cesio 137 perteneciente al Instituto Goiano de Radioterapia, cerrado en 1985 y parcialmente demolido.

El Instituto Goiano de Radioterapia fue establecido por una sociedad de médicos que daban tratamiento para el cáncer con una unidad de cobalto y con otra de cesio. En 1985 comenzó un litigio entre los socios. En consecuencia, el Instituto fue trasladado a otro sitio, y sus edificios iniciales fueron parcialmente arrasados. En la parte que no fue demolida quedó la unidad de cesio, en buen estado, pero sin ninguna protección ni indicación de que era potencialmente peligrosa.

Debido al pleito judicial, los operadores responsables de la unidad de teleterapia con cesio quedaron impedidos de disponer del aparato. Sin embargo, ninguno de los integrantes o ex integrantes del Instituto dio aviso a las autoridades de que en el edificio desalojado permanecía la cámara con material radiactivo.

A las abandonadas ruinas del instituto se apersonaron en 1987 dos ladrones que hallaron el dispositivo de Cesio y pensaron que sería buen negocio venderla por piezas. Se llevaron el aparato a otro lugar e intentaron desmontarlo. No lo consiguieron, pero en el intento rompieron la capsula que contenía cloruro de cesio, una sal radiactiva altamente soluble y de fácil dispersión, peligrosamente contaminante en consecuencia.

Los ladrones vendieron la máquina al dueño del depósito de desechos. El propietario halló que el contenido de la cápsula rota brillaba en la noche, con un fascinante fulgor azul. El dueño del depósito y sus trabajadores organizaron con sus amigos y parientes visitas para sorprenderlos con el fenómeno. Peor aún, comenzaron a distribuir partículas del brillante material, no mayores al de un grano de arroz. Esa mínima cantidad de cesio es suficiente para contaminar y enfermar a varios seres humanos.

El asombro por el resplandeciente material duró cinco días de perjudicial cercanía con las partículas de sal de cesio. Antes de una semana, los afectados empezaron a padecer afectaciones gastrointestinales. Con varias personas hospitalizadas por esta contaminación, los médicos no lograban detectar la causa del mal.

Alguno de los enfermos o las enfermas sospechó de los granos azulados. Los llevó a revisión al sistema de salud pública y eso permitió conocer el grave incidente de contaminación radiactiva en Goiânia. Un solo médico comenzó una gran acción restaurativa al identificar el tamaño del problema y recomendar la evacuación de dos zonas contaminadas. Poco después, el gobierno fue informado del caso. La detección de varias otras zonas afectadas llevó a la rápida evacuación de sus habitantes.

El 28 de septiembre de 1987 se declaró la emergencia en la capital del estado de Goias. Cientos de personas acabaron en el hospital, más de cien mil habitantes tuvieron que ser examinados por temor a contaminación radiactiva y 40 hogares fueron demolidos por sus altos niveles de radiación. También hubo que retirar la tierra superficial de enormes extensiones de terreno. Cuatro personas fallecieron por la polución.

Al concluir las tareas de emergencia, las autoridades hallaron que el accidente generó tres mil quinientos metros cuadrados de desecho radiactivo. Debido a las consecuencias de la contaminación, las autoridades reforzaron sus políticas de vigilancia sobre equipos radiactivos empleados con fines médicos.

La historia de este accidente con material radiactivo no fue privativa de Brasil. México cuenta en su triste haber con dos incidentes: en 1962 ocurrió en la Ciudad de México el primer caso de contaminación radiactiva no intencional. La investigación realizada por ese primer accidente fue ocultada por el gobierno mexicano y sólo se sabe que un niño halló una pieza de metal contaminado que guardó en su casa.

Durante cuatro meses el fragmento radiactivo afectó a la familia hasta que el niño, de diez años de edad murió por daño en la médula ósea y necrosis en las regiones abdominal y escrotal. Su hermana de tres años falleció poco después por infección respiratoria, anemia, leucopenia y trombocitopenia.

La madre de ambos niños, embarazada, perdió la vida a sus 27 años por hemorragias severas. Y su madre, que cuidó a su hija y sus nietos enfermos, contrajo anemia hipoplásica y expiró en octubre de 1962. El padre de la familia, quien estuvo menos expuesto a la radiación, logró sobrevivir, pero no quedó reporte de las consecuencias para su salud. Se sabe que el responsable de dispersar el material radiactivo fue identificado, si bien su identidad permanece en la secrecía oficial.

21 años más tarde, en 1983, un hospital privado en Ciudad Juárez, el Centro Médico de Especialidades, se deshizo de una unidad de radioterapia con cobalto-60 (adquirida en forma irregular) vendiéndola al depósito de chatarra “Fénix”. El encargado de llevar el equipo al “yonque” desmanteló parte del aparato para extraer el contenedor de cobalto. Al cargar en su camioneta el cilindro radiactivo, éste quedó perforado y espació parte de su carga en el vehículo.

Poco después la camioneta del empleado del centro médico se averió. Estuvo 40 días estacionada, con su carga contaminante, junto a la casa de Vicente Sotelo. Mientras tanto, en el depósito “Fénix” el manejo de los desechos con electroimanes hizo que las partículas de cobalto-60 se dispersaran y contaminaran grúas y otros restos metálicos.

La chatarra fue enviada principalmente a dos fundiciones —Aceros de Chihuahua y Falcon— donde el metal fue convertido en varillas y soportes para mesa. Esas piezas radiactivas fueron exportadas a Estados Unidos o distribuidas en otras partes de México. Sólo se supo de este accidente hasta que un camión de Aceros de Chihuahua perdió el rumbo y, al pasar cerca del laboratorio nacional de Los Álamos, en Nuevo México, activó un detector de radiactividad.

La Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardas, notificada por el gobierno de EEUU, intervino las instalaciones de Aceros de Chihuahua, clausuró el depósito “Fénix” y al fin halló la camioneta averiada de Vicente Sotelo, la cual emitía lecturas radiactivas de hasta mil roentgens por hora.

Con la confiscación de la camioneta, la Comisión pudo hallar al propietario. Sotelo declaró cómo se había deshecho del equipo radiactivo por orden del Centro Médico de Especialidades. Las investigaciones posteriores hallaron que el material contaminado también fue a parar a otras tres empresas acereras: Fundival, en Gómez Palacio, Durango; Alumetales, en Monterrey, Nuevo León; y Duracero, en San Luis Potosí.

Las estimaciones de la Comisión, publicadas en 1985, calculan que con el metal radiactivo se produjeron treinta mil bases para mesa y seis mil seiscientas toneladas de varilla. El informe oficial estima que cuatro mil personas fueron expuestas a la radiación. La misma Comisión depositó las varillas que logró confiscar en tres “cementerios”: uno, en el desierto de Samalayuca, otro en Maquixco, Estado de México, y un tercero cercano a Mexicali, en Baja California.

La Universidad Nacional Autónoma de México comprobó en 2004 que las varillas depositadas en Samalayuca permanecían sin medidas de contención adecuadas, con niveles de radiactividad alarmantes.

Tomado de https://morfemacero.com/